Mientras en el mundo se acumulan sequías, olas de calor e inundaciones, todavía hay quienes se empeñan en negar el origen humano del cambio climático. Sin embargo, los tres argumentos principales en esa línea ya han sido refutados.
Juan Bordera / Fernando Valladares / Antonio Turiel
Inundación en Shrewsbury, Inglaterra. AFP, OLI SCARFF
Las cosechas se pierden entre sequías sempiternas e inundaciones catastróficas que recorren el mundo entero. Los fenómenos extremos se suceden cada vez con mayor virulencia. Los océanos arden con temperaturas fuera de toda lógica, con temperaturas superficiales que han superado todos los registros previos y con variaciones drásticas en comparación con lo ocurrido en los últimos años que dejan anonadada a la comunidad científica.
¿Qué tienen en común India, Turquía, Reino Unido y España, donde en los últimos días ocurrieron violentas inundaciones? Que conviven en ese espacio que hay entre un mar hirviendo de calor acumulado y un cielo sobrecargado de progreso. Y la energía retenida durante décadas en los océanos no se pierde, se está transformando. Mientras tanto, una camarilla de sabiondos y eruditas sigue tratando de negar lo innegable, de negociar con lo innegociable. De convertirse en kafkianos sesgos de confirmación con pequeñas patas.
Hasta este julio histórico, el día más caluroso jamás registrado se produjo en 2016, con 16,92 ºC de temperatura media en todo el planeta. El lunes 3 de julio esa cifra fue superada (17,01 ºC), pero se trató del récord más breve posible, porque duró exactamente un día. El martes 4 y el miércoles 5 de julio el registro fue pulverizado por un nuevo récord, de 17,18 ºC, y el jueves 6 por otro más, de 17,23 ºC. Durante los días siguientes, la temperatura ha seguido manteniéndose por encima del récord de 2016. Y todavía podrían batirse nuevos récords, ya que los picos de temperatura se suelen alcanzar en la segunda quincena de julio (al momento de publicarse esta nota, la temperatura media del planeta ya llevaba 23 días seguidos por encima del récord).
Los sucesos son tan graves, evidentes y recurrentes que ya nadie puede negar el cambio climático. Sin embargo, demasiada gente no comprende aún ni la urgencia ni la gravedad del asunto, debido al poco trabajo de pedagogía realizado por los grandes medios de comunicación, que no le otorgan al tema la importancia que tiene.
Ante la oleada de fenómenos abruptos (y en los próximos meses veremos todavía unos cuantos más), las intentonas de desviar el debate climático van siendo más sutiles y elaboradas. Ahora se trata de insinuar que «no estamos seguros de las causas», que «son ciclos naturales» y otros sinsentidos por el estilo. Por desgracia, podemos encontrar ejemplos tanto en la supuesta izquierda, como es el caso del fundador de Red Voltaire, Thierry Meyssan, como también, por supuesto, en la derecha y, sobre todo, en la ultraderecha, en la que los negacionistas son aún más comunes.
En una entrevista reciente, la representante de Vox, María de los Llanos Massó Linares, flamante presidenta de parlamento autonómico valenciano gracias al pacto de su formación con el Partido Popular, decía: «Una cosa es el cambio climático y otra cosa es que sea antropogénico, o sea, que el hombre sea el culpable del cambio climático. El cambio climático ha existido desde que existe la Tierra, desde que existe el clima. Es que ahora, como no se estudia, pues no se sabe. Pero las glaciaciones han existido siempre. Esas fases han existido siempre». Otros miembros de su partido han realizado declaraciones similares.
Curiosamente, tanto Meyssan como Massó –con posicionamientos ideológicos aparentemente antagónicos– se dan la mano para intentar contradecir algo que no admite discusión científica alguna. Cualquiera que no busque reafirmar su sesgo de confirmación y analice los datos puede comprobar que el cambio climático actual, de una velocidad inaudita, es de origen indudablemente antropogénico.
ME NEGARÁS TRES VECES, MASSÓ
Tres son los argumentos que se suelen dar para afirmar que el calentamiento global se debe a causas naturales. Los ciclos orbitales o de Milanković (a los que se refiere también Meyssan), los ciclos solares y los volcanes.
Bien, desmontemos los tres para proporcionar argumentos a quien se tenga que enfrentar a estas posiciones cada vez más arrinconadas y residuales, pero que parecen resistirse a claudicar. Todos conocemos (y quizá queremos) a alguien que se niega a comprender el enorme peligro que suponen este tipo de declaraciones, especialmente cuando vienen de «responsables» políticos.
