¿Cuáles son los límites del Derecho a Probar?”, se pregunta Furr. “¿Puedes ofrecerte voluntario para ser decapitado? ¿Puedes someterte voluntariamente a un procedimiento que probablemente te mate? Es un obstáculo ético importante”
Un neurocirujano afirma que está listo para hacer un trasplante de cabeza humana, de manera que una persona podría cambiar de cuerpo
El objetivo fundamental de un trasplante de cabeza humana es dar una nueva oportunidad de vida a una persona enferma o moribunda
Este es el impactante testimonio del doctor italiano Sergio Canavero, que fue rechazado por sus experimentos en Occidente pero China lo acogió. Dice que ya ha trasplantado cabezas de monos, perros y cadáveres humanos. ¿Conseguirá realmente la misión de realizar esta operación aparentemente imposible?
Por Ashley Stimpson
16/11/2024
En mayo de 2024, un espantoso vídeo empezó a circular por Internet. Publicado en YouTube por el científico yemení Hashem Al-Ghaili, el clip ilustrado de ocho minutos muestra una espantosa cadena de montaje en la que cirujanos robóticos arrancan rápidamente las cabezas de un cuerpo humano antes de suturarlas en otro.
“Presentamos BrainBridge, el primer concepto revolucionario del mundo de máquina de trasplante de cabezas”, dice una voz en off. “Los trasplantes de cabeza podrían ofrecer a las personas con dolencias graves -como cáncer terminal, parálisis, lesiones medulares o enfermedades neurodegenerativas- la oportunidad de tener un cuerpo totalmente funcional, preservando al mismo tiempo su conciencia, sus recuerdos y sus capacidades cognitivas”.
Aunque el vídeo era lo bastante convincente como para provocar mucha consternación en las redes sociales (e incluso engañar a algunos periodistas), BrainBridge no realiza en realidad trasplantes de cabeza. Al-Ghaili y su patrocinador parecen haber creado el vídeo para promover la inversión y la investigación en el procedimiento.
Uno de los más escépticos del vídeo es el neurocirujano italiano Sergio Canavero, que lleva más de una década trabajando en el perfeccionamiento de un proceso para trasplantar cabezas humanas con la ayuda de cirujanos reales. “Es una gilipollez”, dice con una amplia sonrisa.
Canavero cree que muy pronto será posible extraer la cabeza entera de una persona, con cerebro y todo, de su cuerpo enfermo y colocarla en el cuerpo de un donante sano pero con muerte cerebral.
Canavero afirma que ya ha trasplantado con éxito cabezas de monos, perros y cadáveres humanos. Su trabajo es, lógicamente, controvertido. Médicos y especialistas en bioética afirman que el procedimiento sigue siendo una fantasía lejana, si no imposible, acosada por enigmas quirúrgicos, legales y éticos aparentemente irresolubles.
Sus experimentos en curso han sido cuestionados por la comunidad científica, incluidos sus homólogos de Estados Unidos y Europa. Incluso ha sido reprendido por el Vaticano, dice Canavero. Durante años, el neurocirujano se refugió en China, uno de los pocos países en los que, según él, podía encontrar apoyo para su arriesgada y éticamente cuestionable cirugía.
Jeff J Mitchell//Getty Images
Sergio Canavero habla con gestos a los medios durante una rueda de prensa en Glasgow, Escocia, en noviembre de 2016.
Aunque el trasplante de cabezas humanas pueda parecer una fantasía futurista, médicos y científicos llevan más de un siglo trabajando en el proyecto -y provocando controversias-.
En 1908, el fisiólogo estadounidense Charles Guthrie formaba parte de un equipo que investigaba la cirugía de los vasos sanguíneos. Como experimento, trasplantó la cabeza de un perro donante al cuello de un perro receptor. Guthrie consiguió que la sangre fluyera a la segunda cabeza, pero sólo momentáneamente, y el perro fue sacrificado horas después de la operación. Este triunfo científico pudo costarle el Premio Nobel. En 1912, su compañero de investigación recibió el galardón; algunos estudiosos creen que Guthrie fue excluido por su controvertido experimento.
