El extractivismo mitiga los efectos de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia en los países centrales al tiempo que contrabalancea las pérdidas de valor que sufren las burguesías de las economías dependientes. Es parte central del funcionamiento del capitalismo, y quien crea en su autonomía se está engañando.
SANTIAGO DÍAZ
La liquidación de los mecanismos y procedimientos inherentes a la acumulación de capital supone necesariamente la supresión de las relaciones de producción que los encuadran.
El presente trabajo busca aportar a la comprensión del extractivismo como un fenómeno inescindible de las relaciones sociales en las cuales emerge y se desarrolla. En este sentido, abundan las lecturas que, consciente o inconscientemente, abstraen la política extractivista de las coordenadas societales en las cuales se halla inscripta, a saber: el sistema capitalista. Toda construcción discursiva conlleva un «deber ser» que, explícita o implícitamente, puede ponerse en juego como estrategia de lucha política. Al ser la realidad la unidad de múltiples determinaciones, la creencia, en la autonomía —no tan relativa— del extractivismo con respecto al sistema económico que le dio origen deriva en una «teoría del desacople» que pone a rodar un sistema de valoraciones que cifra sus esperanzas en salidas reformistas.
Polemizando contra esta visión, abordaremos la problemática del extractivismo a través del lente marxiano; específicamente, trataremos de entender el extractivismo a partir de aquellas leyes que para Marx explican las crisis del capital. Planteamos la hipótesis de que el extractivismo es parte central de un mecanismo de compensación que, a nivel internacional, mitiga los efectos de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, mientras que a nivel local contrabalancea las pérdidas de valor que sufren las burguesías de las llamadas economías dependientes. El presente texto busca demostrar que no hay salida a la problemática del extractivismo en los marcos del sistema actual.
Lateralidad
Marx era muy consciente de que los fenómenos y procesos por él analizados tenían un carácter social, es decir, que son referidos a un todo articulado de relaciones sociales históricamente delimitables y sujetas permanentemente a la praxis humana. En este sentido, la determinación de tendencias en los procesos de acumulación de capital a mediano y largo plazo no niega la acción consciente de los sujetos y su intervención en la escena política y social: la lucha de clases. De aquí que el principio de Marx no es equivalente a ley de la gravedad ni a la selección biológica de las especies, y no puede ser estudiado con los criterios utilizados en las ciencias naturales (Katz, 2009).
Dicho esto, queremos reivindicar frente al idealismo de las llamadas metafísicas «post» la necesidad de establecer tendencias y leyes sociales que nos vuelvan a permitir el descubrimiento de regularidades bajo la compleja superficie de lo social. En el plano teórico, el tan mentado «giro lingüístico», de clara herencia heideggeriana, ha sido uno de los elementos centrales sobre cual pivotean todas las metafísicas «post», negando la posibilidad de formular leyes y tendencias que nos permitan arribar a un conocimiento más o menos objetivo de la realidad.
En el «giro lingüístico» el mundo social se vuelve pura imagen y representación, discurso vacío de realidad social, texto sin contexto. Así, «la praxis revolucionaria y la transformación radical se disuelven, por decreto filosófico, en el aire volátil de la pura discursividad» (Kohan, 2007, p. 6). No se nos escapa que toda lectura o análisis del complejo universo de lo social es «culpable» en sentido althusseriano, es decir, una mirada condicionada por un conjunto de relaciones sociales: de clase, de género, étnicas, etc. En fin, una realidad que resulta «tamizada» por un complejísimo aparato de competencia lingüística, (Grüner, 2006).
Ahora bien, ¿esto implica, como creen los posmodernos, que no hay posibilidad de arribar a un conocimiento objetivo de la realidad social? ¿Está nuestro saber condenado al relativismo de la hipertextualidad? El reconocimiento de la existencia de condicionamientos en los mecanismos de producción del conocimiento, ¿agota los contenidos del saber? La creencia en estos supuestos nos somete a una nueva (o no tanto) forma de idealismo, en la cual, la subjetividad trabaja sobre una realidad sin referentes materiales. El mundo de lo social estalla en mil fragmentos imposibles de integrar en el vértigo de las interpretaciones. Una pésima versión del Macbeth de Shakespeare (1606), según el cual «no es la vida más que una andante sombra…un cuento contado por un idiota, todo estruendo y furia, y sin ningún sentido» (p.92). Tal vez, Macbeth fue un «posmo» avant la lettre.
Para las metafísicas «post», la realidad social está compuesta por mil relatos narrados por mil idiotas, sin posibilidad alguna de contrastarlos con hechos fácticos: entramos en el régimen de la posverdad, donde no existen hechos contrastables solo interpretaciones. La fragmentación de la historia y el espacio en un «caleidoscopio» de narrativas disímiles e igualmente válidas responde a la desarticulación y disgregación de los movimientos sociales post 68 como resultado de una triple derrota política: en Europa occidental, la derrota del Mayo Francés y la bancarrota del Eurocomunismo; en Estados Unidos, la infiltración y el aniquilamiento del combativo Black Power por parte del FBI; y, finalmente, pero no menos importante, en América Latina, el genocidio perpetrado por las dictaduras cívico-militares que vinieron a clausurar a sangre y fuego un ciclo de enorme ascenso de masas proletarias, (Kohan, 2007).
La conjunción de esta «tríada» sangrienta intentó infligirle un daño mortal a quien se consideró —y muchos seguimos considerando— como el «horizonte insuperable de nuestro tiempo». El escenario político-intelectual resultante de esta triple derrota estuvo caracterizado por la atomización y dispersión de las principales fuerzas sociales del período, elementos aprovechados por las metafísicas «post» para hacer un culto del fragmento y la particularidad.
De este modo, la lógica política se convierte «en un racimo infinito de lógicas diversas, fragmentadas, brutalmente dispersas y estructuradas sobre lenguajes recíprocamente intraducibles» (Kohan, 2007, p.14). Las luchas resultan compartimentadas y aisladas en la confrontación contra poderes «arborescentes» o «rizomáticos», de modo que se produce un repliegue de cada fragmento social en sí mismo impidiendo la posibilidad de una ofensiva de conjunto que permita destruir las vigas maestras de una arquitectura diseñada para explotar personas y naturaleza.
Tendencia decreciente de la tasa de ganancia
Amedida que fue avanzando en el estudio y análisis de aquellos elementos y procedimientos sobre los cuales descansa la acumulación capitalista, Marx fue descubriendo leyes y tendencias inmanentes a los procesos de reproducción ampliada de capital. En este sentido, planteó que, al tiempo que se desarrollaba el proceso de acumulación, necesariamente se veía incrementada la productividad del trabajo. Esto es así porque el corazón del capitalismo está signado por la maximización de los beneficios y la externalización de costos: para poder incrementar la ganancia, los capitales individuales se ven obligados a competir a muerte en el mercado capitalista por la vía de una verdadera guerra comercial:
La fuerza que da impulso a la actividad capitalista es el deseo de ganancias, lo que obliga a cada capitalista individual a dar la batalla en dos frentes: en el proceso de trabajo, contra los trabajadores durante la producción de plusvalía, y en el proceso de circulación, contra otros capitalistas, durante la realización de la plusvalía en forma de ganancias. En el enfrentamiento con el trabajo, la mecanización aparece como la forma más eficaz para incrementar la producción de plusvalía, mientras en el enfrentamiento con otros capitalistas, la reducción de los costos unitarios de producción por unidad (precios de costo unitarios) surge como principal arma para la competencia. (Shaikh, 1990)
El capitalismo es un sistema en el cual los productores individuales se hallan aislados por la propiedad privada de sus medios de producción y solo pueden garantizar su supervivencia por la vía de arribar al mercado con el precio más bajo, es decir, compitiendo. Resulta fundamental, en este punto, entender que la lucha de la competencia capitalista se libra con el bagaje de las armas proporcionadas por la técnica, (Moral Santín, 1986). Aquellos capitales que logren introducir innovaciones tecnológicas en los métodos de producción, podrán vender sus mercancías por debajo del precio de mercado pero por encima de su precio individual de producción, obteniendo de esta manera una ganancia extraordinaria.
El torbellino de la cruda competencia al que son arrastrados los capitalistas por la lógica individual de la ganancia es uno de los elementos que —irónicamente— más ha logrado expandir las fuerzas productivas a nivel mundial, y al mismo tiempo el que más nos está acercando a la destrucción masiva de la humanidad. Como acertadamente señala el profesor Ariel Petruccelli (2022), «la dinámica intrínseca de las relaciones capitalistas de producción conlleva una pulsión hacia el crecimiento económico, lo que tiene evidentemente límites en un planeta que es finito». El desarrollo descontrolado de las fuerzas productivas en el marco de relaciones sociales de producción capitalistas tiene como resultado una dinámica destructiva que todo lo engulle y todo lo devora en la senda del beneficio individual. Es esta la lógica autofágica del capital.
Ahora bien, en la necesidad imperiosa de ir aumentando progresivamente la productividad, como despliegue estratégico de los capitales individuales en el fragor de la batalla intercapitalista, aumentan —relativamente— las proporciones de capital constante en relación al capital variable. «Es una ley de la producción capitalista el que, conforme va desarrollándose, decrezca en términos relativos el capital variable con respecto al constante, y, por consiguiente, en proporción a todo el capital puesto en movimiento» (Marx, 1959). He aquí el principio que rige la acumulación de capital.
Este incremento gradual del capital constante en relación al capital variable (coincidente con un aumento progresivo de la composición orgánica del capital), tiene como correlato un descenso gradual de la tasa general de ganancia, aunque permanezca invariable e incluso aumente el grado de explotación del trabajo. Entonces, un efecto necesariamente derivado de la naturaleza del régimen capitalista es que, a medida que se desarrolla, la tasa general media de plusvalía tiene que traducirse en una tasa general de ganancia decreciente, y esto explica las sucesivas crisis que sacuden al conjunto de la humanidad en el sistema capitalista.
Como la masa de trabajo vivo empleada disminuye constantemente en relación a la masa del trabajo materializado, de medios de producción consumidos productivamente que pone en movimiento, es lógico que la parte de este trabajo vivo (…) guarde una proporción constantemente decreciente con el volumen de valor del capital total invertido. Y esta proporción entre la masa de plusvalía y el valor del capital total empleado constituye la cuota de ganancia, la cual tiene, por lo tanto, que disminuir constantemente. (Marx, 1959)
La Ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia (en adelante, LTDTG) no excluye en modo alguno la posibilidad de que aumente la masa absoluta de plusvalía apropiada por el capital. Incluso la masa de ganancia puede aumentar cuando se esté dando un descenso fenomenal en la tasa general de ganancia como resultado de la disminución de la proporción del capital variable con respecto al capital constante. En este sentido, Marx plantea que se trata una ley de «doble filo», ya que, por un lado, mientras desciende la tasa de ganancia, por el otro, aumenta la masa de ganancia. Sin embargo, como la elevación en la composición orgánica del capital hace que una cantidad cada vez menor de trabajo vivo ponga en movimiento una cantidad cada vez mayor de medios de producción, resulta que cada parte alícuota del producto total, absorbe menos trabajo vivo, ergo, menos trabajo no retribuido. «A medida que se acentúa (…) en proporciones enormes el descenso absoluto de la suma de trabajo vivo añadido a cada mercancía, disminuirá también la masa de plusvalía que en ella se contiene» (Marx, 1959). Llegado un punto, la prolongada caída de la tasa de ganancia estrangula la masa de ganancia y se produce el giro de la economía a la crisis con sus efectos ya conocidos: superproducción, sobreacumulación, desvalorización de capitales, recesión, destrucción de fuerzas productivas, etc. «La tasa decreciente de ganancias conduce a una crisis generalizada por medio de su efecto sobre la masa de ganancias» (Shaikh, 1990).
En su punto más bajo, la caída de la tasa de ganancia conduce a una desaceleración en el aumento de la masa de ganancia, hasta el escenario en que no hay suficiente plusvalía para sostener la reproducción ampliada de capital, (Roberts, 2021). «…una tasa de ganancias decreciente debilita progresivamente el incentivo para la acumulación y, al descender ésta, el efecto negativo empieza a dar alcance al efecto positivo hasta que, en un momento determinado, la masa total de ganancias empieza a estancarse» (Shaikh, 1990). Hay que destacar que el proceso mencionado supone una «onda larga» en la masa de ganancias, que al principio se acelera, luego se desacelera, se estanca y, finalmente, se hunde en la crisis.
La LTDTG emana de aquellas regiones con mayores niveles de productividad y composición orgánica del capital: los grandes centros de la economía mundial y se expande hacia la periferia, con desarrollos y efectos diferenciales. Sin embargo, Marx le otorga un rol fundamental al comercio exterior, y, por tanto, a la periferia como fuerza contrarrestaste de la caída tendencial de la tasa de ganancia en las formaciones sociales más desarrolladas.
Las cadenas de la dependencia
En el Tomo III de El capital, Marx hace referencia al comercio exterior como una de las fuerzas que contrarrestan la caída de la tasa de ganancia. La necesidad de los capitales de las grandes metrópolis de contrarrestar la caída de la tasa de ganancia en sus territorios ubica a nuestra región en un lugar fundamental en el esquema de apropiación de excedentes por parte de las economías centrales. En efecto, estas economías históricamente han logrado desarrollar las condiciones para apropiarse de parte de la riqueza social generada en otras latitudes. En el régimen de producción capitalista se operan, en el ámbito de la circulación, transferencias de valor entre países con distintos niveles de productividad como resultado de diferentes grados en la composición orgánica del capital.
Este aspecto, de transferencias de valor entre diversas formaciones sociales fue ampliamente estudiado durante los años 60 en nuestra región por aquellos intelectuales encuadrados en lo que se conoció como la Teoría Marxista de la Dependencia (en adelante, TMD). Hablamos de pensadores tales como André Gunder Frank, Vania Bambirra, Theotonio dos Santos, y, muy especialmente, Ruy Mauro Marini. El objetivo de este grupo de pensadores fue tratar de dar cuenta de la especificidad de las economías latinoamericanas desde una perspectiva crítica de la economía política. En este sentido, se despegaron de aquellos marxistas que ejercían una suerte de «aplicacionismo» de la teoría marxiana y, al contrario, propusieron una visión que no fuera «ni calco ni copia», sino creación heroica.
