Cuando los asuntos graves van siendo sepultados por otras noticias -que en Colombia llegan en cascada- y quedan sumidos en un silencio raro, es presumible esperar que se resuelvan en contravía y terminen en nada. Es como si los interesados aplicaran la estrategia de quitarse de encima los reflectores de la prensa y la opinión pública para manipular la situación y armar el tinglado de las absoluciones o prescripciones, superando el escándalo y minimizando la citada gravedad
¿Cuántos meses hace que su caso quedó ahí, quieto, en manos de una fiscalía a la que no le interesa avanzar con seriedad en la investigación y a la que parece apurarle la táctica de echarle tierrita al asunto mientras la opinión se distrae y entretiene con otras golosinas? Es raro que esa misma fiscalía aparezca extremadamente ágil para acusar a delincuentes comunes, pero preocupantemente lenta para hurgar en los testimonios comprometedores que los arrepentidos han aportado sobre personajes de cuello blanco.
¿Un ejemplo? El caso de Mario Uribe Escobar, el ex senador antioqueño, primer primo de la nación, avispado buscador de asilos políticos cual si fuera un perseguido del régimen familiar, y enredado por testimonios que lo relacionan con los paramilitares.
¿Otro ejemplo? La llamada yidis-política. La señora Medina ya contó la verdad, ya confesó, ya demostró que era una de las dos puntas de un asqueroso caso de cohecho. Y sin embargo los meses pasan y los otros implicados (¿la otra punta del delito?) siguen en sus cargos, aprovechándose del poder para cuadrar el escenario de su defensa. Uno desde un ministerio; otro desde una embajada. Y como la mirada de la prensa y de la opinión ya no los sigue con interés, poco a poco consiguen que unos cuantos recuerden ese gravísimo caso y que muchos menos sientan la necesidad de que se destape la verdad de cómo se compraron los votos necesarios para la reelección del Principito
¿Uno más? Ese silencio raro es el que -en el ámbito local- permite que aquellos tres $3 mil millones que nos robaron a los pereiranos con certificados de depósito falsos y documentos amañados, sigan embolatados, invertidos o escondidos. ¿Alguien pregunta por esa plata que tanta falta le hace a la ciudad? No, para nada. Es otro asunto que quedó sepultado por intereses muy particulares. Tal vez de apellidos. Tal vez de otra índole no declarada, pero igual de siniestra.
Todo parece indicar que a los ciudadanos del común -unos ocupados en asuntos propios de la subsistencia y otros en enriquecerse cada vez más- les tiene sin cuidado que la verdad se conozca. Una verdad que, cuando no se destapa a tiempo, no pasa de ser una verdad manipulada, es decir, una mentira.
Ante un panorama así, la prensa debería asumir con más seriedad su papel de veedora moral y ética; ir más allá de la información escueta y convertirse en una prensa que hace seguimiento sistemático a esos asuntos graves que se van diluyendo con el tiempo y la omisión. ¿No dizque es el cuarto poder? Pues entonces que lo ejerza. No se trata de que se ensañe con nadie, sino de que se ponga del lado de una ciudadanía a la que todos los poderosos pretenden atropellar sin posibilidad de defensa. Una prensa que sea la voz de quienes nadie, desde las altas esferas, quiere proteger. La voz de quienes quedan envueltos, sin ninguna opción, en ese silencio raro.