“Asistimos a una sucesión de cisnes negros -desde el brexit, a la pandemia, la posverdad, el colapso de la globalización, la guerra de Ucrania, la crisis energética o la inflación- y que el mundo ya no será el mismo porque”
en paralelo, “estamos viviendo la mayor revolución tecnológica de la historia con la fibra inteligente, el 5G, el big data, el network slicing, el cifrado cuánticos, el metaverso o el edgecomputing“
Diego Herranz
Vladimir Putin en un acto público, 23 de febrero de 2023.
La contienda bélica ha dado la vuelta como un calcetín a las relaciones económicas, a los precios de las materias primas y los flujos energéticos, al compás que marca la lucha contra el cambio climático y la revolución tecnológica.
El mundo ha dejado atrás la post Guerra Fría y el proceso de globalización que ha dominado el escenario económico, financiero, inversor y comercial de las últimas cuatro décadas. Este periodo ha sido denominado como siesta geoestratégica, de escasa intensidad conflictiva y riesgos bajo el influjo de la sumisión diplomática, es decir, sometidos al dictado del diálogo y la negociación política. Pero el combate militar abierto por el Kremlin en Ucrania hace ahora un año ha abierto el melón de un cambio de paradigma en el orden global. El proceso de globalización, iniciado en los ochenta, podría acabar fragmentado en dos bloques, cambiando las reglas de libre circulación de mercancías, servicios, capitales y personas.
Los movimientos telúricos que se registran tras doce meses de combates en suelo ucranio tienen ya visibilidad. Algunos de ellos todavía están en ciernes, aunque están a expensas de nuevas réplicas, cuyas consecuencias pueden ser potencialmente extremas y de difícil calibración. En estos cinco escenarios de poder se pueden apreciar los daños colaterales que ha ocasionado la contienda bélica emprendida desde el Kremlin el 24 de febrero de 2022.
No hay atisbos de cese el fuego o de intentos de resolución diplomática del conflicto, tras más de 100.000 heridos en combate en cada bando, la pérdida de miles de tanques y vehículos armados, y con el PIB de Ucrania en una recesión de casi el 30%. Del lado ruso, medio millón de sus ciudadanos han huido de su país para escapar principalmente de las levas militares decretadas por Vladimir Putin y más de 20.000 han sido arrestadas por protestas contra la invasión de Ucrania y las políticas represivas del Kremlin.
Lecciones geopolíticas de la guerra
Matthew Kroenig, profesor de Asuntos Internacionales en la Universidad de Georgetown, predice que “la invasión de Ucrania seguirá en 2023, casi con toda probabilidad en 2024 y posiblemente en 2025”. El ejercicio de cambio de orden mundial labrado por Putin desde 2008, con su intervención armada en Georgia y la anexión de Crimea, se ha se ha acentuado doce meses después de la invasión de Ucrania. Además, la subida al poder de Xi Jinping en China en 2012 agudizó el cambio de paradigma. A su vez, la unidad europea y su alianza con EEUU ha tensado todavía más el multilateralismo y la globalización. Hasta el punto de que la OTAN podría señalar a Pekín como objetivo geoestratégico, inmiscuirse en la defensa de Taiwán y consolidar el alejamiento de países como Alemania y Japón de su reciente historia pacifista.
Las “tormentas peligrosas” de las que advierte Jinping, creadas bajo unas “influencias externas que interfieren” sobre su Gobierno y a las que considera “provocaciones de brocha gorda”, serán un buen termómetro de hacia dónde se dirige el nuevo orden mundial. Jack Detsch describe en Foreign Policy parte del mercurio que contiene este instrumento de medición.
Putin -afirma- calculó a la baja el poderío militar ruso hace un año, la tenacidad de Ucrania y la habilidad de Occidente para encontrar alternativas energéticas al gas y el petróleo siberiano. “Descontó el potencial de las sanciones, pero también subestimó la profundidad de las protestas en Rusia y los esfuerzos de Europa y EEUU por atraer a su órbita a Kiev”. Tampoco supo predecir con exactitud la unidad de los Estados que rechazan la agresión de Moscú, que se une a la creencia del Kremlin de que Ucrania caería rápidamente.
Por contra, estos países han creado una coalición que, de forma combinada, tiene un PIB conjunto casi 20 veces superior al de Rusia y que ha disminuido la capacidad del agresor. A no ser que logre el respaldo armamentístico de China, algo que la Casa Blanca empieza a concebir como probable, aunque todavía sin evidencias de ello. O de que se abra un escenario nuevo y más convulso con la salida rusa del Tratado de Armas Nucleares anunciado por Putin.
