El Efecto antidepresivo de los omega 3 | ||||||||||||||||||||
Después de numerosas evidencias que demuestran la relación entre un pobre aporte alimenticio en omega 3 y la depresión, esta investigación tenía como objetivo analizar de manera sistemática los estudios de evaluación del impacto de una suplementación con omega 3 en pacientes que padecen depresión. En total, los autores examinaron 10 estudios clínicos de una duración mínima de 4 semanas en los cuales se utilizó el EPA o el DHA como tratamiento de la depresión mayor o bipolar. Reuniendo todos los resultados, se demostró que los omega 3 tienen un efecto antidepresivo y que mejoran de manera significativa el estado de los pacientes que padecen depresión. Desde luego, estos resultados deben completarse con otros trabajos más amplios, tanto sobre la depresión como sobre los trastornos bipolares. Sin embargo, los omega 3 son eficaces y no tienen efectos colaterales, razón por la cual deben considerarse una alternativa terapéutica dentro de la variedad de tratamientos contra la depresión. Lo anterior es aún más cierto cuando nos referimos a poblaciones sensibles como los niños, las mujeres embarazadas o lactantes, o los pacientes que presentan resistencia a los tratamientos. "Estos resultados se suman al creciente conjunto de pruebas que relacionan los ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga con los trastornos mentales", señalaron los investigadores del Equipe Epidemiologie de la Nutrition et des Comportements Alimentaires (INSERM U593) y de la Universidad de Burdeos II. Sea cual sea la base bioquímica, lo cierto es que desde hace años se apunta la importancia de los ácidos omega-3 en el sistema nervioso central y cada vez más estudios apuntalan con fuerza la teoría. Un trabajo bien conocido es el dirigido por el finlandés Antti Tanskanen, de la Universidad de Kuopio (Finlandia). Sobre una muestra de 3.204 finlandeses evaluó la prevalencia de depresión y el consumo de pescado. El estudio, publicado en 2001, tuvo en cuenta factores como el estado civil, la cantidad de ejercicio diario, el consumo de alcohol o tabaco, o si había circunstancia de desempleo. Tras la evaluación de resultados, se halló una correlación positiva entre el consumo infrecuente de pescado (una o dos veces al mes) y la mayor incidencia de depresión. La correlación era mucho más acentuada en las mujeres, dicen en los autores, tanto que la calificaban de «especialmente impresionante». En términos generales, la probabilidad de padecer una depresión «es un 31% mayor entre los que no consumen pescado de forma frecuente frente a los que sí», afirmaba el equipo finlandés. ¿En qué se basa la presunción de que son los omega-3 del pescado y no otra cosa lo que protegería frente a la depresión? La primera explicación, según los investigadores, es que entre los ácidos grasos omega-3 está el ácido docosahexaenoico (DHA), necesario para una función neuronal óptima. Un segundo aspecto sería la adaptación evolutiva de los humanos, la cual se cree que debió estar condicionada por dietas como las del Paleolítico, con proporciones equivalentes en ácidos grasos omega-3 y ácidos grasos omega-6, presentes en cereales que, como el maíz y la soja, no eran tan abundantes. Sin embargo, en los últimos 100 años la proporción entre ambos tipos de ácidos grasos se ha descompensado, siendo el consumo de omega-6 hasta 25 veces más elevado que el de omega-3. Alguna relación debe tener, creen estos investigadores, con el hecho de que en el último siglo la prevalencia de depresión se haya incrementado en todo el mundo. Otro estudio que apunta la importancia de la correlación omega-3 y omega-6 es el llamado Estudio Rotterdam, que se daba a conocer en 2003 en la revista American Journal of Clinical Nutrition. Sobre una muestra de 3884 adultos, explicaba el estudio, las personas que padecían depresión tenían en sangre una composición de ácidos grasos diferente a la de aquellos sin depresión. En concreto, los niveles de omega-3 eran mucho menores en los primeros que en los segundos, mientras que el nivel de omega-6 era mayor en los primeros que en los segundos. El cerebro es uno de los órganos con mayor nivel de lípidos (grasas), explica J.M. Bourre, investigador del Laboratorio de neurofarmacología y nutrición del Hospital Fernand-Widal (Francia). Las grasas del cerebro, formadas por ácidos grasos, participan en la estructura de las membranas celulares. «El 50% de los ácidos grasos de la materia gris son polinsaturados, un tercio son de la familia de los omega-3 y su origen es la dieta», asegura el investigador. Este autor recuerda en un artículo, en el número de febrero