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OBAMA, UN TRIUNFO SIN MUCHA ESPERANZA


EE.UU: Obama triunfa sin mucha alegría y con poca esperanza

Marco A. Gandásegui, h.
Alainet.org


El triunfo electoral del presidente Barack Obama no sorprendió. Los observadores políticos predecían su victoria, aún por estrecho margen. En todo caso, su triunfo fue más obra de su contrincante, Mitt Romeney, que del propio mandatario norteamericano. Durante su campaña, el presidente reiteró una y otra vez las fallas que el pueblo de su país le había criticado. En primer lugar, su obsesión por salvarle a los banqueros sus inmensas fortunas adquiridas en los últimos años. En segundo lugar, mantener y reforzar el enorme aparato militar a escala global. Por último, Obama ganó a pesar de apagar la luz de la esperanza que prendió en la campaña de 2008.

Pareciera que la estrategia de Obama y de su equipo es mantener un delicado equilibrio entre las fuerzas que intentan recuperar el poderío industrial de EEUU y los sectores que optaron por apropiarse de una creciente porción de las riquezas mundiales. Los primeros creen que pueden recuperar las tasas de ganancias perdidas en los últimos lustros incrementando la masa de trabajadores empleados a escala mundial. Los otros, apuestan a lo que llaman la “captura de las ganancias”. Es decir, adueñarse de todas las riquezas producidas sin necesidad de hacer partícipes a los trabajadores de una porción, aunque pequeña, de los excedentes.

Obama repitió durante su presidencia, y continuó durante su campaña, que tenía como objetivo reducir el desempleo e impulsar el consumo de los trabajadores. Los financistas, las capas medias, los trabajadores y el mismo Obama creyeron poco en el discurso. Tenía la ventaja sobre su adversario en la medida en que éste le prometía al electorado más de la medicina que ofrecía George Bush: Pérdida de poder de compra, ninguna posibilidad de recuperar el estilo de vida que incluyera bienes de consumo duraderos – vivienda, carro, otros – reducirle los impuestos a los más ricos y continuar exportando empleos al exterior. Incluso, Romney lo enmarcó en una fantasiosa relación de “libre comercio” con América latina.

Sin decirlo, Obama representa el gran capital norteamericano y sus socios globales que buscan desesperadamente una solución a la parálisis ¿recesión? De la economía capitalista. No tienen una solución que ofrecer y temen cometer un error pueda tener resultados catastróficos. Están atrapados en un círculo vicioso que no avanza y los lanza a guerras sin estrategias y aventuras guerreristas sin fin.
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Operan bajo el supuesto que el problema se reduce a resolver el problema fiscal de EEUU. Obama y los republicanos se pelean en torno a lo que llaman el “precipicio fiscal”. Es decir, la deuda de EEUU ha superado el producto interno bruto, en gran parte, culpa de las guerras de Bush y el despilfarro. Obama prometió controlarlo y no pudo debido a las peleas con los republicanos. Obama insiste en que se puede equilibrar el presupuesto si los ricos pagan impuestos, si se pone fin a las guerras y se recortan programas innecesarios. Los republicanos aseguran que se puede bajar el presupuesto sin cobrarles impuestos a los ricos y aumentando el presupuesto militar.

El problema de fondo, sin embargo, es que la economía no produce las riquezas necesarias para mantener una máquina tan grande y sofisticada como la de EEUU. Se sigue endeudando imprimiendo más billetes y ofreciéndolos como crédito a todos los países del mundo. Obama tiene la obligación de parar el juego o el país se cae por el “precipicio fiscal”.

La política republicana durante la campaña prometió más guerras, más pobreza e inestabilidad global. A pesar de lo peligroso que representa este camino, muchos sectores frustrados de EEUU platean aún posiciones radicales, que incluyen enfrentamientos innecesarios. Para quienes racionalizan este pensamiento conservador neo liberal, se refugian en la tesis de la creatividad destructiva. Es decir, para construir una sociedad nueva hay que destruir lo existente, especialmente a las organizaciones laborales y la riqueza cultural acumulada durante varias generaciones.