Mientras, Ben Barry, analista del IISS (The International Institute for Strategic Studies), demuestra que la contienda de Ucrania utiliza “aspectos claves de la guerra moderna entre Estados que se traducen en respuestas dinámicas en múltiples dominios, para adaptar su maniobrabilidad a los objetivos de victoria”. Por ejemplo, ampliando sus puntos de mira más allá del rango militar para tomar ventajas. Nuevas estrategias, tecnologías o tácticas de combate que les otorguen superioridades en el campo de batalla, bajo el fuego. Pero también acuerdos que les concedan oportunidades económicas, energéticas o diplomáticas. Estas maniobras orquestales en la oscuridad -enfatiza Detsch- pueden restringir o ampliar el riesgo de una amplificación de la guerra al ámbito global.
Peligros trasladados a la esfera económica
La bonanza surgida del ciclo post-covid saltó por los aires medio año antes de la invasión, cuando Putin ya cerraba la espita del gas ruso a Europa y desató la primera oleada inflacionista. Un año después, despierta dudas a los inversores de las potencias industrializadas, pese a las subidas continuadas de tipos de interés decretadas por sus bancos centrales. Tras meses de descuento, por parte de los mercados, de periodos recesivos, ahora el consenso se decanta por episodios de estanflación o dinamismo leve, con tensiones de precios por encima de los objetivos inflacionistas de sus entes reguladores y de supervisión.
El PIB ruso se ha constreñido tras la salida de empresas occidentales como McDonalds o Ikea, las represalias occidentales para usar moneda foránea y utilizar el sistema de pagos más internacional -el SWIFT de origen belga-. A lo que hay que sumar los vetos energéticos y los cada vez más gastos militares. El PIB fue del 2,1% en 2022, menor de lo esperado, ya que sus ventas de gas y petróleo siguen contabilizando 230.000 millones de dólares anuales, el 10% de su sistema productivo.
Sin embargo, los estímulos fiscales, en esta ocasión, no irán de la mano de una política monetaria laxa. Directamente, ahondarán en unos agujeros, presupuestarios agravados por la crisis sanitaria, en un momento de rearme internacional sin control. La fragmentación de bloques ha dejado muescas de disrupciones en las cadenas de valor, cuellos de botella comerciales y logísticos, y la reaparición de un fantasma, el de la inflación.
El FMI matiza que se ha entrado en su quinta etapa: la de ralentización comercial, después de unos decenios de hiperglobalización. Mientras en McKinsey hablan de un reseteo de adaptación a los nuevos tiempos y de toma de posiciones ante un eventual, aunque improbable, decoupling de los dos bloques comerciales por cuestiones geopolíticas. Las embestidas económicas de 2022 se superarán una vez que las empresas hayan reconducido sus cadenas de valor por la covid-19 y la guerra de Ucrania.
Un mercado energético en estado de ebullición
El simbolismo del conflicto entre EEUU y China no sólo es geopolítico, sino también empresarial, tecnológico y energético. Ambas son potencias que adquieren combustibles fósiles del exterior, con el notable matiz de que la Casa Blanca ha sido exportador neto de petróleo durante varios años. Por lo tanto, sus enormes reservas estratégicas le hacen mucho menos crudo-dependiente que Pekín. La táctica de Jinping pasa por garantizar el abastecimiento a sus sectores productivos con oro negro ruso o de cualquier otro origen. De ahí que haya reactivado el G20 y sus contactos bilaterales para proveer financiación a países en desarrollo a cambio de recursos naturales. La mano invisible de china se ha vuelto a sentir en África y América Latina. También en vecinos como Sri Lanka, asolada por una crisis de deuda desde el pasado otoño.
En EEUU, las tentaciones proteccionistas para asegurarse las fuentes energéticas han crecido y la sucesión de ayudas milmillonarias para revertir los mix energéticos hacia fuentes renovables se aprecian. China no quiere perder el paso de los más de 465.000 millones de dólares desplegados por Washington para revitalizar su industria verde, las ayudas de India a empresas fabricantes de componentes en su territorio o las rebajas fiscales de Corea del Sur para atraer deslocalizaciones. Además, Pekín se fija en las Agendas 2030 de Arabia Saudí y de los emiratos vecinos o en el cártel del litio, que fraguan los países más septentrionales del Cono Sur americano: Argentina, Chile y Bolivia.