De acuerdo a Jaime Osorio (2016), la TMD es el resultado de una serie de rupturas teóricas operadas en torno a diversas problematizaciones acerca de la cuestión del subdesarrollo y, fundamentalmente, del carácter dependiente del capitalismo periférico. En efecto, la noción de dependencia constituye, en ese período, una suerte de marco maestro que instala un campo de problemáticas en común (Svampa, 2016).
Una primera ruptura teórica fue encabezada por la CEPAL y giró en torno a las concepciones clásicas del comercio internacional basadas en la noción ricardiana de las ventajas comparativas y su recetario tradicional tendiente a la especialización productiva en bienes primarios. En esta polémica fueron decisivos los aportes del llamado estructuralismo latinoamericano en torno a la idea de una economía internacional conformada por centros y periferias, en la cual actúan mecanismos y esquemas que tienden a reproducir las asimetrías: es central aquí la noción del deterioro de los términos de intercambio, sobre la que volveremos más adelante.
En este período, y con diagnóstico en mano, la CEPAL va a apuntalar en términos teóricos los incipientes procesos de industrialización por sustitución de importaciones emergentes en algunos países de la región como vía para resolver el atraso y la dependencia. A poco caminar, y de cara al fracaso de la industrialización como proyecto para hacer frente al subdesarrollo, se le imputaría —correctamente— a la CEPAL el haber caído en una visión «exogenista», es decir, una perspectiva que ubica las limitaciones al desarrollo prioritariamente en el plano externo y no tiende a problematizar los procesos internos de las sociedades latinoamericanas. Es claro en este punto, como menciona Osorio (2016), que las burguesías vernáculas permanecieran indemnes en el esquema teórico cepalino.
La segunda ruptura teórica sobreviene con la publicación en 1969 del libro Dependencia y desarrollo en América Latina, escrito en coautoría por Fernando Cardoso y Enzo Faletto (aunque luego se abrió una polémica en torno a esto). Este texto fue un parteaguas en la visión que se tenía hasta el momento acerca del subdesarrollo, dando lugar a una surte de «giro copernicano», en el cual la dependencia no se reducirá solo a factores de tipo externos sino que comenzará a problematizarse el rol que juega la estructura interna de las sociedades latinoamericanas en la llamada «situación de dependencia». Si bien las aportaciones de Cardoso y Faletto fueron fundamentales a la hora de repensar la dependencia luego de la debacle cepalina, algunos autores coinciden que su trabajo no logró desprenderse del todo de cierto weberianismo presente en su obra. Es en este sentido que hay quienes plantean que es falso que Cardoso se haya desecho de sus libros al llegar al Palacio de Planalto, o que existió una disociación radical entre lo que primero escribió y lo que luego realizó: hubo continuidad de pensamiento.
Finalmente, la tercera ruptura teórica, aquella con la cual emerge la TMD, si bien reconoce antecedentes importantes en las obras de Sergio Bagú, Luis Vitale, Rodolfo Stavenhagen, etc. (textos que negaban el carácter feudal de América Latina y ya deslizaban la idea de un capitalismo de tipo sui generis) no se va a producir hasta la publicación de Dialéctica de la Dependencia, libro escrito por Ruy Mauro Marini. Este texto sentará las bases de una interpretación materialista del fenómeno de la dependencia; sus fundamentos comenzarían a ser analizados a la luz de aquellas leyes y tendencias que explican la conformación de una modalidad de acumulación de capital particular en América Latina.
El desarrollo desigual y combinado va a da lugar a la constitución de un capitalismo sui generis: el latinoamericano. Marini va aportar dos categorías esenciales a la hora de comprender las particularidades del capitalismo latinoamericano: el intercambio desigual y la superexplotación de la fuerza de trabajo. En primer lugar, hay que señalar que, para Marini, la forma histórica de inserción subordinada de América Latina en la división internacional del trabajo forjada en el siglo XIX se da bajo la figura de proveedores de materias primas a los centros de la economía capitalista (específicamente, Inglaterra), con el objetivo de apuntalar en estas formaciones sociales un cambio del eje de acumulación: de la producción de formas de plusvalía absoluta a relativa. Este esquema «determinara el curso del desarrollo ulterior de la región» (Marini, 1991). En este sentido se va a ir consolidando en nuestra región una matriz dependiente caracterizada por una relación de subordinación entre países formalmente independientes.
Retomando a Marx, pero anclándolo a la realidad latinoamericana, Marini va a señalar que existe una contradicción crucial para la acumulación capitalista, y es que, a medida que se elevan los niveles de productividad como resultado de una mayor composición técnica y orgánica del capital, vinculada a la necesidad de obtención de plusvalías extraordinarias, la tasa de ganancia tiende a decrecer. Asimismo, existen fuerzas contrarrestantes que operan en sentido contrario a la LTDTG, y que le permiten al capital entorpecer o detener —al menos por un tiempo— la caída. Léase bien: contrarrestan, entorpecen, anulan, pero solo de manera momentánea la caída, de ninguna forma la detienen indefinidamente.
