Entrevista a Leila Ghanem, antropóloga libanesa y analista internacional
Por Gorka Castillo
Fuentes: Ctxt
Leila Ghanem es una antropóloga libanesa de reconocido prestigio. Analista brillante de Oriente Medio, su vida quedó marcada por seis guerras devastadoras en su país que afilaron su mirada sobre una región donde la crueldad y el salvajismo han alcanzado grados espeluznantes.
“Algo ha cambiado desde el 7 de octubre que será necesario evaluar en profundidad, no sólo entre quienes se oponen a Israel sino también entre todos aquellos ciudadanos del mundo contrarios a un capitalismo depredador cada vez más agresivo”, apunta con cierta turbación desde París, donde reside, en esta entrevista realizada por videoconferencia. Marxista declarada, Ghanem fue precursora de los tribunales populares para juzgar los crímenes de guerra israelíes en Sabra y Shatila; y otro contra la multinacional Monsanto por los desmanes ecológicos que causó en Irak tras la ocupación estadounidense. Considera que la batalla desatada ahora en el mar Rojo plantea a Occidente un nuevo dilema sobre cuál es la forma adecuada de proteger una ruta marítima que para su economía es vital. “La ofensiva hutí ha trastornado los planes estadounidenses en la zona y ha puesto en duda la efectividad de su política de disuasión militar. Son los regímenes retrógrados y despóticos, como el saudí o el bahreiní, quienes están alentando las cosas para que EEUU se empantane en el mar Rojo”, añade. Autora de varios ensayos en francés y árabe traducidos a varios idiomas, entre ellos el español, Leila Ghanem vuelve sus ojos a la arrasada Gaza. “Israel no ha alcanzado ninguno de sus objetivos iniciales mientras los palestinos siguen luchando tras 100 días de apocalipsis”, dice la intelectual libanesa.
EEUU y Reino Unido han bombardeado posiciones hutíes en Yemen para “garantizar las comunicaciones navales entre Europa y Asia” a través del Canal de Suez. ¿Es el mar Rojo el tercer foco de tensión en la guerra de Gaza?
La batalla del mar Rojo es una contienda estratégica de gran importancia. En primer lugar, por su impacto en la navegación marítima y el transporte internacional. Por el estrecho de Bab El-Mandeb navegan unos cincuenta barcos diarios, con cinco millones de barriles de petróleo y 700.000 millones en bienes, la mayoría con destino a los mercados europeos. Más de 20.000 barcos al año cruzan un paso que acorta en un 58% la distancia entre Bombay y Génova. Pero esta contienda esconde otra más virulenta, la de las rutas comerciales terrestres y marítimas que China y Estados Unidos se disputan de manera sigilosa. Desde hace diez años, las crónicas no paran de hablarnos de la Nueva Ruta de la Seda china, de la Ruta de las Especias y de la construcción de un cinturón económico marítimo desde Europa a Asia Oriental. El proyecto chino ya ha invertido miles de millones dólares en la renovación de puertos y ferrocarriles, y ha creado 56 nuevas zonas comerciales en una veintena de países. El ejemplo más revelador es que el volumen de negocio entre Pekín y Riad ha alcanzado los 116.000 millones de dólares. Frente a estos gigantescos proyectos, EEUU anunció su contraproyecto en la cumbre del G20 celebrada el pasado julio en Delhi: la creación del “pasaje económico entre India y Europa” junto a Arabia Saudí, los Emiratos e Israel. Se trata de una especie de asociación político-comercial en la región cuya realización requiere la normalización de relaciones entre Tel Aviv y Riad. A esto habría que sumar el megaproyecto del Canal Ben Gurion, expuesto por Netanyahu a Biden en la última cumbre de Sharm El-Sheikh, y cuya construcción queda a expensas del resultado de la destructiva guerra que Israel inició contra Gaza.
¿Le sorprenden las dificultades que está teniendo una fuerza armada disuasoria como la que conforman EEUU y Reino Unido para controlar la situación en Bab El-Mandeb?
La ofensiva hutí no sólo ha trastornado los planes estadounidenses en la zona, sino que les ha planteado un nuevo dilema sobre la forma más adecuada de proteger una ruta marítima que para Occidente es vital. El New York Times revelaba hace unos días los debates desatados en el seno del ejército estadounidense sobre la necesidad de reorganizar la fuerza de disuasión tras el revés que están sufriendo en Yemen. Tienen serias dudas de seguir militarizando el mar Rojo porque corren el riesgo de lograr el efecto contrario. En mi opinión, se ha producido el colapso de la política de disuasión estadounidense y esto implica un cambio en el equilibrio de poder entre Washington y sus aliados pero también con sus competidores BRICS.
