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ROBAR LA RIQUEZA DE ÁFRICA PARA SALVAR EL CLIMA (Y ALIMENTAR LA IA)

«Con la creciente demanda, los ingresos procedentes de los minerales críticos están llamados a aumentar significativamente en las próximas dos décadas», informa el FMI

Joshua Frank, TomDispatch.com
Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Considerada por muchos la joya de la corona de Angola, Lobito es una colorida ciudad portuaria situada en la pintoresca costa atlántica del país, donde una franja de tierra de casi cinco kilómetros crea un puerto natural. Sus playas de arena blanca, aguas de un azul vibrante y clima tropical templado han hecho de Lobito un destino turístico en los últimos años. Sin embargo, bajo su nueva y brillante fachada se esconde una historia plagada de violencia colonial y explotación.

Los portugueses fueron los primeros europeos en reclamar Angola a finales del siglo XVI. No cedieron, durante casi cuatro siglos, hasta que una sangrienta guerra civil de 27 años con guerrillas anticoloniales (ayudadas por las Fuerzas Armadas Revolucionarias Cubanas) y reforzadas por un golpe de Estado izquierdista en la lejana Lisboa, capital de Portugal, derrocó aquel régimen colonial en 1974.

El puerto de Lobito fue el corazón económico del reinado portugués en Angola, junto con el serpenteante ferrocarril de Benguela, de 1.866 kilómetros, que empezó a funcionar a principios del siglo XX. Durante gran parte del siglo XX, Lobito fue el centro de exportación a Europa de productos agrícolas y metales extraídos del Cinturón de Cobre africano. En la actualidad, el Cinturón de Cobre sigue siendo una región rica en recursos que abarca gran parte de la República Democrática del Congo y el norte de Zambia.

Quizá no les sorprenda saber que, medio siglo después de que Portugal pusiera fin al control colonial de Angola, el neocolonialismo está clavando sus anzuelos en Lobito. Su puerto y el ferrocarril de Benguela, que recorre lo que se conoce como el Corredor de Lobito, se han convertido en un núcleo clave de los esfuerzos de China y del mundo occidental por pasar de los combustibles fósiles a las fuentes de energía renovables en nuestro nuevo y caliente mundo. Si los intereses capitalistas siguen impulsando esta transición crucial, lo que es muy probable, mientras no se reduzca radicalmente el consumo mundial de energía, la cantidad de minerales críticos necesarios para alimentar el futuro global seguirá siendo insondable. El Foro Económico Mundial calcula que se necesitarán 3.000 millones de toneladas de metales. El Foro Internacional de la Energía calcula que, para cumplir los objetivos mundiales de reducir radicalmente las emisiones de carbono, necesitaremos también entre 35 y 194 enormes minas de cobre de aquí a 2050.

No debería sorprendernos que la mayoría de los minerales, desde el cobre hasta el cobalto, necesarios para la maquinaria de esa transición (incluidas las baterías eléctricas, las turbinas eólicas y los paneles solares) se encuentren en América Latina y África. Peor aún, más de la mitad (54%) de los minerales críticos necesarios se encuentran en tierras indígenas o cerca de ellas, lo que significa que las poblaciones más vulnerables del mundo son las que corren un mayor riesgo de verse afectadas de forma profundamente negativa por las futuras operaciones mineras y afines.

Cargando cobalto en el Congo (David Lewis/Reuters).

Cuando se quiere entender lo que depara el futuro a un país del mundo «en desarrollo», como a los economistas aún les gusta llamar a estas regiones, no hay más que mirar al Fondo Monetario Internacional (FMI). «Con la creciente demanda, los ingresos procedentes de los minerales críticos están llamados a aumentar significativamente en las próximas dos décadas», informa el FMI. «Se calcula que los ingresos mundiales procedentes de la extracción de sólo cuatro minerales clave -cobre, níquel, cobalto y litio- ascenderán a 16 billones de dólares en los próximos 25 años. El África subsahariana puede cosechar más del 10% de estos ingresos acumulados, lo que podría corresponder a un aumento del PIB de la región del 12% o más para 2050».

