La ingenuidad de Allende radicó en la creencia de que era posible reformar un Estado cuya esencia está diseñada para proteger los intereses capitalistas por medio del pilar central sobre el que descansa toda su estructura: el poder militar
Revolución Obrera
septiembre 11, 2024
El 11 de septiembre de 1973, Chile enfrentó una jornada decisiva que transformaría radicalmente su historia: el golpe militar encabezado por el dictador militar Augusto Pinochet que derrocó al presidente Salvador Allende. Esta efeméride no solo marcó el fin de un proyecto reformista, sino que también invita a una reflexión profunda sobre la honestidad y la ingenuidad del intento de Allende por reformar el Estado capitalista en lugar de destruirlo y construir uno nuevo basado en los intereses de los trabajadores y campesinos.
Salvador Allende, médico y líder de la Unidad Popular, asumió la presidencia en 1970 en su cuarto intento por hacerse con la misma con una visión clara: transformar Chile en una sociedad más equitativa y justa a través de reformas dentro del sistema democrático existente, es decir, dejando intacta la maquinaria estatal erigida sobre el capitalismo imperialista. Su gobierno se comprometió a implementar políticas de nacionalización, redistribución de la riqueza y reformas en educación y salud; el objetivo del gobierno de la Unidad Popular, según las palabras del «Presidente compañero» en su primer mensaje al Congreso pleno era conformar «la primera sociedad socialista, edificada según un modelo democrático, pluralista y libertario», es decir, era un proyecto político reformista y ecléctico, muy lejano al Socialismo Científico como el que se logró edificar en la URSS y la RPCh. La honestidad de Allende era evidente en su firme creencia de que podía transformar el Estado desde adentro, respetando los marcos legales y democráticos, y manteniendo la paz social.
Allende estaba convencido de que, mediante un proceso gradual y dentro de la democracia burguesa, podría llevar a cabo una transformación profunda del país sin enfrentarse directamente con las estructuras de poder establecidas. Este camino revelaba una admirable honestidad y una fe inquebrantable en la posibilidad de cambio dentro del sistema. Sin embargo, la visión de Allende subestimaba la resistencia que encontraría por parte de las fuerzas económicas y políticas que defendían sus propios intereses.
El Estado chileno, como lo conocía Allende, estaba impregnado de los intereses de una burguesía que no estaba dispuesta a ceder su control sin una lucha feroz y descarnada. La historia mostró que las reformas dentro del sistema capitalista tienen límites insuperables cuando se enfrentaba a un poder tan consolidado. Los intentos de Allende de reformar el Estado se encontraron con un boicot económico devastador, una oposición política implacable y un golpe militar que terminó con su vida y sus planes de reformar el Estado de los capitalistas por la vía democrática-burguesa, dirigido por Augusto Pinochet, militar que el propio presidente Allende había nombrado como comandante en jefe del Ejército reaccionario chileno.
La ingenuidad de Allende radicó en la creencia de que era posible reformar un Estado cuya esencia está diseñada para proteger los intereses capitalistas por medio del pilar central sobre el que descansa toda su estructura: el poder militar. El intento de transformar el Estado desde adentro no tomó en cuenta que, para lograr un verdadero cambio socialista, era necesario destruir por medio de la violencia revolucionaria las estructuras del poder burgués y construir un nuevo Estado dirigido por obreros y campesinos. El socialismo, como lo demostró la experiencia chilena, no puede prosperar dentro de un estrecho marco que perpetúe las desigualdades y privilegios del capitalismo.
El golpe de Estado de 1973 dejó una lección amarga sobre las limitaciones de intentar reformar un sistema profundamente arraigado en el poder económico, político y militar de los capitalistas e imperialistas, específicamente en ese caso, del imperialismo yankee. No obstante, Salvador Allende sigue siendo un símbolo de integridad y valentía en la lucha por la justicia social. Su legado nos recuerda que la transformación radical de la sociedad requiere más que reformas; exige una ruptura con las estructuras existentes y la construcción de un nuevo orden que represente los intereses de los oprimidos.
El 11 de septiembre de 1973 no solo se conmemora el fin de un gobierno reformista sino, que también nos invita a reflexionar sobre las lecciones aprendidas en el intento de transformar el Estado chileno por vías democrático-burguesas, como por ejemplo, comprender la inutilidad que significan los gobiernos que buscan la coexistencia pacífica entre el capitalismo y el socialismo; que es necesario destruir de raíz el poder de los capitalistas y terratenientes; que no se puede confiar en el Estado burgués-terrateniente ni en sus instituciones y mucho menos en sus asesinas fuerzas armadas y de policía. Hoy recordamos a todas las víctimas de la dictadura militar en Chile, a todos aquellos que se atrevieron a desafiar el poder reaccionario y de terror que impuso la burguesía y los imperialistas por medio de las bayonetas. Al pueblo raso que sufrió el exilio, las torturas, detenciones, desapariciones, asesinatos, violaciones, rapto de bebés…Recordamos a aquellos que en medio de las más terribles condiciones, continuaron luchando, desde los que hicieron arte y literatura revolucionaria como canciones, poesía, cuentos, escritos; y también a los que salieron a combatir al régimen militar, haciendo propaganda y organización revolucionaria, y enfrentando directamente a las asesinas hordas salvajes del brutal régimen pinochetista. Y claro, también recordamos a Allende, que murió combatiendo y que tal vez muy tarde comprendió que al final es necesario el uso de las armas para combatir al enemigo de clase que no se va a doblegar por medio del arrodillado pacifismo burgués. La historia de Allende subraya la necesidad de cuestionar y desafiar los fundamentos del poder burgués si se desea construir un verdadero sistema socialista basado en la equidad y la justicia para las amplias masas populares.
Pero también nos invita a reflexionar y cuestionar el papel del reformismo que hoy detenta el poder político en Colombia desde la presidencia de Gustavo Petro. Grandes desafíos debe enfrentar el proletariado en momentos en los que la superexplotación económica, la opresión política y la miserable ideología burguesa continúan predominando en la sociedad colombiana, aún bajo el gobierno de la «izquierda» reformista.
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