¿Cree que el control del Canal de Suez es clave para el desenlace del conflicto?
No. Este paso estratégico no es el tema principal de la guerra. Ciertamente está experimentando algunas perturbaciones debido a la batalla desatada en el mar Rojo, pero desde el año 73 está sujeto a varias convenciones internacionales respetadas por Egipto porque proporciona unos ingresos vitales a su maltrecha economía. El verdadero peligro para los egipcios es que se materialice el proyecto del canal Ben Gurion, un antiguo sueño de Israel para conectar el mar Mediterráneo con Akaba, al sur de la Franja de Gaza, en el mar Rojo, con el doble de capacidad de tráfico que el de Suez y que iría acompañado de la construcción de decenas de pequeñas ciudades turísticas. Pero para ejecutar ese proyecto, Israel necesita vaciar Gaza de habitantes y empujarlos hacia el Sinaí. Obviamente, Egipto se opone con vehemencia al proyecto porque significaría perder el monopolio del transporte marítimo que hoy ostenta, así como su condición de puente turístico hacia Arabia Saudí y a su gigantesca ciudad futurista Neom, la urbe de 26.000 kilómetros cuadrados que Mohammad Ben Salman quiere levantar a orillas del mar Rojo. Para construirla necesita normalizar las relaciones diplomáticas con Tel Aviv, adhiriéndose a los Acuerdos de Abraham que los acontecimientos en Gaza probablemente han retrasado.
En su opinión, ¿qué ha cambiado en la región desde el 7 de octubre?
Prefiero hablar de lo que ha sucedido en los últimos tres meses. Personalmente, estoy convencida de que algo ha cambiado. Será necesario evaluar en profundidad lo que supone el genocidio en Gaza, no sólo entre quienes se oponen a Israel, sino también entre todos aquellos ciudadanos contrarios a un capitalismo depredador cada vez más agresivo, a la dictadura de los mercados, a las instituciones financieras y a todos aquellos que intentan socavar los logros sociales que la clase trabajadora ha logrado durante siglos de lucha. El 7 de octubre reveló que la derrota del quinto ejército del mundo pondrá fin a su papel como cabeza de puente imperialista y le impedirá imponer sus decisiones por la fuerza. La imagen de EEUU ha quedado dañada para siempre, no sólo por su complicidad con los crímenes en Gaza sino porque han participado directamente en las operaciones y han brindado apoyo financiero por valor de 14.000 millones de dólares. Además, ha supuesto el fin o la ralentización del proceso de normalización de las relaciones entre las monarquías petroleras e Israel. Regímenes como el saudí o el bahreiní, retrógrados y despóticos, temen una victoria de Hamás y siguen alentando las cosas para que EEUU se empantane en el mar Rojo.
El periódico británico The Times informaba hace unos días sobre la posibilidad de que Israel prepare la invasión del sur del Líbano. ¿Cree posible la apertura de un nuevo frente de guerra en el norte?
Este análisis es completamente erróneo. Desde su derrota en 2006, Israel ha dejado de aventurarse en territorio libanés para no sufrir una nueva afrenta. El 7 de octubre marcó el fin del mito de la invencibilidad de su ejército. La vulnerabilidad de su seguridad ha sido tan escandalosa que sorprendió más a sus amigos que a sus enemigos. Eso explica el envío inmediato de flotas occidentales a la zona dispuestas a rescatar su cabeza. Que el sofisticado ejercito sionista se encuentre completamente atascado en un territorio que no supera los 365 kilómetros cuadrados como Gaza después de tres meses de intensos bombardeos, y que no haya alcanzado ninguno de los tres objetivos que anunció –detener a Hamás, liberar a los rehenes y empujar a los palestinos al éxodo– es un indicador claro de su situación. Entonces, una se pregunta: ¿cómo podría liderar una guerra contra Hezbolá, cuya capacidad de fuego llega hasta Tel Aviv?
Pero la superioridad militar de Israel es indiscutible. ¿Cómo puede la resistencia palestina ganar esta guerra?