El WEF resalta varios cambios en el sistema energético global propiciados por la invasión rusa de Ucrania. Primero, unas oleadas de shocks sistémicos en el abastecimiento, que han acelerado súbitamente las transiciones energéticas sin asegurar precios estables ni inventarios mínimos de energías fósiles de tránsito. Segundo, una alta volatilidad en los precios de las materias primas, que han elevado en un 90% los recibos de la luz, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE). Tercero, interrupciones en los cauces logísticos tradicionales, desde el cierre del grifo energético ruso a Europa, y su viraje de ventas preferenciales hacia Asia. Cuarto, riesgos en la seguridad de los flujos de suministro y elevada incertidumbre económica.
El aterrizaje fugaz de las materias primas da alas a la agenda climática
El peligro de recesión ha dado paso a una etapa de crecimiento testimonial que, sin embargo, ha creado una tregua en las cotizaciones de las materias primas. Los gobiernos y las empresas están aprovechando para variar sus estrategias de sostenibilidad. El FMI habla de un respiro momentáneo, que podría durar hasta el ecuador de 2023, con el petróleo en los 80 dólares por barril pese a la retirada de dos millones de barriles diarios por parte de la OPEP + y de más cuotas, soterradas, decididas por el Kremlin.
Los temores al retorno de varios países a la dependencia del crudo, después de reactivar el uso del carbón, “han turboalimentado las medidas para combatir el cambio climático”, reconoce The Economist. En un reciente reportaje, aseguran que muchos de ellos “han tocado la puerta de las renovables con una virulencia inusitada en los últimos diez años”. La travesía invernal -más benévola de lo esperado- y, sobre todo, la orden de reanudar la extracción del carbón ha hecho recapacitar a un buen número de estados y compañías sobre la conveniencia de desprenderse de combustibles sucios. Pese a que muchas empresas energéticas aún piensan sólo en beneficios extraordinarios a corto plazo, a que la AIE augure demanda alta del carbón hasta 2025 o a que en S&P traslade a 2028 el instante del liderazgo renovable en el mix global.
Un salto digital sin parangón
Decía José María Álvarez Pallete, presidente de Telefónica, en la última cumbre de Davos al ABC que “asistimos a una sucesión de cisnes negros -desde el brexit, a la pandemia, la posverdad, el colapso de la globalización, la guerra de Ucrania, la crisis energética o la inflación- y que el mundo ya no será el mismo porque”, en paralelo, “estamos viviendo la mayor revolución tecnológica de la historia con la fibra inteligente, el 5G, el big data, el network slicing, el cifrado cuánticos, el metaverso o el edgecomputing“.
En este contexto es en el que varios países asiáticos, desde Japón a Corea del Sur, pasando por Vietnam, Indonesia, Singapur, desean hacerse con los múltiples negocios de las manufacturas de chips y componentes que EEUU ha vetado a China, hasta ahora la Fábrica Mundial, para evitar que use tecnología made in US. En un momento de reordenación de áreas de producción y suministro de bienes esenciales para la industria y el consumo, Europa se replantea: el final de las deslocalizaciones de sus empresas, una mayor proximidad de los flujos de abastecimiento y una auténtica política industrial verde para disputar el liderazgo a los dos colosos económicos mundiales.
La digitalización ha traído ya herramientas idóneas para crear cadenas de valor alternativas en Asia, Europa y otras latitudes del planeta. A estos mecanismos de integración rápida de mercados acuden, principalmente, los mercados emergentes asiáticos más activos. Pero también y, sobre todo, para perfilar nuevos bienes y servicios con los que dar el salto hacia la sostenibilidad, que pasa por sistemas de calefacción sin emisiones o modelos de movilidad, basados en el coche eléctrico. O, dicho de otra forma, para impulsar infraestructuras de energéticas, de transporte y de logística alternativas.
Aunque, al mismo tiempo, la digitalización, con la Inteligencia Artificial, el Big Data y la Analítica Avanzada como sus principales teloneros, es el motor de la transformación de las compañías. A juicio de Ronny Fehling, de Boston Consulting Group, “los cambios de gestión que se avecinan en ellas son revolucionarios”. Pese a sacudidas como las recientes regulaciones de empleo entre las bigtechs, que se han traducido en la expulsión de decenas de miles de trabajadores sin que sus beneficios e ingresos justifiquen esta oleada masiva de despidos.
Diego Herranz
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