En la década de 1950, el cirujano soviético Vladimir Demikhov, pionero en el uso de inmunosupresores en los trasplantes de órganos y diseñador del precursor de los modernos corazones artificiales, empezó a injertar cabezas y parte superior del cuerpo de perros en el lomo de otros perros. Los perros injertados podían moverse, ver y beber agua, pero ninguno vivió más de un mes.
Veinte años después, el neurocirujano estadounidense Robert White unió quirúrgicamente la cabeza de un mono rhesus al cuerpo de otro mono. El mono (el primero de los 30 que operaría White) vivió ocho días y era capaz de oler, oír, ver e incluso morder a uno de los investigadores. A diferencia de Guthrie y Demikhov, la aspiración de White era preservar el cerebro del donante, por lo que prefirió llamar al procedimiento “trasplante corporal total”.
White fue atacado por los defensores de los derechos de los animales y por el público, que le llamaba “Dr. Carnicero” y acosaba a su familia en casa. Por temor a lo mismo, los científicos evitaron en la mayoría de los casos los estudios con animales para trasplantes de cabeza en humanos. Así fue hasta 2015, cuando el cirujano ortopédico chino Xiao-Ping Ren publicó un artículo en el que describía una forma de realizar trasplantes de cabeza en ratones.
En 2017, Ren y Canavero se conocieron en una reunión de la Academia Americana de Cirujanos Neurológicos y Ortopédicos en Annapolis, Maryland, donde Canavero había acudido para reclutar cirujanos dispuestos a ayudarle a realizar su procedimiento de trasplante de cabeza. Contestó a muchas preguntas, pero encontró pocos partidarios.
“Fracasé estrepitosamente”, recuerda Canavero. “Pero en Annapolis conocí a Ren. Annapolis fue la puerta de entrada a China”.
Bettmann//Getty Images
El cirujano soviético Vladimir Demikhov y su equipo injertan una cabeza de cachorro en un perro adulto en Moscú en 1958.
Cuando Robert White realizaba sus polémicas operaciones en monos rhesus en los años 70, Canavero era estudiante de bachillerato en Italia. “Me tropecé con un montón de revistas y me topé con un artículo sobre un americano loco, el Dr. White, que se dedicaba a trasplantar cabezas de monos”, cuenta.
“Ese fue el momento que cambió mi vida. Pensé: este tipo no está loco, es un genio. Lo guardé en mi subconsciente, donde permaneció durante mucho tiempo”.
Canavero estudió medicina en la Universidad de Turín (Italia) a principios de los 80, donde estudió para neurocirujano. Durante ese tiempo, dice, no perdió de vista los avances de la investigación que harían posible el trasplante de cabezas humanas. El primero se produjo en 1986, cuando un neurocientífico estadounidense afirmó haber descubierto una sustancia, el polietilenglicol, que podía curar una fibra nerviosa cortada.
Finalmente, el procedimiento de trasplante de cabeza propuesto por Canavero se basaría en un cuchillo “especialmente diseñado” y ultraafilado que minimizaría el deshilachamiento de la médula espinal, y en polietilenglicol, que aceleraría su fusión con la médula espinal del donante.
En opinión de Canavero, el segundo gran obstáculo para el éxito del trasplante era el riesgo de dolor central, es decir, dolor intenso debido a daños en el sistema nervioso central, que incluye el cerebro y la médula espinal. Cuando se enteró de que el mayor experto mundial en dolor central, Vincenzo Bonicalzi, también trabajaba en Turín, apenas podía creer su suerte.
“Fui a verle y le dije: 'Profesor, quiero hacer trasplantes de cabeza'“, recuerda Canavero, “y el tipo no perdió la compostura”. Él y Bonicalzi llegarían a publicar un libro en 2011 sobre el dolor central, descubriendo su causa y, dice Canavero, “una cura experimental” en forma de estimulación eléctrica.
A principios de la década de los ochenta, Canavero creía que la ciencia había avanzado lo suficiente como para permitir un trasplante de cabeza humana con éxito. “Estaba preparado. Pero, ¿cómo se lo iba a contar al mundo? “Sabía lo de Robert White, y lo enterraron vivo. Es lo que les pasa a los pioneros”.
