Palabras del presidente Gustavo Petro ante la 79° Asamblea General de la ONU
“Es la hora de los pueblos. Si los gobiernos no
pudieron, como aquí se demuestra, y decidieron jugar con bombas y guerras sin
sentidos y matar niños y niñas, entonces es la hora de tomar la solución de los
grandes problemas de la humanidad en las manos de la misma gente, de la gente
sencilla de la humanidad".
“No puedo más que decirles a los pueblos del
mundo, desde la voz débil de un país sin armas de destrucción masiva, sin dólares,
pero hermoso por su diversidad natural y cultural, que ya no es la hora de los
gobiernos, sino la hora de los pueblos".
Naciones Unidas, 24 de septiembre de 2024
Mi hija Antonella
Petro me acaba de mandar un párrafo con el que ella quiere que empiece mi
discurso, así que con el respeto de ustedes voy a leerlo. Es el párrafo de una
niña de 15-16 años y dice así:
“Hoy estoy
orgulloso de presentarme ante ustedes como el presidente del corazón de la
tierra. Así es como nuestros indígenas de la Sierra Nevada denominaron a mi
hermoso país, geográficamente hablando, tiene sentido que nosotros seamos el
corazón del mundo.
Sin embargo, si
somos el corazón, tenemos que dar el ejemplo de unidad, de paz total y de
preservación de la naturaleza. Si el corazón funciona, es un gran avance; sin
embargo, todas las otras partes del cuerpo son importantes, si una falla, el
resto también lo hará.
Por eso es que,
desde el corazón de la tierra, invitamos a todos los países a hacer un acto de
conciencia, dejar a un lado la codicia que está matando al ser humano y a la
madre tierra y dar un paso hacia la paz total".
Hasta ahí mi hija, cumplo sus órdenes y sigo.
Señoras y señores
presidentes del mundo, en este recinto la capacidad de comunicación de un
presidente depende de la cantidad de dólares que tenga en su presupuesto.
En la cantidad
que tenga de aviones de guerra y en el fondo en la capacidad que tenga su país
de destrucción sobre la humanidad. El poder de un país en el mundo ya no se
ejerce por el tipo de sistema económico o político o de ideas que irradie, sino
por el poder de destruir la vida de la humanidad.
Hablarles ya no a los gobiernos, sino a los pueblos del mundo
Los que no
tenemos ese poder de destrucción, al contrario, los que tenemos el poder de sostener
la vida en el planeta, hablamos sin mucha atención prestada y, muchas veces
quizás, solo para nuestros propios pueblos.
Por eso no nos
escuchan cuando votamos que se detenga el genocidio en Gaza, aunque seamos la
mayoría de los presidentes del mundo y representantes de la mayor parte de la
humanidad, no nos escuchan, una minoría de presidentes que pueden detener el
bombardeo,
es decir, no nos escuchan los presidentes de los países que pueden destruir la
humanidad.
Si pedimos que se
cambie la deuda por acción climática, no nos escuchan las minorías poderosas.
Si pedimos que dejen las guerras para concentrarnos en la transformación rápida
de la economía del mundo para poder salvar la vida y la especie humana, tampoco
nos escuchan. Es el poder de destrucción de la vida lo que da volumen a la voz
en el recinto de las Naciones Unidas y congrega a la mayoría de sus
representantes y delegados.
Las campanas doblan hoy por el planeta
No se escucha la
voz de las naciones y pedimos unir el esfuerzo humano en pos de la existencia.
Aquí hablamos, pero no se nos escucha.
Sin embargo,
quizás ya no hablamos para que nos escuchen y dialoguemos con los presidentes
del poder mundial, sino para que escuchen los pueblos del mundo.
Hoy las cosas
están peores que hace un año, se han quemado 11 millones de hectáreas en la
selva amazónica, en tan solo un mes, por el calentamiento global y la crisis
climática. Los científicos dijeron que, si se quemaba la selva del Amazonas,
llegábamos al punto de no retorno climático, donde las decisiones humanas para
detener el colapso ya serán inocuas.
Pues bien, la
selva amazónica se está quemando. Las campanas ya doblan por todo el planeta,
por ti, por nosotros, por la vida y la humanidad, como dijera Ernest Hemingway.
Las campanas no solo doblan por ti, sino por toda la vida. Ha comenzado el fin.
La lógica del genocidio y la desigualdad
Hace un año pedí
una conferencia de paz por Palestina en este mismo lugar, sin que hubiera
estallado aún la primera bomba; hoy tenemos 20.000 niños y niñas asesinados
bajo las bombas y los presidentes de los países de la destrucción humana se
ríen en estos pasillos, con ayuda del poder de comunicación de los medios
mundiales, que hoy están en propiedad de los grandes capitales, reordenan el
mundo sin democracia, sin libertad.
