El asteroide se habría formado en el Sistema Solar exterior: contiene agua carbonatada, sales, materia orgánica y una inusual combinación de tierras raras
Pablo Javier Piacente
Los científicos han identificado una inusual combinación de materiales en el asteroide Ryugu, a partir del estudio de 16 partículas de las muestras traídas a la Tierra en diciembre de 2020, por una una pequeña cápsula de aterrizaje de la agencia espacial japonesa (JAXA). Las elevadas concentraciones de tierras raras y otros compuestos confirmarían que Ryugu es un asteroide muy prístino, que representa los comienzos de nuestro Sistema Solar y que podría arrojar luz sobre los orígenes de la vida.
Un equipo internacional de investigadores ha realizado un nuevo análisis sobre las muestras del asteroide Ryugu, capturadas y traídas a la Tierra en 2020 por una misión de la Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial (JAXA). El estudio, publicado recientemente en la revista Science, concluye que Ryugu comenzó su historia en el Sistema Solar exterior, al descubrirse en su composición materiales conformados a temperaturas sorprendentemente bajas de menos de 40 grados Celsius, que no podrían haberse registrado en las zonas más cercanas al Sol.
DESDE EL SISTEMA SOLAR EXTERIOR
Según una nota de prensa de la Universidad Goethe de Frankfurt, en Alemania, uno de los centros académicos que participó del estudio, los investigadores observaron en las muestras que Ryugu está compuesto de materiales de tipo CI, que son muy similares al Sol en términos de su composición química. Hasta ahora, el material CI rara vez se ha encontrado en la Tierra, y cuando se ha identificado ha sido a partir de fragmentos alterados o contaminados al ingresar a la atmósfera o al impactar con nuestro planeta.
Esto confirmaría que Ryugu se originó a partir de un asteroide padre que se formó en la nebulosa solar exterior, desde la cual provendría el material identificado. A esto se suma el hallazgo de una abundante concentración de tierras raras, en proporciones 100 veces más altas que en cualquier otro lugar del Sistema Solar. Todos estos datos marcarían que el asteroide se formó en el área más alejada al Sol.
Ryugu, descubierto el 10 de mayo de 1999, es un objetivo interesante de investigación debido a su alto contenido en carbono, que promete entregar información clave sobre el origen de la vida en el Sistema Solar. Los científicos a cargo del nuevo estudio sostienen que el cuerpo principal de Ryugu se formó aproximadamente 2 millones de años después del comienzo de la formación del Sistema Solar.
LOS ELEMENTOS DE LA VIDA
Los análisis realizados sobre las muestras, utilizando una tecnología que permite una extrema precisión en la detección de su composición química, hicieron posible el hallazgo de agua carbonatada, sales y materia orgánica, que alguna vez formó parte del cuerpo principal de Ryugu. Una gota de agua en el interior de un cristal de sulfuro de hierro incluía además dióxido de carbono (CO2). En estudios previos, se habían identificado aminoácidos, otras sustancias fundamentales para la vida.
Por otro lado, en la superficie de las muestras lograron identificarse estructuras cristalinas que se habrían desarrollado en el agua líquida y el hielo existentes en el interior de Ryugu, en algún momento de su historia. Al parecer, Ryugu fue parte de un asteroide mucho más grande: hace aproximadamente 1.000 millones de años, colisionó contra otra roca espacial. Finalmente, algunos fragmentos se fusionaron y conformaron el asteroide identificado en la actualidad. Esto explicaría la inusual combinación de materiales hallados, muchos de los cuales serían herencia del malogrado cuerpo principal.
Sin embargo, los compuestos identificados podrían ser claves para revelar algunos de los misterios sobre el origen de la vida en el Sistema Solar, y hasta podrían confirmar que la vida en nuestro planeta llegó desde el espacio y no tuvo un origen interno.
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REFERENCIA
Formation and evolution of Cb-type asteroid Ryugu: Direct evidence from returned samples. T. Nakamura et.al. Science (2022). DOI:https://doi.org/10.1126/science.abn8671
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Fuente: