¿El gobierno agredido o el hampón imperial que, frente a su inexorable declinación, pretende imponer su voluntad sobre todo el mundo? ¿Es razonable, y honesto, culpar a la víctima de una agresión y no al agresor?
ATILIO BORON
Imagen: EFE
Donde el imperialismo es enfrentado, como en Venezuela, no puede haber elecciones libres :: Atilio Boron desde Caracas en Radio AM 530 [Vídeo]
Los sedicentes custodios de la democracia han redoblado su arremetida en contra del gobierno venezolano y las próximas elecciones presidenciales acerca de las cuales ya han dictaminado que serán fraudulentas. Obedientes vasallos del imperio y los poderes fácticos que han debilitado la vitalidad de las democracias, siguen a pie juntillas el libreto elaborado en Washington según el cual no habrá estabilidad democrática en la región hasta que no se ponga fin al “régimen” chavista. Pero más que aquélla a la Casa Blanca le importa otra estabilidad: la de la sumisión de la parte más importante de su declinante imperio, o sea, de Latinoamérica y el Caribe, con o sin democracias, como siempre ha sido. Y el chavismo, como ideario bolivariano, es un obstáculo, dentro y fuera de Venezuela
Lo curioso del caso es que denigran al gobierno de Nicolás Maduro supuestos analistas que convalidaron la designación por parte de Donald Trump de un “presidente encargado” en Venezuela, Juan Guaidó, monstruosidad jurídica y republicana que no perturbó el sueño de los guardianes de nuestras democracias. Uno de los más lúcidos periodistas de la derecha, Carlos Pagni, le dedicó una extensa entrevista a aquel personaje en su programa en LN+, a quien imperdonablemente trató en más de una ocasión como “presidente”. Guaidó cumplió cuidadosamente con el encargo que le hiciera el magnate neoyorquino y legitimó con su firma de “presidente” de Venezuela el robo de numerosas empresas públicas venezolanas, entre ellas CITGO, PdVSA, la Petroquímica Monómeros y consintió que el Banco de Inglaterra se apoderara de lingotes de oro por valor de dos mil millones de dólares propiedad del pueblo venezolano. Un demócrata ejemplar, sin duda, merecidamente elogiado por Pagni y quienes como él pretenden dar clases de ciencia política.
Repasemos: la Argentina de Milei es una democracia, pese a haber arrasado con la división de poderes, conculcar numerosos preceptos constitucionales, cercenado la libertad de prensa, instaurado una corrupta y desfachatada compraventa de votos y favores en el Congreso e impuesto un estilo poco habermasiano de “diálogo democrático” basado en aprietes, gritos, insultos soeces e infinitas descalificaciones a los adversarios. Pero el profeta del anarcocapitalismo se alinea con EEUU e Israel y entrega el país al gran capital nacional y extranjero, y con eso basta para ser tenido como un demócrata.
Maduro, en cambio, preside un “régimen” que en 25 años convocó a 30 elecciones, que perdió dos muy importantes (2007: nada menos que para reformar la Constitución de 1999 y conformar a Venezuela como “estado socialista; y en 2015, para la elección de la Asamblea Nacional) y en ambos casos reconoció la derrota ni bien se conocieron los resultados. Elecciones con cientos de veedores y que invariablemente fueron impugnadas por la Casa Blanca y sus peones locales.
En fin, un gobierno que hizo enormes progresos en la educación y la salud públicas, que recuperó su riqueza petrolera y minera, y que construyó más de cuatro millones de viviendas populares, entre otros logros. Pero igual Maduro es un autócrata que debe ser removido de su cargo cuanto antes, propiciando un “cambio de régimen” en línea con las aspiraciones de Washington. A eso se reduce la ciencia política de la derecha: Milei, un demócrata irrespetuoso y procaz, pero demócrata al fin; Maduro, en cambio, es genéticamente un autócrata.
En relación a las elecciones presidenciales de este domingo la prensa hegemónica denuncia las penurias económicas de la población pero guarda cómplice silencio acerca del origen de esta situación: el bloqueo y las 935 (¡Sic!) medidas coercitivas unilaterales, o “sanciones”, que impuso el gobierno de EEUU a su homólogo venezolano para, tal como Nixon le pidiera a sus asesores cuando Salvador Allende ganó las elecciones en Chile, “hacer que la economía -venezolana en este caso- grite y cruja”. O sea, elecciones que tienen lugar bajo el fuego de una intensa guerra económica, con una capacidad destructiva superior a la de cientos de bombas.
¿Cómo ignorar que si a un país se le impide durante casi diez años que exporte su principal materia prima y además se bloquea la importación de bienes de consumo, insumos industriales, o repuestos requeridos para sus emprendimientos productivos, esta “guerra híbrida” declarada en su contra inevitablemente producirá un descalabro económico ocasionando grandes sufrimientos a su pueblo, haciendo cundir el malhumor y la furia, y distorsionando las preferencias del electorado? Así las cosas, ¿quién es el responsable de la crisis económica y las penurias populares? ¿El gobierno agredido o el hampón imperial que, frente a su inexorable declinación, pretende imponer su voluntad sobre todo el mundo? ¿Es razonable, y honesto, culpar a la víctima de una agresión y no al agresor?
En todo caso, el “ineficiente” populismo chavista ha producido un pequeño y desconcertante milagro: contrariamente lo que ocurre con la esotérica economía de las fuerzas del cielo en la Argentina, la economía venezolana se ha venido recuperando a pesar del bloqueo: ya suma doce trimestres consecutivos de crecimiento y en el primero de este año creció al 7 % anual. Según la CEPAL en 2024 será la de mayor crecimiento de la región y la inflación ha sido abatida. Por último: los rigores del bloqueo precipitaron un positivo cambio en la matriz productiva y por primera vez en su historia la mayor parte de los alimentos que se consumen en el país son de producción nacional.
Bajo estas condiciones: guerra económica y mediática; dinero estadounidense corrompiendo voluntades y conciencias a raudales, todo ello unido a los frecuentes cortes de energía eléctrica, el desabastecimiento, las largas colas para cargar nafta y salarios insuficientes, bajo estas condiciones, repito: ¿podemos hablar de “elecciones libres”? Pese a que como lo ha señalado el Centro Carter, especializado en el monitoreo de elecciones, el sistema electoral venezolano es de los más confiables a nivel mundial y ofrece todas las garantías para la oposición las próximas elecciones no serán libres porque la ciudadanía actuará coaccionada por las restricciones ya señaladas y en donde una población brutalmente castigada por las consecuencias de la guerra económica no dispone de la serenidad y la libertad para votar racionalmente y proteger sus intereses, sus libertades y su bienestar a largo plazo.
En pocas palabras: donde hay subordinación al imperialismo o allí donde éste es enfrentado, como en Venezuela, no puede haber elecciones libres. Las difíciles circunstancias del presente, agigantadas por la manipulación cognitiva de la tiranía mediática, podrían inducir a algunos sectores del electorado -nadie podría decir a ciencia cierta cuán numerosos- a votar con la derecha desde la frustración y el enojo. El inmenso aparato político del imperio, que controla los grandes medios de comunicación y las redes sociales, está induciendo al electorado a votar desde la rabia. En cambio, el presidente Nicolás Maduro ha hecho una campaña electoral titánica apelando a la conciencia nacional de su pueblo y a la revalorización del legado del chavismo. Este domingo al caer la noche sabremos si tan digno esfuerzo fue recompensado por los votos.
Página/12
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Fuente:
https://www.pagina12.com.ar/755275-sedicentes-custodios-de-la-democracia