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HOMENAJE A JAIRO ANIBAL NIÑO




Muere el escritor colombiano de literatura infantil Jairo Aníbal Niño

Murió Jairo Aníbal Niño

El escritor colombiano falleció a los 69 años después de una penosa enfermedad



Jairo Aníbal Niño falleció en la madrugada de este lunes a causa después de una lucha contra el cáncer de próstata a sus 69 años después de ingresar el viernes al Hospital San Ignacio en Bogotá, informaron su allegados. En la red social Twitter las personas se despiden con palabras de cariño y amor del escritor que alegró su infancia.

Flórez Arcila, docente del Departamento de Lingüística y miembro del PEN Colombia (Poetas, Escritores y Narradores), dijo que Jairo Aníbal Niño ocupó un sitio en la literatura infantil y "logró inventar un sitio de imaginación para los niños colombianos".

"La literatura colombiana ha abandonado a los niños, ahora los escritores se dedican más a lo mediático, los secuestros y homicidios", dijo el profesor Rubén Darío Flórez Arcila de la Universidad Nacional.

El reconocido escritor nació en Moniquirá, Boyacá, en 1941. Escribió más de 40 obras entre las cuales se destacan, 'Poemario de Amor para Niños', 'La Alegría de Querer', 'De las alas caracolí', 'Libro de Poemas' y 'Zoro', este último lo hizo merecedor del Premio Nacional de Literatura infantil Enka en 1977.

Fue uno de los escritores más reconocidos y respetados en el ámbito latinoamericano. Era muy niño cuando se encontró con los libros, los aviadores y los gitanos. De ellos aprendió las artes del vuelo y de la imaginación, que es otra de las formas de volar. Muy joven recorrió el país y conoció las aldeas y las ciudades, las montañas, los ríos las selva y la mar. En su adolescencia ejerció diversos oficios.

Fue ayudante de camión, actor de teatro, aprendiz de mago y marinero. En su época de estudiante universitario integró el grupo de pintores La Mancha. Tras su paso por la pintura fundó y dirigió grupos de teatro.

Algunos de sus textos han sido traducidos al inglés, francés alemán, portugués, finlandés, eslovaco, y chino. Como conferencista y director de talleres desarrolló su trabajo a lo largo y ancho de Colombia y se presentó en diversos espacios de México, Venezuela, España, Costa Rica, Francia, Uruguay y Argentina. Fue catedrático de varias universidades y director de la Biblioteca Nacional de Colombia. 


Jairo Aníbal Niño (1941-2010) Literatura

Narrador y dramaturgo colombiano. En un principio se dedica a la pintura y luego al teatro en la actuación, la dirección y la dramaturgia. En este género escribe El baile de los arzobispos o Las bodas de lata (1969); El sol subterráneo, Los inquilinos de la ira, El golpe de estado y El monte Calvo, con las que obtiene Premios en el Festival Mundial de Teatro en Nancy, Francia. El monte Calvo narra la situación de dos veteranos de la guerra de Corea que evocan en medio de la miseria las heroicas jornadas durante el conflicto bélico. Escribe los guiones Efraín González y El manantial de las fieras; el libro de cuentos Puro Pueblo (1977) y Toda la vida (1979), relatos breves y fantásticos. Aunque afirma que «la literatura infantil no existe porque existiría la senil o de cualquier otro tipo», logra con la infantil el mayor reconocimiento a partir de Zoro (1977), Enka de Literatura Infantil. Publica el poemario de amor para niños La alegría de querer (1986); el libro de poemas Safari en el rostro y Razgo, Indo y Saz (1991). En 1998 publica Preguntario.


LA ALEGRÍA DE QUERER


Hace unos años (pongamos diez) tuve la oportunidad de escuchar cuentos a un hombre que era la bondad personificada, vestido todo de blanco, con bigote de sabio y ojos profundos. Se trataba de Jairo Aníbal Niño: lo de Niño no sé realmente si es pseudónimo o uno de esos nombres que le marcan a uno para toda la vida, porque Jairo era, ante todo, un niño que no había perdido su capacidad de asombro ante la ternura y la belleza. Sabía mirar con ojos de niño. Guardo muy viva en la memoria la noche que compartimos de cuentos y todavía perduran la sonrisa y la lágrima de aquella noche cada vez que le recuerdo y cada vez que recuerdo sus cuentos.

Aquella vez escuché el mejor cuento de amor que conozco. Hoy he ido a buscarlo en Internet porque lo necesitaba para un artículo que estaba escribiendo y me he encontrado con el libro 
La alegría de querer en formato pdf. No sabría decir si es un libro de poemas o de cuentos, pero sí sé que respira poesía, ternura y profundidad a raudales. Al leerlos a uno se le pone el alma triste o alegre, según sea el tono del cuento. Aquí dejo unos pocos para que los disfrutéis. El primero de ellos es ése al que me refería antes como el mejor cuento de amor que conozco:




Supe que te amaba

Supe que te amaba
-más allá de toda duda-
el día en que estabas
colocando un clavo en
la pared
y te golpeaste con el
m a r t i l l o
y a mí me empezó a sangrar
el dedo pulgar.

