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SUBORDINACIÓN ESTRATÉGICA DE COLOMBIA A EE.UU SE TORNA EN INSTRUMENTO PARA INICIAR PRÓXIMA GUERRA POR PETRÓLEO

La subordinación estratégica de Colombia ante los intereses de los Estados Unidos no ha parado desde entonces, en especial durante los años de la lucha contrainsurgente y el Plan Colombia.
Trump en el Orinoco
La próxima guerra mundial será, no es atrevido afirmarlo, por las últimas reservas petroleras...

Philip Potdevin


Hernando Carrizosa, de la serie “Referentes” (Cortesía del autor)

La anunciada visita de Trump a Colombia en noviembre es una etapa más en la escalada para usar de fachada al país para una intervención que busca objetivos estratégicos más allá de la remoción del régimen del presidente Maduro.

Los dos salteadores

Dos salteadores de caminos estaban sentados tomando un trago, en un refugio a un costado del camino, comparando sus aventuras nocturnas.

–Yo le paré al Jefe de Policía –dijo el Primer Salteador–, y me fui con todo lo que tenía.

–Y yo –dijo el Segundo Salteador –paré al Fiscal del Distrito de los 

Estados Unidos, y me fui con …

–¡Buen Dios! –interrumpió el otro colmado de asombro y admiración– ¿Te fuiste con todo lo que ese tipo tenía?

–No –explicó el infortunado narrador–. Solo una pequeña parte de lo que tenía yo.

Ambrose Bierce

No existe un antecedente conocido en la historia colombiana de injerencia para deponer un gobierno extranjero, mucho menos el de un país vecino. Ni en los conflictos con Perú en el Amazonas, en 1932, ni en las diferencias con Nicaragua desde el siglo diecinueve en torno al mar e islas frente de la antiguamente llamada Costa de Mosquitos, ni en el incidente diplomático con el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez en torno a Los Monjes en el Golfo de Venezuela, que en ese momento se quiso denominar, desde Colombia Golfo de Coquivacoa, en ninguno de estos casos, pese a la conflictividad que alcanzaron se había visto un pronunciamiento como el expresado en Washington por el embajador colombiano ante ese país: «Se escuchan voces que hablan de operaciones militares unilaterales. Creemos que debe darse una respuesta colectiva a esta crisis. Pero creemos, y déjeme ser bastante claro, que todas las opciones deben ser consideradas» (1). 

Francisco Santos quien, después del Ministro de Relaciones Exteriores, ejerce el cargo más influyente dentro del cuerpo diplomático colombiano, señaló a Venezuela como «una bomba de tiempo lista para estallar» y enfatizó que «el objetivo prioritario es restablecer la democracia en Venezuela». 

El lenguaje utilizado es característico del empleado por los Estados Unidos en vísperas de lanzar ataques contra objetivos estratégicos para sus intereses como ocurrió en las guerras del Golfo Pérsico cuando el propósito expresado –sobre todo en la segunda–, fue «liberar al pueblo iraquí del dictador Hussein». Santos insistió, para no dejar lugar a dudas: «Obviamente, Estados Unidos y Colombia tienen las sillas más importantes en esa mesa». Y, para acabar de remarcar el punto: «es muy ingenuo pensar que puede haber una solución sin un cambio de régimen» (2).

Esta explosión verbal usual en quien fue vicepresidente de Colombia en el periodo 2002-2010, en los sucesivos gobiernos de Uribe Vélez, lo han hecho blanco de humoristas y caricaturistas como niño o adolescente imprudente, ingenuo y desenfocado. Pero lejos de rayar en la ingenuidad ese estilo hace el juego que los gobernantes necesitan para decir lo que ellos no pueden o no quieren expresar abiertamente. En otras palabras, históricamente el bufón de la corte siempre tuvo licencia real para decir las verdades que nadie más podía expresar ante el rey o de boca del rey.

El presidente Duque salió al quite de las palabras de su embajador para decir que él no tiene «ánimos belicistas», pero lo dicho dicho estaba y quedó explícito lo que era un secreto a voces: una alianza entre Estados Unidos y Colombia, su principal aliado en la estratégica esquina noroccidental del continente sudamericano –territorio que los Estados Unidos siempre ha considerado su backyard o patio de atrás– para deponer a Maduro y poner en su lugar un gobierno afecto a los intereses estadounidenses, como lo ha hecho decenas de veces en distintos lugares del mundo.

En el par de visitas realizadas por Duque a Washington, antes y después de su posesión en agosto pasado, el tema de Venezuela siempre estuvo en la agenda, además, del innegable hecho del aumento de hectáreas sembradas de coca en el país. 

