En la historia de las ideas y de la práctica política en Colombia hay dos grandes figuras que han sido mucho más determinantes que otras que han ejercido impunemente la presidencia del país, son Francisco Mosquera y Marcelo Torres Benavides, valiosas figuras de la izquierda.
Por LUCERO MARTÍNEZ KASAB*
01 Junio, 2024
Francisco Mosquera, falleció en 1994, Marcelo Torres, aún lo podemos ver en su puesto de director del Partido de los Trabajadores de Colombia –PTC- conduciéndolo con al aplomo que lo ha caracterizado; desde allá otea su mar, Colombia, y también recibe a las figuras de la política actual en busca de sabios consejos.
Marcelo Torres, costeño de Magangué, Bolívar, en la década del 70 del Siglo XX, estudia en la Universidad Nacional en Bogotá, participa en las revueltas estudiantiles y se vuelve líder nacional. Conoce a Francisco Mosquera, quien fundaría el partido Movimiento Independiente Revolucionario –MOIR- al que llegaron miles de jóvenes de esa época de todas las clases sociales, incluso, numerosos hombres y mujeres de familias acomodadas, quienes, inconformes con una sociedad que no salía de los dos grandes partidos, el liberal y el conservador, buscaban nuevas formas para hacer más equitativa la sociedad colombiana. Eso lo ofrecía el MOIR de los 70´, de gran arraigo dentro de los obreros, de muchos sindicatos importantes, con un grupo de lúcidos intelectuales desprovistos de apetitos burocráticos; ése partido no es el de ahora, que cayó en manos de políticos mediocres, es la deformación de lo que fue un grupo con principios de vanguardia.
Por aquel entonces, llegan a Colombia ideas revolucionarias de izquierda de variados matices, las que empezarían a bullir febrilmente en nuestro país. Y la fiebre, ya sabemos que cuando es muy alta a veces nos trastorna la capacidad de pensar, en algunos casos nos hace delirar, ver alucinaciones…, eso fue lo que le pasó a una gran parte de la juventud colombiana y latinoamericana que, sin preparación política de alto contenido no tuvieron la suficiente lucidez para darse cuenta si esas ideologías se adecuaban al contexto latinoamericano y nacional colombiano; así las cosas, la extrema izquierda se fue por el camino de las armas convencida de que así se debía hacer la revolución social en Colombia.
En medio de esa pugnacidad de ideas sólo un director de un partido de izquierda se opuso lúcidamente al uso de las armas, Francisco Mosquera. A él se uniría años después el joven Marcelo Torres a través del PTC, el Partido de los Trabajadores de Colombia. Ambos habían aprendido que en una complejidad social existen varias fuerzas en contradicción, pero que una, necesariamente, es la fundamental dentro de un contexto determinado; saber identificar en el momento oportuno cuál es esa fuerza contra la que hay que luchar permitirá la continuidad de un proceso político beneficioso para toda una nación.
Mosquera lo supo inmediatamente, la lucha no era ir contra nosotros mismos usando las armas y de espaldas al pueblo, no, era detener la penetración del imperialismo de los Estados Unidos en Colombia; la lucha era por nuestra soberanía uniendo a todos los sectores del país. Gracias a las profundas y extensas lecturas sobre literatura, historia y política de las civilizaciones, este par de compañeros de lucha desde los años 70 del siglo XX defendieron con su juventud y con un espíritu profético que las transformaciones sociales en Colombia debían hacerse por la vía democrática, participando activamente en las elecciones, no por las armas; sin embargo, para la extrema izquierda eso era estar de parte de la política tradicional así, que optaron por una concepción extremista utilizando la violencia. Cuando fallece Francisco Mosquera, joven todavía, Marcelo Torres, se hace cargo de toda esa herencia política democrática.
Francisco Mosquera y Marcelo Torres batallaron por la democracia y la autonomía universitaria; por la financiación adecuada de la educación pública; la elevación del nivel científico y por un cogobierno universitario, es decir, por la participación activa de los estudiantes y profesores en las decisiones de las universidades a través del Consejo Superior pues, ellos sólo tenían una pequeña participación y en las universidades reinaba el despotismo de los rectores, la intervención de funcionarios administrativos, de los gremios económicos, voceros de la Iglesia y hasta de Estados Unidos. Estos dos líderes convencidos de la importancia de la unión de todos los trabajadores frente a un empresariado que desconocía lo vital de un buen nivel de bienestar de los empleados, fortalecieron el movimiento sindical colombiano.