Y a mí qué me importa

Y a mí qué me importa que
ya no me quieras.
¿Es que acaso no oíste
cuando hace seis meses,
dos días, cuatro horas,
quince minutos y tres
segundos,
te dije: —Hágame el favor
y me tiene mi cariño y
mi bufanda
que dentro de un rato vengo
por ellos.
Claro que no estoy negando
que hace seis meses,
dos días y cuatro horas, me
devolviste la bufanda.

Ayer por primera vez

Ayer por primera vez
supe lo que era la
a r i t m é t i c a
cuando, sin que nadie se
diera cuenta,
me besaste en los labios.
Ayer por primera vez
supe que 1 más 1 son 1.

¿Me haces un favor?

—¿Me haces un favor?
—¿Qué clase de favor?
—¿Quieres tenerme mis
avioncitos durante todo
el recreo?
—¿Durante todo el recreo?
—Sí, es que tú eres mi
c i e l o .

Ayer por la tarde

Ayer por la tarde,
como te lo había prometido,
jugué el mejor partido de
fútbol de mi vida.
En el primer tiempo
hice un gol a los quince
m i n u t o s .
A los treinta y siete hice
o t r o .
En el segundo tiempo,
a los siete minutos,
José Vi l l e g a s ,
el que cuando canta dice
que le nacen mariposas en el
pensamiento,
fusiló a nuestro arquero
con un taponazo sobre el
ángulo izquierdo.
A los diez y nueve minutos y
quince segundos,
David, el que quiere ser
aviador,
empató el partido
con un lindo gol de cabeza.
A los cuarenta y cuatro
m i n u t o s ,
al estilo Castañito,
hice el gol más lindo del
mundo.
Mi equipo ganó por el
marcador de dos a tres,
pero yo sentí que había
perdido
porque tú no viniste.
Me derrotaron los goles que
me hizo tu ausencia.

En secreto

En secreto
recogí el vaso en que habías
bebido
y lo llevé a mi casa.
Por las tardes, cuando llego
del colegio,
lo coloco bajo el grifo
y veo flotar un beso
en el agua.


¿Por qué no viniste?

¿Por qué no viniste?
Me hiciste comprar
dos boletas
para ver esa película de
gangsters
y te estuve esperando todo el
tiempo en la puerta
del teatro.
¿Por qué no viniste?
Dos chocolatinas con
avellanas
se quedaron sin hacer nada
en mi bolsillo,
mientras la película me
llegaba echa sonidos,
ulular de sirenas,
estruendo de pistolas,
graznido de
animal mecánico
y una voz que de pronto dice
d a r l i n g .
¿Por qué no viniste?
Me hiciste comprar
i n ú t i l m e n t e
una barra de Halls Mentol-
Lyptos
para perfumarme el aliento
y estrené en balde la camisa
con el dibujo de un dragón
que tenía reservada para
el día
en que el Deportivo
Independiente Medellín
ganara el campeonato
nacional de fútbol.
¿Por qué no viniste?
Me quedé en la puerta del
teatro hasta el final
de la película
y luego regresé a mi casa
por las calles más oscuras
y solitarias
como si fuera un gato ciego
obligado por su condición a
comprar un bastón blanco
puesto en venta por una
pandilla de ratones
y que para conseguirlo
entregó a cambio dos boletas
i n ú t i l e s ,
una barra de Halls Mentol-
Lyptos ligeramente usada,
dos chocolatinas derretidas
y unas inmensas ganas de
l l o r a r.

Después de superar

Después de superar
treinta y dos miedos y medio
por fin tuve el valor de
acercarme a ti
y decirte:
—Buenos días.
Y luego de un silencio que
duró medio miedo,
pude agregar:
—¿Verdad que está lloviendo
mucho últimamente?
Después de superar
treinta y tres miedos
por fin tuve el valor de
acercarme a ti
y junto al buenos días
ofrecerte una bolsa de
palomitas de maíz.
Espero que te hayas dado
cuenta
de que por lo menos una de
las palomitas era
mensajera.

1x1

¿1x1?
—Uno.
¿1x2?
—Todo.
¿Todo?
—Sí; si los dos se
tienen cariño.



