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INCAPACIDAD EN COLOMBIA DE LOS SECTORES PROGRESISTAS PARA GENERAR OPCIÓN DE PODER


Un estado fallido como Colombia gobernado inveteradamente por un régimen canalla

A un año de las elecciones en Colombia: la incapacidad de los denominados sectores “progresistas” para generar una opción que le dispute el poder a la derecha
Talvez por incapacidad dialéctica o por su visión parroquial que nos les permite ver allende las fronteras.

CRONICÓN.NET /

“Política y crimen son lo mismo”, es la triste aunque nada original conclusión a la que llega Vito Corleone, el protagonista mafioso de la novela El padrino del escritor italiano Mario Puzo, recogida seguramente en obras como Antígona de Sófocles; Hamlet de Shakespeare; y Un asunto tenebroso de Balzac, y que viene como anillo al dedo para tratar de hacer una aproximación a la crítica realidad política de un estado fallido como Colombia gobernado inveteradamente por un régimen canalla en el que se han confabulado históricamente las élites del establishment bipartidista liberal-conservador.

Esas camarillas liberales y conservadoras que en el siglo XXI se camuflan en diversos partidos políticos se caracterizan por su raigambre ideológica de derecha y por ser obsecuentes de los dictados de Washington, pero para engañar al electorado se presentan como opciones políticas de “centro”, algo que los politólogos no han logrado definir.

A algo más de un año de las elecciones presidenciales, no obstante el desprestigio y la desazón ciudadana que genera una administración caracterizada por su estulticia y corrupción rampante como la de Iván Duque, da grima observar que aún los sectores denominados “alternativos” no hayan logrado concretar una opción válida de poder. Una opción que posibilite al país salir de su estado de premodernidad al que lo han condenado sus clases dominantes que utilizan la política como herramienta para delinquir y asaltar de manera permanente y sistemática el erario. Una opción, en fin, que permita comenzar a construir democracia y nuclear un gran movimiento para darle forma a un coherente proyecto político de nación.

Los denominados sectores “progresistas” (entre comillas) en Colombia carecen de visión estratégica para moldear un proyecto político de largo aliento, a duras penas plantean un programa de gobierno para un cuatrienio, y sobre todo han demostrado ser incapaces de articular un movimiento político de amplio calado social que fuera la semilla para dar paso a un sujeto político (el motor social que dinamice, promueva e impulse las reformas y los cambios que requiere una sociedad).
Eslogan publicitario para engañar incautos


Recientemente un sector que se autocalifica de “izquierda” en este país y que de tal no tiene nada, pues las vertientes más progresistas colombianas se asimilan a una tibia socialdemocracia que lo único que buscan, como lo han expresado, es ponerle “rostro humano al capitalismo”, como si este sistema económico insolidario y cruel fuera corregible, ha salido con el peregrino eslogan publicitario sin sustento ideológico alguno, según el cual hay que buscar un cambio de “bloque histórico”. Obviamente que no explican en qué consiste este concepto del gran Antonio Gramsci, pues seguramente ni lo han leído, ni tampoco comprenden sus alcances. Simplemente es una frase de marketing que lanzan al desgaire para engañar incautos.

Puede sonar interesante y publicitariamente cala bien, pero para cambiar el “bloque histórico”, según el formidable filósofo sardo, se requiere modificar la “superestructura” (orden legal e ideología social), la cual a su vez está determinada por la “estructura” (las condiciones materiales y las relaciones de producción, en este caso, el sistema capitalista). Para ello se requiere de un sujeto político capaz de generar una “insurrección” en las urnas, cambiando la correlación de fuerzas, eligiendo una representación determinante y por ende mayoritaria en el Congreso de la República que sea factor de sostén y apoyo al mandatario alternativo que hipotéticamente se eligiera.

Desvalorización de la educación política y la batalla ideológica

Como lo ha venido señalando Frei Betto, uno de los máximos exponentes de la Teología de la Liberación y referente político tanto en Brasil como en el continente, el denominado progresismo latinoamericano ha fallado en materia grave en lo que él llama la “alfabetización política”. Y qué decir en Colombia. En este país los líderes que se autocatalogan como “alternativos” se limitan a escribir mensajes por las redes sociales, creyendo que a través de Twitter o Facebook están logrando impactar a grandes audiencias, cuando la cobertura de internet en el país es de 52% en zonas urbanas y 7% en rurales. Se deshecha la importancia de la batalla ideológica, la consolidación del partido o movimiento, la preparación de militantes y cuadros políticos. La militancia política es inexistente así como la posibilidad de acceder a capacitación ideológica. No se le presta atención a la importancia determinante de que la construcción del sujeto político que permita la irrupción de una fuerza capaz de modificar la correlación de fuerzas depende de la instrucción política, de la cultura y del arte. Para avanzar en ese plano, hay que generar necesariamente medios de comunicación alternativos, escuelas de formación y capacitación ideológica, iniciativas artísticas que fomente en la gente el pensamiento crítico, y de esta manera, se torne sujeto.