Con esa misma claridad, Mosquera y Torres, comenzando la década de los 80 del Siglo XX, advierten al país sobre otro gran peligro aparte del de la lucha armada -que representa para la sociedad colombiana un atraso de casi cien años-: la llegada del modelo económico neoliberal, que pasaba inadvertido para la extrema izquierda y para gran parte de otros sectores nacionales. Modelo económico que implanta César Gaviria en 1990 y que arrasará con toda la producción nacional en el campo, con las manufacturas, con las empresas de servicios públicos, incidirá en la desregulación del mercado laboral, entre tantas otras afectaciones; en general, sería una entrega del país a la empresa privada extranjera, lo que trajo una degradación en la calidad de vida de los colombianos.
Ambos recibieron amenazas de muerte, pero mantuvieron su postura de manera temeraria. Para saber que hoy en día muchas de esas personas que atacaron la vía democrática muestran un gran apetito electorero. Con el transcurrir del tiempo cada una de esas organizaciones extremistas fueron cayendo tumbadas por la fuerza de un país donde sus clases sociales no creen en las armas como vía para el avance de todos. Los años le han dado la razón a Marcelo Torres, la lucha con las armas pudo haber servido en la transformación política de otros territorios en el mundo, pero en Colombia las armas no eran ni son la alternativa, la vía son las elecciones democráticas.
El Destino casi nunca deja cabos sueltos: Marcelo Torres, quien fue un líder estudiantil de renombre nacional, en una ocasión defendiendo vehementemente en la Universidad de Atlántico la tesis de que el camino político en Colombia debía ser el de la democracia, el de las elecciones, no las armas, estuvo a punto de ser linchado por la extrema izquierda que sí creía en el uso de ellas; sus amigos lograron salvarle la vida. Hoy, Marcelo, a través de los militantes y amigos del Partido de los Trabajadores de Colombia –PTC-, de las reuniones políticas y de sus editoriales en La Bagatela defiende a quien fuera integrante de la extrema izquierda que llegó a la presidencia del país por la vía democrática, del linchamiento que le quiere hacer la extrema derecha a través de un golpe blando.
Marcelo Torres se dirige a la gente de su partido con su rostro severo, sin el más mínimo asomo de una sonrisa, la preocupación por su mar, por su país, le dulcifica su rostro, entonces, uno recuerda que el tiempo va escribiendo sobre todos nosotros la historia de lo que hemos vivido; entonces, es un marinero curtido por el sol ya reposado dando consejos como el que le dio a un alto líder político cuando, confundido por las fuerzas del presente, no atinaba a determinar cuál era la peligrosa, Marcelo, lo miró imperturbable para decirle: es el fascismo. Y, aquí estamos todos enfrentado ese fascismo que la oposición quiere imponer con la campaña de desprestigio en contra del presidente Gustavo Petro.
Deseoso de que el progresismo continué en la representación del poder en el Estado con las elecciones del 2026, da su sabia opinión al máximo líder de Colombia: continuar con la democracia, la que siempre ha defendido, la que le permitió al ex guerrillero llegar a la presidencia de Colombia y que para ello, convoque para las elecciones del 2026 no a un partido único que implica la desaparición de la identidad de los demás movimientos que tanto esfuerzo ha costado sostenerlos durante más de cincuenta años, sino a un movimiento unitario que sea la confluencia de la diversidad partidista unida por el profundo deseo de llevar a cabo como se merece el Acuerdo de Paz que es justicia social.
La fuerza de una mano no está en sus dedos abiertos, está en el puño cerrado con sus dedos unidos, ante el fascismo respirándole en la nuca al presidente la fuerza para resistirlo está en la unión de todo el progresismo, por eso, la idea de un partido único debilitaría esa fuerza, por el contrario, un partido unitario conformado por todos los partidos sería una fuerza unida que permitirá ganar las elecciones 2026 derrotando al fascismo.
El progresismo debe tener una estructura organizativa como un gran ejército, donde el presidente Petro sea su general; un político sin organización estructurada es un general sin ejército. No es el momento para nostalgias por los movimientos políticos de la juventud del presidente lo que la política progresista necesita para crecer hoy, esa nostalgia es retrógrada, hay que ir hacia adelante inspirados en estos tiempos incluyentes, se necesitan espacios, nombres y consignas nuevas surgidas de esta juventud del Siglo XXI. La convicción por la democracia hay que ejercerla desde todos los niveles de la política.
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