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EN AGOSTO NOS VEMOS: LA TRAICIÓN AL PADRE O LA LITERATURA ENSANGRENTADA VÍCTIMA DEL CAPITALISMO CANÍBAL

 A pesar de que este dejó expresa constancia de que esa novela (En agosto nos vemos) “no sirve, hay que destruirla”


Philip Potevin

«Vexilla regis prodeunt inferni
contra nosotros, mira, pues, delante
-dijo el maestro- a ver si los distingues.»

Dante: Infierno, xxxiv, 1-3

La traición al padre

Después de La ilíada y La odisea del glorioso Homero, la obra cumbre de la literatura, a juicio de muchos, es la Comedia, más tarde conocida como La divina comedia del toscano Dante Alighieri. Su insuperable descripción de los tres lugares a donde van las almas después de haber servido sus vidas en este mundo, Infierno, Purgatorio y Paraíso, sigue deslumbrando a los lectores de todas las épocas.

De los tres libros que forman la Comedia, ninguno más fascinante que el Infierno; es el deleite de cuantos se acercan a la obra. Allí nos explica el poeta que hay nueve círculos, cada uno dedicado a un grupo de almas que en vida cometieron graves infracciones a la moral, a la sociedad o a la ley divina. Cada circulo sucesivo corresponde a un pecado mayor, así que van de los más leves a los más horrendos. Los primeros ocho anillos están reservados de la siguiente manera: el primer círculo, a los que se quedaron en el Limbo, el segundo, a los lujuriosos, el tercero, a los que cayeron y no pudieron evitar la gula, el cuarto, a los avaros y pródigos, el quinto, a los que vivieron en la ira y la pereza, el sexto, a los herejes, el séptimo a los violentos. Al octavo y noveno círculo solo se puede llegar de manera tortuoso, tras descender un gran acantilado; así el asunto se torna más delicado, esos confines del Infierno están destinados a los más atrevidos y descarados transgresores. Al octavo círculo van los que cometieron fraude, es decir a los corruptos. Estos viven en unas “malas fosas” de acuerdo con sus faltas. En este círculo viven eternamente, y en sucesivas malas fosas, cada una peor y más horrible que la anterior, las almas de los rufianes, como los proxenetas y seductores, los aduladores, los que cometieron simonía (es decir, los que venden indulgencias, entre ellos muchos papas), los brujos, astrólogos y falsos profetas, los políticos corruptos, los hipócritas, los ladrones, los consejeros fraudulentos, los que dividieron a las personas, es decir los que crearon cismas y particiones entre los humanos, y por último, los alquimistas, falsificadores, perjurios e imitadores.

Cuando el lector de la Comedia cree que ya no hay lugar para más delincuentes, pecadores o infractores, se entera que hay un círculo más, el noveno, reservado exclusivamente a los más malvados de todos los malvados: los traidores. El noveno es el último círculo, el más alejado, temible y terrible de todos. Allí solo llegan los que han cometido la peor de todas las transgresiones posible. Los traidores que llegan allí se diferencian de los “simples” fraudulentos por el hecho de que sus acciones envuelven el engañar a alguien con quien se tiene una relación especial. En este noveno espantoso y aborrecible círculo, hay, a la vez cuatro rondas, cada una reservada para una traición peor que la anterior. La primera es la llamada caína (por Caín), reservada a los traidores de sus propios familiares; la segunda, a los que han traicionado a su ciudad, a su país o a su partido; la tercera ronda a los que traicionan sus huéspedes (¿puede imaginar alguien peor traición?); a la cuarta y última ronda llegan los que han traicionado a sus benefactores, como por ejemplo Judas. ¿Queda algún lugar más en el Infierno? Sí. Es el centro del noveno círculo, reservado a un solo individuo. Ese lugar es habitado por quien cometió el peor pecado posible, a juicio de Dante, la traición al padre. Allí mora eternamente nadie menos que Lucifer quien se erigió, en inconcebible rebeldía contra su padre, el Creador: Dios.

