Trump inventa el capricho de “renombrarlo” para despojar al Golfo de México (fuente de riquezas petroleras magníficas en aguas someras y en aguas profundas) de su historia y convertirlo en un símbolo del poderío imperialista
Es una declaración de “guerra cognitiva” con violencia semántica, sintáctica y pragmática.
Mientras los problemas estructurales de Estados Unidos... permanecen sin resolver
Por Fernando Buen Abad
21 Enero
Contra estas maniobras de guerra simbólica, es fundamental entender que la lucha en defensa nuestra no sólo se da en el ámbito económico o militar, sino también, en el terreno psicológico y emocional. Cambiar el nombre del Golfo de México no sólo sería un acto de violencia simbólica contra la historia y la identidad de los pueblos que lo rodean, es también un episodio peligroso para la imposición de narrativas hegemónicas.
La intención de Donald Trump de renombrar el Golfo de México es una declaración de “guerra cognitiva” con violencia semántica, sintáctica y pragmática
Todas esas atrocidades que inventa Donald Trump serían intrascendentes si tuviésemos un frente comunicación y semiótica capaz de generar contraofensivas puntuales y eficaces. Eso de cambiarle el nombre al Golfo de México no es otra cosa que una declaración de “guerra simbólica”. Tal ideota nos es casual ni huérfana de profundidad, aunque parezca sólo un berrinche de magnate irrespetuoso, pletórico de ignorancia. Aquí subyace una ofensiva por el control de los significados y una narrativa histórica auspiciada por la “batalla cultural” burguesa que se despliega por todo el planeta para reponerle al imperio la “prerrogativa” de imponer el sentido de la dominación a todo sentido. Moralejas oligarcas con destinatarios políticos y culturales región por región. Trump exhibe su muy limitado respeto geopolítico y su desorbitada petulancia como tendencia para desplegar maniobras simbólicas y ofender a los pueblos para disciplinarlos. Pagará las consecuencias políticas y culturales. ¿Escucha eso Xi Jinping?
Su estulticia es un motor semántico, no simple ignorancia, porque con tal desplante arrogante el magnate quiere que lo aceptemos como jefe nuestro mientras le regalamos los recursos estratégicos, incluida la identidad de los nombres. Rebautizar al Golfo de México es una payasada que pisotea todos los fundamentos históricos o geográficos de nuestras identidades, refleja desprecio por la realidad con violencia simbólica contra las culturas y los pueblos que han dado significado a ese espacio durante siglos. Trump no sólo insulta la historia de la región, sino que también busca borrar su significado como un espacio geográfico y simbólico compartido entre naciones y culturas múltiples, en especial México, cuya relación con USA ha sido marcada por conflictos, disputas y tensiones históricas de dominación e intervención y saqueo.
Es un capricho irritante eso de renombrar una zona tan cara a identidad de la región. No es asunto sólo de palabras, porque conlleva la intención imperial de reconfigurar el imaginario colectivo. En la tontería de Trump, y sus seguidores, se desliza una operación ideológica para reinterpretar el Golfo como un espacio exclusivamente estadounidense, borrando su conexión con México y, por extensión, con América Latina. Es ejemplo de la obscenidad trumpista del “America First”, calcada por muchos de sus esbirros e imitadores en todo el continente, empeñados en desaparecer aquello que no sea una afirmación del poder imperial estadounidense.
Es una declaración de “guerra cognitiva” con violencia semántica, sintáctica y pragmática. Estulticia que muestra cómo el poder económico puede desplegarse en el ámbito simbólico, también, para imponer una narrativa hegemónica, eliminando las versiones originarias o revolucionarias de la historia. Analizarlo y denunciarlo nos ofrece herramientas para entender esta humillación semiótica cuya dictadura simbólica impone significados aberrantes para facilitar el control cultural y la hegemonía ideológica que son esenciales para el mantenimiento del capitalismo y sus vampiros.
Trump inventa el capricho de “renombrarlo” para despojar al Golfo de México (fuente de riquezas petroleras magníficas en aguas someras y en aguas profundas) de su historia y convertirlo en un símbolo del poderío imperialista. Esto no sólo nos restriega en el rostro su narrativa de excepcionalismo norteamericano, sino que también sirve para perpetuar un discurso de inferiorización contra México y América Latina que históricamente han sido antiimperialistas, revolucionarios de la soberanía y baluartes de la dignidad. No tememos en broma la dimensión de esta payasada de ricos.
Aunque algunos esbirros locales aplaudan a Trump, no caigamos en sus dispositivos de distracción. Con populismos de derechas, que Trump exuda exponencialmente, esconden planes mucho más perversos que necesitan disfrazar porque engendran ambiciones de saqueo y explotación realmente canallas en el corto plazo. Mientras los problemas estructurales de Estados Unidos (como los incendios, la desigualdad económica, el cambio climático, las mafias narcotraficantes, la debilidad de su sistema de salud, y la anorexia intelectual de sus dirigentes) permanecen sin resolver, las guerras culturales y simbólicas se convierten en un terreno fértil para engañar a los pueblos.
Eso de volver a bautizar al Golfo de México, además de ofensivo es absolutamente inútil, por eso es sospechoso de todo. No obstante, algunos creen que, movilizando emociones nacionalistas y avivando resentimientos, reforzarán la figura de Trump (declarado delincuente por varios jueces yanquis) como un líder dispuesto a “defender” los intereses imperiales contra cualquier enemigo, real o imaginario. Su estulticia no es una cualidad accidental, sino una naturaleza de clase empeñada en secuestrar las riquezas de la clase trabajadora y la abundancia de los recursos naturales propiedad de la humanidad toda.
Y no olvidemos que cambiándole el nombre al Golfo de México tendrán excusas perfectas para prohibir a China toda circulación en aguas que aparecerían como de propiedad yanqui. Es la clase de perversiones que habitan la cabeza de Trump empeñado en imponer su narrativa de patrono super-ególatra. No pasarán.
Contra estas maniobras de guerra simbólica, es fundamental entender que la lucha en defensa nuestra no sólo se da en el ámbito económico o militar, sino también, en el terreno psicológico y emocional. Cambiar el nombre del Golfo de México no sólo sería un acto de violencia simbólica contra la historia y la identidad de los pueblos que lo rodean, es también un episodio peligroso para la imposición de narrativas hegemónicas. No debemos contentarnos con la indignación momentánea o el rechazo coyuntural. Estamos en un escenario de disputa por el sentido y nuestra reacción debe ser rigurosa, organizada y consciente. Es urgente desmontar las narrativas hegemónicas que buscan borrar la diversidad histórica y cultural, al mismo tiempo que se construyen alternativas basadas en la justicia, la igualdad y el respeto por las identidades compartidas. Resistir y construir.
Cambiar el nombre del Golfo de México no es sólo capricho de magnates, es ofensiva de un proyecto imperial disfrazado de nacionalismo burgués, intoxicado de ignorancia estratégica y manipulación simbólica. Refleja una visión del mundo en la que el poder reside también en la capacidad de guerra para imponer significados y reescribir la historia a conveniencia. Nos exhibe la importancia de disputar cada milímetro del ámbito simbólico y cultural, construyendo narrativas que desafíen la hegemonía y afirmen la riqueza histórica y cultural propia. Nuestra lucha por el significado es, también, una lucha por la dignidad. Contra esta guerra simbólica imperial, la organización, el pensamiento crítico y la movilización cultural son nuestras mejores herramientas. Si nos unimos.
Fernando Buen Abad
Autor de esta publicación
_______________________________
Intelectual y escritor mexicano. Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía.
_________
Fuente: