Ante la avalancha de espiritualismos, quiromantes y un sinfín de cuentistas tendría que alzar su voz
Esa ola de irracionalidad ha ido en aumento hasta límites insoportables y que atacan el más elemental sentido común
JAVIER SÁDABA
Grupo de Pensamiento Laico
04/03/2024
Baraja de tarot-. Freepik.
El laicismo nace en Francia a principios del siglo XX. Se trata de un movimiento secular que busca diferenciar la esfera pública de las creencias privadas. Estas no deberían irrumpir en la vida cotidiana interfiriendo desde una supuesta superioridad. El movimiento laicista debe ser universal, pero se centra directamente en lo más cercano. Le importa Irán, pero habita en España. En este sentido, defenderá la separación de las iglesias del Estado. Cualquiera es muy libre de creer en Dios, Alá o Yahvé, pero que tales creencias religiosas no permitan privilegio alguno que luego se incruste y condicione la conducta de todos. Por encima de la razón no hay que colocar nada que sea como una superrazón que todo lo invade. Es por eso, y mirándonos de cerca, que el laicismo se opondrá a concordatos, privilegios en las escuelas, subvenciones partidistas, inmatriculaciones y todo tipo de ventajas que la Iglesia sigue teniendo todavía en nuestro país.
Pero el laicismo debería ampliar sus límites hoy. Ante la avalancha de espiritualismos, quiromantes y un sinfín de cuentistas tendría que alzar su voz. En los años sesenta J. Bergier y L. Pauwels y en los noventa G. Kepel, nos alertaron de esa lluvia fina que cae sobre los más desprevenidos y explota las necesidades de la gente. Los primeros lo hicieron en El Retorno de los Brujos; el segundo en La Revancha de Dios.
Recientemente ha salido otro libro también en Francia y con mucho éxito cuyo título es Dios: La Ciencia. Las pruebas. El Albor de una nueva revolución. Sus autores son Michel Ives Bollore y Oliver Bonassies. El libro trata de mostrar, por medio de un estudio de los avances científicos de los últimos tiempos, que es tan válida o más la creencia en un Dios Creador que la incredulidad de agnósticos y ateos. En este sentido, se trata, al revés de los dos anteriormente citados, de un libro apologético, y, por tanto, solo de manera marginal tocaría el laicismo. Dejándolo de lado, pero tomando nota de ello, retomo el mensaje de los otros dos anteriores. Si alguien objetara que lo que sigue no compete al laicismo, le respondería que el laicismo tiene una especial labor pedagógica, y se fija en el contexto en el que se mueve todo aquello que da vigor social a que prevalezca el fundamentalismo religioso, el fanatismo y la superstición. Y ahí está haciendo estragos la distópica brujería.
Esa ola de irracionalidad ha ido en aumento hasta límites insoportables y que atacan el más elemental sentido común. A la sombra del todo vale posmoderno, del desencanto ante la debilidad de las democracias y dentro de un fuerte emotivismo, los nuevos brujos hacen su negocio. El razonar se ha ido de vacaciones, la magia y un inmediatismo propio de nuestro tiempo se han colocado en el centro de la escena. Una nueva religión que recupera comportamientos arcaicos está tomando el relevo de la religión tradicional.
Si la razón se oscurece y el tarot la reemplaza, si una falsa autoayuda se convierte en una desorientadora terapia, si una anestesiada sociedad baila al son del poder, el laicismo no tiene por qué permanecer en silencio.
Es obvio que un análisis más completo ha de contemplar otros hechos. Hechos que nos remiten a una política vacía, a un remozado capitalismo o a una pobre pedagogía. Pero de momento salgamos al paso de tanta brujería. Es uno de los cometidos actuales del laicismo.
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