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Sombrero de mago
El negocio de la salud
Por: Reinaldo Spitaletta
Desde la aprobación de la Ley 100 de 1994, que privatizó la salud y tornó en archimillonarios a los negociantes de la misma, el paciente (¿o será el cliente?) dejó de ser protagonista del llamado “acto médico” para dejarles ese papel a las facturas y las chequeras.
Se sabe que dentro de las cien empresas más grandes del país, hay entre ellas cinco dedicadas al rentable negocio de la salud, o, en otras palabras, a enriquecerse con la enfermedad de los colombianos.
El asunto de la salud en Colombia ha sido uno de los más tristes para la mayoría de gente. La intermediación privada, además de los aplastantes monopolios de la química farmacéutica, convirtieron ese rubro en inalcanzable para los más pobres, para los marginados, víctimas de un sistema inequitativo y brutal.
Se ha dicho, no sin razón, que en Colombia son más los muertos por la Ley 100, que los causados por la violencia. En este punto vale la pena recordar un episodio trágico, sucedido en 2003, en un hospital de Itagüí, Antioquia. La denuncia la realizó entonces un médico de la Universidad de Antioquia. Allí llegó una muchacha a que le atendieran un parto prematuro; sin embargo, aquel centro asistencial no tenía recursos para “atender niños pretérmino”.
Un facultativo intentó remitirla a cuatro hospitales del área metropolitana, pero no la aceptaron. El episodio llegó hasta el hospital San Vicente, donde dijeron que la atendían previa autorización de la Dirección Seccional de Salud de Antioquia, pero no hubo autorización, porque, dijeron de allá que “la paciente está en la base de datos del municipio de Itagüí y además tiene afiliación en el municipio de Pueblo Rico”. Tras 14 horas de trámites burocráticos, el bebé nació en el hospital del principio, que no tenía recursos para esa atención.
Cuatro horas después, al bebé lo aceptaron en otro hospital, pero, por problemas administrativos con el Sisben, lo devolvieron al de Itagüí. Mejor dicho, Kafka hubiera escrito una novela al respecto o los dramaturgos del absurdo se hubieran dado un “banquete” con esta historia. La criatura murió, mientras se esperaban formularios y facturaciones. Qué horror. Al bebé –como se dijo entonces- lo mató la Ley 100.
La salud, o el bien de la salud, como lo diría un antiguo médico griego, es una mezcla de cualidades o un “equilibrio de potencias”. Y para que ello se dé, son, además, necesarios factores como el nivel de educación de un país, la disponibilidad de agua potable y de higiene, vivienda y empleo dignos, aspectos culturales que permitan intercambios con el otro y posibilidades de armonía mental. Y estos aspectos, como se ve, no son los que predominan en Colombia.
Por el contrario, la salud se volvió una infame puja del capital financiero, una feria de mercaderes, un ámbito deshumanizado para la acumulación de ganancias. Lo último, o prácticamente lo inexistente, es el servicio a los pacientes. Prueba de esto, son las múltiples quejas de los afiliados contra las empresas promotoras de salud. El año pasado, la Superintendencia de Salud recibió más de sesenta y cinco mil reclamaciones por malos servicios de las EPS.
Según los reclamantes, se tiene que padecer el infierno de largas esperas, de más de cuatro meses, para acceder a una cita con especialista; además, son eternas las programaciones de cirugías y casi siempre se entregan incompletos los medicamentos.
Entre las peores EPS, según las quejas de los usuarios, están Humana Vivir, Solsalud, la Nueva EPS, Salud Vida, Multimédicas y Salud Colpatria. Menos mal que aún sobrevive la tutela, que el pasado régimen gubernamental quiso abolir, además de promulgar decretos contra los pacientes y a favor de los mercaderes de la salud.
En todo caso, la neoliberal Ley 100 se hizo y perfeccionó no para preservar la salud de los colombianos, sino para satisfacer los apetitos de negociantes nacionales e internacionales. Cada vez, la mayoría está más lejos del cuerpo y mente sanos. Y para acabarla de enfermar, está la nefasta ley, que también, como se ha visto, sirve para matar.
Reinaldo Spitaletta
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