Por último, en 2012, Canavero dio a conocer su proyecto de anastomosis craneal, abreviado HEAVEN. (El enfoque quirúrgico que estableció se publicó en Surgical Neurology International, donde Canavero forma parte del consejo editorial). Un año después, tuvo su primer voluntario.
El informático ruso Valery Spiridonov, que padece la enfermedad de Werdnig-Hoffmann, una dolencia degenerativa que destruye los músculos y nervios del cerebro y la médula espinal, se apuntó para ser el primer paciente de trasplante de cabeza de Canavero. Pero durante los años que el neurocirujano pasó afinando su procedimiento, Spiridonov se casó y tuvo un hijo. En 2019, ya no estaba interesado en someterse a la arriesgada operación por el bien de su familia.
Pero el frenesí mediático que rodeó la posible operación -la mayor parte de él cortejado por el propio Canavero- ya había provocado cambios radicales en la trayectoria vital e investigadora del cirujano.
“Todo se volvió muy político, y se volvió muy político muy rápidamente”, afirma.
En 2015, el hospital de Turín en el que Canavero había trabajado durante 22 años rescindió su contrato. Canavero puso sus ojos en China, un país con normas éticas médicas mucho más laxas y el hogar de Ren, el cirujano ortopédico al que Canavero considera una especie de hermano de armas.
Según Canavero, en China aceptaron sus ideas. “Les dije que si hacían un trasplante de cabeza demostrarían al mundo que eran los mejores”, recuerda que les dijo a los funcionarios. “Fue increíble, deberíais haberme oído”.
Canavero y Ren publicaron artículos sobre trasplantes de cabeza en perros, monos e incluso cadáveres humanos (los críticos se apresuraron a señalar que el cambio de cabezas entre cadáveres es un mero ensayo anatómico, no un trasplante válido). Pero aunque la estancia de Canavero en China estuvo marcada por una serie de declaraciones por parte de los cirujanos y por la cobertura de la prensa, aún no se ha producido un trasplante de cabeza humana con éxito.
Courtesy Dr. Sergio Canavero
Sergio Canavero ante la tumba de Vladimir Demikhov en octubre en Moscú.
Pero, ¿funcionan los trasplantes de cabeza? Según el doctor Allen Furr, profesor emérito de Sociología de la Universidad de Auburn y autor del libro A Test of Morals: The Surgical, Ethical, and Psychosocial Considerations in Human Head Transplantation, el problema del trasplante de cabeza es, sencillamente, “que no se puede hacer”.
Concretamente, seccionar y volver a unir la médula espinal sigue siendo una imposibilidad.
“Donde hay escepticismo y rotunda incredulidad en la propuesta [de Canavero] es en la reconexión de la médula espinal”, afirma Furr. Si fuera posible, señala Furr, los médicos ya lo estarían haciendo. “Hay en el mundo 250.000 lesiones medulares al año, y no podemos tratarlas. Hay algunos tratamientos experimentales, pero con cifras de éxito muy, muy bajas”.
Hay otros muchos retos que superar. Por ejemplo, durante el procedimiento, los cirujanos tendrían que mantener de algún modo el flujo sanguíneo al cuerpo del donante y a la cabeza del receptor, mientras que el sistema inmunitario del receptor tendría que suprimirse enérgicamente para evitar el rechazo del trasplante.
“No tenemos experiencia alguna en decapitar a una persona viva y devolverla a la vida”, afirma Furr.
E incluso si la operación fuera un éxito, el paciente que se despertara con un nuevo cuerpo podría desear no haberlo hecho, dado el dolor “insoportable” que probablemente experimentaría, según Furr. Canavero ha dicho que colocaría a un paciente de trasplante de cabeza en coma inducido durante tres o cuatro semanas para dar tiempo a que la médula espinal cicatrice y evitarle lo peor de la agonía postoperatoria.
Pero, según Furr, al paciente le esperaría probablemente «toda una vida de dolor crónico, así como algún tipo de parálisis», por no hablar de los años de rehabilitación para recuperar las habilidades motoras y el control de los pulmones, el esófago y las cuerdas vocales. «La calidad de vida sería trágica».
Y esos son sólo los retos médicos. La reacción contra el plan de Canavero -y contra todas las ratas, perros y monos decapitados hasta la fecha- ha sido en gran medida ética.
