Samir Amin: Escritos Para La Transición
(Descargar Libro)
Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia
Con el apoyo de Oxfam
INDICE
Capítulo I
La globalización multipolar: superando la alienación economicista
La economía política del Siglo XX
Unidad y mutaciones del pensamiento único en economía
Capítulo II
Estrategias para la transición en el reto de la mundialización
Capitalismo, imperialismo, mundialización
Geopolítica del imperialismo contemporáneo
El reto de la mundialización
Más allá de la mundialización liberal: ¿un mundo mejor o peor?
Capítulo III
Condenar toda intervención militar de EEUU
La ideología estadounidense
Es imprescindible la derrota de EEUU, Israel y sus aliados
Capítulo IV
Iniciativas desde el sur: propias e independientes
¿Saliendo de la crisis del capitalismo o del capitalismo en crisis?
El socialismo del siglo XXI
Nepal 2008, un avance revolucionario prometedor
Los países del sur deben tomar sus propias iniciativas
La economía política del Siglo XX
La plaga de la guerra
“Nosotros, pueblos de las Naciones Unidas, resueltos en preservar las generaciones futuras de la plaga de la guerra (…) y a instituir métodos que garanticen que no se hará uso de la fuerza de las armas, excepto en interés común, (…) decidimos asociar nuestros esfuerzos para realizar estas intenciones”.
Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas
(Fragmento)
Unidad y mutaciones del pensamiento único en economía
Capítulo II
Estrategias para la transición en el reto de la mundialización
Capitalismo, imperialismo, mundialización
Geopolítica del imperialismo contemporáneo
El reto de la mundialización
Más allá de la mundialización liberal: ¿un mundo mejor o peor?
Capítulo III
Condenar toda intervención militar de EEUU
La ideología estadounidense
Es imprescindible la derrota de EEUU, Israel y sus aliados
Capítulo IV
Iniciativas desde el sur: propias e independientes
¿Saliendo de la crisis del capitalismo o del capitalismo en crisis?
El socialismo del siglo XXI
Nepal 2008, un avance revolucionario prometedor
Los países del sur deben tomar sus propias iniciativas
La economía política del Siglo XX
La plaga de la guerra
“Nosotros, pueblos de las Naciones Unidas, resueltos en preservar las generaciones futuras de la plaga de la guerra (…) y a instituir métodos que garanticen que no se hará uso de la fuerza de las armas, excepto en interés común, (…) decidimos asociar nuestros esfuerzos para realizar estas intenciones”.
Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas
(Fragmento)
La belle époque
El siglo XX llegó a su fin en una atmósfera asombrosamente parecida a la que había presidido su nacimiento durante la belle époque (que fue hermosa, al menos para el capital). El coro burgués de los poderes europeos, EEUU y Japón (en 1910 la “tríada” ya constituía un grupo que se hacía notar) entonaba himnos a la gloria de su triunfo definitivo. Las clases trabajadoras del centro ya no eran las “clases peligrosas” que habían sido durante el siglo XIX y los otros pueblos del mundo eran llamados a aceptar la “misión civilizadora” de Occidente.
La belle époque coronó un siglo de transformaciones globales radicales, marcadas por la emergencia de la primera revolución industrial y la formación del moderno estado nacional burgués.
El proceso se extendió desde el cuarto nor-occidental de Europa y conquistó al resto del continente, EEUU y Japón. Las viejas periferias de la edad mercantilista (América Latina y las Indias orientales inglesas y holandesas) quedaron excluidas de la revolución dual, mientras los viejos Estados de Asia (China, el Sultanato otomano y Persia) eran integrados como periferias en la nueva globalización. El triunfo de los centros del capital globalizado se afirmó sobre un rápido crecimiento demográfico, que hizo rebasar a la población europea del 23 por ciento del total mundial en 1800 al 36 por ciento en 1900. Al mismo tiempo, la concentración de la riqueza industrial en la tríada, creó una polarización de la riqueza en una escala desconocida para la humanidad a todo lo largo de su historia. En las vísperas de la revolución industrial, la desproporción en la productividad social entre el quinto más productivo de la humanidad y el resto, nunca excedió de una proporción de dos a uno. Hacia 1900, la proporción era de veinte contra uno.
La globalización que se celebraba en 1900, ya entonces llamada “el fin de la historia”, era sólo un hecho reciente, que emergió durante la segunda mitad del siglo XIX. Las aperturas de China y del Imperio otomano en 1840, la represión de los sepoys (cipayos) de la India en 1847 y la división de África que comenzó en 1885, marcaron los pasos sucesivos en este proceso. La globalización, lejos de acelerar el proceso de acumulación de capital (un proceso distintivo al que no puede reducirse), provocó una crisis estructural entre 1873 y 1896. Casi exactamente un siglo después ha regresado la globalización por el mismo camino otra vez. La crisis de fines del siglo XIX fue acompañada por una nueva revolución industrial (la electricidad, el petróleo, los automóviles, el aeroplano) que se esperaba transformaría a la especie humana. El discurso era más o menos el mismo que se repite hoy en relación con la electrónica. En forma paralela se crearon los primeros oligopolios industriales y financieros, las corporaciones transnacionales (CTN) de la época. La globalización financiera parecía consolidarse de una manera estable (y fue pensada como eterna, una creencia contemporánea que nos es familiar) en la forma del Gold Sterling Standard (el patrón oro).
La internacionalización de las transacciones que se hacían posibles por las nuevas bolsas de valores, era acogida con el mismo entusiasmo que acompaña hoy las conversaciones sobre la globalización financiera. Julio Verne enviaba entonces a su héroe (inglés, por supuesto) alrededor del mundo en ochenta días. Con esto mostraba que “la aldea global” era ya una realidad.
La economía política del siglo XIX fue dominada por las figuras de los grandes clásicos, Adam Smith, Ricardo y luego Marx con su crítica devastadora. El triunfo de la globalización de fin-desiècle llevó a un primer plano a una nueva generación “liberal”, deseosa de probar que el capitalismo era “insuperable” ya que expresaba las demandas de una racionalidad eterna y transhistórica.
Walras, una figura central en esta nueva generación (cuyo descubrimiento por los economistas contemporáneos no es una coincidencia), hizo todo lo que pudo para probar que los mercados se regulaban solos. Walras tuvo tan poco éxito para probar sus tesis en aquel entonces como los economistas neoclásicos de nuestros días.
La ideología del liberalismo triunfante reducía a la sociedad a una mera multiplicación de individuos. Luego, siguiendo esta reducción, se afirmaba que el equilibrio producido por el mercado constituía el óptimo social y garantizaba la estabilidad política y la democracia.
Todo estaba preparado para sustituir una teoría del capitalismo imaginario por un análisis de las contradicciones en el capitalismo real. La versión vulgar de este pensamiento social economicista encontraría su expresión en los manuales del británico Alfred Marshall, la Biblia de la economía de aquélla época.
Las promesas del liberalismo globalizado, como eran entonces desparramadas a los cuatro vientos, parecían hacerse realidad por un instante durante la belle époque (…)
El siglo XX llegó a su fin en una atmósfera asombrosamente parecida a la que había presidido su nacimiento durante la belle époque (que fue hermosa, al menos para el capital). El coro burgués de los poderes europeos, EEUU y Japón (en 1910 la “tríada” ya constituía un grupo que se hacía notar) entonaba himnos a la gloria de su triunfo definitivo. Las clases trabajadoras del centro ya no eran las “clases peligrosas” que habían sido durante el siglo XIX y los otros pueblos del mundo eran llamados a aceptar la “misión civilizadora” de Occidente.
La belle époque coronó un siglo de transformaciones globales radicales, marcadas por la emergencia de la primera revolución industrial y la formación del moderno estado nacional burgués.
