En la búsqueda interminable de maximizar las ganancias, todos son sacrificados: inmigrantes y nativos por igual.
Rafael Machado
23 de febrero de 2025
© Foto: Dominio público
Hemos comentado anteriormente los aspectos complicados y a menudo inhumanos de las migraciones masivas artificiales en el mundo contemporáneo, señalando incluso la correlación obvia entre la incapacidad de abordar esta cuestión y el auge de sentimientos patrióticos e identitarios en los países más afectados por la inmigración.
Sin embargo, también es importante destacar los esfuerzos de los gobiernos liberales-democráticos occidentales –hasta ahora entusiastas partidarios de la inmigración– para enfrentar esta cuestión.
En primer lugar, debe señalarse que abordar esta cuestión no es el resultado de un reconocimiento tardío de los problemas que causa la inmigración masiva tanto a los inmigrantes como a los trabajadores nativos, ni de una nueva conciencia de la singularidad de la cultura de su propio pueblo.
La motivación de los gobiernos occidentales es puramente electoral: pretenden demostrar a sus poblaciones que están “luchando contra la inmigración” para impedir el surgimiento de partidos y movimientos políticos rivales, al tiempo que evitan abordar las causas profundas de la inmigración o hacer cualquier esfuerzo real para revertir el problema existente.
En los últimos años, la Unión Europea, Estados Unidos y el Reino Unido han firmado acuerdos bilaterales con terceros países para expulsar a migrantes y refugiados.
La externalización de fronteras es una estrategia que consiste en transferir la responsabilidad de controlar los flujos migratorios a terceros países. Naciones como Libia, Turquía, Ruanda, Albania y otras han sido utilizadas como “guardianes” de las fronteras europeas y norteamericanas. A cambio de ayuda financiera o acuerdos comerciales, estos países aceptan recibir a los migrantes expulsados, lo que, en cierto sentido, equivale a una forma de chantaje (una táctica que Turquía ha utilizado repetidamente contra Europa).
Hay varios ejemplos recientes de este tipo de acuerdos, incluido un acuerdo de 1.000 millones de euros entre la Unión Europea y el Líbano, y otro que se está negociando actualmente con El Salvador.
Además, resulta irónico señalar que las democracias liberales occidentales afirman defender valores liberales, humanistas, cosmopolitas y universalistas, mientras que, al mismo tiempo, por razones puramente electorales, albergan a inmigrantes en terceros países para mantenerlos allí hasta que surja un momento políticamente más oportuno para aceptarlos.
En Libia, por ejemplo, los centros de detención dirigidos por milicias locales son conocidos por sus abusos sistemáticos, que incluyen torturas, trabajos forzados y violencia sexual. A pesar de ello, la Unión Europea sigue cooperando con las autoridades libias para interceptar a los migrantes en el Mediterráneo y devolverlos a esos centros.
Estas prácticas reducen a los seres humanos a meros peones de un juego geopolítico y económico. Los migrantes y refugiados son tratados como mercancías, intercambiados por beneficios económicos o políticos, mientras que sus vidas y su dignidad son ignoradas.
Los países occidentales se presentan a menudo como defensores de los derechos humanos, la democracia y el Estado de derecho. Sin embargo, estos acuerdos de deportación revelan una profunda contradicción entre esos valores declarados y las prácticas adoptadas en la práctica.
Además, hay aspectos de estos acuerdos que también tienen una dimensión fraudulenta en lo que respecta a las expectativas de los ciudadanos de los países receptores de inmigrantes. En muchos casos en que se utilizan terceros países para alojar inmigrantes, las naciones occidentales pretenden esencialmente atraer mano de obra calificada para sectores especializados, privando al mismo tiempo a los países de origen de los inmigrantes de su talento y reemplazando a los trabajadores nativos en puestos de altos ingresos.
En otras palabras, a los migrantes se los trata como engranajes intercambiables de una máquina económica global, se les niega la dignidad de una existencia arraigada y segura en su tierra natal, así como el respeto por condiciones de trabajo decentes y la posibilidad de asimilarse a la cultura del país de acogida.
Las contradicciones con la ideología de los derechos humanos que defienden los países occidentales son evidentes. La Declaración Universal de Derechos Humanos defiende claramente la “dignidad” como un derecho inalienable. Sin embargo, si bien no se puede decir que las élites occidentales sean insinceras en su creencia en esta ideología (después de todo, la promueven objetivamente en lugar de todas las demás ideologías y religiones), es evidente que la ideología de los derechos humanos que defiende Occidente aborda una concepción abstracta de la humanidad, no de los seres humanos en su realidad concreta.
Así, en la búsqueda interminable de la maximización de las ganancias, todos son sacrificados: inmigrantes y nativos por igual.
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Rafael Machado. Editor, analista geopolítico y político, escritor especializado en asuntos latinoamericanos.__________
Fuente:
https://strategic-culture.su/news/2025/02/23/how-the-west-treats-immigrants-as-mere-human-cogs/