CICLOS DE MILANKOVIĆ
La historia del genio Milutin Milanković merecería mucho más reconocimiento. Sin ordenador ni calculadora alguna, fue capaz de estimar y demostrar que los cambios cíclicos en el clima se debían principalmente a tres factores, tres grandes ciclos orbitales de la Tierra que operan en una escala de tiempo geológica: precesión (26 mil años), oblicuidad del eje de la Tierra (41 mil años) y excentricidad de la órbita (dos ciclos superpuestos, uno con una duración de 100 mil años y otro de 413 mil años).
Estos tres ciclos son los responsables directos de los cambios climáticos naturales, debido a que aumentan o disminuyen el balance radiativo de la Tierra. También pueden influir circunstancialmente otros factores endógenos, como las erupciones volcánicas, y exógenos, como los cometas.
Con los cambios climáticos ocurre como con los incendios: existen algunos naturales y otros provocados. Las variaciones orbitales son responsables de que una mayor o una menor cantidad de radiación solar llegue a la superficie de la Tierra, y son las responsables directas de los ciclos glaciales e interglaciales y de su evidente periodicidad.
Existe una relación innegable, en estos últimos 800 mil años, sobre todo con el ciclo de excentricidad de la órbita de nuestro planeta –debido a que no solo el Sol tira gravitacionalmente de la Tierra, sino que también lo hacen Júpiter y Saturno, con lo que la órbita y la cantidad de radiación varían–, que lo convierte en el principal responsable de la alternancia entre glaciaciones y períodos interglaciares más cálidos en este último millón de años.
Dos cosas llaman poderosamente la atención al analizar los ciclos registrados con regularidad en los últimos 800 mil años. La primera es la más obvia: temperatura y CO2, se entrelazan en una dependencia mutua incuestionable: cuando aumenta la temperatura, aumenta la concentración de CO2, y viceversa.
Durante millones de años, ha sido la radiación solar la que aumentaba la temperatura, y eso provocaba el aumento de la concentración de CO2 en la atmósfera, mientras que en la actualidad es justo al revés. Al aumentar la concentración de CO2, es este el que provoca el aumento de la temperatura.
Esto va atado con la otra cuestión que llama la atención, quizá más interesante, sobre todo para Massó, que disertaba sobre las glaciaciones: los períodos cálidos suelen producirse cada 100 mil años. ¿Dónde hemos visto esa cifra antes? Efectivamente, en el ciclo de la excentricidad de la órbita.
Los períodos cálidos, como la época actual, conocida como Holoceno, esa que ha visto florecer a todas las civilizaciones conocidas, suelen durar poco, y ya nos estaríamos acercando ahora a un período frío, de no ser por el enorme experimento que estamos haciendo con la atmósfera. Nos dirigimos aceleradamente hacia un lugar que sería el final del trayecto para la civilización tal y como la conocemos.
En 2018 la revista científica de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, Proceedings of the National Academy of Sciences, publicó un estudio, quizá uno de los más importantes de los últimos años, en el que se apunta claramente que los bucles de retroalimentación del clima harán que nos saltemos los ciclos naturales (glaciaciones y períodos interglaciares más cálidos) y dirijamos la Tierra a un estado que los autores, varios de los mejores científicos del planeta, denominaron Hothouse Earth o Tierra Invernadero. Está claro que nada bueno ocurrirá si llegamos a ese punto de no retorno, del cual estamos cerca. Los autores lo cifraron en alrededor de 2 ºC. Viendo la velocidad que lleva el proceso, es más probable que esté por debajo y no por arriba de ese número.
CICLOS SOLARES
Durante los últimos miles de años, la actividad solar ha ido oscilando, alterando con ello la radiación que incide sobre la Tierra y, lógicamente, la temperatura. Las fluctuaciones en la cantidad de energía emitida por el sol afectan la luminosidad y el viento solar o campo magnético, y ambas están interrelacionadas con efectos visibles, como las manchas solares. A pesar de estas fluctuaciones, el valor medio de la radiación solar, 1.366 vatios por metro cuadrado, apenas cambia: las fluctuaciones producidas por el ciclo de las manchas solares no van más allá de un vatio por metro cuadrado. La variación solar más importante es la de los ciclos de las manchas solares, y tiene 11 años de duración hasta que se retorna al mismo valor de manchas y radiación. Hay otros ciclos de mayor duración, sobre todo el ciclo de Gleissberg, con un período de 72 a 83 años, causante del famoso mínimo de Maunder, que originó la Pequeña Edad de Hielo, ocurrida desde inicios del siglo XIV hasta mediados del siglo XIX. Pero cuando uno superpone la evolución de las temperaturas y de la actividad solar durante el último siglo, según los datos de la NASA, resulta evidente que no guardan ninguna relación entre sí.
VOLCANES
El efecto de los volcanes en el clima es muy variable. Dado que emiten gases de efecto invernadero (vapor de agua, óxidos de carbono y azufre, etcétera), contribuyen a calentar la atmósfera, como ha sido el caso del volcán submarino de Tonga en 2022. Al emitir partículas, cenizas y aerosoles, aumentan la fracción de radiación solar que es reflejada hacia el espacio exterior, como fue el caso del volcán Tambora, que en 1816 generó todo un año sin verano, con grandes fracasos en las cosechas por falta de calor suficiente. Que predomine uno u otro efecto depende de cada volcán, pero la alteración de las erupciones es temporal y, pasados unos años (excepcionalmente cuatro o cinco), su impacto en la temperatura local o global se desvanece.
Como en el caso de los ciclos orbitales, que ocurren en escalas de miles de años, o en el de los ciclos solares, que ocurren en la escala de décadas, los volcanes son una fuente de variación climática natural que no guarda ninguna relación con lo observado en el último siglo. No hay modelo físico del clima capaz de reconstruir la historia climática desde mediados del siglo XX hasta el presente sin tener en cuenta el efecto, conocido como forzamiento radiativo, de los gases de efecto invernadero emitidos en grandes cantidades al quemar combustibles fósiles. No hay nadie que, con la ciencia en una mano, pueda negar esto, aunque tenga una Biblia en la otra.
A pesar de la evidencia científica, es más cómodo creer en las opiniones de Massó o de Meyssan, tan convenientes al inmovilismo de los grandes poderes económicos que llevan décadas financiando think tanks y comprando a «científicos» para poder seguir con sus industrias. En Estados Unidos, por ejemplo, se invierten cientos de millones de dólares para financiar el negacionismo: un estudio de 2013 de la Universidad Drexel de Pensilvania halló que en la década previa unas 91 organizaciones dedicadas, entre otros temas, a la negación del cambio climático, recibieron más de 900 millones de dólares, en gran parte provenientes de fundaciones de defensa del «libre mercado» o asociadas a la industria petrolera, como Koch Affiliated Foundations y la Fundación ExxonMobil.
Al menos Meyssan reconoce que carece de conocimientos sobre el estudio del clima. Pero mientras algunos opinan sin saber, millones de personas en todo el mundo abandonan sus hogares por fallos en las cosechas o directamente por temperaturas incompatibles con la fisiología humana. El cambio climático golpea la vida de muchas personas y tenemos que escuchar a responsables políticos hablar con suma negligencia sobre una cuestión de vida o muerte.
El filósofo alemán Karl Jaspers definió la Era Axial –el tiempo-eje– como el momento en el que «los cimientos espirituales de la humanidad se establecieron simultánea e independientemente en China, India, Persia, Judea y Grecia». Del 800 a. C. al 200 a. C., en apenas 600 años, se construyeron muchos de los marcos de pensamiento que aún perviven. Estamos en una suerte de «década axial», de la que ya hemos recorrido casi una tercera parte. O usamos el tiempo restante para ganarles la batalla a la pseudociencia y a los intereses económicos o vamos a pagarlo muy caro durante los próximos siglos.
En esta «década axial» las decisiones deben tomarse de la manera más científica posible, con la participación de la ciudadanía y dejando al margen a los poderes económicos, por sus evidentes conflictos de interés. Solo así evitaremos caer en el mismo error de siempre y en el agujero infernal de una Tierra Invernadero que ya deja sentir su calor creciente.
(Publicado originalmente en CTXT bajo el título «Manual contra el negacionismo climático en la década axial».)
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* Juan Bordera es guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició y diputado electo por Compromís a las Cortes Valencianas. Fernando Valladares es doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid y profesor de Investigación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (CSIC). Antonio Turiel es investigador científico en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC.Tags:cambio climáticocienciagases de efecto invernaderomedio ambientetemperaturatierra
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