La crueldad, desde una perspectiva filosófica, es la disposición o acción de causar sufrimiento, dolor o daño a otros seres, ya sea de manera intencional o por indiferencia hacia su bienestar
Por Ana Cristina Bracho
17 Febrero
La crueldad como dispositivo político. Foto: Alma Plus TV
Las últimas semanas se han caracterizado por una puesta en escena, donde lo cruel adquiere una dimensión espectacular. Si desde el primer gobierno de Donald Trump se empezó a escribir sobre su manera de gobernar caracterizada por su populismo, nacionalismo y el estilo disruptivo, en el que se identifica al otro como un enemigo y a los Estados Unidos como el único país que tiene derechos, estamos entrando a una nueva realidad, redoblada, en la que algunas políticas que ya habían sido objeto de cuestionamientos como aquella que propugnaba la “tolerancia 0" con los inmigrantes adquieren una nueva dimensión.
Sin embargo, más allá de leer noticias como una lista de mercado, si buscamos lo que tienen en común decisiones como cambiarle el nombre al Golfo de México, prometer la deportación sin procedimiento de todos los extranjeros que se crucen en el camino, estimular la delación entre vecinos o prometer la construcción de un complejo para extranjeros en la Franja de Gaza es un uso ilimitado e incluso gozoso de la crueldad.
Algunas nociones sobre la crueldad
Si un tema nos ha llamado la atención durante toda nuestra historia como especie es precisamente este, pues es un recurso cuestionable que ha acompañado nuestro recorrido, como si formase parte de nosotros mismos. Una que deberíamos ser capaces de erradicar con todas las demás fibras de luz que también nos componen.
La crueldad, desde una perspectiva filosófica, es la disposición o acción de causar sufrimiento, dolor o daño a otros seres, ya sea de manera intencional o por indiferencia hacia su bienestar. A pensar sobre el tema y a desestimular su práctica se han dedicado casi todas las religiones. Sólo recordemos que Jesús les enseñó a los cristianos el mandamiento de amar al prójimo como a sí mismos; a proteger a los débiles y a tener cuidado con la creación, un asunto muy desarrollado en el pensamiento de Francisco de Asís.
Ideas similares reciben los musulmanes del islam, que prohíbe la opresión y la matanza innecesaria y busca establecer un trato compasivo con los animales como enseñó Mahoma, mientras que la Torá de los judíos sostiene el deber de justicia y compasión hacia los demás, incluyendo a los más vulnerables y entre ellos, los extranjeros.
Y si este tema ha estado en la religión también ha estado en la filosofía, en la literatura donde se le han dedicado infinitos textos. Tan sólo, el siglo XX, marcado por las dos guerras mundiales, nos ofrece un catalogo de autores que pueden ayudarnos a entender estas acciones y rechazarlas, como podría ser Hannah Arendt, Michel Foucault, Sigmund Freud, Primo Levi o Susan Sontag.
A su lado, en la medida que se desarrolló el concepto de los derechos humanos y se tomó por base la noción de dignidad, anclada en las visiones de Immanuel Kant, se hizo un extenso catalogo de normas que mantienen el rechazo e incluso avanzan hacia la protección de las víctimas y el castigo de los perpetradores, buena parte consideradas algunas de las más sagradas leyes que permiten la convivencia internacional.
La crueldad del gobierno de Donald Trump
Hemos planteado en un primer aparte que este gobierno sucede lo que ocurrió en el primer período sólo que esta vez, con un retorno amparado en una popularidad más grande, más control del Estado, así como con un mayor control de las redes sociales la velocidad y espectacularidad resultan mayores.
Ya en el pasado, lo hecho se caracterizó por ser un ataque sostenido a los más débiles, incluidos los estadounidenses pobres que se vieron desafiados por un sostenido proceso de recortes de las ayudas sociales y una de las peores respuestas a la pandemia que generó un escenario de mortandad y pobreza descomunal en las comunidades más vulnerables; el desinterés por la situación del cambio climático para favorecer los capitales y la política migratoria que fue escandalosa sobre todo por la separación de las familias y las condiciones en los centros de detención de los migrantes.
