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Atilio A. Boron. “Las ciencias sociales en la era neoliberal: entre la academia y el pensamiento crítico”
CLACSO / Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
Conferencia Magistral pronunciada en el XXV Congreso ALAS (Asociación Latinoamericana de Sociología), Porto Alegre, Brasil, 22 al 26 de agosto de 2005
(Fragmento)
Dos nefastas tradiciones intelectuales
En primer lugar, entiendo que es posible establecer un parangón entre la reestructuración del capitalismo en el último cuarto de siglo y el neoliberalismo como una corriente ideológica que expresa este proceso en el plano de las ideas. Corriente que, digámoslo de entrada, no es sólo ni exclusivamente económica, sino una filosofía integral. Sería un gravísimo error de nuestra parte concebir al neoliberalismo simplemente como un programa económico. Ojalá fuera eso, pues entonces se trataría de un rival mucho más fácil de derrotar.
El triunfo ideológico del neoliberalismo es el de una concepción holista de la sociedad, de su naturaleza, de sus leyes de movimiento -explicadas desde las antípodas de las que postula el marxismo- y de un modelo normativo de organización social. Así como Marx en algún momento dijo que la Economía era la ciencia de la sociedad burguesa -por supuesto refiriéndose a la Economía Política Clásica y a los grandes fundadores de esta disciplina, básicamente Adam Smith y David Ricardo, y no a los pigmeos que se proclaman sus sucesores-, hoy podríamos decir que el neoliberalismo es la corriente teórica específica del capitalismo en su fase actual. Esta perspectiva ha tenido una gravitación extraordinaria en América Latina y ha ejercido una profunda influencia sobre la Sociología y las Ciencias Sociales.
El postmodernismo, a su vez, podría ser cabalmente definido como un pensamiento propio de la derrota, o tal vez un pensamiento de la frustración. Es decir, es el resignado reconocimiento de que ya no hay transformación social posible, de que la historia ha concluido (aunque sus exponentes se horroricen ante esta conclusión que los hermana con la obra de Francis Fukuyama) y de que lo que hay es lo único que puede haber. El postmodernismo como actitud filosófica refleja el fracaso de las tentativas de transformación social en los capitalismos metropolitanos en los años de la posguerra. Su ancestro -de muchísima mayor calidad teórica y compromiso político, por cierto- podría ser el “marxismo occidental” que Perry Anderson identificara como producto del fracaso de las revoluciones en Occidente al finalizar la Primera Guerra Mundial. Podría hipotetizarse que el punto de partida del postmodernismo sería el fracaso de lo que Wallerstein denomina en el informe Gulbenkian -a mi juicio un tanto exageradamente- “las tentativas revolucionarias del ’68 en Europa”. Personalmente creo que no hubo tentativas revolucionarias en el ’68 europeo. Lo que hubo fue una serie de revueltas populares, que no es lo mismo. Esas revueltas fueron aplastadas primero, y luego sus líderes fueron cooptados por el sistema, al punto tal que alguno de ellos son hoy figuras importantes del neoliberalismo europeo. El postmodernismo es hijo de esta tragedia.
En el terreno más concreto de las Ciencias Sociales se comprueba que el neoliberalismo ha instaurado la barbarie del reduccionismo economicista que hoy nos aqueja. Su impacto se corrobora en la exaltación del influjo de los elementos económicos en todo el conjunto de la vida social. Estos no son concebidos, como se hace en la tradición marxista, como elementos articuladores de una totalidad compleja, mediatizada y dialéctica, siempre en movimiento, sino como factores causales aislados que en su predominio se convierten en los únicos hacedores de la historia. Al hablar de barbarie economicista me refiero por ejemplo al individualismo metodológico que pesa sobre algunas teorías y ciertos supuestos epistemológicos, que entre otras cosas consagra -no por casualidad- la desaparición de los actores colectivos (las clases sociales, los sindicatos, las organizaciones populares, etc.) y la exaltación del formalismo matemático como inapelable criterio de validez de los argumentos sociológicos, lo que en el mejor de los casos no es otra cosa que una hoja de parra pseudo-científica bajo la cual se pretende ocultar que el rey -es decir, el pensamiento convencional de las ciencias sociales- está desnudo.
Los supuestos del pensamiento neoliberal que vertebran la teoría económica neoclásica han colonizado buena parte de las ciencias sociales. ¿De qué supuestos se trata? De los que predican que los únicos sujetos relevantes de la vida social son los actores individuales, respecto de los cuales se asegura que: (a) cuentan con plena y adecuada información sobre el universo en el cual se desenvuelven; (b) lo anterior los habilita para tomar decisiones fundadas racionalmente en la ponderación precisa de costos y beneficios, y por lo tanto (c) pueden actuar con plena libertad y adecuado conocimiento para satisfacer sus intereses egoístas. Este modelo, extraído de la ficción del “homo económicas”, se aplicaría por igual a todas las esferas de la vida social, desde las cuestiones más crematísticas tratadas por la economía hasta las más elevadas manifestaciones del espíritu humano.
Otro de los impactos del neoliberalismo sobre la Sociología y las Ciencias Sociales se puede sintetizar en la desconcertante premisa, sobre todo para un sociólogo, que afirma que en realidad la sociedad no existe. La añeja idea del contractualismo del siglo dieciocho que postulaba que la sociedad no era otra cosa que la suma de los individuos retorna triunfalmente en el neoliberalismo (lo cual, entre otras cosas, nos obligaría a replantearnos cuánto hay de nuevo, si es que hay algo, en el “neo”liberalismo…). Esto se puede ver en los planteamientos teóricos pero también en los argumentos políticos que se nutren de esta tradición. Por ejemplo, en las declaraciones de la ex Primera Ministra de Inglaterra Margaret Thatcher. Poco después de su feroz represión de la huelga de los mineros que habría de significar el quiebre de la resistencia popular a las políticas neoliberales, algunos periodistas le preguntaron cual creía que sería el impacto de la destrucción del sindicalismo sobre la sociedad inglesa. La Sra. Thatcher -insigne exponente de la filosofía neoliberal- se limitó a responder: “no existe la sociedad inglesa. Lo que hay son ingleses, como John, Peter, Christine, María, etc.”. La sociedad inglesa, para ella, era una peligrosa ficción inventada por la izquierda. Una perniciosa leyenda carente de connotaciones reales. Ahí está, encerrada en una cápsula, una muestra de la influencia del neoliberalismo sobre el pensamiento político y sociológico de nuestro tiempo.
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