Todo lo anterior viene a relación, a propósito de la última novela de nuestro querido y admirado premio Nobel de literatura, que acaba de salir a librerías bajo el título de En agosto nos vemos. En el prólogo, firmado por los hijos de Gabo, Rodrigo y Gonzalo García Barcha, confiesan ufanos, presuntuosos, que han cometido la peor traición posible: la traición al padre, a pesar de que este dejó expresa constancia de que esa novela (En agosto nos vemos) “no sirve, hay que destruirla”. Es decir, nos enteramos, por sus mismos hijos, de que Gabo nunca autorizó la publicación por considerarla no merecedora de publicarse, y por ello el manuscrito durmió el sueño de los justos engavetado en un cajón y en olvidados archivos de Word en algunos computadores.

La petición de Gabo fue rigurosamente respetada en los últimos diez años de vida del escritor, ya bastante enfermo por sus problemas de memoria, quizás una demencia senil. Después de su muerte, la voluntad de Gabo continuó siendo honrada por su esposa, la entrañable Mercedes Barcha, y por su agente literaria de toda la vida, la catalana Carmen Balcells. Pero tras la muerte de las dos guardianas del legado de gran Gabo, llegaron los hijos, los funestos Rodrigo y Gonzalo, y vendieron a la academia norteamericana el archivo personal de Gabo, en una odiosa y mercantilista operación, que desconoció todo respeto por los documentos privados del divino Gabo, acción que obedeció únicamente a los instintos de la depredadora sociedad capitalista y de unos herederos oportunistas, privando así de esa manera que esos valiosos documentos reposaran en un museo o archivo colombino, por ejemplo, la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República. El valor de la transacción con la Universidad de Texas en Austin fue de dos millones de dólares; aunque no faltan los ingenuos que por allí afirman que se trató de una magnánima donación de los herederos.

Pero como si lo anterior no fuera un acto suficientemente nefasto, los mencionados Rodrigo y Gonzalo García Barcha, cierran el prólogo vanagloriándose de una desfachatez increíble: “En un acto de traición, decidimos anteponer el placer a sus lectores a todas las demás consideraciones. Si ellos lo celebran, es posible que Gabo nos perdone. En eso confiamos”.

Sobre lo que guardan absoluto hermetismo, es el valor por el que transaron los derechos editoriales y de traducción con la editorial Random House. Con certeza, muchos cientos de miles de dólares. Ya ambos saben lo que han hecho y el lugar que les aguarda. Traición al padre. Noveno circulo del Infierno. Centro del Infierno, el último confín del Infierno para quien, como Lucifer, traicionó a su padre creador.

La literatura ensangrentada

Hasta allí, la crítica al censurable hecho cometido por los hijos del gran escritor de Aracataca, al que todos admiramos por obras ya clásicas de la literatura universal: El coronel.., Cien años…, El otoño…, El general en su laberinto, El amor en los tiempos del colera, etcétera. Por supuesto que sus lectores reconocemos que el nivel de Gabo decayó en los últimos años, algo natural y entendible después de haber producido un puñado de grandes obras. Pero, finalmente, hay que reconocerlo, Gabó tomó la decisión en vida de publicar obritas menores como Memoria de mis putas tristes, quizá el punto más bajo, hasta antes de la innecesaria y desechable En agosto nos vemos, de toda su obra literaria. Pero Gabo tuvo la suficiente lucidez, después de haber escrito y corregido varias veces En agosto de nos vemos, que la novela había quedado mal desde su concepción hasta su factura final; y que por más que tratara de corregirla y revisarla (de ello hay evidencia en la nota del editor agregada al final de la novela, que es más un vano y desesperado intento de justificar el despropósito de todo este entuerto y como se ve en las cuatro páginas facsimilares donde reposan las anotaciones de Gabo de su puño y letra), y que por ello era necesario destruirla.

La pregunta es ¿por qué ni al mismo autor le gustaba esta novela? Basta leerla y sin ensañarse injustamente en ella, pues la culpa no es ni de la obra ni de su factor –todo artista atraviesa bajos momentos en su labor creativa–, ya sabemos quiénes son los últimos responsables de que este libraco haya salido a la luz, para que nos demos cuenta de las razones para la prohibición de Gabo de publicarla.

En primer lugar, el tema es demasiado peregrino y casi un lugar común en la literatura fácil y el cine de Hollywood y más reciente, de Netflix. La mujer que cada año viaja a una isla en el trópico para rendirle homenaje a su madre muerta y que aprovecha la oportunidad para cometer una infidelidad con ocasionales amantes. La trama es predecible y carente de cualquier tensión narrativa.

