Josefina Cano
“La corteza de la Tierra es un inmenso museo; sólo que las colecciones se han hecho en intervalos de tiempo inmensamente remotos” Charles Darwin.
Por estos días, serán 150 los años que han pasado desde que Darwin publicara su obra capital, El Origen de las Especies. Ya desde ese momento, y siendo que el libro se centraba en la explicación de cómo los organismos variaban en el tiempo, Darwin imaginó las tremendas implicaciones de su pensamiento sobre la evolución humana con una sola frase en todo el libro: “La luz se hará sobre el origen del hombre y su historia”. Con ello se adelantó con valentía a cimentar las bases de lo que sería incluir a los seres humanos en ese proceso de cambio y adaptación que los naturalistas de la época aceptaban solamente para animales y vegetales, considerando al hombre muy por encima de los otros seres vivientes. En su obra posterior consolidó sus ideas y con apenas algunos fósiles humanos a su disposición propuso que el hombre debió haberse originado en África, donde sus primos cercanos, los grandes simios, vivían.
Ciento cincuenta años después, un grupo de más de 45 científicos de diversos lugares del mundo publica en la revista Science (octubre de 2009) los resultados de 17 años de trabajo en un fósil encontrado en África, en la costa oriental, en el Valle del Rift. En realidad se trata de los restos de más de 36 individuos, con rasgos evolutivos en la vía a los humanos, con una edad de 4.4 millones de años. El fósil más completo tiene gran parte del cráneo, la pelvis, brazos, parte de las piernas y los pies y corresponde a una hembra. Es el homínido más temprano en la línea que conduce a los humanos. Se llama Ardiphitecus ramidus, Ardi.
El esqueleto de Ardi, reconstruido
La evolución del hombre, desde que partimos caminos con nuestros primos cercanos, chimpancés y bonobos, hace más de 7 millones de años ha sido un proceso centrado básicamente en dos hechos capitales: el bipedalismo, caminar erguidos y, el desarrollo de un cráneo mayor.
El cráneo de Ardi es de particular interés pues es mucho más viejo y con más huesos que el de cualquier fósil homínido conocido y da luz sobre cómo debieron ser la cara y el cerebro ancestrales. El cráneo de Ardi estaba muy fragmentado y regado en un espacio grande. El trabajo de los científicos logró, usando tomografía micro-computarizada, simular muchas de las partes perdidas y de las que por su fragilidad no se podían tocar, haciendo una reconstrucción virtual de un cráneo completo. La capacidad craneana se estableció entre 400 a 500 cm3, ligeramente mayor que la de los simios actuales y como la tercera parte de la del Homo sapiens. También permitió establecer que la forma de la cara, especialmente los arcos superciliares y la mandíbula, es diferente de la de los simios y próxima a los humanos. Y lo más importante, el canino de Ardi ha perdido su gran tamaño y agudeza, indicando la posibilidad de un comportamiento menos agresivo socialmente.
La forma de la pelvis de Ardi es un mosaico con su parte superior ya ensanchada para permitir el bipedalismo, aunque con la parte inferior más parecida a los simios, indicando que podía también treparse a los árboles. La estructura muscular, simulada por los científicos, indica que Ardi podía caminar con el centro de equilibrio en el cuerpo, sin el balanceo de los brazos de los simios.
El pié de Ardi es de enorme importancia pues, a pesar de caminar erguido, tenía el dedo gordo separado, haciendo ángulo con el resto de los dedos. Esto seguramente era un inconveniente serio en términos de la dinámica del caminado puesto que es sabido que el dedo gordo impulsa el paso. Con seguridad Ardi no podía correr, apenas caminar. Pero mantenía la posibilidad de trepar. Es posible que esta combinación de estructuras anatómicas haya colocado a Ardi en un terreno difícil, algo así como navegar entre dos aguas. Toda esta historia de Ardi, aparte de ser un ejemplo maravilloso del trabajo arduo e incansable de los paleoantropólogos, nos cuenta muchas cosas sobre la evolución del hombre.
Una de ellas es confirmar que la evolución no es un proceso continuo ni un camino hacia la perfección, a lo más elaborado. La evolución es todo lo contrario, un proceso de ensayo y error, un ensamblaje de posibles formas, buscando cuál de ellas funciona mejor en el entorno, cuál de ellas se adapta finalmente a las condiciones ambientales dadas. Ardi podía caminar sin ayuda de las manos y tal vez por eso tenía la posibilidad de colectar comida en mayores cantidades, pero no podía correr y estaba más a la merced de sus enemigos. Podía trepar y protegerse en los árboles pero tal vez era una permanencia temporal.
Ardi ya no era un simio, pero conservaba muchas de sus características. No era humano pero ya tenía muchos rasgos homínidos. ¿Eslabón perdido? No, porque es cada vez más evidente que esa forma intermedia entre simio y humano tal vez no exista como la imaginamos. Desde que nos separamos de los gorilas hace 12 millones de años y de los chimpancés hace 7, cada uno tomó caminos separados, siendo el del hombre el del único animal donde se produjeron alteraciones en el genoma que lo pusieron en la vía de transformación a lo que hoy somos. No descendemos del mono sino de un ancestro común, razón además para no apartarnos de nuestra condición de animales y elevarnos falsamente a la categoría de seres diferentes, creados por alguien superior.
¿Podríamos imaginar un ser más extraño e indefenso en las praderas africanas que Ardi? No es de extrañar que se haya extinguido, aunque claro, sus descendientes seguirían sufriendo mutaciones que continuarían su camino de incertidumbre y cambio en el tortuoso, aunque al final fantástico, ascenso del hombre.