En 2016, en respuesta al revuelo provocado por los experimentos de Canavero y Ren, el Comité Ético-Legal de la Asociación Europea de Sociedades de Neurocirugía, una sociedad profesional de neurocirujanos, declaró que el trasplante de cabezas humanas no era ético, citando, entre otras objeciones, la cuestionable validez científica de las investigaciones realizadas hasta la fecha.
“En el caso de los primeros procedimientos en el hombre, debe haber pruebas suficientes... de que se han estudiado todos los aspectos del procedimiento y de que no quedan preguntas por responder”, escribió el grupo. A lo largo de los años, se han extraído cabezas de muchos animales y se han suturado en cuerpos nuevos, y ninguno de esos animales ha demostrado una supervivencia a largo plazo, ni siquiera ha conseguido algo parecido a una función anatómica aceptable.
Esta falta de pruebas -y las preguntas sin respuesta que aún quedan sobre el procedimiento- plantean otro dilema ético a los posibles pacientes de trasplante de cabeza y a los cirujanos. En la mayoría de los países, el consentimiento informado es un requisito legal para el tratamiento médico; por eso se firman tantos formularios cuando uno se somete a una intervención quirúrgica o toma un nuevo medicamento. Esos formularios indican que su médico le ha informado sobre lo que implicará el procedimiento, los posibles efectos secundarios y el riesgo que suponen para su salud.
Cuando se trata de un trasplante de cabeza, “algunos sostienen que no puede haber consentimiento informado porque los pacientes no pueden tener toda la información que necesitan, porque nadie la tiene”, dice Furr.
Furr señala que, además del consentimiento informado, existe un concepto médico llamado Derecho a Probar, que permite a los pacientes terminales que han agotado todas las demás opciones solicitar el acceso a fármacos u operaciones que aún no han sido aprobados por la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos.
“Pero, ¿cuáles son los límites del Derecho a Probar?”, se pregunta Furr. “¿Puedes ofrecerte voluntario para ser decapitado? ¿Puedes someterte voluntariamente a un procedimiento que probablemente te mate? Es un obstáculo ético importante”.
También hay un último obstáculo ético que Furr duda que pueda superarse. En lugar de salvar una vida con un trasplante de cabeza, un paciente con muerte cerebral puede salvar o mejorar potencialmente varias vidas donando sus órganos viables, como el corazón, los riñones, los ojos o la piel. “En un sistema médico democrático y en una sociedad democrática, eso no puede superarse”, argumenta Furr. “Nunca podremos justificar que se deje morir a ocho personas”.
Canavero, que dice haber oído esta objeción “probablemente mil millones de veces”, no se deja disuadir por ella -ni por ninguna preocupación ética al respecto-. “Reconozco que, como impulsor de una agenda, no soy la persona indicada para esta cuestión”, admite. “Pero lo cierto es que hay que tener en cuenta el objetivo final. El trasplante de cabeza es un paso hacia la prolongación extrema de la vida”.
El objetivo fundamental de un trasplante de cabeza humana es dar una nueva oportunidad de vida a una persona enferma o moribunda. Pero, ¿cómo sería esa vida? ¿Quiénes seríamos sin nuestro cuerpo?
Los científicos llevan mucho tiempo sosteniendo que una persona con una nueva cabeza tendría problemas de autoestima, si no una crisis de identidad en toda regla. Furr está de acuerdo. “Nuestro aspecto, lo que parecemos, es una parte muy importante de nuestra identidad social. Ha habido mucho interés en cómo seremos capaces de manejar psicológicamente la cara, las manos, los genitales de otra persona. Todo lo de otra persona”.
Pero no se trata sólo del aspecto. Apropiarse de la forma corpórea de otra persona es más complicado que, por ejemplo, tomar prestado su coche.
“Si el donante del cuerpo ha tenido hijos, ¿los hijos pueden visitar el cuerpo?”. pregunta Furr. “¿Y si mi cuerpo hubiera sido condenado por un delito, y ahora tengo esas huellas dactilares? ¿Y si mi cabeza es judía, pero mi cuerpo no? Quizá el cuerpo haya comido cerdo y marisco [toda] su vida”.