En realidad, a Trump, en su intención de «volver a América (es decir, los Estados Unidos) grande de nuevo» –grito de batalla que lo catapultó a la presidencia–, poco le interesa cuántas hectáreas de más o de menos de coca se cultivan en Colombia o qué tipo de régimen está sentado en el Palacio de Miraflores en Caracas o si la ola de migrantes venezolanos llega hasta la Patagonia o no.

Lo cierto es, en primer lugar, que la historia de Colombia está marcada por la injerencia de los Estados Unidos desde tiempos remotos como 1846, cuando mediante el tratado Mallarino-Bidlack le confirieron privilegios a ese país para utilizar el istmo de Panamá, casi sesenta años antes que Teodoro Roosevelt decidiera arrebatarlo en 1903. En 1942 el embajador de Estados Unidos en Colombia manifestó: “Hemos obtenido todo lo que hemos solicitado a este país […] Colombia no ha regateado sino que de todo corazón ha salido en apoyo de nuestra política […] y no existe país en Sur América que se haya desempeñado en forma más cooperadora» (3). 

La subordinación estratégica de Colombia ante los intereses de los Estados Unidos no ha parado desde entonces, en especial durante los años de la lucha contrainsurgente y el Plan Colombia. Cuando el presidente ecuatoriano Rafael Correa no renovó el permiso a los Estados Unidos para usar la base de Manta, el presidente Uribe Vélez concedió, mediante «un acuerdo» en el 2009, el uso de siete bases militares: Palanquero, Apiay, Malambo, Cartagena, Tolemaida, Larandia y Bahía Málaga (4). Si bien la Corte Constitucional tumbó este «acuerdo», por no haber hecho tramite a través del Congreso, los militares estadounidenses no se marcharon, y a través de lo que Sebastián Bitar de las escuelas de Gobierno de la Universidad de los Andes llama «cuasibases» (5) las fuerzas armadas gringas han mantenido su presencia en suelo colombiano aprovechando existentes acuerdos de cooperación (6).

En segundo lugar, y más importante aun, el verdadero interés de los Estados Unidos en Venezuela es su petróleo, cuyas reservas suman, con 300.900 millones de barriles, más que cualquier otro país en el mundo, muy por encima de Canadá, Irán, Irak. Kuwait, Emiratos Árabes y Rusia (7). A lo anterior hay que agregar que la producción petrolera venezolana, que ya tocó bajas históricas de apenas un millón de barriles diarios y que amenaza con colapsar, ha sido enajenada e hipotecada. China ha salido presto a oxigenar la frágil economía del país bolivariano a cambio, por supuesto, de su petróleo.

Las frecuentes visitas de Maduro a su aliado Xi Jinping, demuestran la dependencia de Venezuela con el principal prestamista que tiene la nación sudamericana. La más reciente, en septiembre de este año, sirvió para que ambos países firmaron 28 acuerdos de cooperación, con los cuales la deuda de Venezuela con China subió de 23.000 a 28.000 millones de dólares (8). En otras palabras, la economía de la otrora “Arabia suramericana” vive gracias a la liquidez que le garantiza la potencia asiática a cambio de la producción actual y futura del hasta ahora vital recurso energético, única forma de honrar sus compromisos económicos. 

Antes de que ocurra la anunciada guerra mundial por el agua, la próxima guerra mundial será, no es atrevido afirmarlo, por las últimas reservas petroleras en un mundo globalizado que no logra dar el paso decisivo hacia energías renovables. Esto lo tienen claro dirigentes mundiales como Putin, Xi Jinping y Trump, los tres mandatarios más poderosos del mundo que a la manera de la distopía de Orwell en la novela1984, rotan alianzas y enemistades. Cada uno, por su lado, mueve fichas sobre el tablero global para cuando llegue el momento de disputar hasta el último barril de petróleo con que aún cuenta el planeta.

La segunda guerra del Golfo, impulsada por George W. Bush, en el 2003, y justificada por la denuncia de que el régimen de Hussein fabricaba armas químicas (9), en realidad no tuvo intensión distinta de arrebatar los pozos petroleros del otrora imperio persa, como ya antes había ocurrido con los de Kuwait, en la Primera Guerra del Golfo entre 1990 y 1991, liderada, a su vez, por el padre de Bush. Hoy día, los cinco mil soldados norteamericanos que quedaron después de la invasión y que fueron retirados por Obama, regresaron dos años después para supuestamente luchar contra el estado Islámico. Quienes nunca se retiraron, después de cada una de las guerras del Golfo, fueron las empresas occidentales afectas a los Estados Unidos, como ExxonMobil, BP y Shell (10).