Obama insistió en su programa basado en elevar los niveles de productividad, incursionar en áreas tecnológicas renovadas e incrementar la competitividad de la industria de punta de EEUU. Todos se reducen a elevar la tasa de ganancia. Este discurso presenta serias dificultades para alcanzar su objetivo. En primer lugar, para alcanzas esas promesas tiene que invertir fondos que no tiene. Por el otro, la propuesta implica dejar atrás una mayoría de los trabajadores tanto norteamericanos como del resto del mundo. Los logros en su momento pueden ser espectaculares (telecomunicaciones, el programa espacial, Internet y los inventos militares) pero su capacidad para continuar revolucionando el sistema capitalista se enfrenta a sus propias contradicciones.

El capitalismo del siglo XX – y su variante norteamericana – logró constituir un bloque hegemónico que incluyó tanto a empresarios como trabajadores en EEUU. El bloque pareció consolidarse con el colapso de la URSS y el triunfo de Obama en 2008. Incluso, la declinación económica no hace mella significativa – aún – sobre la hegemonía cultural. Es interesante notar que según un estudio reciente, mientras que el 80 por ciento consideraba el sistema de “mercado” el mejor para EEUU en la década de 1980, en la actualidad, bajo a sólo el 50 por ciento.

El triunfo de Obama sin mucha alegría y con poca esperanza, es posiblemente una primera señal de una crisis de hegemonía que ponga fin al culto al mercado y al consumo.

El gran ausente en la campaña electoral norteamericana de 2012 fue América Latina: Cuba, México y Venezuela, estrellas en la agenda política de Washington fueron opacados por otros problemas. No es que no existen. Es que para ambos partidos de EEUU, los puntos de inflexión (issues) no eran relevantes para definir las posiciones más significativas. El discurso de Obama se olvidó de 2008, de Bush, Guantánamo, Chávez, los hermanos Castro y engavetó la migración de millones de mexicanos. Romney, a última hora, mencionó su interés en resucitar a ALCA, supuesta salvavidas norteamericana frente a la creciente competencia china. Obviamente, América Latina ocupa un lugar en la agenda. Pero este se encuentra en el mercado cultural, alta tecnología, el control sobre la guerra contra las drogas, la dominación militar y el monopolio agrícola. No compite en las áreas de los commodities (materias primas), finanzas regionales e industria pesada o transporte.

Los próximos cuatro años de Obama estarán concentrados en negociaciones con China y sus amigos asiáticos, en someter al Medio Oriente y reordenar su alianza europea donde Alemania será el eje principal. En los márgenes de su política, tendrá cuidado de no perder de vista a África y a América Latina. Un mal paso o una nueva correlación de fuerzas con China, sin embargo, puede tener un impacto inesperado sobre lo que hoy constituye una relación triangular entre Obama, los líderes chinos y los países latinoamericanos.

Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA) http://marcoagandasegui11.blogspot.com

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Obama: de la esperanza al menos peor de los males

Desdibujado por sus propias vacilaciones y desgastado por cuatro años en la Casa Blanca, Barack Obama fue relecto ayer para un segundo periodo presidencial, tras obtener la mayoría absoluta de los delegados en el colegio electoral e imponerse en forma clara a su rival del Partido Republicano, Mitt Romney.

Aunque el triunfo de Obama resulta impecable en la peculiar y poco democrática lógica electoral estadunidense –en la cual los ciudadanos votan por delegados al colegio electoral, no por candidatos presidenciales–, es inevitable contrastar la ventaja obtenida ayer por el político afroestadunidense con el contundente resultado que obtuvo en 2008, cuando llegó a la Oficina Oval con el respaldo esperanzado de los sectores mayoritarios de la sociedad y con una diferencia de más de 10 millones de votos sobre su entonces contendiente, John McCain. Ayer, en cambio, a duras penas logró los votos electorales necesarios para mantenerse en la Casa Blanca.