En segundo lugar, el nombre de la protagonista es inverosímil, traído de los cabellos, y más aún, viniendo de García Márquez. Ana Magdalena Bach, la protagonista, es homónima de la histórica esposa de Juan Sebastián Back, el cantor de Santo Tomás de Leipzig, la más alta cumbre de la música universal. Que la protagonista sea esposa del director de un conservatorio de música es razón absolutamente insuficiente para equiparar a las dos mujeres. No hay posible analogía histórica o literaria entre ambas.

En tercer lugar, la prosa de la obra acusa cansancio y repetición, principalmente en la almibarada adjetivación que, si bien durante el realismo mágico de los sesenta era el sello personalísimo del futuro Nobel, en nuestros días suena anacrónica y artificiosa. Vemos: “techos de palma amarga y calles de arena ardiente frente a un mar en llamas” “tuvo que hacer cabriolas para sortear los cerdos impávidos ya los niños desnudos que lo burlaban con pases de torero”. La adjetivación tropical, tan característica y deslumbrante a través de toda la obra anterior, es aquí vetusta y agobiante: “aire cristalizado”, “túmulos ahogados”, “caucho recalentado” “aguaceros locos”, “fogaje imposible”, “bazares tumultuosos”.

En cuarto lugar, quizás, en nuestra opinión, la principal falla de la novela, es el punto de vista escogido. El narrador testigo, en tercera persona, acompaña a Ana Magdalena Bach, la criolla, no la egregia matrona alemana, por la obra procurando mostrarnos sus andanzas en cada viaje a la isla tropical. Hasta allí todo bien, pero, dado que la novela pretende mostrarnos un tardío despertar erótico de la protagonista, el lector quisiera presenciar, ser testigo de un telúrico y auténtico erotismo femenino. No se vislumbra para nada. Poco sabemos de lo que siente, vive, piensa o sucede en su cuerpo, en su corazón, en su piel, en su respiración, en su ardor, en su desbocada pasión por revivir, o descubrir no el amor sino el goce puro y femenino. Al contrario, con lo que nos tropezamos es con un erotismo patriarcal y falocéntrico, es decir, un erotismo escrito por hombres con pretendidas perspectivas femeninas. Hay una cansina repetición, en cada encuentro con sus amantes de turno, de cómo la protagonista descubre y admira el miembro erecto e imponente de su amante de turno: “se dio cuenta de que no era tan bien servido como su esposo.. pero estaba sereno y enarbolado”, o “en la primera embestida se sintió morir por el dolor y una conmoción atroz de ternera descuartizada”, “se acaballó sobre él hasta el alma y lo devoró”, “ella volvió a buscarlo, y lo encontró armado”, o recordando que el de su marido “era gigantesco y deportivo”, etcétera. Y de ella, ¿qué? Nada o casi nada.

En fin, podría seguirse descuartizando la novela, capítulo a capítulo, frase a frase, pero sería injusto e innecesario, no solo con Gabo sino con la buena literatura. Aquí no estamos ante el acontecimiento literario de la década, ni mucho menos; qué arrogante pretensión la de la editorial atribuirse dicha afirmación. Por el contrario, aquí estamos, en todo el sentido de la expresión, con una literatura ensangrentada víctima del desaforado apetito capitalista de unos herederos traidores y de una industria editorial depredadora como una jauría de hienas. Pero con certeza, esto no es final del capítulo ni del sainete. Debemos esperar, de aquí en adelante, de qué manera nos seguirán presentando un insoportable fetichismo: cuánta frase haya barruntado Gabo, en servilletas, al respaldo de un menú, en un cuaderno de cuentas domésticas, todo con el único fin de seguir explotando una mercancía al servicio del capitalismo más despiadado: el egregio nombre de un gran escritor. Los herederos de García Márquez, tras su traición confesada, podrían tener más dignidad, ya que carecen de todo respeto por su padre. O al menos leer Los papeles de Aspern, de Henry James. Pero quizás ellos ni siquiera sepan quién es Henry James.

Autor/a: Philip Potevin

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Fuente: 
Le Monde diplomatique, edición Colombia N°242, abril 2024

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