Además, hay dudas sobre el origen de nuestro “sentido del yo” en el cuerpo. Mientras que cargar nuestros cerebros en superordenadores ha sido una quimera de ciencia ficción durante años, quizá deberíamos pensar en cargar nuestras tripas.
Y es que, después del cerebro, el segundo mayor conjunto de nervios de nuestro cuerpo es el intestinal. El sistema nervioso entérico, a veces llamado “segundo cerebro”, está formado por más de 100 millones de células nerviosas que recubren el tracto gastrointestinal desde el esófago hasta el recto. Aunque no puede resolver un crucigrama ni tomar decisiones difíciles como el cerebro de nuestro cráneo, el sistema nervioso entérico influye profundamente en nuestras emociones. Por eso nos ponemos nerviosos cuando estamos enamorados o sentimos que nos hundimos cuando las cosas se tuercen.
Si mañana te despertaras sin tu sistema nervioso entérico, ¿te sentirías tú mismo? Nadie lo sabe. Tampoco saben cómo te sentirías con el microbioma de otra persona, la combinación única de billones de bacterias que viven en tu intestino y que, según están aprendiendo los científicos, tienen mucho que ver con nuestro bienestar mental. (Después de todo, el intestino proporciona aproximadamente el 95 por ciento de la serotonina del cuerpo, que es la sustancia química natural del cuerpo para “sentirse bien”).
Los estudios han demostrado que la transferencia de la biota intestinal de un animal a otro a menudo implica la transferencia de la ansiedad, la angustia psicológica y los comportamientos relacionados con el estrés de ese animal. Además, los científicos sospechan ahora que los microbiomas también pueden influir en los deseos, las decisiones y las creencias.
Todas estas investigaciones apuntan a la idea de que heredar el cuerpo de otra persona -especialmente su intestino- puede ser, por así decirlo, difícil de digerir.
En la actualidad, a Canavero no le preocupa cómo coexistirán el nuevo cuerpo y la antigua cabeza, porque ya ha pasado página. “El trasplante de cabeza no era más que un punto intermedio en mi camino hacia un objetivo mucho mayor, que es el trasplante de cerebro en clones”, dice Canavero. Propone una forma de “trasladar un cerebro viejo a un cuerpo joven inmunocondicionado o a un clon no sensible”. En un artículo publicado en la revista SNI (de cuyo consejo editorial sigue formando parte) en 2023, Canavero afirma que el procedimiento es “técnicamente factible”.
Todas estas investigaciones apuntan a la idea de que heredar el cuerpo de otra persona -especialmente su intestino- puede ser, por así decirlo, difícil de digerir.
Hoy en día, a Canavero no le preocupa cómo coexistirán su nuevo cuerpo y su antigua cabeza, porque ha seguido adelante. “El trasplante de cabeza no era más que un punto intermedio en mi camino hacia un objetivo mucho mayor, que es el trasplante de cerebro en clones”, dice Canavero. Propone una forma de “trasladar un cerebro viejo a un cuerpo joven inmunocondicionado o a un clon no sensible”. Escribiendo en la revista SNI (donde sigue formando parte del consejo editorial) en 2023, Canavero afirma que el procedimiento es “técnicamente factible”.
Por supuesto, aún quedan algunos asuntos por aclarar: ensayos con cadáveres, pruebas con donantes con muerte cerebral, el desarrollo de nuevas y mejores herramientas quirúrgicas y la capacidad de clonar a un ser humano. En definitiva, BRAVE (the BRain Anastomosis Venture) de Canavero tiene mucho en común con BrainBridge de Al-Ghaili: ambos son procedimientos hipotéticos que necesitan algo de capital.
Según Canavero, se trata de una oportunidad de inversión para siempre, y ya afirma contar con el apoyo de inversores reservados. “A los estadounidenses les interesa, sobre todo a los más ricos”, dice con una sonrisa de dientes en la cara. “Gente enorme, gente muy importante”.
Pero esos eran todos los detalles que Canavero está dispuesto a ofrecer por ahora.
Ashley Stimpson
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Ashley Stimpson is a freelance journalist who writes most often about science, conservation, and the outdoors. Her work has appeared in the Guardian, WIRED, Nat Geo, Atlas Obscura, and elsewhere. She lives in Columbia, Maryland, with her partner, their greyhound, and a very bad cat.
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