Quienes hacen de la muerte una tragedia no creen en otra vida: eso son los creyentes, paradójicamente.
Por Ulises Casas Jerez
El culto a los muertos tiene origen en las sociedades sedentarias, miles de años posteriores a las sociedades tribales nómades. No podemos concebir el entierro del cadáver de un miembro de los grupos nómades, origen de las sociedades humanas que ingresan al período de sus sedentarización. En ese peregrinaje nómade era imposible detenerse a arreglar el cadáver de quien o quienes encontraran la muerte enfrentados al mundo material y animal en la necesidad de sobrevivir.
Ya en un período de la evolución humana, cuando se establece formas sedentarias generadas en la domesticación de animales y el cultivo de algunos productos alimenticios, la muerte de un miembro de la comunidad se presenta como algo que se debe atender; en primer lugar cómo se dispone del cadáver. Y ahí se inicia el proceso que, posteriormente dará lugar al culto de los muertos.
El ser humano se resiste a morir porque vive sobre una necesidad que desconoce: las leyes de la evolución son desconocidas incluso actualmente; sabemos que hay pueblos en los Estados
Unidos de Norteamérica en donde se penaliza la enseñanza de la evolución, se prohíbe leer a Darwin; y esto subsiste actualmente. Los protestantes, en sus diversas sectas, solo permiten leer la Biblia a sus fieles. Para ellos todo lo que dice, textualmente, la Biblia es objeto de verdad, de fe.
Pero nos encontramos con un fenómeno social: la mayor parte de las gentes creyentes, no solo lamentan la muerte de sus “seres queridos”, sino que para ellos es una verdadera tragedia: el llanto, el grito desgarrador, el abrazo trágico que se le da por parte de las amistades, etc.; sin embargo, mucha de esa efusividad es hipócrita, es la doble moral que instituyó el cristianismo luego de haber ascendido al poder político de la mano del Emperador Constantino en Roma.
Cada uno de los creyentes afirma creer en que su pariente va al cielo, va al “seno de dios” y con esa esperanza le pide que desde ese “otro mundo” vele por ellos; lo despiden con la esperanza de que estará en el “paraíso” gozando de las delicias del cielo en donde está dios.
Entonces, la pregunta: ¿ si eso es así, si en esa “otra vida” está al lado de dios, en el paraíso, porque se llora, porqué la tragedia por su muerte, porqué el luto riguroso que se lleva luego de esa muerte?.
Lo inconsecuente de estas conductas en los creyentes, nos induce, en la lógica, a considerar que quienes hacen de la muerte de sus “seres queridos” una tragedia, un dolor inmenso, no creen; si creyeran festejarían la muerte; eso hacen numerosas comunidades humanas que son consecuentes con esa creencia; eso hacían tribus antiguas cuando al lado del muerto adjuntaban provisiones para su “viaje” o enterraban a su lado a otros allegados para que los acompañaran. Actualmente algunas familias o grupos sociales “despiden” al muerto con música y jolgorio. Éstos son los consecuentes pero son minoría en el conjunto de la Humanidad. El culto a los muertos sigue siendo una costumbre de siglos pero esa tradición solo obedece a prejuicios y mitos sustentados en la ignorancia de la materialidad del Universo, su infinitud y eternidad.
Quienes pensamos filosóficamente en la materialidad del Universo, nunca celebramos ni alegre ni tristemente la muerte de nuestros allegados; para nosotros no se trata de que sean o no familiares si son allegados nuestros de alguna manera. A todos damos el mismo trato: el natural concepto de que la muerte es parte de la vida. No podemos entrar en los espacios de las grandes ceremonias ni religiosas ni laicas. Simplemente les daremos el trato de lo que ha pasado, de lo que ha muerto y ha de ser incinerado como medida de higiene. Porque también hay algunos que los dejan en sus casas.
Ulises Casas Jerez