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La mano que mató a Fabricia
Por: Julio César Londoño
EN LA MISMA SEMANA QUE EL CONgreso aprobó la Ley de Víctimas, fue asesinada Ana Fabricia Córdoba, una líder de los millones de desplazados que fatigan nuestras calles.
A propósito, ¿cuántos son? ¿Dos millones… tres… cuatro? El amplio margen de incertidumbre muestra la indiferencia del país urbano frente al país rural, lo poco que nos interesan las noticias que contienen palabras tan exóticas como Carepa, Bojayá, Guapi o Mapiripán.
La vida de Fabricia fue un calvario. En 2000 los paramilitares le asesinaron al marido en su parcela de Chiguadó, Urabá. Sus vecinos cogieron las ollas, los niños y los colchones y se marcharon con miedo y sin rumbo. Ella se quedó porque la rabia no la dejó moverse. Y porque tenía cinco hijos. Pero al fin cedió a las amenazas y se fue a Medellín. Era la primera ciudad que conocía y la deslumbró. “Era linda como el cielo y estaba llena de gente limpia, sin barro en las manos… me costó trabajo entender la cosa de los semáforos…”.
Le prestaron un rancho en la Comuna 13, pero algo de ella le molestó a un miliciano del Eln y Fabricia tuvo que volver a empacar. Un sacerdote le consiguió un rancho en La Cruz, en el nororiente de la ciudad. Allí se instaló con sus hijos y se casó con un paisa “para que me ayudara a criar a mis hijos”. Pero su rabia había crecido y empezó a liderar protestas y a denunciar la posible complicidad de la Policía con grupos ilegales. Tal vez fue por esto que alguien aventó una granada en su casa. Ella se salvó de milagro, pero su esposo murió. Poco después fue acusada de pertenecer a las Farc y la encerraron en la cárcel del Buen Pastor.
Luego el destino se equivocó de puerta y ella recibió un subsidio de 17 millones para construir una vivienda de interés social. Fabricia construyó una casa con sus propias manos y sonrió por primera vez en mucho tiempo.
Justo entonces el menor de sus hijos, un chico de 13 años, empezó a llegar a casa con “bolsitas de leche o de arroz. Yo no sabía de dónde las sacaba, él no trabajaba. Decía que los parceros le pagaban por hacer mandados. Yo le prohibí que se juntara con ellos. Fue inútil”. Fabián fue muerto antes de cumplir los 14.
Jonathan, el mayor, lavaba carros. “Llegaba a medianoche con los pies pelados de caminar y trabajar con los zapatos mojados”. El 17 de julio de 2010, Jonathan y un amigo salieron a dar una vuelta pero no regresaron. La Policía los subió a la patrulla 301384, según la denuncia de Fabricia. A las nueve Jonathan llamó a su mamá. “Estaba ahogado del susto y me dijo que lo iban a matar”. Luego aparecieron los cuerpos de los dos jóvenes. El caso nunca fue investigado. Tal vez los mataron por tener los zapatos mojados.
Fabricia siguió trabajando. Investigaba la muerte de su hijo y formaba parte de dos organizaciones de paz cuando su círculo se cerró. El pasado 7 de junio Fabricia fue baleada dentro de un bus urbano.
Todos sabemos quién le disparó: fue la misma mano que abortó la ley de devolución de tierras de Lleras Camargo en 1959; la misma que tumbó una ponencia muy semejante, presentada por la oposición en 1999, durante la administración Pastrana; la misma que tumbó la ley de restitución que presentaron los parlamentarios Juan Fernando Cristo y Guillermo Rivera en 2009; fue la misma mano de aguerridos notarios, abogados, senadores, policías, ganaderos, paramilitares y multinacionales que trabajó sin descanso hasta la semana pasada en buses y en el Capitolio para atajar la iniciativa del Gobierno, y que seguirá trabajando ahora para volverla impracticable. Es una mano vieja y poderosa que odia las chacras y cree ciegamente en los latifundios y en el modelo Carimagua.
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