El proyecto
democrático de la humanidad está muriendo con la vida, mientras los racistas,
los supremacistas, los que creen, estúpidamente, que los arios son la raza
superior, se aprestan a dominar el mundo escribiendo el terror de las bombas
sobre los pueblos.
El control de la
humanidad sobre la base de la barbarie está en construcción y su demostración
es Gaza, el Líbano. Cuando muera Gaza morirá la humanidad toda.
El pueblo de Dios es la humanidad entera
Resulta que el
pueblo de Dios no era el pueblo de Israel, no es el pueblo de los Estados
Unidos de Norteamérica, sino que el pueblo de Dios es la humanidad toda y los
niños de Gaza, eso eran humanidad, el pueblo elegido de Dios.
Están matando el
pueblo elegido de Dios, los niños de la humanidad. Hay una razón para este
Armagedón del mundo contemporáneo. En la sinrazón de los gobiernos que aplauden
el genocidio y que no actúan pronto para cambiar las economías hacia la
descarbonización hay
una
lógica. La lógica no está en el mundo político ni en este atril donde hablan
todos los presidentes. La lógica está afuera y se llama desigualdad social.
Oxfam dice que el
1% más rico de la humanidad tiene más riqueza que el 95% de toda la humanidad
junta. Es en esta desigualdad alcanzada, la mayor de nuestra historia como
especie, donde se encuentra la lógica de la destrucción masiva desatada en la
crisis climática y la lógica de las bombas que suelta a un criminal como de
(primer ministro de Israel, Benjamín) Netanyahu sobre Gaza.
Netanyahu es un
héroe para el 1% más rico de la humanidad, porque es capaz de mostrar que los
pueblos se destruyen bajo las bombas.
La riqueza del 1% de la población y el camino a la extinción
Si la riqueza la
medimos en CO2 emitido y no en dólares, tenemos la respuesta: el 1% más rico de
la humanidad es responsable de la crisis climática que avanza y se opone a
acabar el mundo del petróleo y del carbón, porque es su propia fuente de
riqueza. Los políticos, incluidos los presidentes de los países más poderosos de
la tierra, simplemente les obedecen.
Ellos pagan las
campañas, ellos son los dueños de los medios de comunicación, ellos son los que
ocultan la verdad de la ciencia como en la película 'No mires arriba', ellos
son los que dicen qué se piensa, qué se dice y qué debe ser prohibido y
silenciado.
En su poder de
prohibición y censura gritan: ¡Viva la libertad, carajo!, pero es solo la
libertad del 1% más rico de la población mundial que, en su sentir mercantil y
libre, nos lleva a la destrucción de la atmósfera y de la vida.
El libre mercado
no era la libertad, como decían, sino la maximización de la muerte. Ese 1% más
rico de la humanidad, la poderosa oligarquía global, es la que permite que se
tiren bombas a las mujeres, ancianos y niños de Gaza, del Líbano o de Sudán; o
se bloqueen económicamente los países rebeldes que no encajan en su dominio,
como Cuba o como Venezuela, porque necesitan mostrar su poder de destrucción al
99% restante de la humanidad para que los dejen seguir dirigiendo el poder del
mundo y apropiándose y acumulando cada vez más su riqueza.
La oligarquía
global lleva a la humanidad a su propia extinción y la política le rinde
pleitesía, abandonando por completo la idea de la libertad y del poder de los
pueblos, la idea de la democracia. La pregunta que hay que hacer desde esta
tribuna es si los pueblos lo permitirán.
Ya no hay más
tiempo. Los gobiernos son incapaces de detener la extinción de la vida; hoy hay
que escoger si es la vida o es la codicia, si es la humanidad o es el capital.
No puedo más que
decirles a los pueblos del mundo, desde la voz débil de un país sin armas de
destrucción masiva, sin dólares, pero hermoso por su diversidad natural y
cultural, el país de la belleza y las mariposas de todos los colores, que ya no
es la hora de los gobiernos, sino la hora de los pueblos.
El tiempo ya se
acabó. O levantamos la bandera de la vida o nuestros pueblos se llenarán de
cementerios, como nos lo mostró la epidemia. Es la hora de los pueblos y hay
que actuar localmente y concertar mundialmente.
Detener el capital fósil
El capital fósil
no puede seguir, los pueblos deben detenerlo. El veneno arrojado en la
atmósfera es fatal y las chimeneas que lo emiten deben detenerse. Cada rincón
del mundo puede ser una batalla contra esas chimeneas.
