El catálogo de reformas que Milei ha ido desplegando en campaña ofrece un horizonte de gran incertidumbre para Argentina
El dirigente ultraderechista ha prometido dolarizar la economía y dejar el Estado en su mínima expresión para atajar la grave crisis que vive el país pero su alianza con el exmandatario conservador condicionará su agenda política.
César G. Calero
Argentina ha dado un salto al vacío de consecuencias impredecibles. El nihilismo zombi que recorre el mundo, como alertaba recientemente en un artículo el psicoanalista y escritor Jorge Alemán, sentará en la Casa Rosada al ultraderechista Javier Milei. La desesperación por la crisis económica y el hartazgo con la clase política tradicional explican, en parte, el triunfo de este histriónico personaje que ha contado con el impagable apoyo de la derecha tradicional del expresidente Mauricio Macri para imponerse al peronista Sergio Massa (55%-44%) en las elecciones del domingo.
Aunque irrumpió en la campaña como un outsider, con alusiones permanentes a la casta, Milei (53 años) se enfundará la banda presidencial el 10 de diciembre gracias al respaldo de esa vieja política a la que tanto denostó antes de la primera vuelta electoral. Si hasta entonces el Milei de la motosierra había cautivado a millones de argentinos al encarnar un pretendido cambio, el pacto suscrito de manera exprés con Macri (2015-2019) para revertir la ventaja de Massa en primera vuelta lo embadurnó de casta hasta las cejas. La candidata macrista de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, tercera en discordia, tenía el caudal de votos (24%) que Milei (30%) necesitaba para derrotar al candidato peronista (37%).
Si hay algo que define la política argentina de los últimos 75 años es la tensión entre peronismo y antiperonismo. El presidente electo se define como un liberal en materia económica, un defensor del libre mercado que habría dado el paso a la política para superar esa dicotomía ideológica. Con el denominado pacto de Acassuso (suscrito en la casa de Macri), Milei oficializaba su entrada en el club del antiperonismo tradicional. Un meme recorrió entonces las redes sociales. Un gran gato (Macri) abrazaba a una patita (Bulrrich) y a un león (avatar electoral de Milei). El expresidente le impuso algunas condiciones para darle sus votos. El león debía modular sus rugidos y aceptar una suerte de cohabitación durante los próximos cuatro años.
Menos Estado, más mercado
El catálogo de reformas que Milei ha ido desplegando en campaña ofrece un horizonte de gran incertidumbre para Argentina. Su gran caballo de batalla ha sido la dolarización, una atractiva golosina para muchos votantes en un país cuya moneda -el peso- se ha devaluado exponencialmente durante los últimos cuatro años. Argentina seguiría así el camino de Ecuador, El Salvador, Panamá y varios países de economías minúsculas. Esa medida no es viable a corto plazo porque en Argentina el dólar es hoy un bien escaso. El Banco Central no cuenta con reservas para hacer frente al cambio masivo de pesos a no ser que se genere una hiperinflación que, por otro lado, llevaría al país al colapso.
Milei piensa en el medio plazo. Para dentro de un año y medio o dos ya habría divisas suficientes, supuestamente. Lo que para entonces ya no existiría, si Milei cumple su palabra, es el Banco Central. Se ha propuesto eliminar la institución para acabar con la “maquinita inflacionaria”. También echará el cierre en algunos ministerios. Su obsesión es meterle un gran tijeretazo a los gastos del Estado (la célebre motosierra con la que aparecía en sus mítines) y dejar en manos privadas el control de la obra pública. Reducirá además los subsidios en un país que tiene a cuatro de cada diez habitantes por debajo del umbral de la pobreza y a uno de cada diez en la indigencia.
El candidato ultraliberal lo fía todo a las bondades del mercado. Bueno, todo no. Algunas decisiones las consulta antes con otro ente, en este caso espiritual: su fallecido perro Conan (un mastín con el que asegura comunicarse desde el más allá). Parece una broma pero no lo es. Su hermana Karina, jefa de su campaña electoral, oficia como médium.
Encumbrado por los medios de comunicación mainstream, apoyado por la facción más reaccionaria de la oposición y financiado por algunos empresarios, el próximo mandatario argentino no esconde su sesgo ultraderechista (cada vez que menciona a los “zurdos” se le hincha la yugular). Su número dos, la vicepresidenta electa Victoria Villarruel, hija de militares, es una vehemente defensora de la dictadura argentina (1976-1983). Ambos han puesto públicamente en entredicho la cifra de los 30.000 desaparecidos en ese periodo negro del país. Nadie puede llamarse a engaño. Cuarenta años después del retorno de la democracia a Argentina, una mayoría ha respaldado con su voto ese peligroso revisionismo.
El perfil antidemocrático de Milei no le ha impedido cosechar una cantidad nada desdeñable de votos en los estratos más desfavorecidos de la sociedad. El voto joven de una generación que no ve nada claro su futuro ha sido también decisivo. Los cuatro años de gobierno del peronista Alberto Fernández han sido desastrosos desde el punto de visto económico por culpa de condicionantes ajenas (pandemia, crisis energética, sequía histórica) y de las continuas desavenencias políticas en el tándem conformado con la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Los argentinos se jactan de haber inventado casi todo. Pero el auge del populismo ultraderechista no es patrimonio suyo. Se extiende por todo el planeta. Sus líderes tienen en común una apropiación del descontento social con los políticos tradicionales y algunas señas de identidad (xenofobia, negacionismo climático, machismo, coqueteos con el fascismo…). Hay, también, ciertas diferencias. Al contrario que Trump o Bolsonaro, Milei no es un nacionalista al uso. Lo demostró en el último debate electoral. Sus elogios a Margaret Thatcher casi le cuestan la presidencia. Si hay una figura extranjera que genera rechazo en Argentina es la dama de hierro, responsable del gobierno británico durante la Guerra de las Malvinas (1982). Milei tampoco es proteccionista. Al contrario. Es partidario del libre comercio entre privados sin cortapisas de ningún tipo.
Al frente de La Libertad Avanza (LLA), un partido creado hace apenas dos años, Milei ha ido colonizando poco a poco el espectro antiperonista. Antes de las elecciones legislativas de medio término, en 2021, era casi un desconocido. Había irrumpido en la escena pública durante el mandato de Macri como un excéntrico tertuliano de televisión. El economista se presentaba como un rock-star capaz de enmendarle la plana al gobierno conservador, cuyas medidas le parecían excesivamente gradualistas.
A Milei no le será fácil sacar adelante su agenda política en un Congreso en el que su partido cuenta con apenas 38 diputados (de un total de 257 en la Cámara baja) y en el que el peronismo es la primera minoría (107). El presidente electo será rehén de la bancada conservadora (94), que sin duda le marcará el paso. El propio Macri así lo ha advertido públicamente estos días. Las promesas más controvertidas de Milei (dolarización, privatización de la sanidad y la educación, libre portación de armas, ruptura de relaciones con China y Brasil, etc.) pueden quedarse en papel mojado. ¿Se adaptará el líder ultraderechista a su rol de comparsa del macrismo o primará su faceta más disruptiva? ¿Seguirá los consejos del gran paterfamilias de la derecha argentina o se dejará influir por el instinto de rabia de Conan? Milei tiene el gobierno. Macri, el timón.
20/11/2023
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