Uno de estos mecanismos Marx lo sitúa en el comercio exterior: «Cuando el comercio exterior abarata los elementos del capital constante o los medios de subsistencia de primera necesidad en que se invierte el capital variable, contribuye a hacer que aumente la cuota de ganancia, al elevar la cuota de plusvalía y reducir el valor del capital constante» (Marx, 1959). Mediante el creciente envío de materias primas —extractivismo mediante—, el capitalismo latinoamericano contribuye a ralentizar la caída de la tasa de ganancia en las economías centrales. Sin embargo, señala Marini, este es solo un aspecto del problema. En este punto va a analizar la noción cepalina del deterioro de los términos de intercambio bajo la lupa marxiana, es decir, a través de la ley del valor. La CEPAL planteaba que los precios de los bienes exportados por la periferia (bienes primarios), tendían a descender relativamente frente a la elevación, también relativa, de los precios de los bienes exportados por el centro (bienes industriales).
Esta idea, correcta en el plano de las apariencias, encierra un conjunto de problemas al no dar con la esencia del fenómeno. En efecto, Ocampo y Parra (2003), luego de un examen detallado de la evolución de los términos de intercambio entre productos básicos y manufacturas en los años 1900 a 2000, concluyen que para finales del siglo XX las materias primas habían perdido entre el 50% y el 60% del valor relativo que tenían frente a las manufacturas hasta la década de 1920. Es decir, si bien en apariencia la constatación de la desvalorización relativa de los precios de bienes primarios es correcta, es necesario avanzar en la comprensión de aquellas determinaciones profundas que explican estas asimetrías en el comercio internacional de mercancías.
En la práctica del intercambio mercantil se observa la existencia de diversos mecanismos que permiten procesos de transferencia de valor. De acuerdo a Marini, hay que distinguir aquellos que operan en el interior de una misma esfera de producción (intrasectorial), de los que operan en el marco de distintas esferas o ramas de la producción (intersectorial). No es el propósito de este escrito profundizar en el análisis de cada uno de estos mecanismos; nos bastará con señalar de modo general algunos aspectos centrales para nuestro objetivo.
En condiciones de intercambio mercantil signadas por diferencias de productividad entre formaciones sociales, como resultado —a su vez— de distintos niveles de composición técnica y orgánica del capital, se operan transferencias de valor vía precios. Como bien señala Marx, «Los capitales invertidos en el comercio exterior pueden arrojar una cuota de ganancia más alta (…) al competir con mercancías que otros países fabrican con menor facilidad, lo que permite al país más adelantado vender sus mercancías por encima de su valor» (Marx, 1959). Así el país más atrasado pueda comprar mercancías más baratas de lo que puede producirlas, Marx señala que puede ocurrir que este país esté entregando más trabajo del que recibe. Aunque el objetivo de lograr una mayor productividad consiste en reducir los valores unitarios de las mercancías, éstas son vendidas en el mercado mundial por encima de su valor; y esta venta por encima del valor individual de mercancía tiene como corolario la exacción de parte del valor producido en las economías dependientes. «El país favorecido obtiene en el intercambio una cantidad mayor de trabajo que la que entrega, aunque la diferencia, el superávit, se lo embolse una determinada clase, como ocurre con el intercambio entre capital y trabajo en general» (Marx, 1959).
Se reproduce una dialéctica de producción/apropiación de valor en la cual las economías dependientes no llegan a apropiarse de todo el excedente que generan, fortaleciendo las dinámicas de acumulación de las economías centrales. De este modo se torna comprensible que para los capitales de las economías más avanzadas sea menester redoblar la expoliación de la periferia con el objetivo de ralentizar la caída tendencial de la tasa de ganancia en sus formaciones sociales (y añadamos aquí, al pasar, que existen otros mecanismos de transferencia de valor entre economías centrales y dependientes, tales como la repatriación de ganancias por inversiones extranjeras directas, la pesadilla del endeudamiento externo como mecanismo neocolonial de dominación financiera, etc.).
Finalmente, Marini plantea que esta pérdida progresiva y sistemática de valor que sufren los capitales de las economías dependientes obliga a las burguesías regionales a hacerse de mecanismos tendientes a compensar la sangría de riqueza social que emana de la periferia al centro. De esta manera, los capitales vernáculos, en la necesidad de incrementar la masa de valor producida, redoblan la explotación sobre la fuerza de trabajo local, dando lugar a lo que Marini llamó la superexplotación de la fuerza de trabajo.
