El común denominador de esas expresiones de derecha y de ultraderecha es su chovinismo xenófobo, el racismo, la abierta hostilidad contra los migrantes.. su embestida contra los derechos sociales adquiridos, las conquistas laborales y, en contraste, el impulso a las políticas fiscales afines a las oligarquías económicas
José Murat*
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Si bien, como analizamos en este espacio, las fuerzas progresistas del amplio espectro socialdemócrata han ido avanzando en el mundo, no deben desestimarse los reductos neofascistas enquistados en algunos países europeos, como el reciente triunfo de Giorgia Meloni en Italia, el protagonismo histriónico de Vox en España y los desatinos de la derecha gobernante en Gran Bretaña.
Con Italia, ya son tres los gobiernos en poder de la ultraderecha en Europa. Habría que sumarle el Ejecutivo polaco, dirigido por dos partidos conservadores de ultraderecha, y el de Hungría, de Viktor Orban, que lleva 12 años en el poder y que ha sido reconvenido por la Comisión Europea por su impronta autoritaria.
El común denominador de esas expresiones de derecha y de ultraderecha es su chovinismo xenófobo, el racismo, la abierta hostilidad contra los migrantes, especialmente los de países rezagados; también su embestida contra los derechos sociales adquiridos, las conquistas laborales y, en contraste, el impulso a las políticas fiscales afines a las oligarquías económicas y a los deciles de mayores ingresos de la sociedad.
También los identifica su rechazo a los derechos humanos y las libertades fundamentales de la mujer y del hombre; me refiero a la libertad de cultos; el espíritu misógino, expresado en la regresión observada en el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo; al furor homófobo alentado desde gobiernos y, en general, el rechazo a la diversidad en las preferencias personales.
Destaca el caso de Italia, donde el mes pasado llegó al poder, con apenas 26 por ciento de la votación total pero reforzada por una alianza de ultraderecha, la neofascista Giorgia Meloni, admiradora de Benito Mussolini y émula de la política elitista y xenófoba del pasado gobierno estadunidense.
Para los analistas locales, las primeras víctimas del nuevo gobierno italiano, considerado el más derechista desde la Segunda Guerra Mundial, podrían ser los derechos conquistados, y ya institucionalizados, después de férreas luchas de la izquierda. A esto se suma la posibilidad creciente de que se desarrollen políticas antinmigratorias restrictivas y discriminatorias, así como fenómenos de persecución a movimientos como el feminista, a grupos asociados a las luchas de las diversidades sexuales y a núcleos religiosos que no forman parte de la matriz hegemónica de Italia.
Por eso, como advierte el académico italiano Steven Forti, autor de Extrema derecha 2.0: “La elección de Meloni, líder de Fratelli d’Italia, de extrema derecha, como primera ministra de Italia, en coalición con Silvio Berlusconi y Matteo Salvini, debe ser una advertencia que llame la atención de las democracias europeas”.
Para empezar, el triunfo de la ultraderecha en Italia ya ha inyectado triunfalismo a su homólogo neofascista español, Vox, que el pasado junio invitó a Meloni a un mitin en Marbella en plena campaña andaluza, y que ahora hace suyo el triunfo de la nueva ministra italiana, triunfo que reivindica como impulso político para su crecimiento en España.
Triunfalismo que se acrecentó artificialmente con el mensaje, en video ampliamente publicitado, que su líder Santiago Abascal recibió la semana pasada de parte del ex presidente Trump, felicitándolo por la defensa de los valores conservadores y la defensa de las posiciones ultranacionalistas.
Sin los extremos de intolerancia de la ultraderecha, pero de clara orientación neoliberal y conservadora, no podemos dejar de señalar los graves desatinos, preludio de un eventual regreso del laboralismo en las siguientes elecciones, del gobierno británico encabezado por Liz Truss, luego del accidentado gobierno del defenestrado Boris Johnson.
Resulta que, entre sus primeras medidas de gobierno, anunció el mayor recorte de impuestos desde 1972 (45 mil millones de libras esterlinas), con acento en los que pagan los sectores más ricos de la sociedad, inspirada en el paradigma monetarista de Milton Friedman de que la reducción fiscal es lo mejor para promover la inversión, el crecimiento y el desarrollo.
En horas, la paridad de la libra frente al dólar se desplomó, las importaciones se encarecieron y la inflación repuntó; los rendimientos de los bonos del Tesoro se dispararon, lo que ineludiblemente impactaba en la deuda pública; entre los daños colaterales más graves, los fondos de los pensionados se quedaban sin liquidez.
Fueron tan adversos los resultados que el gobierno de Truss tuvo que dar marcha atrás en esta regresiva política fiscal, que pretendía reducir impuestos a los segmentos de mayores ingresos, y reducir prestaciones sociales a los más desfavorecidos. El rostro más crudo de la política neoliberal.
En suma, la lucha por un mundo de libertades fundamentales y de derechos sociales resguardados ha avanzado significativamente, pero no está ganada. La historia, en evolución o involución, se forja todos los días.
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* Presidente de la Fundación Colosio
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