CUENTO



A sus oídos llegó un rumor como el que levantaría una poderosa conversación de pájaros. Luego percibió un resplandor azul detrás del cerro.
Vasco Núñez de Balboa detuvo la marcha de su tropa. Desmontó y lentamente levantó la cabeza en dirección de la cima erizada de arbustos espinosos. Desde allí tendría la fortuna de ver las aguas del nuevo mar. El sería el primero en vislumbrarlo y reclamaría la gloria de su descubrimiento.
Ese sueño había estado navegando tercamente en su ánima desde el día en que un indio le habló de un océano tan grande como el mundo, que estaba en algún lejano lugar del occidente, detrás de las montañas.
Vasco Núñez, ante esa noticia, sintió en su corazón de tahúr que un as de oros había llegado a su mano y se dispuso a jugarlo de la mejor manera posible, con el fin de ganarle esa partida al destino.
El juego había sido largo, sangriento y azaroso. En una ocasión, una india con figura de sota de copas estuvo a punto de matarlo al ofrecerle una vasija con licor emponzoñado, y no podía olvidar el abrazo de la gigantesca boa que, como un sinuoso as de bastos, intentó estrangularlo.
– ¿Lo acompaño? –preguntó con ansiedad el clérigo Andrés de Vera.
– No. Todos ustedes esperan en este lugar. Me pertenece el derecho de que mis ojos sean los primeros en ver el mar del Sur y descubrirlo.
El perro Leoncico lanzó un gruñido sordo y Vasco Núñez de Balboa sonrió al comprobar que su bestia lo estaba respal-dando.
El enorme animal se colocó frente a la tropa y se echó en el suelo. Leoncico era uno de los más despiadados combatientes españoles. Un escribano puntilloso que los acompañaba y que tenía la manía de contabilizarlo todo, ya había perdido la cuenta de los indios caídos bajo sus dentelladas. El animal crecía todos los días en astucia y en fiereza. Sus dientes habían adquirido un ominoso color rojo. Sus fauces abiertas mostraban dos amenazantes hileras de rubíes afilados.
– Cristóbal Colón descubrió una nueva tierra. Yo voy a descubrir un nuevo mar. Ojalá un hijo mío descubra un nuevo cielo –dijo Núñez de Balboa al emprender el ascenso.
Los miembros de su tropa permanecieron inmóviles. El viento sopló con fuerza y trajo agridulces perfumes de la selva.
– Huele a mujer pichona –susurró un soldado.
– Huele a presentimientos –musitó otro.
– No. Lo que olfateamos es el rico sudor del oro –dijo el clérigo.
Andrés de Vera, alto y flaco, tenía la sotana arremangada y sujeta a la cintura con un bejuco de agua. Completaba su atuendo un casco de fierro, botas altas y un gran crucifijo de acero que pendía de su cadera como una espada. Cayó de rodillas y cuando los demás lo imitaron, comenzó a rezar en voz alta. Fervorosamente sostenía en sus manos un rosario hecho con pepas de oro, perlas, y zafiros blancos.
Sobre el horizonte surgió una bandada de aves. Daba la impresión de que no volaba sino que caminaba sobre el aire con sus anchas patas en forma de platos. Los pájaros se alejaron prontamente caminando sobre los altos cielos de la selva.
Núñez de Balboa apuró el ritmo de su trepada. Todas sus pasadas fatigas se transmutaron en un ansia acezante que le llenaba la boca con un sabor a frutas de polvo. Se le dulcificaron también los recuerdos de los pantanos, los insectos, las víboras y los bosques tan altos y tupidos que caminar por ellos era hacerlo a través de una noche oscura. En esas ocasiones los indios guías repartían ramas de árboles fosforescentes que los hombres se colocaban a manera de lámparas en el pecho. Al marchar cortando la noche tenebrosa de esas selvas apretadas, parecía que cada hombre había cazado una estrella. Rememoró de manera lejana los combates en los que los indios habían caído bajo el fuego de los arcabuces, el filo de los aceros y la ferocidad de los perros. Sin poderlo evitar, le llegó, también, el retrato memorioso de la hermosa india Mincha.
Vasco Núñez de Balboa estaba muy cerca de la cima del cerro y su cuerpo se sacudió con una alegría y una exaltación nunca antes experimentadas. El legendario y maravilloso mar del Sur estaba, por fin, a su alcance. Nada ni nadie le quitaría la gracia de ser la primera criatura venida del viejo mundo que lo acercaría por primera vez a los ojos.
Se detuvo un instante y vislumbró a sus hombres, que inmóviles, lo esperaban abajo, al pie de la colina.
De repente, una sombra pasó por su lado. El perro Leoncico, como una exhalación, llegó a la cima y contempló la inacabable llanura de agua del nuevo mar. Miró a su amo de manera desdeñosa y aulló largamente. Abajo, la tropa se estremeció porque por primera vez había oído el esotérico canto de los perros.
Vasco Núñez de Balboa, presa la ira, la frustración y los celos, desenvainó su espada para darle un golpe, pero lo detuvo el hecho de pensar que no podía matar impunemente al verdadero descubridor del mar del Sur.
Jairo Anibal Niño

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