Siguiendo esta línea de análisis, nos resulta sumamente sugerente la noción de superexplotación de la naturaleza propuesta por Féliz & Haro (2018) para dar cuenta de cómo la superexplotación de la fuerza de trabajo es complementaria y solidaria, en estas latitudes, a la superexplotación de la naturaleza. Así, buscamos entender al extractivismo como parte central de un mecanismo de compensación que, por un lado, mitiga los efectos de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia en los países centrales, mientras que, por el otro, a nivel local contrabalancea las pérdidas de valor que sufren las burguesías de las llamadas economías dependientes. De esta forma, tanto el imperialismo como las llamadas burguesías nacionales se hallan coaligadas en la superexplotación de la fuerza de trabajo y la naturaleza.
En busca del imán perdido
Luego de todo lo señalado hasta el momento, creemos que estamos en condiciones de aproximarnos a la crítica de ciertas concepciones que plantean una «salida» a la dependencia y el extractivismo dentro de los estrechos márgenes de las relaciones sociales de producción capitalistas. Nos proponemos debatir con aquellos intelectuales que han logrado abrir una veta interesante en los debates en torno a la cuestión ambiental, logrando incluso irradiar al complejo campo de acción de diversas Asambleas por el Agua y por la Vida de distintos puntos de la Argentina: estamos hablando de Maristella Svampa y Enrique Viale. Sus aportaciones vinculadas al desenmascaramiento de la política neoextractivista de los gobiernos progresistas y sus consecuencias ambientales les han valido —sobre todo a Svampa— fuertes críticas e impugnaciones por parte de las usinas de la intelectualidad progresista, que no ve con buenos ojos a quienes realizan cuestionamientos por izquierda a sus gobiernos.
Empero, y a partir de todo lo expuesto hasta el momento, creemos que la falta de una caracterización científica en el análisis de los mecanismos y procedimientos sobre los cuales descansa la acumulación de capital y sus consabidas contradicciones los ha conducido al diseño de «brújulas desimantadas» que nos proponen falsas soluciones al problema del saqueo de nuestros bienes naturales y sus efectos ambientales.
La comprensión del extractivismo como parte central de un mecanismo de compensación que, por un lado, mitiga los efectos de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia en los países centrales, mientras que, por el otro, a nivel local contrabalancea las pérdidas de valor que sufren las burguesías de las llamadas economías dependientes es fundamental a la hora de realizar un diagnóstico y una caracterización adecuadas de cuales son las tareas a definir y realizar para la liquidación de la expoliación y el saqueo de nuestros bienes naturales comunes. Decir que «en el actual contexto, el extractivismo debe ser entendido como un patrón de acumulación basado en la sobreexplotación de recursos naturales —en gran parte no renovables—, y en la expansión de las fronteras hacia territorios antes considerados como “improductivos”» (Svampa & Viale, 2014) es importante, pero no alcanza. Debemos situar el fenómeno del extractivismo en sus justas coordenadas: el capitalismo dependiente.
En su último libro (2020), en el cual ensayan salidas al problema del colapso ambiental y el extractivismo, Svampa y Viale señalan: «Con todo lo horroroso que trajo, la crisis abrió un portal desde el cual se torno posible aquello que hace poco tiempo se consideraba inviable, activó el “principio esperanza” en clave mayor. En esta línea comenzaron a circular diferentes propuestas globales y nacionales, que en el Sur adoptaron el nombre de Pactos Ecosociales y Económicos y el en Norte, Green New Deal».
La referencia al Green New Deal no es azarosa: claramente entronca, como bien explican los autores, con el conjunto de políticas llevadas adelante en los Estados Unidos en la década del 30 por el entonces presidente Franklin D. Roosevelt. Aquí emerge una primera cuestión soslayada en el escrito, y es que el llamado New Deal constituyó la respuesta del capital norteamericano a la enorme crisis económica que tuvo su epítome en el famoso crack del 29, la peor debacle de la historia de Wall Street, y que arrastró al conjunto de la economía mundial a la recesión generalizada. Pero, sobre todo, y en este escenario dramático de elevada inestabilidad y fuerte volatilidad, se trató de una reacción articulada de las clases dominantes frente al avance de una perspectiva comunista en la clase obrera norteamericana.
El New Deal que impuso un nuevo rol al Estado con el objetivo de socorrer de la bancarrota a los grandes monopolios, pronto tuvo que lidiar con un ciclo ascendente de lucha de clases, cuyos hitos decisivos fueron las grandes huelgas de 1934 (Bosch, 2009). En este escenario de defensiva del capital es que se otorgaron ciertas concesiones a la clase obrera. Siguiendo esta línea de análisis y anclado en la realidad social argentina, el programa de reformas para la «salida» del extractivismo y el inminente colapso ecológico tomaría la forma —para los autores— de una suerte de «peronismo verde» (Svampa & Viale, 2020).
