Las elecciones presidenciales de este 28 de julio en Venezuela, por su inconmensurable riqueza en recursos naturales estratégicos, adquieren gran importancia geopolítica, sobre la cual está la mirada acechante de Washington.
POR CARLOS FAZIO /
En un mundo signado por la contradicción entre el unilateralismo hegemónico de EE.UU. y un multipolarismo de nuevo tipo con eje en el BRICS ampliado −a lo que no son ajenos los conflictos bélicos en Ucrania y Gaza−, las elecciones presidenciales del 28 de julio en Venezuela adquieren una renovada dimensión geopolítica. Pero la novedad, ahora, es que la extrema derecha venezolana ha decidido participar en los comicios después de nueve años de aventuras desestabilizadoras y rupturistas diseñadas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), el Pentágono y el Departamento del Tesoro de EE.UU.
Con base en una guerra híbrida que combinó operaciones de guerra sicológica (Opsic) con acciones callejeras insurreccionales; sanciones económicas y financieras unilaterales y extraterritoriales como herramientas de guerra por medios no militares y castigo colectivo contra la población civil; propaganda negra y desinformación (fake news, información engañosa, rumores); sabotajes; intentos de magnicidio; abstencionismo y boicots electorales y el gobierno paralelo del tragicómico Juan Guaidó, actividades todas dirigidas a un cambio de régimen político. A lo que se suma, en la coyuntura, la solicitud de Washington al Gobierno constitucional y legítimo de Nicolás Maduro, de reanudar el diálogo directo entre ambos países, lo que demuestra la necesidad de EE.UU. de asegurar el flujo de petróleo venezolano.
En unos comicios en que están llamados a participar poco más de 21 millones 600 mil venezolanos que podrán optar entre 10 candidatos a la Presidencia de la República, las intenciones del voto apuntan al actual mandatario, Nicolás Maduro, y al opositor Edmundo González Urrutia, representante de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD), que agrupa un bloque de partidos de extrema derecha.
Presentado por CNN, BBC News y la agencia gubernamental alemana Deutsche Welle como un diplomático de carrera jubilado, Edmundo González, de 74 años, es un hombre con problemas de salud y bajo perfil mediático que fue palomeado por María Corina Machado.
La agente venezolana al servicio de Washington, María Corina Machado con su candidato presidencial de ultraderecha Edmundo González Urrutia.
Heredera de la élite venezolana y candidata original de los círculos corporativos y del Estado profundo (deep state) en Washington, inhabilitada por 15 años por el Tribunal Supremo de Justicia por haber participado en intentos de golpes de Estado; apoyado la invasión extranjera a Venezuela; recibido financiación directa de la Agencia Internacional para el Desarrollo de Estados Unidos (USAID) y la Fundación Nacional para la Democracia (NED, vieja fachada de la CIA), y por participar en la trama de corrupción orquestada por el usurpador Guaidó que propició el bloqueo criminal de EE.UU. a la República Bolivariana así como el despojo millonario de riquezas y empresas del Estado (como Citgo Holding Inc, Citgo Petroleum Corporation y Manómeros Colombo Venezolanos S.A.), junto con el secuestro y robo de 31 toneladas de lingotes de oro venezolano por el Banco de Inglaterra.
La inhabilitación electoral de María Corina Machado fue utilizada por EE.UU. en abril pasado para justificar la reimposición de sanciones petroleras contra el Gobierno de Maduro, no obstante lo cual la fundadora del partido conservador Vente Venezuela ha realizado recorridos por varias ciudades como si estuviera en campaña por la silla presidencial del Palacio de Miraflores. A su vez, González, quien fue representante internacional de la Mesa de la Unidad Democrática (hoy PUD) entre 2013 y 2015, periodo en que el Comando Sur del Pentágono intensificó la guerra híbrida contra el país suramericano en el marco de la fratricida Operación Libertad Venezuela, también ha estado presente en los mítines, pero de una manera más discreta y secundaria a pesar de ser el candidato que se medirá en las urnas.
A la par de su discurso electoral y del reingreso al camino institucional tras sus fracasos abstencionistas-insurreccionales que los llevaron a perder todos sus cargos en el andamiaje de los poderes del Estado, grupúsculos extremistas de la derecha no han cejado en sus acciones conspirativas desestabilizadoras mediante varios sabotajes en junio último contra el Sistema Eléctrico Nacional en estados como Nueva Esparta, Guárico y Zulia, y contra el Puente Angostura que conecta los estados Anzoátegui y Bolívar.
Asimismo, la negativa del candidato González a firmar el acuerdo de reconocimiento de resultados que el Consejo Nacional Electoral propuso, sumada a las denuncias de guerra eléctrica, revelan la verdadera estrategia: seguir apostando por la vía de la violencia política poselectoral, alegando fraude de no resultar vencedores; una matriz de opinión que ha venido siendo sembrada en varios artículos de The New York Times.
En 2023, representantes de Washington y Caracas acordaron en Doha, bajo los auspicios del Gobierno catarí, avanzar en la recomposición de sus relaciones con base en el levantamiento de las medidas coercitivas unilaterales de EE.UU. y la reanudación del diálogo de Maduro con el sector extremista de la derecha. Aunque se registraron algunos avances, tras la ratificación de la inhabilitación de Machado, el Departamento de Estado reimpuso las sanciones alegando incumplimiento de la parte venezolana de los Acuerdos de Barbados, versión falsa que Caracas rechaza.
El pasado 2 de julio, tras reflexionar dos meses sobre una nueva propuesta de EE.UU. para un diálogo directo, Maduro aceptó, exhibiendo una actitud estratégica, no una necesidad urgente. Un día después se reanudaron las negociaciones, quedando la derecha marginada de la mesa de diálogo. La menguante hegemonía de EE.UU. tiene por base y finalidad el dominio de la energía fósil. Con las reservas de hidrocarburos más grandes del mundo, en la coyuntura Venezuela negocia desde una posición de fuerza con el factor energético como medida de presión (sin olvidar, claro, las venenosas y arteras estrategias de EE.UU. en los casos de Muamar el Gaddafi, en Libia, y los Acuerdos de Minsk sobre Ucrania con Rusia).
No obstante, ¿qué razones tendría Washington para negociar con un mandatario que está a punto de perder las elecciones el 28 de julio? Superadas en la etapa la guerra multiforme, la polarización tóxica de las operaciones encubiertas y la hiperinflación en la economía, desde la Venezuela profunda el chavismo ha acumulado fuerza institucional y el próximo ingreso del país al BRICS lo inserta en el nuevo orden internacional en ciernes. De allí la importancia geopolítica de estos comicios.
La Jornada, México.
13 julio, 2024
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