de la publicación francesa Medecine Sciences, que experimentos desarrollados sobre células cerebrales (neuronas, astrocitos y oligodendrocitas) y sobre modelos animales, que las dietas deficitarias en omega-3 tienen consecuencias en la estructura y en el funcionamiento del cerebro, así como en el aprendizaje y en el comportamiento. «Es normal pues considerar que podrían estar implicados en alteraciones psiquiátricas y en el declive cognitivo del envejecimiento», plantea en el texto. También parecen jugar un papel en la prevención del estrés, la demencia o la enfermedad de Alzheimer. Incluso, añade Bourre, se han sugerido sus beneficios en la dislexia, el autismo y la esquizofrenia, aunque de ahí «no se infiere necesariamente que se trate de problemas nutricionales». Lo que si parece estar claro, sin embargo, es que los omega-3 juegan un papel relevante en el cerebro, pero que no son los únicos. Otros nutrientes, como la vitamina B o la vitamina E juegan también papeles determinantes. Una dieta equilibrada debería aportar todos esos compuestos. Son diversos los nutrientes específicos que garantizan la correcta nutrición del cerebro. El aporte suficiente de ácidos grasos esenciales, de ácidos grasos omega 3 (DHA y EPA), proteínas, ciertas vitaminas (B1, B6, B12), minerales y oligoelementos mantiene la integridad estructural y funcional de las neuronas, células especializadas del sistema nervioso. Varias líneas de investigación sugieren que los ácidos grasos omega 3 pueden desempeñar un papel relevante en la fisiopatología, la terapia o la prevención del trastorno bipolar. También se ha demostrado que en enfermedades mentales como la depresión y ciertas demencias existen deficiencias nutritivas a nivel celular, si bien no hay conclusiones firmes para determinar si estas carencias son clave en el desarrollo de la enfermedad, en su nivel de gravedad o en la respuesta al tratamiento farmacológico. Dietas equilibradas contra la depresión Lo que se preguntan los expertos es hasta qué punto puede estar afectando la dieta a la aparición de estados depresivos. «Debemos priorizar el estudio de los antidepresivos naturales contenidos en alimentos, en concreto los omega-3», afirma Barbara Levine, profesora de nutrición en la Universidad de Cornell (EEUU). El interés por el papel de los omega-3 cobra mayor relevancia ante las cada vez más desequilibradas dietas de niños y jóvenes, y por la facilidad por la que se opta, en algunos casos, a la medicación farmacológica. El pasado año, la Agencia de Fármacos y Alimentos de los Estados Unidos (FDA) reconocía que algunos antidepresivos estaban vinculados con el riesgo de suicido en adolescentes, lo que debería señalizarse en adelante con una advertencia en los envases. Paralelamente, algunas fuentes dan a EEUU como uno de los países con menor consumo de ácidos grasos omega-3, presentes en el pescado, marisco y en verduras de hoja verde, dato que espolea la hipótesis de que la dieta desequilibrada es una de las causas del incremento en la prevalencia de la depresión. En Europa el tema de los hábitos alimentarios no está mucho mejor, aunque a los países mediterráneos como España les salva un mayor consumo tradicional de pescado. Sin embargo, uno de los riesgos es «la progresiva sustitución de la dieta mediterránea tradicional por dietas con un mayor contenido en grasas, azúcares y proteínas de origen animal, propias de los establecimientos de comida rápida», según un informe sobre los hábitos alimentarios del Ministerio de Sanidad y Consumo. De todas las fuentes de ácido grasos Omega-3, sólo el lino (Linum usitatissimum L.) y la chía (Salvia hispánica L.) tienen su origen en cultivos agrícolas. Estas semillas, fuentes de Omega-3, a menudo se utilizan molidas como ingrediente alimenticio, o en forma natural como suplemento dietético. Entre los aceites más reconocidos están el Prímula u Onagra, Lino y Sacha Inchi, siendo el mayor con aceite con su contenido, 48,60% de ácido graso esencial alfa linolénico Omega 3. Estas son las especies vegetales con la mayor concentración de ácido graso alfa-linolénico conocida hasta la fecha. Las otras dos fuentes disponibles son de origen marino: las algas y el aceite de pescado. Las microalgas Spirulina, cuyo contenido de ácido GLA es el más alto conocido en la naturaleza, pero que al ser la base nutriente del producto posibilita sumar otros numerosos principios alimentarios, tales como proteínas, vitaminas, minerales, enzimas, que servirán de corrección dietaria para optimizar las funciones orgánicas involucradas en la nutrición. |
EMANCIPACIÓN N° 971
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