Sepan que a este juego no queremos jugar.
Andrea Zhok
Desde la escalada del conflicto ruso-ucraniano en febrero de 2022 hemos visto arder a diario enormes depósitos de combustible y explosivos, así como casas y personas. Esto es lo que ocurre de hecho en esos grandes hornos de destrucción que son las guerras modernas, de las que se dice que hay unas cincuenta desarrollándose silenciosamente en el planeta, más de 20 de ellas de alta intensidad.
Todos los días veo vagones cargados de envases de colores cuya primera, si no única, función es diferenciar los productos con fines de marketing, que salen de los bloques de pisos del centro de la ciudad con destino a las incineradoras.
Desde hace décadas, cuando se estropea cualquier electrodoméstico, vehículo motorizado, ordenador, etc., sólo se nos plantean dos opciones: sustituir una parte en bloque o sustituirlo todo en bloque. Las reparaciones se han suprimido de la lista de opciones económicamente rentables y, por tanto, ya no se repara nada.
¿Qué tienen que ver estos tres casos entre sí?
Se trata de tres áreas de despilfarro colosal, de producción masiva de todo tipo de emisiones, la mayoría de ellas altamente tóxicas (y sin duda el CO2 entre ellas).
Ahora bien, no estoy realmente interesado en establecer a punta de ciencia quién tiene razón y quién está equivocado (o quién tiene cuánta razón y cuánto error) en torno a la discusión sobre el cambio climático.
No me importa, no por irresponsabilidad, sino porque sé que concentrar la discusión en un solo punto (y normalmente el más opaco y difícil de explicar) no es más que una forma de montar una escena. Y dar patadas a la lata es la especialidad de los «medios de comunicación altamente acreditados» y de sus amos, ya que se trata de un juego en el que nunca está en juego la verdad, sino la potencia de fuego en el mundo del cotilleo (dominante).
Personalmente, creo que una estrategia de reducción de emisiones (de todas las emisiones) es ecológicamente recomendable, y también creo que pocos estarían en desacuerdo sobre tal cosa.
Pero lo esencial es: ¿hacer qué?
El juego habitual de manipulación de la opinión pública consta de dos sencillos pasos:
1) Crear la máxima polarización y un estado de ansiedad, y luego
2) Hacer pasar por una necesidad urgente, sin debate, todo lo que los conocidos de siempre se las arreglan para colarnos.
En lugar de eso, lo que hay que pedir es que se acaben los embudos, que se prescinda del pánico, que se rebaje el tono de las alarmas, y que se empiece a hacer esas cosas sencillas que son evidentemente útiles para todos, sobre las que no habría necesidad de crear ninguna cruzada.
¿Quiere reducir las emisiones de subproductos de residuos?
Creo que esa es una idea que se puede compartir. Podemos empezar por tomarnos todos los conflictos armados jodidamente en serio, dejar de fomentarlos, dejar de alimentar una industria armamentística asquerosa y ciclópea, buscar continua y obstinadamente la mediación. La industria armamentística es por definición una industria de despilfarro y destrucción, una inmensa hoguera que puede durar indefinidamente porque su finalidad no es construir algo sino destruir. La mayoría de los conflictos del mundo son impulsados y alimentados, quizá con mediación política, por aparatos de producción militar dotados de presupuestos estratosféricos (EEUU a la cabeza); y esto no es una teoría conspirativa, sino el simple conocimiento de la dinámica de la historia reciente.
¿De verdad quiere trabajar por el bien de la humanidad y, de paso, reducir también muchas emisiones nocivas?
Trabaja duro por la paz, por la mediación, por el compromiso. Puede que no te lo agradezca Greta, que se puso del lado de Zelenski en lo de «victoria o muerte», pero te lo agradecerán las familias de quienes verán a sus hijos volver a casa, te lo agradecerán quienes tengan que vivir después en tierras devastadas por la guerra (y también por el medio ambiente), y bueno, por último, también te lo agradecerán quienes comercian con emisiones nocivas (si lo hacen de buena fe).
¿Quieres ser aún más serio y radical?
Pues bien, aprobar leyes estrictas que obliguen a vender sin envases todos los productos que puedan venderse sueltos, a suprimir todos los componentes de los envases que tengan un significado puramente decorativo o publicitario, y a reducir los materiales utilizables a un número reducido que sean total y estrictamente reciclables. De este modo se eliminará un gran parte de la producción que simplemente ha nacido para ser tirada a la basura.
Claro que será un golpe para la industria del marketing, pero el beneficio para el medio ambiente a todos los niveles (tanto si hablamos de incineradoras como de vertederos) será enorme. Y sí, incluso se reducirán las fatídicas emisiones de dióxido de carbono, tanto aguas arriba, al no producir cosas inútiles, como aguas abajo, al no tener que quemarlas o enterrarlas.
¿Quieres ser aún más serio y radical?
Aprobar leyes por las que todo producto tecnológico deba ser absolutamente reparable. Un ordenador, un coche, una lavadora deben nacer con prestaciones para durar treinta años, con formas de actualizar los componentes que lo necesiten. Esto, por cierto, generará un sector social de personas especializadas en reparaciones, creando nuevas profesiones.
Entre las implicaciones positivas incidentales estaría la inducción de una actitud diferente hacia la tecnología, que ya no se experimentaría como algo opaco y ajeno, en manos de personajes ocultos y remotos en los que tenemos que confiar, sino como algo conocible y dominable. Esta sencilla iniciativa enfriaría enormemente los residuos, tanto en la fase de construcción como en la de eliminación.
Si realmente queremos continuar con este paso audaz, podemos pasar a la supresión sistemática de todos los medios de consumo de lujo de alta tecnología: podemos acabar con los yates, los jets privados, etc. etc.
Así que, si por el contrario quieren seguir explicándonos que una campaña de desguace continuo de todo es extraordinariamente respetuosa con el medio ambiente, que la devastación ambiental para construir megabaterías es una contribución «verde», que una renovada carrera armamentística redunda en beneficio de la humanidad, que la máxima competencia para aumentar la producción y la productividad es nuestro único dios, que todo es culpa de mi barbacoa, y quieren seguir haciéndolo trasladándose –como auténticos cosmopolitas– en jet privado de una capital a otra, sepan que a este juego no queremos jugar.
Y no bastará con que sus lacayos griten «negacionismo» en los periódicos.
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Andrea Zhok es profesor de filosofía en la Universitá degli Studi de Milán y colabora habitualmente en distintos medios de italianos de izquierda.
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