Estamos en un momento propicio para la profundización del pensamiento y la acción orientados a producir una transformación sustancial de América Latina. Se requiere reflexión, organización y audacia.
Daniel Campione
26 De Junio, 2024, Debates estratégicos
El escenario de crisis y de cambio.
América Latina está en medio de un momento de contraofensiva del imperialismo yanqui, ataque del capital sobre los trabajadores, incremento de la pobreza, daño ambiental, confrontaciones étnicas. Y de deterioro profundo de la democracia, vaciada de todo contenido de verdadero gobierno del pueblo, al menos en algunos países.
Todo eso en un contexto de la geopolítica mundial surcada por guerras y diversos reacomodamientos. Allí está el conflicto armado entre Ucrania y Rusia y el compromiso limitado (no incluye el envío de tropas) pero activo de la OTAN. El genocidio que se lleva adelante en Palestina es otra dimensión que marca la expansión y radicalización de los enfrentamientos.
Lo anterior se presenta en un cuadro de influencia menguante de EE.UU a escala mundial. Y de ascenso de China como rival global, sobre todo en el terreno económico.
En Latinoamérica los estadounidenses buscan compensar su declinación a escala global, con el afianzamiento de su dominación económica y político-militar y una activa política de freno y en lo posible reversión de la influencia china. “Nada con China” ha sido una consigna explícita esgrimida desde el gobierno estadounidense.
Al mismo tiempo la gravitación de la deuda externa y los condicionamientos del FMI siguen jugando como límites a un desarrollo autónomo y remachan la cadena de la dependencia y el cortejo obligatorio a los intereses del gran capital.
Los BRiCs pueden actuar como contrapeso y expandirse en la perspectiva de incorporar nuevos miembros. Y en nuestro subcontinente, se desarrolla un propósito de integración contrapuesta a la inútil y proimperialista OEA, la CELAC. Éste es un proyecto de avanzada, como agrupación del conjunto de América Latina y el Caribe para la colaboración mutua. Sin la tutela estadounidense.
La incidencia menguante de “la gran nación del norte” en el continente y en el mundo, se manifiesta hacia adentro en un sistema político anacrónico que hoy se sintetiza en candidatos a presidentes ancianos que proponen alternativas caducas: Donald Trump con la propuesta nacionalista de reflotar el crecimiento hacia adentro y Joseph Biden con una mirada globalista que ya no se sostiene. El destino imperial está puesto en entredicho como no ocurría hace décadas.
El “progresismo”
De los cinco países más importantes de Nuestra América, cuatro no están gobernados por la derecha: Brasil, Colombia, México y Venezuela. Sólo Argentina sufre un gobierno no ya de derecha sino una variante ultra que le sube la apuesta a las indicaciones del FMI en las finanzas y al gobierno norteamericano en política exterior.
Hoy tenemos un nuevo ciclo progresista, que incluye a países no abarcados por el ciclo anterior, el de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, y los Kirchner. Ahora tienen gobiernos progresistas (en un sentido amplio) México, Colombia, Chile, Honduras, hasta hace poco bastiones del neoliberalismo.
Han llegado al gobierno a tendencias de otro tipo, pero esos “progresismos” suelen ser moderados y contradictorios, como el de Gabriel Boric en Chile y, en menor medida, Gustavo Petro en Colombia. Han desplazado a la reacción pero no asumen el avance hacia una sociedad diferente.
Varios de los ascensos “progresistas” más recientes estuvieron precedidos por rebeliones populares; Chile, Colombia, Perú, Bolivia para revertir el triunfo golpista de 2019, fueron escenarios de alzamientos de masas.
Pese a todos los discursos pospolíticos y tecnocráticos en boga, los alzamientos de las masas populares con una perspectiva antiimperialista y enfrentada a políticas concentradoras, excluyentes y elitistas siguen en pie e incluso se incrementan. Es cierto que algunos de estos procesos han dado lugar muy rápido a la frustración.
El fracaso más estrepitoso del progresismo fue el del gobierno de Alberto Fernández en Argentina. Con otras coordenadas, la temprana destitución de Pedro Castillo en Perú significó asimismo una decepción.
Otros se han sostenido como gobiernos de centroizquierda, con contradicciones y retrocesos.
Una mención específica merece el caso del regreso al gobierno del PT en Brasil y de Lula da Silva a la presidencia. Ganó por escaso margen, alcanzando el logro de impedir la reelección de la extrema derecha a través de Jair Bolsonaro. Y sofocó apenas asumido un intento de golpe del “bolsonarismo”.
Ha llegado al gobierno con un tono de “moderación” lo que si no puede justificarse sí puede entenderse. Lo más preocupante es que arribó en alianza con parte de la derecha, y cedió la vicepresidencia a Geraldo Alkmin, dirigente del partido histórico de la alta burguesía, en particular del núcleo paulista.
Decisión muy cuestionable, máxime dada la experiencia con Michel Temer, verdadero usurpador de un gobierno nacional popular para aplicar un neto programa neoliberal.
Otro recorrido interesante es el de México. La candidatura de MORENA se impuso a la alianza entre todos los partidos tradicionales. Y lo hizo con una candidata mujer, la primera presidenta de la historia mexicana. En el país que muchxs consideran el más machista de Nuestra América
El presente mexicano deja claro que el viento no sopla sólo hacia la derecha y que una fuerza con arraigo popular puede imponerse a las campañas multimillonarias y al uso malicioso de las redes sociales.
La revolución.
