Las políticas antinmigrantes puestas cruelmente en marcha por Donald Trump, convertidas en obscenas cacerías racializadas contra países... son la manifestación no sólo del declive hegemónico de Estados Unidos, sino de que la crisis capitalista sigue sin resolverse
La derecha latinoamericana contemporánea no combate a la migración porque quiera detenerla, sino porque teme su potencial político, que cuestiona las fallas del modelo económico y la desigualdad
Ana María Aragonés
jornada.com.mx/ 23/12/2025
Donald Trump, después de acusar sin la más mínima vergüenza ni rubor por decir tantas mentiras que “los migrantes indocumentados inundaron ciudades y pueblos, destruyeron los ahorros de las familias trabajadoras, presionaron los programas sociales, llegaron delincuentes violentos para depredar a la población y provocar una situación horrible en el mundo”, se ufana de que ha logrado algo inesperado: “en pocos meses pasamos de lo peor a lo mejor en la frontera, un total de cero migrantes han cruzado la frontera sur en siete meses y comenzó a registrarse una migración inversa”. Es decir, personas no nacidas en Estados Unidos regresando a sus países de origen como resultado de las políticas que ha implementado. Todo ello, acompañado y aderezado con el Corolario de la Doctrina Monroe de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional, a partir de la cual pretende, ahora sin máscaras, profundizar lo que de suyo ha sido una constante bajo la señalada doctrina desde 1823. Es decir, el marco para una política injerencista, esa sí “horrible”, contra los pueblos latinoamericanos que deciden avanzar hacia caminos que les permitan la emancipación económica, política y social.
Habría que preguntarse dos cuestiones. Por un lado, si las políticas antinmigrantes puestas cruelmente en marcha por Donald Trump, convertidas en obscenas cacerías racializadas contra países, algunos de los cuales este personaje considera soezmente como basura, son la manifestación no sólo del declive hegemónico de Estados Unidos, sino de que la crisis capitalista sigue sin resolverse, lo que tendría consecuencias importantes en relación con lo que llama “migración a la inversa”.
Vale la pena recordar que fue el demócrata Barack Obama quien en su administración enfrentó la grave crisis estructural de los años 2008-2009 y puso en marcha, como han hecho siempre los países receptores, deportaciones masivas. Pero en su caso, fueron de tal envergadura que se le motejó como “jefe deportador”. En ese periodo se empezó a hablar de “migración cero”, la cual indicaba que por primera vez salían más migrantes de los que entraban a Estados Unidos. De hecho, algunos autores y periodistas (Michael Cave, del New York Times) consideraron que se iniciaba una nueva era migratoria porque las condiciones de los países de origen habían mejorado.
Desde mi punto de vista, había dos cuestiones que no se tomaban en cuenta. Por un lado, que efectivamente los flujos migratorios se inhiben cuando se militarizan las fronteras, pero lo que realmente inhibe los flujos migratorios es cuando el desempleo se incrementa a niveles críticos en el destino. Por lo tanto, la llamada “migración cero” se revertiría, tal como sucedió, en el momento en que el desempleo situado en 10.6 por ciento bajó a 4.5 por ciento en Estados Unidos. En el caso mexicano, las condiciones del origen, por más que Felipe Calderón se ufanaba de haber logrado la migración cero, la realidad es que lo único que consiguió es que su política de seguridad convirtiera al país en un verdadero cementerio.
Las consecuencias de una “migración inversa” o de retorno, repatriados o deportados, tiene repercusiones importantes en sus países de origen porque los migrantes son actores sociales que generan transformaciones para el cambio; el retorno no sólo es demográfico, sino político. Los migrantes son literalmente expulsados de sus países de origen, combinando con las necesidades de los países receptores, cuyo fin es el de reducir los posibles conflictos sociales derivados de modelos que sólo benefician a las élites. Se explica por qué no sólo “permiten” la migración, sino que la gestionan como política implícita. Por lo tanto, el peligro no es el migrante que se va, sino el que vuelve porque visibiliza el fracaso del modelo interno, aumenta la demanda de derechos y oportunidades locales, y genera condiciones para posibles cambios.
Hay que recordar que a comienzos del siglo XXI, América Latina vivió una coincidencia histórica, por cierto, poco analizada desde la perspectiva migratoria: el retorno de los migrantes, el ascenso de gobiernos progresistas y el intento de construir una integración regional autónoma como fueron la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), organismos que buscaban una región sin tutela externa. La migración comenzó a verse, al menos discursivamente, como una cuestión latinoamericana estructural: trabajo, desarrollo, soberanía.
Nada de esto fue casual ni la reacción posterior. La derecha latinoamericana contemporánea no combate a la migración porque quiera detenerla, sino porque teme su potencial político, que cuestiona las fallas del modelo económico y la desigualdad. Se busca neutralizarla a partir de su criminalización y se le trata como un asunto de seguridad. La ofensiva antinmigrante de la derecha latinoamericana busca no sólo disciplinar la movilidad, sino desarticular cualquier intento de regionalizar políticamente la migración, bloqueando proyectos como la Celac.
La migración es uno de los pocos fenómenos sociales que revelan simultáneamente las contradicciones del capitalismo global y del Estado nación, superación que pasa inevitablemente por el cambio al socialismo.
________
Fuente:
