Profesor de Ciencias Económicas
Universidad Nacional de Colombia
Bogotá, 23-Dic-2009 (Prensa CID). El siglo empezó con los rezagos de la gran recesión nacional de los años 1998 y 1999, cinco trimestres continuos de tasa negativa de crecimiento y un consolidado de -4,2 por ciento para el último año. Terminó con los impactos de la pesadilla mundial, de una recesión con síntomas de depresión, en el que ya se completan tres trimestres continuos de crecimiento negativo, y es de esperar un cuarto con signos negativos.
El consolidado anual se estima entre -0,3 por ciento y -0,5 por ciento. En cualquier caso, 2009 será el segundo peor año de comportamiento económico, después de la gran depresión de los años 1929 y 1930 del siglo XX.
Los retos al inicio de la década y el nuevo siglo eran claros: a) consolidar el proceso de desinflación iniciado a finales de los años 80 y que la recesión de 1999 se había encargado de aterrizar a un dígito, b) recuperar y consolidar la senda del crecimiento sostenido y de largo plazo con que se proyectaron las reformas económicas de comienzos de los años 90, c) recuperar la demanda, la gran afectada en la recesión, especialmente en el consumo de los hogares y la inversión, porque ya el gasto público estaba disparado y el déficit fiscal era crónico y estructural, d) recuperar el empleo y los instrumentos de la seguridad social contributiva, dado que la precarización laboral era inminente, y e) reducir la pobreza y la indigencia, que la recesión se había encargado de llevar a niveles insospechados.
La recesión de 1999 produjo el primer gran remesón en la inflación y la aterrizó a un dígito. En un solo año y por contracción de la demanda el índice de precios bajó de 16,7 por ciento a 9,2 por ciento. A lo largo de la década se mantuvo en un dígito y con tendencia a seguir descendiendo, con excepción de los años 2007 y 2008, donde el mayor crecimiento económico indujo a una nueva alza temporal de los precios. La coyuntura recesiva del 2009 se encargó de volverlos a aterrizar y situarlos por debajo de la meta de largo plazo fijada por el Banco de la República, otra vez en un solo año el IPC bajó del 7,7 por ciento a un posible 2,4 por ciento, nuevamente como consecuencia de una abrupta caída de la demanda interna y externa.
En todo este proceso, la meta de inflación se cumplió y el gran sacrificado fue el desempleo, que en ningún momento de la década fue de un dígito y que termina con un volumen de 2,5 millones de personas en el ‘asfalto’.
La recuperación del crecimiento fue menos rápida y no fue sostenible. El crecimiento promedio de la década fue de 3,6 por ciento, inferior a las cinco décadas anteriores, y solamente se registraron cuatro años por encima del promedio de largo plazo colombiano (4,5 por ciento). Entre los años 2004 y 2007 se creció a un promedio anual del 6 por ciento, sin embargo, en ningún momento se logró reducir sustancialmente el desempleo y la participación del trabajo en el Producto Interno Bruto (PIB) disminuyó en tres puntos, es decir, fue un crecimiento sin empleo.
La fuente del crecimiento fue un cambio en la relación capital/trabajo, impulsado por las exenciones tributarias a la inversión y el incremento en la para fiscalidad de la seguridad social. En consecuencia, hubo más tecnología y menos empleo, más utilidades del capital y menos salarios; por lo tanto, aumentó la concentración del ingreso y no se democratizó la demanda.
Recuperar el crecimiento económico en una perspectiva incluyente, que era el mayor de los retos, no se logró y ni siquiera se intentó. Cuando la economía mostró síntomas de recuperación, todos los factores que dinamizan la demanda se activaron: crecieron el consumo de los hogares y el del gobierno, también la inversión y el comercio externo, pero no lo hicieron en proporciones similares.
Seguridad y confianza inversionista
En la disyuntiva entre consumo o inversión, la prioridad la tuvo la inversión y en este propósito se fortaleció la política de seguridad y confianza inversionista, simultáneos con los contratos de estabilidad jurídica, reflejados en las exenciones tributarias y las concesiones de tierras y explotaciones mineras. La dinámica del consumo de los hogares quedó subsumida a los efectos del crecimiento y su capacidad de irrigar ingresos en la población, es decir, a recibir las migajas.
El apoyo a la inversión se tradujo en la profundización de un modelo primario exportador y el abandono de los esfuerzos por diversificar la industria hacia bienes de consumo durable más complejos y bienes de capital.
Las mayores inversiones se concentraron en la actividad minera y de combustibles fósiles, petróleo, carbón, gas y otros minerales como oro, mientras crece la expectativa de la explotación del coltán (mezcla de la columbita y la tantalita).
El resultado es doble, un incremento de las reservas probadas, la producción y el comercio, por un lado, y los mayores ingresos públicos derivados de su participación, por el otro. El impacto sobre la economía es divergente, su participación en el comercio exterior se incrementa, así alizaccomo la dependencia de las finanzas públicas, en sustitución de impuestos, mientras tiene un efecto multiplicador muy débil sobre la demanda, dado que es una actividad intensiva en capital y de baja generación de empleo, muchas utilidades y pocos salarios, aún cuando sean trabajadores bien remunerados.
La industria no creo nuevos empleos permanentes
En la actividad industrial, en cambio, se favoreció la desnacionalización de varias de las principales empresas y la nueva inversión se tradujo en la llegada de empresarios extranjeros que compraron la capacidad instalada existente y modernizaron algunas máquinas.
El beneficio, tanto para quienes vendieron como para los que compraron, tuvo diferentes factores que se concentraron en medianas y grandes empresas, entre ellos, el no pagar impuestos por la transacción, el acogerse a la exención por modernización de capital, el recibir la aprobación de trabajar como zona franca especial uni empresarial, de las cuales hay 40 aprobadas y en funcionamiento, y la condescendencia de desmontar su planta de personal y reemplazarla por una Cooperativa de Trabajo Asociada, bajo su control, para ahorrarse los costos laborales.
Nuevas empresas industriales no hay, tampoco se ha resuelto el vacío en la industria metalmecánica ni se avanzó en investigación y desarrollo. Como consecuencia, en la industria manufacturera no se creó un nuevo empleo permanente y la participación del trabajo en el valor agregado disminuyó diez puntos, los mismos que se convirtieron en utilidades.
Pobres resultados en materia social
En síntesis, el dinamismo de la demanda en la fase de crecimiento no fue generalizado, se concentró en las capas de ingresos altos, los mismos que compraron más carros, electrodomésticos y viajes, mientras en las capas de ingresos medios y bajos se precarizó el trabajo, su participación en el ingreso se redujo y su capacidad de compra se limitó a lo básico.
Como consecuencia, los indicadores sociales son precarios: a) el índice gini volvió al 0.59 y Colombia es el líder de esta deshonrosa distinción en América Latina, b) el 20 por ciento más rico de la población sigue concentrando el 62 por ciento del ingreso, siendo el responsable del mayor consumo nacional, c) ahora hay menos trabajadores asalariados que independientes, predominando el rebusque sobre el empleo decente, d) solamente la tercera parte de las personas que trabajan, alrededor de 6 millones, se encuentran en los regímenes contributivos de salud, pensiones, subsidio familiar y riesgos profesionales, y e) los niveles de pobreza, medidos antes de la actual recesión, son exageradamente elevados, del 46 por ciento pobres y 18 por ciento indigentes.
Con excepción del control de la inflación, los retos para los próximos años son prácticamente los mismos de comienzos del siglo.
http://www.cid.unal.edu.co/cidnews/index.php/rbonilla-crecimiento-desempleo.html