Una perspectiva transformadora requiere una crítica de las deserciones del progresismo. Firme, no temiendo todo el tiempo “hacerle el juego a la derecha”. Eso no implica que “todo sea lo mismo” desde la centroizquierda a la ultraderecha. Hay diferencias sustantivas a ser tomadas en cuenta para mejor orientarse hacia los objetivos propios.
No hay que sacralizar las relaciones de fuerzas. Somos parte de ellas, podemos incidir para cambiarlas Si se las acepta como algo dado se cristalizan las injusticias y desigualdades del presente y las acciones se limitan a la administración de la sociedad existente. Los “progresismos” suelen escudarse en la correlación “desfavorable”. Hay que transformar esas relaciones, se necesita dar la disputa en el interior del movimiento social, no como testigos o analistas
Estamos en una etapa de probable dilución del dominio imperial de EE.UU, como ya escribiéramos. La historia nos enseña que en esas condiciones se abren brechas para corrientes alternativas. Más aún si la preponderancia estadounidense termina de desdibujarse y no hay reemplazo inmediato ni completo por otra potencia hegemónica.
Allí se abriría todo un campo de avance, un “interregno” internacional que puede dar lugar a novedades. Por izquierda seguro. Pero cuidado que también las habrá por derecha.
Para sacar partido de las contradicciones que se dan por “arriba” se requiere generar voluntad política, organización y conciencia desde abajo. Eso conlleva el abandono de la concepción “diplomática” de la política internacional, que deja su evolución librada a Estados nacionales y otras instancias oficiales.
En rigor no tenemos que hablar de relaciones internacionales sino de política internacionalista. El “internacionalismo” de los explotados y desplazados es muy necesario, hay que ponerlo en el orden del día. Los grandes avances obreros y populares del siglo XX tuvieron en la acción concertada en el campo internacional una fuerza decisiva. Hay que recuperar esa tradición.
Se trata de la reproducción de la unidad por encima de las fronteras. Y la solidaridad sin límites geográficos, raciales, étnicos, religiosos o culturales. La lucha de clases es nacional por su forma e internacional por su contenido, enseñaron Karl Marx y Friedrich Engels.
Hay que tomar el pasaje de los fundadores del marxismo en su conjunto. Nos referimos a la atención a dispensarse a la “forma” nacional de la lucha de clases. Y allí nos encontramos con la peculiaridad de Nuestra América, dividida, “balcanizada” al servicio de los dominadores. Escisiones de grandes Estados fueron obra directa o inducida de las grandes potencias. No se trata de negar las particularidades nacionales, cuyo respeto es imprescindible, sino de resaltar el espíritu de unidad de Nuestra América.
Para ello tenemos un patrimonio de pensamiento y de prácticas como referencia. La senda de Julio Antonio Mella, de José Carlos Mariátegui, de Fidel, del Che. Junto a los teóricos de la dependencia, los obispos y curas jugados con la liberación, los gramscianos de izquierda de Brasil, Argentina y los demás países. Una riqueza de pensamiento y acción que debe ser repasada, enriquecida y puesta al servicio de una transformación radical del conjunto del continente.
Resulta imperioso establecer una propuesta alternativa, difundirla, discutirla y convertirla en parte del patrimonio cultural y moral de las clases populares. La extrema derecha en avance y la derecha tradicional en trance de cooptación por aquélla acusan todo el tiempo de “socialista” o “comunista” a todos quienes se apartan del procapitalismo más crudo.
Frente a eso debemos atrevernos a defender el socialismo con más claridad. Aceptar el desafío de la derecha para plantear una contraofensiva. Dejar de lado las propuestas de “moderación” y “sensatez” que sólo llevan al retroceso y a la derrota.
Tal vez sea la hora de un programa revolucionario de transición anticapitalista con aptitud para capitalizar las indefiniciones y empates estratégicos. Sus puntos principales pueden ser la desmercantilización de los bienes comunes, la reducción de la jornada de trabajo, la nacionalización de los bancos y de empresas de valor estratégico.
Un conjunto de innovaciones de este tipo acarrearía sin duda un alto grado de confrontación. Si se logra el avance en esa línea se podrá arribar a niveles de justicia e igualdad hoy inexistentes.
La construcción de una alternativa necesita que se articule el conjunto de los movimientos de protesta. Y la convergencia de todos los enfoques de perspectiva emancipadora:
Organizaciones sindicales clasistas; feminismo con perspectiva de clase, defensa del ambiente con proyección anticapitalista, movimientos de grupos étnicos que impugnan todo el orden de la desigualdad, defensores del hábitat que construyan la contracara de la especulación inmobiliaria y el individualismo en materia de vivienda, organizaciones de pobres y excluidos de la ciudad y el campo que abran horizontes más allá de su objetivo específico.
Y fuerzas políticas de izquierda, indispensables a la hora de hacer que un programa de transformación integral se plasme en la práctica.
Proclamar que “otro mundo es posible” no es hoy suficiente. Se necesita levantar la consigna del socialismo, desde una perspectiva renovada, no atada sólo al rescate de experiencias anteriores sino con rumbo a un porvenir que termine con la explotación y la exclusión. Y con ello salve a la humanidad y al planeta.
Esta nota es producto de la preparación de una charla que integra el Ciclo de Formación Virtual 2024, organizada por Escuela Latinoamericana de Autogestión del Hábitar (ELAH), enmarcada en la Secretaría latinoamericana de Vivienda y Hábitat popular (SELVIHP).
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Fuente: Tramas.ar