Al fin y al cabo como afirmaba José Martí, “de pensamiento es la guerra que se nos hace, ganémosla a pensamiento”.


No se quiere ver el espejo de las derrotas de Syriza en Grecia, Corbyn en Reino Unido y Sanders en EE.UU.

Infortunadamente los actores políticos del denominado “progresismo” en Colombia pareciera que se niegan a estudiar y analizar las derrotas recientes de Syriza en Grecia, de Jeremy Corbyn en el Reino Unido y de Bernie Sanders en Estados Unidos, junto a los fracasos de la Socialdemocracia durante el siglo XX para aprender del porqué de sus derrotas. Talvez por incapacidad dialéctica o por su visión parroquial que nos les permite ver allende las fronteras.

En el recientemente aparecido libro The Socialist Challenge Today (El desafío socialista hoy: Syriza, Corbyn, Sanders) de Leo Panitch, Sam Gindin y Stephen Maher (Haymarket Books, 2020), no solo se hace un sugerente análisis de los errores y tropiezos de estos actores políticos y sus agrupaciones partidistas sino que, adicionalmente, se permite trazar una hoja de ruta estratégica que podría llevar a que los sectores progresistas o de izquierda obtengan victorias electorales que les posibilitara materializar sus reformas y propuestas de reivindicación social.

Los autores comienzan por analizar las últimas cuatro décadas de retroceso para los sectores de izquierda, no obstante que distintos movimientos sociales entraron en erupción periódicamente en contra de la guerra, la opresión racial y de género, la globalización y el deterioro del medioambiente. Plantean que dicho retroceso político-electoral se debió en buena medida a la incapacidad de los partidos progresistas o socialistas de cohesionar al movimiento de trabajadores, clases medias y populares, con lo cual, la mayoría de tales protestas se vieron frustradas al no lograr sus reivindicaciones ni cambiar significativamente el equilibrio de las fuerzas políticas, predominando electoralmente los partidos de derecha.

La triste experiencia de Grecia es un buen ejemplo. La ola de huelgas explosivas, ocupaciones y protestas que se dieron desde 2010 en adelante, sirvió para allanar el camino del triunfo electoral de Syriza. Elegido en enero de 2015 con el mandato popular de poner un freno a la devastadora austeridad impuesta por la Troika (el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional), el partido elevó drásticamente las expectativas del movimiento obrero griego y de la izquierda internacional. Sin embargo, en julio de ese mismo año, la dirección de Syriza firmó un “tercer memorándum”, consolidando las mismas políticas de siempre en contra de su mandato electoral. ¿Qué pasó? Según el análisis que hace este libro, mucho antes de llegar al poder este partido de izquierda con Alexis Tsipras, la dirección abandonó su compromiso formal con el fortalecimiento de la clase trabajadora. Se prestó poca atención a los mecanismos mediante los cuales el partido era capaz de generar organización a nivel social. El incremento en las afiliaciones no fue proporcional a la magnitud de la victoria electoral. Aun si el partido logró reclutar a nuevas capas de militantes, en general la dirección hizo muy poco para apoyar a quienes querían desarrollar las potencialidades de este activismo desde el aparato buscando consolidarlo como una fuerza política capaz de cambiar las estructuras socioeconómicas del país.

Los dirigentes de Syriza fueron incapaces de desarrollar planes concretos para solidificar y poner en marcha una fuerza con amplio sustento popular que fuera actor principal en el espectro político griego que permitiera implementar políticas progresistas.

En el caso del exdirigente del Partido Laborista inglés, Jeremy Corbyn, quien a través de su sector considerado radical logró en 2015 la dirección de esta colectividad que se autocalifica de “socialdemócrata”, aunque hoy se puede asimilar de derecha y defensora de los postulados neoliberales, sus parlamentarios, dirigentes locales y bases sindicales fueron totalmente reacios a transformarse. Hubo entonces desde el comienzo de la gestión de Corbyn una gran contradicción interna y en ese pulso terminó ganando el ala conservadora de ese tradicional partido británico.

