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LA CIUDAD DEL ALCALDE GALÁN

...Sostenidamente, hemos permitido que la élite gobernante menoscabe gobierno tras gobierno, la condición humana de los humildes...
Un burgués imprevisivo, disociado del peligro y del momento histórico incapaz de razonar que debe darle prioridad al agua para el consumo de sus habitantes y al cuidado del medio ambiente
La ciudad se doblega ante la altivez no de quien tiene un talento real fundamentado en una reconocida honestidad o sabiduría, sino ante la impostura del incapaz, del mediocre, del embaucador de la élite social…

Por LUCERO MARTÍNEZ KASAB*
02 Noviembre, 2024

Se asoman los ochenta años del Bogotazo, aquel brote de locura de la capital de Colombia en 1948, ante el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, él, era la esperanza de la gente pobre para conseguir un poco de igualdad, hoy, Bogotá, con sus ocho millones de habitantes se encuentra muriendo de sed. Pero, la mitología política bogotana reunida alrededor de un grifo seco de agua sigue, través de la tradición oral, narrándole convencida a las nuevas generaciones que aquel estallido fue como la Revolución Francesa criolla, se contenta tanto con eso que lleva tres alcaldes destruyéndole la vida y no reacciona, como si aquella revuelta de hace ocho décadas le redimiera la sed del presente.

Enseguida, cuando los niños y las niñas piden más historias épicas, les cuenta la reciente, la del 2019, donde hubo otro estallido social que también se tomó las calles para protestar contra el presidente de entonces, Iván Duque, quien iba a ponerle impuestos a los artículos de primera necesidad; sin embargo, Bogotá, después de esas manifestaciones callejeras eligió como alcalde a Carlos Fernando Galán, un hombre desprovisto de mérito alguno, sin talento conocido aparte de usufructuar políticamente el apellido de su padre ante quien Bogotá se arrodilla…, ¿qué pensaría la sagaz Mafalda, la hija de Quino?

¿Qué le pasa a una ciudad donde, por tener un asiento en Transmilenio, se acuchilla a una persona frente a la multitud? ¿En una esquina dos amigos de toda la vida se levantan a golpes por el pago de una cerveza? ¿En un colegio las mujeres se van a las manos por defender un dulce para sus hijos…, pero son incapaces de enfrentar políticamente a un alcalde y su Concejo que los está dejando sin agua para vivir? Es decir, la gente se decide a cruzar la línea del pecado de arrebatarle la vida a una persona por una silla, cometer ese delito monstruoso como es el asesinato tipificado en la historia de las leyes humanas, pero no se mueve a hacerle el control político al alcalde, que es un derecho constitucional, es el gobernante que la está dejando sin agua…, ¡sin agua! La ciudad no se decide a ejercer el control político legal y legítimo al alcalde que puede ir desde las manifestaciones callejeras, un mitin frente a las oficinas de la Alcaldía, del Concejo, acudir masivamente a los medios de comunicación para exigirle el cumplimiento de su Plan de Gobierno.

Esta ciudad de ocho millones de habitantes, una cifra inmensa de seres humanos soportando sed, permanece sumisa ante una sola persona que ostenta el cargo de alcalde que ni siquiera es nombrado por Dios, lo que obligaría a soportarlo si viviéramos en la antigüedad, tan solo fue elegido por votación popular en pleno siglo XXI. Bogotá, que se enfrenta por una silla en Transmilenio le rinde pleitesía al alcalde que la está dejando morir de sed. La ciudad se doblega ante la altivez no de quien tiene un talento real fundamentado en una reconocida honestidad o sabiduría, sino ante la impostura del incapaz, del mediocre, del embaucador de la élite social…, a la ciudad le gusta que le mientan, que la traten como a una vasalla, le gusta mantener la tradición de la Colonia donde era sojuzgada.

Hay que aclarar ese mito urbano de que Bogotá es una capital rebelde, eso no es cierto. Bogotá es sumisa desde cuando Policarpa Salavarrieta, valiente mujer, dijo a sus veinte años antes de ser fusilada por los españoles, ¡pueblo indolente, cuán distinta sería hoy vuestra suerte si conocierais el precio de la libertad! Porque, Bogotá se entrega a la opresión fácilmente, tanto, que tuvo un alcalde que fue demandado por la valentía de rebajar el valor del pasaje en el Transmilenio, lo destituyeron arbitrariamente por estar en contra de la corrupción, por deshacer los negocios de los privados con el recurso público y la ciudad no fue capaz de sostener esa línea política después de su mandato, se cambió de bando de la manera más traidora consigo misma, se volvió a colocar la soga al cuello; hoy, está caótica, tal y como es la mentalidad de sus tres últimos alcaldes.

Bogotá sufre la esclavitud de un sistema de transporte que le roba cuatro horas al día del tiempo en familia en ese ir y venir del trabajo a la casa. Aguanta toda la vida un empleo donde maltratan y desconocen el pago justo de las horas. Soporta que le destruyan al más hermoso hospital, el San Juan de Dios, que arrasen con la carrera séptima tan abierta a los cielos, que destruyan esa reserva de oxígeno como la Van Der Hammen y los árboles de los cerros del oriente. Tolera un poder político insaciable que crece y estrangula todos los días con el abuso en las tarifas de energía, de agua, de deudas escondidas en el pago del predial…, pero es una ciudad que es incapaz de sostener en el tiempo una convicción política que la salve.

La capital de Colombia mantiene la esclavitud, pero no la rebeldía. Rebeldía no son esos estallidos cortos, uno en cada siglo, que los bogotanos exhiben como el gran talante político paramuno, que son unos brotes de irracionalidad no de rebeldía consciente. Rebeldía es sostenerse en una línea y acción política que confronta el poder todos los días. Rebeldía es que una ciudad no se deje arrastrar al bajo mundo donde la quiere llevar la codicia de los poderosos metiendo su gente bajo los puentes, generándole tristeza por no poder ver crecer a los hijos, desahuciándola de sus viviendas, matándola de sed por la imprevisión del mediocre de turno. El rebelde se sostiene en el tiempo, no claudica y va hasta la muerte como La Pola, Simón Bolívar, Martin Luther King o el rebelde desconocido.

Bogotá La Atenas suramericana es políticamente ignorante, no conoce ni le interesa saber sus derechos, no la mueven esas palabras que lo dicen todo la asamblea popular constituyente es posible porque, el pueblo es soberano, ni se percata del mensaje presidencial yo voy hasta donde el pueblo diga, no importa mi vida…, ni la oposición lo entendió. Veremos, entonces, que cuando el presidente Petro esté próximo a dejar su cargo, Bogotá, propondrá y votará por un candidato tibio, dizque de centro para convocar a todos los sectores, se devolverá en la historia de lo conseguido a nivel de las ideas y acciones políticas progresistas dejadas por este gobierno que son el cuidado ambiental, la economía desde lo popular, el fortalecimiento del campo, los impuestos para los ricos y primero los pobres; ideas que Gustavo Petro arrojó a la tierra infértil de los bogotanos y de los colombianos todos porque, la capital es una muestra del país. Aquí ninguna ciudad es capaz de mantener políticamente la rebeldía, se traicionan a sí mismas como Barranquilla, Cali, Medellín, Cartagena, etc., por eso somos la democracia más estable de América Latina…, porque, sostenidamente, hemos permitido que la élite gobernante menoscabe gobierno tras gobierno, la condición humana de los humildes.

Bogotá no enlaza su tormento permanente en Transmilenio con el sometimiento político a los alcaldes que ha tenido, ni la escasez de agua al alcalde presente, un burgués imprevisivo, disociado del peligro y del momento histórico incapaz de razonar que debe darle prioridad al agua para el consumo de sus habitantes y al cuidado del medio ambiente que crea ese líquido vital; un alcalde tan formalista que ignora que la vida, es la ley…, no la ley, la vida.

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