Hace un siglo se
levantaba una bandera roja en manos de las multitudes obreras hablando de una
revolución contra el capital. Ese mundo se acabó.
Perdido en el
gigantismo de los Estados y la ausencia de la libertad, la bandera roja no
encontró su lugar en la historia de la humanidad. Pero hoy, con más razón, ya
no para defender una clase, un sistema de ideas, sino para defender la vida
colectiva, se necesita de nuevo la bandera levantada, quizás ya no roja, sino
de todos los colores, una bandera de toda la humanidad para defender su propia
existencia en el planeta.
Inteligencia colectiva
Quizás la palabra
socialismo hoy tiene una nueva significación. Los cerebros, que son la base
verdadera del trabajo, hoy están más conectados que nunca. Hoy el saber humano
es más colectivo que nunca. Ayudarnos siempre fue la magia que nos permitió
sobrevivir durante un millón de años en este planeta. Los individuos solo son
débiles y terminan en manos del fentanilo, la droga de la muerte, de la derrota
humana.
Las personas
somos fuertes si nos ayudamos y esta ayuda alcanza la escala planetaria, la
ayuda mutua, la construcción colectiva del saber, la humanidad como nuevo
sujeto político es la base de una nueva significación del socialismo. Somos lo
más avanzado de la vida, la vida inteligente. Debe defenderse la vida
inteligente y defender las otras vidas de una oligarquía global que la ataca.
Una nueva riqueza
debe construirse, ya no basada en el petróleo, sino en la intensidad, en el
trabajo creador y libre que permite la altísima productividad alcanzada ahora,
incluida la inteligencia artificial a la que hay que controlar desde un poder
público mundial.
La productividad
permite el tiempo libre y creador, la juntura en red de los cerebros humanos,
la mayor potencia jamás alcanzada, y esta red neural de la humanidad es la que
puede permitirnos vencer con la bandera levantada, la bandera de la vida. Ya no
le hablo a (presidente de Estados Unidos, Joe) Biden, a (presidente de Francia,
Emmanuel) Macron, a (canciller de Alemania, Olaf) Scholz, a (presidente de
China) Xi Jinping o a (presidente de Rusia, Vladímir) Putin.
De la China
recojo su idea de un diálogo entre civilizaciones; de Europa, su proyecto de
pacto social; de Estados Unidos, su amor a la democracia original, de sus
padres fundadores; de Suramérica, su diversidad huracanada, su jinete
abanderado, su Simón Bolívar; del África,
sus
tambores que llaman a comunicarnos con los espíritus de la naturaleza; de
Jesús, la idea del amor universal, su juntura de la luz con la vida.
De esas fuentes
civilizatorias y más que están en todos los pueblos del mundo debemos tomar las
fuerzas de la mayor batalla por la vida de la historia humana. Esa batalla,
indudablemente, es una revolución mundial.
Ejército de la vida
Necesitamos
construir el mayor ejército de todos los tiempos, compuesto de guerreros y
guerreras de la vida. El ejército de la vida no tendrá las armas de la
oligarquía global, no tendrá armas nucleares, no competirá por armas ni tendrá
los dineros a manos llenas de los bancos, ni el poder de destrozar los niños en
los genocidios de la oligarquía; pero tendrá el mayor poder de todos: el poder
de una humanidad unida que no se dejará quitar su existencia en el planeta.
Solo hay un punto
de vida infinitesimal, en millones de años luz alrededor del universo y se
llama Tierra; y en ella hay una vida superior, que es la vida inteligente, la
humanidad. No podemos dejar apagar esa perla del universo.
Sin la vida, solo
la oscuridad inerte dominaría y es esa oscuridad inerte la que llena el corazón
y el alma de la oligarquía global y sus ídolos de barro. Le corresponde a la
humanidad dar la batalla.
La hora de los pueblos
Es la hora de los
pueblos. Si los gobiernos no pudieron, como aquí se demuestra, y decidieron jugar
con bombas y guerras sin sentidos y matar niños y niñas, juegos de poder,
entonces es la hora de tomar la solución de los grandes problemas de la
humanidad en las manos de la misma gente, de la gente sencilla de la humanidad.
En lugar de
dirigirnos a gobernantes insensibles, dirijámonos a nosotros, el común.
Dirijámonos a los pueblos para concertar las acciones comunes, las
demostraciones de otro poder democrático.
En medio de ese
poder de la humanidad convertida en conciencia actuante, aparecerán nuevos
gobiernos, nuevos liderazgos. Si la vida vence su extinción, ya no será la
oligarquía global la que gobierne el mundo, será derrocada para construir una
democracia global. Una nueva historia está por comenzar.
Gracias, muy amables.