El desafío una vez que el sector progresista del laboralismo tomó las riendas del partido era cultivar activamente el apoyo popular para construir una alternativa política, pero se hizo una mala lectura de la realidad política interna, creyendo que el espíritu de cambio que animaba a gran parte de la dirigencia y militancia de la colectividad era una realidad latente y que bastaba con saber aprovecharlo. No hubo un compromiso de cambio para implementar un proyecto progresista y ganar a la mayoría de la clase trabajadora implicaba realizar una larga y paciente labor de organización que ni siquiera se intentó.

Según el análisis que hacen los autores del mencionado trabajo bibliográfico, de todas las razones por las cuales Corbyn perdió el liderazgo a finales de 2019, la ausencia de un movimiento social y de trabajadores robusto tal vez haya sido la más importante. Especialmente en las regiones posindustriales, las décadas acumuladas de derrotas y la desaparición de las estructuras del Partido Laborista y de los sindicatos de izquierda dejaron a la gente trabajadora demasiado resignada y atomizada como para que resonara en ellas con la fuerza suficiente el ambicioso mensaje de Corbyn.

Igualmente, la experiencia de la derrota del precandidato presidencial Bernie Sanders al interior del Partido Demócrata en Estados Unidos apunta a la ausencia de un movimiento social fuerte o de un sector de la clase trabajadora que apuntale una opción presidencial de tipo progresista. Es necesario, entonces, lograr articular la parte partidista con los sectores sociales, promoviéndolos para consolidar una gran fuerza política. Si no hay un trabajo de coordinación permanente con estos sectores en áreas como la agitación, la militancia, la capacitación ideológica, el impulso y promoción de cuadros, las mayorías poblacionales seguirán resignadas y subyugadas a la política tradicional.

No basta simplemente con afinar la táctica y la estrategia para los tiempos de campañas electorales, es una de las conclusiones del libro. Se trata fundamentalmente de un desafío a nivel organizativo, cuyo fin es habilitar nuevos procesos de formación de los sectores populares y de la gente trabajadora a quienes les interesaría apostar por un proyecto político de espíritu progresista, englobando a un gran número de identidades y comunidades distintas.

En definitiva, el objetivo debe dirigirse a construir proyecto político mediante la combinación del trabajo electoral, la acción en educación política e ideológica, la articulación entre el partido progresista con los movimientos y sectores sociales, y la agitación de las luchas por democratizar el Estado, para consolidar una fuerza que sea verdadera opción de poder, capaz de irrumpir en las urnas de manera contundente que permita ganarle a las fuerzas conservadoras tradicionales.

¿Qué hay en Colombia?

Casa de Nariño, sede del poder ejecutivo en Colombia.

Lamentablemente en Colombia, ninguno de esos factores se da en la actual coyuntura política del país. El debate, por demás pobrísimo y sin ningún sustento ideológico, se limita a repetir la matriz instalada por la derecha en el sentido de que el país debe superar la “polarización” entre los extremos, para justificar la aparición de un sector que ladinamente se autocalifica de “centro” que representa a un segmento del decadente y corrupto establishment nacional.

El progresismo light de este país a través de sus congresistas e influencers en los medios tradicionales y en las redes sociales está dedicado a la mísera tarea de clamar la unión de los operadores políticos que se consideran de “izquierda” con algunos precandidatos presidenciales de la derecha, trasmutados en opciones de “centro”. Es decir, la unión de una montonera informe sin ninguna base ideológica para tratar de llegar al poder ejecutivo a buscar poner en marcha un pobre plan de gobierno proyectado para cuatro años.

De esta manera, lo que se denomina “progresismo” en Colombia busca disputarle el poder en 2022 al sector de ultraderecha que lidera el cuestionado expresidente Álvaro Uribe Vélez, el único que cuenta en este país con un proyecto político, retardatario, premoderno y mezquino, que le sirve para satisfacer los oscuros intereses de quienes representa.

Complejo desde todo punto de vista disputarle el poder a esta ultraderecha que ha sumido al país en obscenos índices de inequidad social, miseria, corrupción y desinstitucionalización del Estado, cuando el denominado “progresismo” es incapaz de promover una opción de poder sólida, que posibilite la “insurgencia” en las urnas mediante una copiosa y contundente votación, dando paso a la promoción de un sujeto político, ese sí, con capacidad de cambiar el bloque histórico, en términos gramscianos y no de marketing político.

Mientras tanto, los colombianos no tendrán más opción que seguir observando impotentes la continuidad de gobiernos canallas que continúan en su propósito de, en palabras del exvicepresidente boliviano Álvaro García Linera, “privatizar los recursos, disciplinar la fuerza laboral al interior de cada Estado territorialmente constituido, de asumir con los recursos públicos del Estado los costos, los fracasos o el enriquecimiento de unas pocas personas”, en correspondencia con los dictados e intereses del capitalismo neoliberal.
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