Los pueblos indígenas han soportado durante quinientos años una civilización salvaje, la modernidad occidental y, aún están de pie para darnos su testimonio y enseñarnos que la naturaleza no es paisaje, es sagrada, es memoria, es espíritu
La civilización moderna con su sistema capitalista hizo al humano sujeto y a todo lo demás objeto…, y, ¡hasta volvió objeto al humano, así lo demuestra hoy el genocidio en Palestina!
Por LUCERO MARTÍNEZ KASAB*
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Lo dijo tranquilamente el pensador boliviano de blancos cabellos, Rafael Bautista Segales, quien defiende la cultura de los pueblos originarios que corre por sus venas, enseñándonos esa visión del mundo tan diferente a la de occidente. Su frase encajó en mi existencia como si yo misma la hubiera pensado porque, cada parte del entorno donde he vivido o por donde han pasado mis ojos resuenan en mi memoria, que es sentimiento…, no es sólo el paisaje allá a lo lejos, es la cercanía con la propia vida y eso cambia por completo la relación con la naturaleza. Pero, soy occidental y mi relación con ella no llega todavía a esa profundidad de los pueblos aymara, misak, arahuaco, sinú, sibundoy, entre tantos en América de los que deberíamos aprender.
Tenemos en la cumbre de la COP16 en Cali, Colombia, la asistencia de delegaciones de pueblos ancestrales partícipes en la ceremonia de apertura, en los conversatorios, en las mesas de diálogos desplegando su cultura en todos los sentidos. En la estética, con esa profusión de colores en los tocados de cabeza, en los vestidos, en los collares y aretes, en las líneas sobre sus rostros y cuerpos que ellos y ellas exhiben con un contenido erótico diferente a occidente. En el talante, esa tranquilidad al hablar con una respiración sosegada pensando la palabra correcta; casi todas y todos hablan como en versos cortos llenos de sabiduría. En el contenido, una visión del cosmos que nos permite aprender palabras nuevas como pachamama, que nosotros hemos entendido como naturaleza, pero es mucho más que eso, es, vientre que aloja la vida de los humanos y de todos los seres, es Madre Tierra; por eso los ríos son la sangre, los cerros y los árboles son ancestros que amparan…, son memoria hechos sujetos.
Sin embargo, la banalidad de occidente acecha detrás del acercamiento hacia la cultura de los pueblos originarios porque, es ley de esta civilización moderna que se cae a pedazos estar a la moda, como sucedió con el hipismo de los años 60; los verdaderos sí aplicaron amor y paz, despreciaron la cultura del consumo y de la guerra, los demás se conformaron con el cabello largo mientras entraban a la sociedad capitalista. De lo que se trata es de creer en lo que los pueblos indígenas creen, ese es el verdadero cambio, no parecerse a ellos utilizando mochilas, ataviándose como indígenas en apariencia, pero en el fondo siendo los mismos y las mismas con subjetividad capitalista, moderna, acumuladora, individualista, desvirtuando esa cultura.
Por eso es tan importante que los pueblos ancestrales y los afrodescendientes lleguen a la política de nuestros países, ya que es a través de la política como se concreta la concepción del mundo, los principios éticos, la institucionalización de saberes y conocimientos para preservar la vida; es necesario que este gobierno les conceda a esos pueblos estatus político donde se les reconozca sus derechos y los una a los planes nacionales con un capítulo sobre conocimientos ancestrales, como lo dice el documento de la COP16; de esta forma la sociedad colombiana asimilará institucionalmente, en serio, otra noción de cómo vivir sin hacerle daño a la naturaleza.
¿En qué creen los pueblos ancestrales? En el respeto del circuito simbiótico entre humano y naturaleza, en la ética de esa relación. La civilización moderna con su sistema capitalista hizo al humano sujeto y a todo lo demás objeto…, y, ¡hasta volvió objeto al humano, así lo demuestra hoy el genocidio en Palestina! Disoció al humano de la naturaleza dejándola como a una máquina a la que hay que extraerle además sus leyes internas, la desvalorizó a nivel de objeto para dominarla, usarla y explotarla con profunda codicia destruyendo sus montañas, ríos, valles, mares, páramos porque, se enajenó, olvidó la autoconciencia de su ser, dejó de saber quién era en esta Tierra, jugó a ser un dios pervertido sin la humildad de quien sabe que necesita la leche y la miel de su madre para vivir…, Ícaro cayendo con sus alas derretidas por el sol.
La figura geométrica que representa la cosmovisión de los pueblos ancestrales indígenas y afrodescendientes es el círculo porque, refleja los acontecimientos uno tras otro enlazados, ellos creen que un pequeño acto íntimo de la persona repercute en el universo. Occidente absolutizó la vida y se absolutizó él mismo como vida, desconociendo los eslabones que van desde la mínima partícula del fondo del mar hasta el humano como ser pensante. Creyó que su vida no dependía de los casquetes gigantes de hielo del polo norte y del polo sur, de las selvas y los bosques, de ese velo azul que rodea la atmósfera. La élite occidental que nos está llevando al abismo creyó y cree en la individualidad, en el YO, una cosa suelta sin relación con el espacio, disociada, esquizofrénica.
Los pueblos ancestrales creen en el pasado, creen en la circularidad del tiempo, no en la línea recta del pasado atrás y el futuro delante como lo impuso la modernidad y el capitalismo buscando el progreso. Los indígenas siempre miran al pasado, a sus ancestros porque, el presente tiene el sentido que el pasado le ha dado, lo mira, para comprender el presente, para anticiparse al futuro. La modernidad desprecia el pasado porque es lo superado, el capitalismo magnifica el futuro llenándolo de una riqueza que resultó inservible para sostener la vida. Por eso es la hora de que los pueblos del mundo se unan sin distingos de culturas y territorios para que, rescatando el concepto de que la pachamama es espíritu, ancestro, memoria se le quite las riendas a ese porcentaje de humanos delirantes.
Nos señala este gran filósofo boliviano que una economía basada en los principios de los pueblos originales, en su filosofía, en sus saberes, derrumbaría la del crecimiento y la acumulación de ganancias del capitalismo para crear otro tipo de economía donde todo sea sujeto merecedor de respeto. Razón debe tener este notable pensador si recordamos que los pueblos indígenas han soportado durante quinientos años una civilización salvaje, la modernidad occidental y, aún están de pie para darnos su testimonio y enseñarnos que la naturaleza no es paisaje, es sagrada, es memoria, es espíritu.
27 Octubre, 2024
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