El proceso se extendió desde el cuarto nor-occidental de Europa y conquistó al resto del continente, EEUU y Japón. Las viejas periferias de la edad mercantilista (América Latina y las Indias orientales inglesas y holandesas) quedaron excluidas de la revolución dual, mientras los viejos Estados de Asia (China, el Sultanato otomano y Persia) eran integrados como periferias en la nueva globalización. El triunfo de los centros del capital globalizado se afirmó sobre un rápido crecimiento demográfico, que hizo rebasar a la población europea del 23 por ciento del total mundial en 1800 al 36 por ciento en 1900. Al mismo tiempo, la concentración de la riqueza industrial en la tríada, creó una polarización de la riqueza en una escala desconocida para la humanidad a todo lo largo de su historia. En las vísperas de la revolución industrial, la desproporción en la productividad social entre el quinto más productivo de la humanidad y el resto, nunca excedió de una proporción de dos a uno. Hacia 1900, la proporción era de veinte contra uno.
La globalización que se celebraba en 1900, ya entonces llamada “el fin de la historia”, era sólo un hecho reciente, que emergió durante la segunda mitad del siglo XIX. Las aperturas de China y del Imperio otomano en 1840, la represión de los sepoys (cipayos) de la India en 1847 y la división de África que comenzó en 1885, marcaron los pasos sucesivos en este proceso. La globalización, lejos de acelerar el proceso de acumulación de capital (un proceso distintivo al que no puede reducirse), provocó una crisis estructural entre 1873 y 1896. Casi exactamente un siglo después ha regresado la globalización por el mismo camino otra vez. La crisis de fines del siglo XIX fue acompañada por una nueva revolución industrial (la electricidad, el petróleo, los automóviles, el aeroplano) que se esperaba transformaría a la especie humana. El discurso era más o menos el mismo que se repite hoy en relación con la electrónica. En forma paralela se crearon los primeros oligopolios industriales y financieros, las corporaciones transnacionales (CTN) de la época. La globalización financiera parecía consolidarse de una manera estable (y fue pensada como eterna, una creencia contemporánea que nos es familiar) en la forma del Gold Sterling Standard (el patrón oro).
La internacionalización de las transacciones que se hacían posibles por las nuevas bolsas de valores, era acogida con el mismo entusiasmo que acompaña hoy las conversaciones sobre la globalización financiera. Julio Verne enviaba entonces a su héroe (inglés, por supuesto) alrededor del mundo en ochenta días. Con esto mostraba que “la aldea global” era ya una realidad.
La economía política del siglo XIX fue dominada por las figuras de los grandes clásicos, Adam Smith, Ricardo y luego Marx con su crítica devastadora. El triunfo de la globalización de fin-desiècle llevó a un primer plano a una nueva generación “liberal”, deseosa de probar que el capitalismo era “insuperable” ya que expresaba las demandas de una racionalidad eterna y transhistórica.
Walras, una figura central en esta nueva generación (cuyo descubrimiento por los economistas contemporáneos no es una coincidencia), hizo todo lo que pudo para probar que los mercados se regulaban solos. Walras tuvo tan poco éxito para probar sus tesis en aquel entonces como los economistas neoclásicos de nuestros días.
La ideología del liberalismo triunfante reducía a la sociedad a una mera multiplicación de individuos. Luego, siguiendo esta reducción, se afirmaba que el equilibrio producido por el mercado constituía el óptimo social y garantizaba la estabilidad política y la democracia.
Todo estaba preparado para sustituir una teoría del capitalismo imaginario por un análisis de las contradicciones en el capitalismo real. La versión vulgar de este pensamiento social economicista encontraría su expresión en los manuales del británico Alfred Marshall, la Biblia de la economía de aquélla época.
Las promesas del liberalismo globalizado, como eran entonces desparramadas a los cuatro vientos, parecían hacerse realidad por un instante durante la belle époque (…)