Trump es un emperador que se cree revestido de cabellos de oro. Su país viola impunemente la soberanía de innumerables naciones a través de sus empresas y bases militares.
Quien creyó en la humanización del capitalismo ahora ve que limarle los dientes y las garras al tigre no elimina su ferocidad
FREI BETTO
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Quien siembra un limonero espera recoger limones. Pero en nuestra sociedad, movida por la óptica analítica, y no por la dialéctica, se suele examinar los hechos por sus efectos y no por sus causas.
El sistema ideológico en el que vivimos cuida de encubrir las verdaderas causas. De ahí que haya países pobres porque sus pueblos no son emprendedores; los musulmanes sean terroristas potenciales; los presos comunes, irrecuperables; los homosexuales, pervertidos; los negros, ineptos para las carreras científicas, etc.
Trump sorprende a muchos. Sobre todo, a sus aliados. Nadie esperaba que su primer golpe fuera contra el Canal de Panamá, con vistas a perjudicar a China –objetivo que alcanzó con la ruptura del acuerdo de la Nueva Ruta de la Seda–, México y Canadá. Si hubiera sido contra el gobierno de Venezuela, nadie se habría sorprendido.
Antes, Trump les había puesto una zancadilla a sus más fieles aliados –como hace ahora con los gobiernos europeos– al abandonar su retórica agresiva contra Corea del Norte y tenderle la mano a Kim Jung-un.
¿Trump está loco? ¿Incendiará el mundo, como hicieron Hitler en Europa y Nerón en Roma? De ningún modo. Los locos tiran el dinero y Trump sabe cómo multiplicarlo. Es un fruto genuino del sistema cuyo valor primordial es la competitividad y no la solidaridad.
Y arma su administración para consolidar los más caros “valores” de quien practica la idolatría del dinero: la supremacía de los blancos; el fortalecimiento de los privilegios de los ricos; la eliminación de derechos sociales, como la salud; la licencia a la CIA para secuestrar a sospechosos en cualquier punto del planeta, torturar y mantener cárceles clandestinas, etc. Ahora deporta inmigrantes a la base naval de Guantánamo, en Cuba. Realiza una limpieza étnica en los EEUU como la que propone en Gaza.
Si quien siembra un limonero recoge limones, quien planta la perversa idea de que ser rico es un derecho natural en un mundo mayoritariamente pobre (la fortuna del 1% de la población mundial supera la del 99%) legitima la desigualdad y la violencia.
La propaganda es avasalladora. Tiránica, como la calificó Hannah Arendt, nos inculca la idea de que solo los ricos son felices, porque tienen acceso al lujoso y elegante mercado de los bienes superfluos. ¿O es que vemos con frecuencia que la televisión exalte a quien comparte sus bienes o defiende los derechos de los negros y los homosexuales?
El sistema no tiene el menor interés en las personas, excepto como potenciales consumidores. Lo que importa es el lucro y la acumulación de riquezas. Si un país es pobre, es resultado de su falta de cultura y creatividad. Se barren debajo de la alfombra las verdaderas causas: siglos de colonialismo, de tiranía al servicio de los países metropolitanos, de extorsión de recursos naturales y explotación de la mano de obra.
Un ejemplo es Brasil, donde los portugueses hicieron todo lo posible para evitar una nación de letrados. La primera imprenta llegó en 1808 con Juan VI, más de tres siglos después del inicio de la colonización. Y la primera universidad se inauguró en 1913.
Trump es un emperador que se cree revestido de cabellos de oro. Su país viola impunemente la soberanía de innumerables naciones a través de sus empresas y bases militares. ¿Cuántas bases militares extranjeras hay en los EEUU? El dólar es el patrón monetario internacional. Si los EEUU tosen, la economía mundial se acatarra.
Lo bueno de Trump es que ahora exhibe las garras afiladas del Tío Sam, que ya no se preocupa por esconder su naturaleza tras la fachada de buen viejito. Clark Kent se despoja finalmente de su cara de buena persona. Quien creyó en la humanización del capitalismo tal vez se convenza de que limarle los dientes y las garras al tigre no elimina su natural ferocidad.
Cubadebate.cu
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