Nuevamente se soslaya aquí —al igual que con el New Deal— la significación histórica del fenómeno social, es decir, su lugar a la luz de las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clases. Daniel James (2010), reconocido historiador del período, supo caracterizar al peronismo como un experimento social de desmovilización pasiva[1], poniendo de relieve uno de sus elementos constitutivos: la contención, canalización y domesticación de la movilización obrera, ejerciendo un macartismo de hecho que se va a ver visto exacerbado en la política represiva del último gobierno de Perón, incluso durante el cual, la otrora «juventud maravillosa» de las formaciones especiales va a pasar a convertirse en los «infiltrados marxistas» en el movimiento[2].
Por otra parte, y, junto al paquete programático[3] que esgrimen los autores para salir del (mal)desarrollo, se vislumbra el surgimiento de un nuevo sujeto:
Durante mucho tiempo, en Occidente, la historia de las luchas y formas de resistencia colectivas estuvieron asociadas a las estructuras organizativas de la clase obrera, entendida como actor privilegiado del cambio histórico (…) sin embargo, a partir de 1960, la multiplicación de las esferas de conflicto, los cambios en las clases populares y la consiguiente pérdida de centralidad del conflicto industrial pusieron de manifiesto la necesidad de ampliar las definiciones y las categorías analíticas. (Svampa & Viale, 2020)
Y sigue:
En este marco, fueron comprendidos los nacientes movimientos ecologistas o ambientales, que junto con los movimientos feministas, pacifistas y estudiantiles, ilustraban la emergencia de nuevas coordenadas culturales y políticas. Estos movimientos aparecían como portadores de nuevas prácticas orientadas al desarrollo de formas organizativas más flexibles y democráticas, que cuestionaban los estilos de construcción política de la socialdemocracia (y sus poderosos sindicatos), como asimismo aquellos procedentes del modelo leninista (el centralismo democrático), asociados a los partidos de izquierda. (Svampa & Viale, 2020)
Así, vemos cómo, sobre un fondo con contornos autonomistas, se sobreimprime la caracterización del nuevo sujeto del ecologismo reformista. De un plumazo desaparece de la escena política y social la clase trabajadora y la distinción entre explotadores y explotados. Creemos que esta operación de descentramiento de la clase obrera, unida a la crítica de sus formas organizativas tradicionales (especialmente, la que corresponde a los partidos de izquierda), es claramente deudora del pensamiento de Toni Negri, en el cual se ensaya el pasaje de la clase trabajadora a categorías más laxas y ambiguas como la de multitud, de matriz policlasista.
De esta manera, se trata de un capítulo más en la larga historia de los intentos de las metafísicas-post de fragmentar y dispersar el universo del pensamiento político y la acción social, dando lugar a un racimo de lógicas políticas disímiles con lenguajes recíprocamente intraducibles, cuyo corolario radica en la imposibilidad de articular una ofensiva de conjunto que barra con las relaciones de explotación actuales.
Una de las razones más poderosas que nos motivó a escribir este libro fue la irrupción de la juventud, que recientemente se sumó a la lucha socioambiental (…) en nuestro país, cuatro jóvenes egresados de ORT, una reconocida escuela de la Ciudad de Buenos Aires, fundaron el colectivo Jóvenes por el Clima Argentina, en tanto otras iniciativas locales se sumaron a Fridays for Future y sus rondas de los viernes frente al Congreso Nacional. (Svampa & Viale, 2020)
Así, la irrupción de los jóvenes en la lucha ecológica y climática generó en nosotros una gran esperanza, no solo por la potencia de su reclamo sino también porque renueva y oxigena al movimiento ecologista. Por eso, desde fines de 2019, decidimos entablar un diálogo intergeneracional en el que participan buena parte de las organizaciones mencionadas. (Svampa & Viale, 2020)
Sin embargo, los devenires de esta «juventud maravillosa» retratada por Svampa & Viale están siendo sacudidos por los vientos huracanados de la ambigüedad y, muchas veces, el oportunismo político. La agenda de sus principales dirigentes (que los hay, a pesar de la apelación a modalidades de construcción de organización más laxas y «horizontales») oscila entre poder conjugar, por un lado, el apoyo explícito a los gobiernos progresistas en la región[4] [5] y sus proyectos ampliamente vinculados a una lógica neoextractivista y, por el otro, tratar de incorporar, mediante la táctica del lobby parlamentario, pequeñas reformas de corte ambiental. Es así que la crítica al extractivismo se inscribe, para estas organizaciones, en un espacio de geometría variable. Las expectativas depositadas en estas organizaciones y el posterior derrotero de las mismas es sintomático de las confusas aguas en las que naufraga la teoría de Svampa y Viale.
Conclusiones
Los principios que rigen la acumulación de capital a escala global exigen que cada capitalista, en la pugna por ingerir porciones cada vez mayores de trabajo no retribuido, eleve la composición orgánica de su capital para así poder obtener mayores niveles de productividad del trabajo. Es en este proceso que de cara al aumento relativo de la proporción de capital constante en relación al capital variable se produce la caída tendencial de la tasa de ganancia, causa fundamental de las crisis capitalistas.
