Innegable que la situación nos permite pensar que la economía mundial se encuentra en una encrucijada, que al decir de la ley de Murphy “Si algo malo puede ocurrir, ocurrirá”
Autor/a: Luis H. Hernández
La crisis inflacionaria, con signos recesivos estanflacionarios, evidencia el agotamiento del modelo de acumulación neoliberal, ahora en sus postrimerías. La disputa entre continuidad y cambio se prolongará por pocas décadas, y dará paso a un nuevo sistema. Acá algunos rasgos de esta realidad.
Al igual que en los años setenta, la actual situación económica mundial está impactada por el fantasma de la inflación que, para el capitalismo, va resultando peor que el del comunismo.
En aquel entonces, en plena Guera Fría, “En el caso particular de Estados Unidos, luego de registrar tasas de inflación promedio menores a 3 por ciento en la década de los sesenta, la inflación subió sostenidamente y llegó a 12 por ciento a fines de 1974” (Banco Central de Reserva del Perú, 2021). Entonces, se culpó al Estado de bienestar y sus bancos centrales quienes emitían dinero para generar consumidores, es decir, que consideraban esa inflación una condición sine qua non para generar empleo. Esa inflación llevó al cambio del modelo de acumulación Keynesiano por el neoliberal.
El nuevo modelo se propuso controlar la inflación a través de las medidas monetaristas, es decir, controlando el dinero, para lo cual se independizaron los bancos centrales nacionales de los Estados, que quedaban ahora supeditados a los dictámenes de organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, entre otros. Medida financiera acompañada de la privatización de empresas y servicios, el adelgazamiento de los Estados y su corporativización, la disminución de los impuestos a las grandes empresas, la globalización, desnacionalización y transnacionalización de la economía, y la tercerización y precarización del trabajo como la nueva estrategia empleadora; además, se apeló a la deuda pública para que los Estados compensaran sus necesidades fiscales.
El asunto es que cincuenta años después volvemos a lo mismo, pero con nombre propio, como estanflación, es decir, inflación sin empleo (o recesión); así, en Colombia para el mes de septiembre de 2020, la tasa de desempleo del total nacional fue 15,8 por ciento, y en Europa se ubica en 6.7 (14.3 millones de personas). Eso quiere decir que el neoliberalismo no resolvió el problema sino que, al parecer, lo empeoró. En Estados Unidos el Índice de Precios al Consumidor (IPC), que es el indicador clave para medir la inflación, acumula un 8.3 por ciento en los últimos 12 meses (hasta agosto). La zona euro registra un aumento del 4,1, el más alto en trece años, y en el Reino Unido la inflación fue de 4,2 por ciento. En otras grandes economías la inflación también causa estragos; Sudáfrica registró un 5 por ciento en octubre, Brasil un 10,67, Rusia un 8,1, (RPP, 2021 ), en Colombia es de 10,84. No va siendo suficiente que ahora se culpe, principalmente, a los efectos del covi-19 por un aumento repentino de la demanda, y a Rusia por su guerra en Ucrania y su impacto en los precios de los hidrocarburos y los abonos; que pasa por alto el hecho que la internacionalización de la economía acabara con las producciones nacionales de alimentos, en aras de las importaciones. Lo cierto es que las medidas que ahora toman, centradas en el alza de las tasas de interés gatillan, de una parte, el crecimiento de la deuda de los países en donde, paradójicamente, los más endeudados son los más ricos (ver gráfica), y en donde Colombia no esta tan mal; de otra, contraen la inversión y en consecuencia atenta contra el dogma del crecimiento del capitalismo.
Innegable que la situación nos permite pensar que la economía mundial se encuentra en una encrucijada, que al decir de la ley de Murphy “Si algo malo puede ocurrir, ocurrirá”.
En nuestro criterio esa situación ilustra el cierre de la economía de la época moderna que emergió en el siglo XV, sustentada en la energía fósil del carbón y el petróleo, y que se clausura en los años setenta cuando se declara que la producción de petróleo de Estados Unidos había tocado techo o pico, es decir, que había llegado al nivel máximo de extracción de sus reservas. Momento a partir del cual empezaría su declive –no solo en EE.UU. sino en todo el mundo– hasta el agotamiento, que se calcula será en el 2050. Año a partir del cual se da inicio a una nueva época civilizatoria, del Procomún Colaborativo al decir de Jeremy Rifkin, que tendrá como forma fundamental a la energía eléctrica obtenida de fuentes limpias. Factor energético objetivo, que junto al giro comunicacional de la internet –como factor subjetivo– harán emerger unas instituciones totalmente diferentes a las de la modernidad. Asuntos desarrollados ampliamente en No es posible de otra manera –2050–. Pero otros mundos son posibles, libro sobre la crisis civilizatoria que publicará nuestra editorial en próximas semanas y autoría de quien escribe este artículo.
Mientras, el fenómeno tratado forma parte el periodo de transición que estamos viviendo, caracterizado por el conflicto entre los viejos actores que se oponen al cambio y los nuevos que pulsan por consolidarse como coalición de la nueva época. Situación de transición que económicamente se traduce en reactivaciones momentáneas de acumulación, junto a crónicas y permanentes crisis de cierre de época –de 1973 a 2020 se registran 14 crisis, una cada 3.3 años en promedio–; a la par con las alternancias en los gobiernos de los Estados Unidos entre Neoliberales Republicanos y Demócratas Neokeynesianas y, en América Latina entre gobiernos tradicionales de democracias restringidas neoliberales y gobiernos de corte popular; alternancias que se darán hasta mediados del siglo XXI cuando la situación “sea de otra manera”.
Luis H. Hernández
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Fuente: Periódico desdeabajo Edición Octubre 18 - noviembre 18 - 2022