Se cree que sólo el África subsahariana contiene el 30% del total de las reservas minerales críticas del mundo. Se calcula que el Congo es responsable del 70% de la producción mundial de cobalto y de aproximadamente el 50% de las reservas del planeta. De hecho, la demanda de cobalto, un ingrediente clave en la mayoría de las baterías de iones de litio, está aumentando rápidamente debido a su uso en todo tipo de aplicaciones, desde teléfonos móviles a vehículos eléctricos. En cuanto al cobre, África cuenta con dos de los principales productores mundiales: Zambia representa el 70% de la producción del continente. «Esta transición», añade el FMI, “si se gestiona adecuadamente, tiene el potencial de transformar la región”. Y, por supuesto, no será una transformación bonita.

Aunque esos minerales críticos podrían extraerse en zonas rurales del Congo y Zambia, deben llegar al mercado internacional para ser rentables, lo que convierte a Angola y al Corredor de Lobito en claves para la pujante industria minera africana.

En 2024, China se comprometió a invertir 4.500 millones de dólares sólo en minas africanas de litio y otros 7.000 millones en infraestructuras mineras de cobre y cobalto. En el Congo, por ejemplo, China controla el 70% del sector minero.

Tras haber ido a la zaga de las inversiones de ese país en África durante años, ahora quiere recuperar terreno.

El colonialismo del cobre en Zambia

En septiembre de 2023, al margen de la reunión del G20 en India, el secretario de Estado Antony Blinken firmó discretamente un acuerdo con Angola, Zambia, la República Democrática del Congo y la Unión Europea para poner en marcha el proyecto del Corredor de Lobito. No hubo mucha fanfarria ni cobertura informativa, pero Estados Unidos había dado un paso importante. Casi 50 años después de que Portugal se viera obligado a abandonar Angola, Occidente estaba de vuelta, ofreciendo un compromiso de 4.000 millones de dólares y evaluando la necesidad de actualizar las infraestructuras construidas por primera vez por los colonizadores europeos. Con una creciente necesidad de minerales esenciales, los países occidentales ponen ahora sus ojos en África y en sus tesoros de energía verde.

«Nos reunimos en un momento histórico», dijo el presidente Joe Biden al recibir al presidente angoleño João Lourenço en Washington el año pasado. Biden calificó entonces el proyecto Lobito de «la mayor inversión ferroviaria estadounidense en África de la historia» y afirmó el interés de Occidente por lo que la región pueda ofrecer en el futuro. «Estados Unidos», añadió, “está con África… Estamos con vosotros y con Angola”.

Tanto África como Estados Unidos, insinuó Biden, se beneficiarían de esta coalición. Por supuesto, ése es precisamente el tipo de retórica que podemos esperar cuando los intereses occidentales (o chinos) pretenden hacerse con los recursos del Sur Global. Si se tratara de petróleo o carbón, sin duda surgirían preguntas y preocupaciones sobre las intenciones regionales de Estados Unidos. Sin embargo, con la lucha contra el cambio climático como tapadera, pocos se plantean las ramificaciones geopolíticas de tal postura, y aún menos reconocen las repercusiones del aumento masivo de la minería en el continente.

En su libro Cobalt Red (Rojo cobalto), Siddharth Kara expone las sangrientas condiciones que soportan los mineros del cobalto en el Congo, muchos de ellos niños que trabajan contra su voluntad durante días enteros, sin apenas dormir y en condiciones insoportablemente abusivas. La terrible historia es muy parecida en Zambia, donde las exportaciones de cobre suponen más del 70% de los ingresos totales del país. Un devastador informe de 126 páginas de Human Rights Watch (HRW) de 2011 exponía la miseria que se vive en el interior de las minas de propiedad china en Zambia: jornadas laborales de 18 horas, entornos de trabajo inseguros, actividades antisindicales desenfrenadas y accidentes laborales mortales. Hay pocos motivos para creer que la situación sea muy diferente en las explotaciones más recientes de propiedad occidental.