Tal diferencia no sólo lleva a recordar el carácter antidemocrático del sistema electoral del país vecino, impresentable según los criterios modernos, sino pone en perspectiva el desgaste que ha experimentado la figura de Obama durante el último cuatrienio, en el cual el mandatario perdió el halo de esperanza que lo acompañó como candidato en los comicios de 2008 y se ha convertido en un político más del establishment; ha transitado de sus pretensiones originarias de reformador social a ser un administrador más del maltrecho modelo neoliberal, incapaz de meter en cintura a los intereses especulativos que causaron el descalabro económico de 2008-2009, y se ha desentendido de los aspectos más avanzados de su agenda de cambio –la reorientación de las prioridades presupuestales hacia la atención de los sectores mayoritarios; las reformas migratoria y al sistema financiero, la ampliación del sistema público de salud, la moderación del belicismo y colonialismo estadunidenses, entre otros aspectos–, con miras a granjearse simpatías del electorado conservador y de los grupos de poder real en el vecino país del norte. Así pues, el primer periodo presidencial ha representado, para los ámbitos liberales y progresistas de la sociedad estadunidense, el inicio de un periodo de desilusión sobre la perspectiva de que se concreten los virajes internos que requiere ese país en todos los ámbitos.

Es difícil pensar que el segundo mandato de Obama se acompañará de una recuperación de esa voluntad de transformación política, económica y social de la superpotencia, toda vez que la tendencia histórica de los presidentes estadunidenses, una vez que son relectos en el cargo, es moderar los aspectos más radicales de sus agendas programáticas: así ocurrió con el acomodo del gobierno de Washington a los intereses financieros y empresariales durante el segundo gobierno de Bill Clinton, y otro tanto puede decirse de la moderación del fundamentalismo neoliberal y del terrorismo de Estado durante la segunda administración de George W. Bush.

Si se toma en cuenta que el propio Obama se encargó de desdibujar su programa desde su primer periodo presidencial, y que en lo sucesivo tendrá que hacer frente a su segunda gestión con una cámara baja dominada por los republicanos, es previsible que el vecino país asista en los próximos cuatro años a la disolución total de la amplia coalición informal que llevó a Obama al poder en 2008 bajo el efecto del desaliento.

En suma, en contraste con el sentir de entusiasmo que acompañó el arribo de Obama a la Casa Blanca hace seis años, la victoria electoral alcanzada ayer puede explicarse más como consecuencia de un rechazo al conservadurismo republicano que del apoyo a una propuesta demócrata vaga y difuminada. Si el arribo de Obama a la presidencia hace cuatro años fue resultado de un extendido sentimiento de esperanza, su permanencia en el cargo se produce ahora en un clima de resignación.

http://www.jornada.unam.mx/2012/11/07/opinion/002a1edi

¿Por qué ganó Obama?

 
 
Por Atilio A. Boron

Escasamente la mitad de la población mayor de 18 años (lejos del record de la elección de John F. Kennedy, en 1960: 62.8 por ciento) se acercó el martes a las máquinas de votar para enfrentar un cruel dilema: ¿a quién elegir? Haciendo a un lado la retórica de ambos candidatos y las inverosímiles promesas reiteradas por sus comandos de campaña la elección era entre el malo y el peor. El malo porque, como lo demuestran fehacientemente las estadísticas oficiales, la situación de los asalariados que constituyen la vasta mayoría de la población de Estados Unidos no sólo no mejoró sino que, por comparación con sus conciudadanos más ricos, se empeoró sensiblemente. Un ejemplo basta y sobra: según la Oficina del Censo en el 2010 el ingreso de una familia promedio fue de 49.445 dólares, o sea, un 7.1 por ciento debajo de la cifra de 1999. Y, debido a la profundización de la crisis económica general, en los dos años posteriores esta tendencia lejos de revertirse se acentuó. Si tal como lo hicieran en generaciones anteriores esa familia quisiera enviar a uno de sus dos hijos a cursar una maestría, por ejemplo, en la Harvard Kennedy School, debería afrontar un costo total (matrícula más seguro médico, más alojamiento y alimentación) de 70.802 dólares anuales, lo que explica el fenomenal endeudamiento de la familia tipo en los Estados Unidos y el hecho de que cada vez queden menos estudiantes norteamericanos en las universidades de élite de ese país. Pero aquel promedio es engañoso, porque la familia tipo afroamericana tiene, según el mismo organismo oficial, un ingreso medio de 32.068 dólares, y los latinos de 37.595. Si unos y otros esperaban más de un presidente afroamericano sus esperanzas se desvanecieron durante el primer turno de Obama. Por eso decimos que eligieron al malo que rescató bancos, fondos de inversión y grandes oligopolios -cuyos CEOs siguieron cobrando decenas de millones de dólares al año por sueldos, premios, compensaciones, bonos y otras triquiñuelas por el estilo- mientras que el salario por hora de los trabajadores permanecía, ajustado por inflación, en los niveles de finales de la década de los setentas. En términos prácticos: ¡más de treinta años sin un aumento efectivo de la remuneración horaria! Ni hablemos de otras acciones del insólito Premio Nobel de la Paz, tales como escalar hasta lo inimaginable la política pergeñada por George W. Bush de asesinatos selectivos mediante la utilización de drones (en países con los cuales Estados Unidos ni siquiera está en guerra, como Paquistán, Palestina y Yemen); el vil linchamiento de Khadafi; el mafioso asesinato de Osama bin Laden frente a su familia, al estilo de la masacre perpetrada por Al Capone y sus muchachos la noche de Saint Valentine de 1929 en Chicago; el desenfreno del espionaje interno y externo y la intercepción de correos, mensajes de texto y telefonemas sin ninguna orden judicial denunciada por la American Civil Liberties Union entre otras bellezas por el estilo.

Pero si Obama era la opción mala, Romney era mucho peor. El primero es un representante del capital, pero el segundo es el capital, y en sus versiones más degradadas y fascinerosas. Sus vinculaciones con los fondos buitres, entre ello uno que acosa a la Argentina, son bien conocidas; su absoluto desprecio por la suerte de los trabajadores de su país fueron inocultables. Fulminó con una crítica racista y clasista al 47 porciento de la población que “no paga impuestos” y cree que el gobierno debe ofrecerle gratis salud, educación, vivienda y comida. Este comentario, tan absurdo como incorrecto, empíricamente hablando, fue agravado por Paul Ryan, su candidato a vicepresidente impuesto por el Tea Party. En su delirio reaccionario Ryan llegó a decir que la “red de seguridad social” que hay en Estados Unidos se había convertido en una cómoda hamaca en donde los pobres dormían una plácida siesta confiados en que el Big Government vendría a satisfacer sus necesidades. Como si lo anterior no fuera suficiente Romney se encargó de decir que reduciría aún más el impuesto a los ricos (pese a que varios de ellos, como el multimillonario Warren Buffet, confesaron que era ridículo e inmoral pagar, en proporción, menos impuestos que sus empleados) y que apoyaría sin titubeos a las fuerzas del mercado, al paso que hizo reiteradas declaraciones que evidenciaban un desbordante belicismo en el plano internacional. Rusia fue caracterizada como “enemigo número 1” de Estados Unidos, insinuó que lanzaría una guerra comercial con China (lo que hubiera provocado una verdadera debacle en su país) y amenazaba con promover acciones militares más enérgicas contra Irán, Siria, Cuba y Venezuela. En fin, lo que se dice un verdadero monstruo político ante lo cual el reticente electorado norteamericano optó, si bien a regañadientes, por el malo, convencido de que el otro representaba lo peor en su forma químicamente pura.

Buenos Aires, 7 de noviembre de 2012.

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