El principal argumento ya ha sido esgrimido por el propio Estado Mayor israelí, que culpa a Netanyahu de la derrota, y también por el exjefe del Mossad, Yossi Cohen, que el 4 de enero envió una carta abierta al Gobierno en la que le pedía un cese de hostilidades porque lo que está en juego ahora es la existencia de Israel. También el director del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense, John Kirby, ha señalado que tras 100 días de guerra despiadada, Hamás conserva su fuerza de ataque y un apoyo innegable entre los palestinos. Otro argumento revelador es que después de tres meses de combates, Israel sigue enfrentándose a los comandos de Hamás en el norte de Gaza, una zona que ha sido completamente arrasada. La razón es que su campaña de terror se centra en lanzar cohetes contra civiles pero es incapaz de luchar sobre el terreno, según los expertos. Así fue derrotado en Líbano en 2000 y 2006. La prensa israelí empieza a hablar de grandes pérdidas humanas y del hundimiento de la moral de sus tropas. Algunas fuentes señalan que 2.500 soldados habrían desertado y que un millón y medio de israelíes han salido del país desde el 7 de octubre. Esto, en mi opinión, anuncia el fin del proyecto sionista. En cualquier caso, las operaciones han hecho daño a la resistencia pero no han cambiado la situación sobre el terreno, como ha reconocido Kirby. Gaza sigue luchando tras 100 días del Apocalypse Now que describió Coppola.
Israel describe su ofensiva militar como una guerra del Bien contra el Mal. ¿Es la necesidad de despolitizar un conflicto político como el palestino?
No tratan de despolitizar el conflicto sino de demonizar a los palestinos que luchan por su libertad. Lo mismo ha ocurrido en otras batallas anticoloniales, en las que los colonizados fueron tildados de terroristas por el ocupante. Hay infinidad de ejemplos. Desde los comuneros franceses y los vietnamitas al FLN argelino, Nasser cuando en 1956 nacionalizó el Canal de Suez y la OLP. Hamás es objeto de una campaña de difamación para justificar el genocidio. Desde el 7 de octubre asistimos a una especie de macartismo en los medios de comunicación donde toda declaración sobre los crímenes practicados por Israel en Gaza está condicionada a una condena previa de Hamás como organización terrorista. Pero tanto derramamiento de sangre está dando frutos. Hoy son Israel y EEUU quienes comienzan a ser consagrados como símbolos del mal por muchos ciudadanos en todo el mundo.
El gobierno israelí asegura que su objetivo es “aniquilar” a Hamás, un grupo al que sitúan al mismo nivel de depravación terrorista que Daesh y Al-Qaeda.
Hamás es un movimiento palestino anclado en las capas populares de Gaza, Cisjordania y en los campos palestinos del Líbano, Siria y Jordania. Fue elegido democráticamente en 2007 en unas elecciones supervisadas por las Naciones Unidas y, desde su victoria, la Franja quedó sometida al bloqueo colonialista. No es el Islam lo que molesta sino su negativa a deponer las armas sin la liberación previa de Palestina y su rechazo a los llamados tratados de paz, como el de Camp David o el de Oslo, que sólo trajeron la pérdida de territorio. Su estructura no tiene nada que ver con las de organizaciones mercenarias supuestamente islamistas como Daesh, Al-Qaeda, Al-Nussra y Junud al-Sham creadas por la CIA para sembrar de problemas el mundo árabe y socavar lo que queda de las instituciones estatales mediante la expansión de “la guerra civil permanente”. Hamás es un movimiento de liberación surgido del pueblo palestino sitiado cuya popularidad no se encuentra en la aplicación de la doctrina islámica, sino en su resistencia a la capitulación que buscan las potencias coloniales. Su discurso ya no habla de ‘Umma’ sino de un tejido social diversificado donde hasta los cristianos tienen que luchar por la libertad y la dignidad de esta patria. Sus llamamientos trascienden las fronteras y apelan a los hombres libres del mundo, a la clase trabajadora y a los sindicatos cuya movilización se ha convertido, dicen, “en la única esperanza para detener esta barbarie”. Esto es completamente nuevo. Y la formidable movilización de solidaridad internacional que se ha producido abre grandes perspectivas de que la justicia finalmente se imponga.
Gaza ha sido el bastión de Hamás mientras Cisjordania lo era de la Autoridad Palestina y Al Fatah. ¿Cree que la guerra ha modificado esta relación?