Minería de coltán en la República Democrática del Congo (Foto: Responsible Sourcing Network)

«Los amigos te dicen que hay muchos peligros al salir del turno», dijo a HRW un minero que se lesionó mientras trabajaba para una empresa china. «Te despiden si te niegas, te amenazan con eso todo el tiempo… Los principales accidentes son por desprendimientos de rocas, pero también tienes descargas eléctricas, gente atropellada por camiones mineros bajo tierra, gente que se cae de plataformas que no son estables… Cuando me accidenté, yo estaba en una caja de carga. El capitán de la mina… no puso una plataforma. Así que cuando estábamos trabajando, cayó una roca y me golpeó el brazo. Se me rompió hasta el punto de que el hueso se salía del brazo».

Una explosión en una mina mató a 51 trabajadores en 2005 y las cosas no han hecho más que empeorar desde entonces. Diez trabajadores murieron en 2018 en un yacimiento ilegal de extracción de cobre. En 2019, tres mineros murieron calcinados en un incendio en un pozo subterráneo y un corrimiento de tierras en una mina de cobre a cielo abierto en Zambia mató a más de 30 mineros en 2023. A pesar de estos horrores, hay prisa por extraer cada vez más cobre en Zambia. En 2022 funcionaban en el país cinco minas gigantescas de cobre a cielo abierto y otras ocho subterráneas, muchas de las cuales se ampliarán en los próximos años. Con nuevas minas en marcha avaladas por Estados Unidos, Washington cree que el Corredor de Lobito puede ser el eslabón que falta para garantizar que el cobre zambiano acabe en productos de energía verde consumidos en Occidente.

Minería IA para Energía IA

La oficina de KoBold Metals en el pintoresco centro de Berkeley, California, está lo más lejos posible de las sucias minas de Zambia. Sin embargo, en la anodina sede de KoBold, situada sobre una hilera de bares y restaurantes de moda, un equipo de emprendedores tecnológicos trabaja con diligencia para localizar la próxima gran explotación minera en Zambia utilizando Inteligencia Artificial (IA) patentada. Con el respaldo de los multimillonarios Bill Gates y Jeff Bezos, KoBold se presenta como una máquina ecológica de Silicon Valley, comprometida con la transición energética ecológica del mundo (al tiempo que obtiene pingües beneficios).

Por supuesto, a KoBold le interesa asegurarse los depósitos de energía del futuro, porque se necesitará una inmensa cantidad de energía para mantener su mundo artificialmente inteligente. Un informe reciente de la Agencia Internacional de la Energía estima que, en un futuro próximo, el uso de electricidad por parte de los centros de datos de IA aumentará significativamente. En 2022, estos centros de datos ya utilizaban 460 teravatios hora (TWh), pero están en camino de aumentar a 1.050 TWh a mediados de la década. Para ponerlo en perspectiva, el consumo total de energía de Europa en 2023 rondaba los 2.700 TWh.

«Cualquiera que esté en el sector de las renovables en Occidente busca cobre y cobalto, que son fundamentales para fabricar vehículos eléctricos», explicaba Mfikeyi Makayi, director ejecutivo de KoBold en Zambia, al Financial Times en 2024. «Eso va a salir de esta parte del mundo y la ruta más corta para sacarlos es Lobito».

Makayi no se andaba con rodeos. Los minerales críticos de las minas de KoBold no acabarán en poder de Zambia ni de ningún otro país africano. Están destinados exclusivamente a los consumidores occidentales. El director general de KoBold, Kurt House, también es sincero sobre sus intenciones: «No necesito que me vuelvan a recordar que soy capitalista», bromea.

En julio de 2024, House llamó a los inversores de su empresa con una gran noticia: KoBold acababa de llevarse el premio gordo en Zambia. Su novedosa tecnología de IA había localizado el mayor hallazgo de cobre en más de una década. Una vez en funcionamiento, podría producir más de 300.000 toneladas de cobre al año o, en el lenguaje que entienden los inversores, el dinero fluirá pronto. A finales del verano de 2024, una tonelada de cobre en el mercado internacional costará más de 9.600 dólares. Por supuesto, KoBold ha apostado fuerte, gastando 2.300 millones de dólares para que la mina de Zambia esté operativa en 2030. Sin duda, los inversores de KoBold estaban entusiasmados con la perspectiva, pero no todos lo estaban tanto como ellos.

«El valor del cobre que ha salido de Zambia es de cientos de miles de millones de dólares. Mantengan esa cifra en su mente, y luego miren a su alrededor en Zambia», dice el economista zambiano Grieve Chelwa. «Se ha roto el vínculo entre recursos y beneficios».

