Se convoque ya el Comando Unitario ampliado para que este cite un masivo encuentro nacional que dé la orden de iniciar el combate...
Aprendamos del pueblo francés para librar la lucha contra las reformas antipopulares de los financistas y el gobierno
Alejandro Torres
El pasado viernes, 13 de septiembre, París, la capital francesa, fue paralizada por una huelga masiva de los trabajadores del transporte público, 10 de las 16 líneas del metro dejaron de funcionar, lo mismo que la mayoría de las rutas de buses y buena parte de los trenes regionales; en los alrededores de Ciudad Luz los atascos de tráfico cubrían cientos de kilómetros, y por toda la ciudad los indignados trabajadores se reunían en mítines combativos. El lunes 16, las calles volvieron a colmarse de nuevos manifestantes, en especial profesionales: abogados, médicos pilotos, ingenieros. Las masivas movilizaciones, que seguirán en los próximos días y abarcarán a más y más sectores, son la inmediata respuesta de los asalariados galos al anuncio del “presidente de los ricos”, como se le dice a Emmanuel Macron entre las masas, de reformar el sistema pensional. Además, con las huelgas y la toma de las calles los asalariados le respondían al anuncio, del jueves 12, del primer ministro, Edouard Philipe, de que continuaría las conversaciones que estaba sosteniendo desde la semana anterior con los líderes de los grandes sindicatos y de los gremios empresariales y de que consultaría a otros sectores antes de presentar el proyecto de ley a la Asamblea Nacional o imponer las medidas mediante decisiones del Ejecutivo.
El plan de Macron —encomendado al “zar” de las pensiones, Jean-Paul Delevoye, recientemente llevado al gobierno—, cuyos efectos se sentirán a partir de 2025, pretende abolir el régimen actual basado en la solidaridad intergeneracional y reemplazarlo por uno con énfasis en el ahorro individual; ampliar el número de años que la gente requiere trabajar para obtener el derecho —a pesar de que el mandatario hizo campaña en 2017 prometiendo que no tocaría la edad—, y arrasar con los regímenes especiales, que son acordes con las características de diferentes grupos laborales y fueron conquistados tras centenarias y arduas luchas, y unificarlos en un sistema único, universal; aumentar las cotizaciones, que en Francia son las más altas del mundo desarrollado; que los profesionales se jubilen de más edad y doblar sus cotizaciones, mientras promete a los trabajadores de baja calificación y que inician más jóvenes la vida laboral un retiro más temprano, pero superior al actual, desde luego con míseros pagos, lo que los obligaría a hacer más puntos, trabajando más tiempo, para subir la mesada; también plantea un mecanismo de incremento automático de la edad de jubilación en la medida en que crezca la expectativa de vida, y propone que la edad “pivote” sea los 64 años, a partir de los cuales se establecen “incentivos” para pensionarse más tarde y penalidades para quien lo haga más temprano. El gobierno de Nicolas Sarkozy ya había aumentado la edad a 62 años, pero para disfrutar de la pensión, sin ninguna merma, actualmente se debe trabajar hasta entre los 65 y 67 años. A pesar de lo draconiano de la propuesta, los financistas consideran que la tarea quedará a medio hacer, más cuando el propio Delevoye ha dicho que aun así el costo fiscal de las jubilaciones no bajará.
La cantinela sobre la necesidad de estos cambios es similar a la que se escucha a lo largo y ancho del planeta y que tiene como eje denostar de los derechos del obrerismo y los sectores medios, productores de la riqueza: que las gentes se están pensionando demasiado jóvenes si se tienen en cuenta los cambios demográficos, por lo que los jubilados pasan hasta un cuarto de siglo apoltronados en sus sillones; que la tasa de reemplazo, que en Francia es de 61 %, es demasiado alta; que el costo fiscal de los retirados ascenderá en un par de años a más de 10.000 millones de euros; que se gasta un 14 % del PIB en pensiones, muy superior al promedio del 8 % de la OCDE.
A lanzar esta nueva arremetida contra el pueblo contribuyó el hecho de que el banquero de inversión, convertido como por arte de magia en presidente, pensó que los franceses aguantarían semejantes medidas animados por el leve repunte de la economía en los últimos meses y porque su “popularidad” subió a algo más del 30 %, frente al 23 % que tuvo durante el auge de las protestas de los chalecos amarillos, movimiento de estirpe proletaria de los habitantes de los poblados suburbanos y rurales que rodean la capital, quienes con sus gigantescas y radicales movilizaciones del último trimestre del año pasado lograron no solamente echar atrás una serie de medidas como la elevación del precio de los combustibles y la imposición de nuevas cargas a los salarios y las pensiones, sino que hasta obligaron al gobierno a hacer un alza del salario mínimo y tomar otras medidas de alivio para la creciente pobreza.
Al pueblo francés lo indigna aún más la realidad de que todas estas medidas en su contra tienen como contrapartida una runfla de favorecimientos al gran capital, a los inversionistas extranjeros, a los monopolios tecnológicos so pretexto de favorecer a “emprendedores” y trabajadores independientes, generar nuevos empleos y poner a crecer la economía. Macron, desde sus primeros días de gobierno, disminuyó los costos del despido; recortó los impuestos de las corporaciones y las cargas sobre la nómina de los trabajadores de bajos salarios —incluso les aseguró a los empresarios que el alza del salario mínimo impuesta por la pelea de los chalecos amarillos no saldría de sus bolsillos—; abolió el impuesto sobre la riqueza establecido hace alrededor de 40 años; limitó el poder del sindicalismo en el sistema de bienestar social; impuso una mayor flexibilidad de la jornada para acomodarla a los cambios del mercado y evitar los costos del mantenimiento de stocks; acomodó las normas laborales para facilitar tanto el enganche como el despido; disminuyó “el tamaño del estado” reduciendo los empleos públicos; auspició, mediante los pactos por empresa, la atomización de las negociaciones colectivas, debilitando los acuerdos centralizados y por ramas de la producción que les permiten a los asalariados una mejor posición negociadora; en fin, hizo más laxas las normas laborales, redujo los salarios, los beneficios y la estabilidad. Y todo esto buscando “consensos” con las cúpulas sindicales, con lo que logró dividir al movimiento obrero frente a tamaño asalto a sus derechos.
Pero la canalla de especuladores de bolsa, enceguecida por la avaricia y con haber puesto a uno de su entraña en El Elíseo, se está volviendo a estrellar con la resistencia de las masas encabezadas por los proletarios. Lo más auspicioso de estos levantamientos conocidos como a grève (la huelga), incluidos los de los chalecos amarillos, es que no esperan por las órdenes de arriba para lanzarse a resistir, sino que imponen su ley guiados por el instinto clasista que les dicta que si hay algo que cuenta en la táctica de la lucha del pueblo es emprender oportunamente las batallas desechando los embelecos concertadores, que embotan la decisión y conducen a embaucarlo. Además, la lucha de clases en Francia nos convence todavía más de que hoy las reivindicaciones de los proletarios y asalariados de todo el globo son las mismas y contra los mismos enemigos: los oligopolios financieros y sus espoliques.
Aprendamos del pueblo francés y exijamos que se traduzca en hechos la propuesta del Segundo Encuentro Nacional Contra las Reformas Pensional, Laboral y de Salud de que se convoque ya el Comando Unitario ampliado para que este cite un masivo encuentro nacional que dé la orden de iniciar el combate, sin más dilaciones.
Nota: Artículo elaborado con base en información de las siguientes publicaciones: The Economist, Financial Times y The Wall Street Journal.