Sí, ciertamente. La Autoridad Palestina, que sólo tenía un papel de seguridad a favor de Israel, está completamente denigrada. Abu-Mazen (Mahmud Abás) es abucheado en las manifestaciones y la organización Fatah se ha dividido. A pesar de la terrible represión en Cisjordania, donde ya se contabilizan 360 muertos y 1.200 encarcelados desde el 7 de octubre, se han formado comités de apoyo a Hamás en Yenín, Nablus, Haifa y Jaffa. Hamás ha estado en el centro de todas las intifadas y movilizaciones que ha vivido Cisjordania, incluidas las que se produjeron en las prisiones, y muchos de sus líderes actuales nacieron allí. Ellos lideraron la batalla por el barrio de Sheikh Jarrah en Jerusalén y organizaron manifestaciones durante dos años en la línea de demarcación para detener los asentamientos. Cabe señalar, por último, que su líder, Yehya Al-Sinwar, reivindica en sus discursos la continuidad de la línea de emancipación fundada por Arafat, lo que abre la puerta a reunir a un gran número de activistas de Fatah, descontentos con la blandura de Abu Mazen, cuyo gobierno ya no tiene ningún poder real.
Usted vivió la guerra del Líbano en 2006 que causó miles de muertos. ¿Es comparable a lo que está sucediendo ahora en Gaza?
Sí, es comparable desde el punto de vista de la intensidad de la fuerza de ataque operada por la aviación israelí. En 2006 anunciaron que el objetivo era “devolver al Líbano a la Edad Media”. Demolieron toda infraestructura posible: carreteras, puentes, fábricas, centrales eléctricas, hospitales, escuelas, casas, campos de cereales y vertieron combustible en la costa libanesa para eliminar toda forma de vida marina. A pesar de esto, creo que en Gaza es mucho peor con el agravante de que la Franja ha estado cerrada y bajo bloqueo durante 17 años por lo que ha sido imposible huir o refugiarse. En el Líbano, la población huyó hacia el interior y la resistencia estaba mejor equipada militarmente. Aun así, mataron a 1.200 civiles y a 450 combatientes. En Gaza ha habido una intención deliberada de aniquilación. Incluso anunciaron su deseo de reducir la población a la mitad, ya sea mediante el éxodo al Sinaí o con la muerte. Y ya han liquidado al 4% de la población, según las cifras oficiales difundidas el 10 de enero.
Si la solución de dos Estados es imposible, ¿qué futuro espera al pueblo palestino?
Cuando queremos resumir la historia de la ocupación de Palestina en unas pocas fechas decimos que fue ocupada en tres fases: la Nakba de 1948, la Naksa de 1967 y los Acuerdos de Oslo de 1993. Los llamados Acuerdos de Paz, cuyo proceso ha durado 32 años, sólo han servido, según el jefe de la delegación palestina encargada de las negociaciones entre 1992 y 1997, Elias Sanbar, para erosionar Palestina a la que sólo le queda el 6% de su territorio original. En la misma línea se han expresado otras organizaciones, incluidas las facciones de Fatah, la mayoría de los dirigentes de la OLP y figuras cercanas a Arafat como el poeta Mahmoud Darwish o el intelectual Edward Said. Como asegura Michèle Sibony, portavoz de la Unión Judía Francesa por la Paz, todos conocemos desde hace mucho tiempo que el objetivo perseguido por Israel es vaciar el territorio de palestinos para abrirlo a la colonización mediante un verdadero reemplazo de población. Gideon Levy dijo en una conferencia de prensa en Washington que Israel nunca ha querido la paz y el historiador Ilan Pappé ha afirmado que la solución de los dos Estados no es otra cosa que crear un Estado tapón junto a un Estado expansionista.
Lo que parece claro es que el derecho internacional humanitario ha saltado por los aires. ¿Hacia dónde nos dirigimos?
Hubiera preferido terminar la entrevista con una nota de esperanza pero la cuestión de los derechos humanos ya no está en el orden del día en este momento de la historia. La impotencia de las instituciones internacionales ha quedado patente, incapaces de conseguir un voto para detener la carnicería de Gaza. Creo que el fallo está en el sistema de funcionamiento de Naciones Unidas, no en la idea en sí, que sigue siendo noble. Todos necesitamos recursos ante la barbarie, pero cuando son los propios bárbaros quienes financian, influyen y ejercen el derecho de veto, ¿qué podemos hacer? ¿Es posible reformar estas instituciones? Creo que esto sólo es viable si liberamos a estas instituciones del yugo de las finanzas y se crea un fondo internacional de ciudadanos que frene la ley de la selva, que es lo que está sucediendo en Palestina.
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