Para poder hacerlo y mantener su popularidad, la estrategia se sirvió mucho de la comunicación, con la deshumanización del otro, donde los latinos y los negros se convirtieron en otros absolutos rechazados, culpables de todas las condiciones a las que un sistema en crisis, desigual y discriminatorio somete a las mayorías.
De todo esto, que podemos decir que tan sólo vemos la reedición, donde el discurso y los actos son los mismos, con la única diferencia que la indignación se muestra absolutamente ineficiente y a cualquier desafío la reacción de Washington es más dura, indistintamente hacia cual sujeto se dirija, si pudiéramos determinar una como especialmente cruel es aquella que, a pocos días de un alto al fuego y el inicio de un retorno propone la salida de los palestinos de la Franja de Gaza.
Partamos por considerar brevemente la importancia de la soberanía y de la integridad territorial para cualquier Estado, para cualquier pueblo y cómo el derecho internacional sirve -entre otras cosas- para que las fronteras se establezcan de modo a que cada quien tenga su propio lugar. De allí, que el derecho al territorio sea un principio fundamental del derecho internacional, que todos pueden invocar y que hoy se ve comprometido cuando se anuncia la toma del canal de Panamá, de Groenlandia o en este caso, sobre la muy golpeada Franja de Gaza.
Recordemos que esta población, que apenas ejerce el derecho al retorno -y que lo hace a un territorio que se estima ha sido destruido en más del 60% de sus infraestructuras- ha sufrido perdidas de al menos 44.000 vidas según las estimaciones de su Ministerio de Salud y en una inmensa mayoría de su población ha sido obligada al desalojo forzoso y permanente.
Es a esa población, que atraviesa una pesada crisis humanitaria, caracterizada por el precario acceso al agua, la salud y la alimentación a la que mientras avanza con la esperanza de volver a sus tierras, a sus casas y salvar lo que haya quedado, para volver a empezar se le anuncia que ha de retirarse.
La crueldad se aprende y se usa
Una obra fundamental para entender todo esto es el trabajo de la argentina Rita Segato, que ha desarrollado el concepto de la pedagogía de la crueldad como el proceso social y cultural que normaliza la violencia, en especial contra las mujeres y los grupos vulnerables, aspirando a la dominación y control de los otros.
¿Qué nos hace inmunes a la crueldad? Vivimos en entornos donde la violencia se presenta como algo cotidiano y natural, en vez de entender los conflictos como espacios para la transformación y la guerra como una decisión de determinados actores se simplifica en señalarla como algo que siempre ha existido y existirá; al tiempo que se educa en el desprecio del otro, al que se enseña a mirar con miedo, con deseos de venganza y sin empatizar con sus realidades o dolores. En ello, los medios y ahora las redes tienen un rol privilegiado, en el que se amplifica aquello que da miedo porque este justifica los instintos mas primitivos y relega el juicio moral de lo que ocurre.
Si podemos entonces ver que estamos transitando tiempos crueles no hemos de pensar que son los primeros. La crueldad ha sido un elemento característico del fascismo, un fenómeno que en los últimos años se viene denunciando cómo viene creciendo hasta ser parte del presente. Por un lado, esto hay que seguir analizándolo y denunciando, pero también recordando que la crueldad puede y debe derrotarse, como antes ha sido y luego será.
Ana Cristina Bracho
Autor de esta publicación
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Ana Cristina Bracho. Escritora y columnista venezolana. Abogada egresada de la Universidad del Zulia (2009). Premio Nacional de la Juventud Creadora Aquiles Nazoa (2020) y el Premio Nacional Simón Bolívar en Opinión (2023) por la columna "Mejor ni te cuento", publicada en Épale Ccs. Entre sus libros publicados está 23F: la batalla
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