Sin embargo, lejos de derivar de esta tendencia una lectura catastrofista que augure la bancarrota del capital, entendemos a las crisis como el botón de reinicio de la acumulación, momento en el cual la misma debe ser relanzada sobre nuevas bases. En este punto de reset de la acumulación de capital, Marx plantea que es central la elevación de la explotación del trabajo. Creemos, además, que, para evitar, al menos momentáneamente, la caída de la tasa de ganancia, es necesaria —y solidaria a la explotación del trabajo— la explotación de la naturaleza, que en nuestras latitudes (dependencia mediante) toma la forma de superexplotación de los bienes naturales comunes o extractivismo redoblado.
De esta manera, y siguiendo a Marini (1991), entendemos que la liquidación de aquellos mecanismos y procedimientos inherentes a la acumulación de capital supone necesariamente la supresión de las relaciones de producción que los encuadran. Esta perspectiva, que podría tildarse de obsoleta y anacrónica (ya que, como algunos pensadores dicen, es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo), quizás sea la única salida realmente existente a la destrucción de la naturaleza y sus devastadoras consecuencias para el conjunto de la humanidad. En sintonía, y como afirma Petruccelli (2022),
Que esto parecerá a mucha gente cosa pasada de moda, no hay cómo dudarlo. Pero no deberíamos orientarnos en base a las modas. Sobre todo, cuando caemos en la cuenta que los mega-ricos que pagaron una fortuna para hablar con Douglas Rushkoff[6], le hicieron preguntas del siguiente tenor: «¿Cómo conseguiré imponer mi autoridad sobre mi guardia de seguridad después del acontecimiento?». Si estos indigentes intelectuales hubieran leído a clásicos como Catón o Columela, ya hubieran tenido respuestas suficientes (y se hubieran ahorrado unos mangos). Tanto para lo bueno como para lo malo, las mejores respuestas suelen estar en los clásicos.
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NOTAS
[1] “Considerado bajo esta luz el peronismo fue en cierto sentido, para los trabajadores, un experimento social de desmovilización pasiva. En su retórica oficial puso cada vez más de relieve la movilización controlada y limitada de los trabajadores bajo la tutela del Estado. El propio Perón se refirió con frecuencia a su preocupación por los peligros de las “masas desorganizadas”, y en la situación peronista ideal los sindicatos debían actuar en gran medida como instrumentos del Estado para movilizar y controlar a los trabajadores. Este aspecto cooptativo del experimento peronista se reflejo en la consigna fundamental dirigida por el Estado a los trabajadores en la época de Perón para exhortarlos a conducirse pacíficamente: De casa al trabajo, y del trabajo a casa”, (Daniel James, 2010, p. 51).
[2] Véase el excelente trabajo de Marina Franco, “La depuración interna del peronismo como parte del proceso de construcción del terror de Estado en la Argentina en la década del 70”, A Contracorriente: Revista de Historia Social y Literatura en América Latina, ISSN-e 1548-7083, Vol. 8, N.º. 3, 2011, págs. 23-54.
[3] Éste contaría con 5 (cinco) puntos fundamentales: ingreso universal, reforma tributaria progresiva, suspensión del pago y auditoría de la deuda externa, paradigma del cuidado y la transición a un paradigma energético renovable. De todos estos ejes, que deberían ser puestos en discusión uno por uno, aquel que tiene que ver con la suspensión y auditoría de la deuda externa, nos parece lo más interesante del planteo programático de los autores; empero, creemos que se queda a medio caminar, es decir, si la suspensión del pago de la deuda externa -en tanto mecanismo neocolonial de dominación financiera- no va acompañada de medidas de fondo tales como la estatización de la banca y la nacionalización del comercio exterior, no hay forma de frenar la enorme sangría de divisas que sobrevendría al poco tiempo. En suma, se trata de un paquete de medidas interesantes, pero, en esencia, reformista; incapaz de barrer los lastres de la dependencia y el extractivismo.
[4] Véase, https://www.anred.org/2022/05/04/rechazan-la-mesa-nacional-sobre-mineria-abierta-a-la-comunidad-el-unico-objetivo-es-romper-las-resistencias-territoriales/
[5] Véase, https://agenciapresentes.org/2022/02/03/como-construir-un-ambientalismo-soberano-y-popular/
[6] Petruccelli está haciendo referencia a una reunión que se produjo entre los cinco super-millonarios más ricos del mundo y Douglas Rushkoff, experto en cultura tecnológica. Reunión en la cual, las preguntas de los supermillonarios gravitaban en torno a cómo actuar luego de lo que ellos denominaban “el acontecimiento”; el colapso civilizatorio en ciernes.
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SANTIAGO DÍAZ
Docente de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue (Argentina).
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