La presencia militar de los Estados Unidos llega a 177 países, es decir, el 70 por ciento de los países del mundo. Lo anterior lo anunció el pasado 23 de julio el presidente de su Estado Mayor Conjunto, el general Joe Dunford (11). En América Latina, tienen presencia, bien sea en bases locales, las llamadas «cuasibases» o bases propias, en México, tres bases, Honduras, tres, Panamá trece, Colombia, siete, Perú, ocho, Paraguay dos (12). Además, el presidente Macri ha autorizado bases norteamericanas en la Triple Frontera y en la provincia sureña de Tierra de Fuego (13). También existe una base en el corazón del Amazonas, en territorio brasileño, en la confluencia de Leticia (Colombia), Tabatinga (Brasil) y Santa Rosa (Perú), en donde desarrollaron operaciones conjuntas en noviembre de 2017 (14).

Por todo lo anterior, no hay duda de que la visita del presidente Trump a Colombia es un paso más en el objetivo final, en medio de la ya declarada guerra comercial con China que emprendió desde que ascendió al poder, y en contravía a todo lo efectuado por su predecesor en la Casa Blanca, de tender puentes de cooperación entre ambos países, de arrebatarle el petróleo venezolano al régimen de Xi Jianping, algo que los chinos no estarán dispuestos a tolerar. En la reciente visita de Maduro a Pekín, el canciller chino y consejero de Estado, Wang Yi manifestó que «pese a las complejas circunstancias internacionales, China está dispuesta a trabajar con Venezuela para fortalecer los intercambios y la amistad entre ambos países», para lo cual será necesario «optimizar los modelos de cooperación a fin de enriquecer la asociación estratégica» (15). 

Por su parte, el presidente Duque, con su conocida admiración por los Estados Unidos, expresada ya desde sus columnas de opinión en Portafolio entre 2010 y 2013 (16) antes de soñar con ser ungido por Uribe Vélez para ser presidente de Colombia, es un maleable instrumento, solícito a los intereses norteamericanos, dada su inexperiencia política y de estadista. Presionado por la ominosa figura de Trump, podría sucumbir a la tentación intervencionista y servir a los intereses de su principal aliado económico y militar, para fraguar, directa o indirectamente, un abanico de opciones que van desde el apoyo a intentonas golpistas –que ya se comienzan a manifestarse entre oficiales descontentos–, la del magnicidio a través de oscuros agentes o en caso extremo, improbable pero no descartable, un conflicto armado en el que todas las partes saldrían perdiendo. Por ahora, Trump y su gobierno proseguirá presionando en lo diplomático, ahogando en lo económico, amenazando con mensajes velados como el expresado por el embajador de Colombia en ese país. Toda una serie de recursos para dificultar la recuperación económica de Venezuela, incrementar el descontento entre la población y aislarla en lo internacional, para de esa forma tenderle una base social al cambio de régimen que conduzca al objetivo final: el petróleo venezolano. ν
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3. Vega Cantor, Renán, La dimensión internacional del conflicto social y armado en Colombia: injerencia de los Estados Unidos, contrainsurgencia y terrorismo de Estado, en Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia, Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2015, p. 729

4. Vega Cantor, p. 778.

5. Bitar, Sebastián, Sebastián Bitar, “La presencia militar de Estados Unidos en América Latina: bases y cuasibases”, Ediciones Uniandes, Bogotá, 2017




9. La cual después se demostró infundada y no más que un complot en el que cayó el propio general Colin Powell, quien ante una asamblea de la ONU en Johannesburgo mostró una probeta con, supuestamente, ántrax, fabricado en Irak y, basado en esa «evidencia» lideró la invasión a Irak. Concluida la guerra admitió haber sido engañado por las fuerzas de inteligencia de su propio país cuando le entregaron la probeta con la supuesta arma química, y por ello renunció discretamente de su cargo como Secretario de Estado.







16. Duque Márquez, Iván, El efecto naranja, innovación e ideas políticas en la sociedad poscrisis, cuarta edición, Bogotá, Planeta, 2018. 
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* Escritor. Integrante del Consejo de Redacción del periódico Le Monde diplomatique, edición Colombia.
Le monde diplomatique, edición Colombia Nº182, noviembre de 2018

Fuentehttps://www.desdeabajo.info/colombia/item/35554-trump-en-el-orinoco.html

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