Zambia no sólo ha renunciado a los beneficios de esa explotación minera, sino que -puedo garantizárselo- su población tendrá que sufrir el desorden local resultante.

El río envenenado

Konkola Copper Mines (KCM) es hoy el mayor productor de mineral de Zambia, y extrae un total de dos millones de toneladas de cobre al año. Es uno de los mayores empleadores del país, con un historial brutalmente largo de abusos contra los trabajadores y el medio ambiente. KCM explota la mina a cielo abierto más grande de Zambia, que se extiende a lo largo de siete millas. En 2019, la británica Vedanta Resources adquirió una participación del 80% en KCM cubriendo 250 millones de dólares de la deuda de esa empresa. Vedanta tiene bolsillos profundos y está dirigida por el multimillonario indio Anil Agarwal, conocido cariñosamente en el mundo de la minería como «el Rey del Metal».

Una cosa hay que dar por sentada: No te conviertes en el Rey del Metal sin dejar entrañas de residuos tóxicos en tus faldones. En India, las minas de alúmina de Agarwal han contaminado las tierras de las tribus indígenas kondh de la provincia de Orissa. En Zambia, sus minas de cobre han destrozado tierras de cultivo y cursos de agua que antaño suministraban pescado y agua potable a miles de aldeanos.

El río Kafue recorre más de 1.500 kilómetros, lo que lo convierte en el río más largo de Zambia y ahora probablemente también en el más contaminado. De norte a sur, sus aguas fluyen por el Cinturón de Cobre, arrastrando consigo cadmio, plomo y mercurio procedentes de la mina de KCM. En 2019, miles de aldeanos zambianos demandaron a Vedanta, alegando que su filial KCM había envenenado el río Kafue y causado daños irreparables en sus tierras.

El Tribunal Supremo británico declaró entonces responsable a Vedanta, que se vio obligada a pagar una indemnización no revelada, probablemente de millones de dólares. Una victoria tan histórica para esos aldeanos zambianos no podría haberse producido sin el trabajo de Chilekwa Mumba, que organizó a las comunidades y convenció a un bufete internacional de abogados para que se hiciera cargo del caso. Mumba creció en la región zambiana de Chingola, donde su padre trabajaba en las minas.

«Las actividades mineras provocaban la degradación del medio ambiente. Como descubrimos, había momentos en los que los niveles de ácido del agua eran muy altos», explicó Mumba, galardonado en 2023 con el prestigioso Premio Medioambiental Goldman. «Así que hubo quejas muy concretas sobre problemas estomacales de los niños. Los niños se pasean por las aldeas y, si tienen sed, no piensan en lo que está pasando, simplemente cogen un vaso y beben agua del río. Así es como viven. Así que suelen contraer enfermedades. Es difícil de cuantificar, pero está claro que el impacto existió».

Por desgracia, a pesar de esa importante victoria legal, poco ha cambiado en Zambia, donde la normativa medioambiental sigue siendo débil y casi imposible de aplicar, lo que deja a las empresas mineras como KCM la tarea de autorregularse. Un proyecto de ley zambiano de 2024 pretende crear un organismo regulador que supervise las operaciones mineras, pero la industria se ha opuesto, por lo que no está claro que llegue a convertirse en ley. Aunque la ley se apruebe, es posible que tenga pocas repercusiones reales en las prácticas mineras del país.

El calentamiento del clima, al menos para los multimillonarios propietarios de minas y sus cómplices occidentales, seguirá siendo una ocurrencia tardía, así como una justificación para explotar más minerales esenciales de África. Considérenlo un nuevo tipo de colonialismo, esta vez con un barniz de capitalismo verde. Hay demasiados programas de inteligencia artificial que ejecutar, demasiados aparatos tecnológicos que fabricar y demasiado dinero que ganar.

10 octubre 2024
Foto de portada: Puerto Lobito, en Angola.
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Joshua Frank, colaborador habitual de TomDispatch, es un galardonado periodista afincado en California y coeditor de CounterPunch. Es autor del nuevo libro Atomic Days: The Untold Story of the Most Toxic Place in America (Haymarket Books).

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Fuente:

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