La movilización popular ha demostrado la solidez de la revolución bolivariana
La decidida acción de los venezolanos en defensa de la patria, más el unánime apoyo internacional rechazando la intervención norteamericana, puede detener la ofensiva imperialista, añadiendo una victoria más en la actual confrontación entre bloques
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Miguel Manzanera Salavert, profesor de filosofía
observatoriocrisis.co 20 noviembre, 2025
Hay un peligro notorio que el ejército imperial sienta la tentación de repetir en América la violencia israelí contra los palestinos. Sin embargo, las diferencias son notables. En primer lugar, porque Venezuela tiene recursos suficientes para sostenerse. En segundo lugar, porque la movilización popular ha demostrado la solidez de la revolución bolivariana
El movimiento obrero, en su lucha por el poder político contra la burguesía, tiene dos tácticas reconocidas desde el siglo XIX: la ocupación pacífica del estado, mediante victorias electorales conseguidas a partir de la mayoría social, es la primera y predomina entre los trabajadores socialistas de todo el mundo. La segunda es la destrucción del estado burgués y la construcción de una organización social completamente nueva, que siguen los anarquistas y algunos grupos comunistas.
Marx y Engels cuando escribieron El manifiesto comunista estaban pensando en la primera táctica; pero se encontraron con la posibilidad de una organización diferente del estado, cuando en 1871 se produjo la Comuna de París basada en la democracia obrera. En el Prólogo de 1872 al Manifiesto, Marx se refiere a ese descubrimiento.

A comienzos del siglo XX, cuando estalló la revolución de Octubre en Rusia, Rosa Luxemburgo criticó a los bolcheviques por su abolición del Parlamento burgués; sin embargo, admiraba su acción política de tomar el poder para los trabajadores y señalaba que el éxito de los bolcheviques se debía a que habían sabido combinar las dos tácticas en la lucha de clases. Ella clasificaba la primera como socialista o reformista y la segunda como anarquista o revolucionaria.
Siguiendo ese hilo, Manuel Sacristán Luzón -cuyo centenario celebramos este año- reflexionaba sobre esta cuestión en la segunda mitad del siglo pasado, hablando de la contaminación anarquista de los leninistas -con la que se identificaba-, entendiendo esta como la táctica abolicionista de la democracia formal burguesa. No obstante, siguiendo a Togliatti, secretario general del PCI (Partido Comunista Italiano) en aquellos años de mediados de siglo XX, señalaba como Stalin había asignado a los partidos comunistas la tarea de recuperar la democracia formal asediada por los movimientos fascistas europeos.
La recuperación de la táctica del movimiento obrero que Luxemburgo llamaba reformista se hace, pues, con la construcción de los Frentes Populares en la guerra contra el fascismo. Sin embargo, Sacristán ponía dos condiciones para que la democracia formal burguesa fuera un instrumento para la construcción del socialismo: primera, los revolucionarios necesitan controlar los aparatos de violencia institucional del estado burgués para sostener el crecimiento político de la clase obrera. En caso contrario, como ha sucedido tantas veces, el ejército instigado por la burguesía acaba violentamente con las instituciones proletarias a través del golpe de estado.
La segunda condición que puso nuestro filósofo marxista es que ambas tácticas obreras son complementarias, y la ocupación del estado burgués debe dar paso a la construcción del estado obrero en los momentos de crisis política. Si no se hace así, la confianza ciega en las instituciones formales de la burguesía puede acabar en la masacre del pueblo trabajador.
Si observamos ahora el proceso bolivariano desde esta perspectiva, comprendemos por qué está triunfando su revolución. Su acción política nos recuerda la crítica de Luxemburgo a los bolcheviques. Pues, en primer lugar, los bolivarianos han respetado la democracia formal ocupando el poder sobre la base de su fuerza electoral, y a veces con riesgo de perder la mayoría. Sin embargo, los cuerpos armados del estado estaban controlados por los revolucionarios, como lo demuestra el fallido golpe de estado contra Hugo Chávez en abril del 2002. Ese control ha permitido el crecimiento político del movimiento obrero en Venezuela durante tres décadas, cumpliendo la primera condición que señalaba Sacristán.
Y, en segundo lugar, en el momento de crisis que atraviesa Venezuela por las amenazas del imperialismo y el peligro de invasión, el estado bolivariano no se ha echado atrás: se han creado las milicias populares armando al pueblo, de forma organizada para evitar el caos.
La experiencia cubana debe servir de guía para que esa autoorganización popular sea realizada con éxito. ¿Es posible que ese giro en los acontecimientos nos esté indicando el comienzo de una nueva fase en el proceso político venezolano que sustituya paulatinamente la democracia formal por la democracia obrera? ¿Es el pueblo en armas la expresión de un cambio radical en el poder político que está pasando ahora a manos de la clase trabajadora? ¿Se está cumpliendo la predicción sacristaniana del proceso revolucionario? ¿Qué tienen que enseñarnos el pueblo venezolano y sus dirigentes?
Los EE.UU. no han declarado la guerra a Venezuela; formalmente, sus ataques están dirigidos contra el narcotráfico. Pero cualquier observador de los acontecimientos sabe que su objetivo es presionar al estado venezolano y liquidar el proceso revolucionario en el Caribe. Su ejército EE.UU. está probando nuevas tácticas militares apoyándose en la Inteligencia Artificial. Dicho sea de paso es terriblemente peligrosa esa experimentación bélica, que enseña el arte del genocidio a una tecnología todavía insuficientemente conocida. Esas tácticas ya han sido probadas en Gaza, mostrándonos un nuevo tipo de guerra que no existe formalmente -tampoco Israel declaró la guerra contra Hamas-. Pero en los hechos es genocida.
Hay un peligro notorio de que el ejército imperial sienta la tentación de repetir en América la violencia israelí contra los palestinos. Sin embargo, las diferencias son notables. En primer lugar, porque Venezuela tiene recursos suficientes para sostenerse. En segundo lugar, porque la movilización popular ha sido grandiosa demostrando la solidez de los avances políticos de la clase obrera; la oposición no tiene audiencia entre los ciudadanos del país -a pesar del Premio Nobel para la opositora Machado-. Finalmente, por las alianzas tejidas por el Estado venezolano con la oposición antiimperialista en el mundo: la reacción internacional fundada en las alianzas latinoamericanas y asiáticas, ha sido rotunda: el imperialismo está confrontando una guerra híbrida con su periferia y se ha abierto un nuevo frente.
La decidida acción de los venezolanos en defensa de la patria, más el unánime apoyo internacional rechazando la intervención norteamericana, puede detener la ofensiva imperialista, añadiendo una victoria más en la actual confrontación entre bloques.
Es un síntoma más del cambio sustancial en la correlación de fuerzas a nivel internacional, mostrando una vez más la pérdida de hegemonía militar por la OTAN, como está sucediendo también en el terreno económico. Pero esa decadencia puede volverse criminal en los próximos tiempos. Venezuela es un ejemplo para el movimiento comunista internacional, al que debemos prestar atención para interpretar correctamente las vías de la transformación social hacia el socialismo, y al mismo tiempo una sociedad amenazada por el creciente fascismo internacional en una coyuntura histórica en la que todavía no se ha decidido el futuro.
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