Una respuesta monstruosa, pero que no sería diferente a la que ofrecerían hoy en día Joseph Biden y sus compinches si se les preguntara si valía la pena someter a Ucrania y su gente a los horrores de una guerra
POR ATILIO A. BORON
¿Recuerdan que al comienzo de la guerra en Ucrania les dije que este no era un enfrentamiento entre ese país y Rusia sino entre Estados Unidos y sus peones neocoloniales de la OTAN contra Rusia?
¿Recuerdan que también les dije que la idea de provocar una aventura militar rusa en Ucrania había sido largamente acariciada e impulsada por el establishment de política exterior (y el Pentágono) desde el mismo momento en que se desintegró la Unión Soviética?
¿Recuerdan la filtración del memorando de Paul Wolfowitz (1992) diciendo que aunque Rusia ya no era comunista igual era demasiado grande y poderosa y obstaculizaría los planes de Washington en Eurasia, y que era preciso desangrarla con una guerra y fragmentarla, haciendo que su territorio sea el hogar de ocho o diez pequeños e impotentes países, como luego se haría en Yugoslavia?
¿Recuerdan el documento de 2019 de la Corporación Rand, «sobreextendiendo y desestabilizando a Rusia» en donde junto con un cúmulo importante de sanciones económicas y de otro tipo se propone «instalar armas letales en Ucrania» (sic) para forzar una respuesta militar de Moscú?
¿Recuerdan que les hablé del golpe de Estado que Obama (con el insolente protagonismo de Victoria Nuland) organizó en Kiev en 2014 para desalojar a un legítimo Gobierno surgido de elecciones reconocidas por la Unión Europea e instalar en su lugar a una banda de neonazis armados y financiados por Washington?
¿Y que también les dije que esta guerra nada tenía que ver con la libertad o la justicia sino que era la expresión de la pretensión estadounidense de subordinar por completo a Europa y Rusia a su proyecto imperial? ¿Y que Volodímir Zelenski era un criminal de guerra, una sangrienta marioneta de la Casa Blanca, dispuesta a que miles y miles de sus compatriotas mueran y millones huyan como refugiados, admitiendo impasible la devastación de su territorio y su infraestructura para complacer las ambiciones imperiales de Estados Unidos? Todos estos pronósticos lamentablemente se cumplieron, para beneficio de Washington.
Combustible financiero
Veamos: las cotizaciones de sus principales industrias militares se valorizaron meteóricamente en apenas un año de guerra: 40% de crecimiento de la Northrop Grumman; 34% de Lockheed Martin; y 15% de Raytheon. Además, como asegura la revista Foreign Policy, el monto de los grandes contratos armamentísticos acordados por la Casa Blanca y el Congreso casi se duplicó, pasando de un valor de 15.500 millones de dólares en 2021 a 28.000 millones de dólares en 2022. Hay que recordar que parte de estas ganancias se destinan a financiar las campañas electorales de los principales políticos de Estados Unidos. Sin ese combustible financiero no hay político que valga.
Por lo tanto, ¿a quién le puede importar la destrucción de Ucrania, o sus muertos y refugiados? Tal como Madelein Albright –exembajadora de Estados Unidos ante la ONU y posterior secretaria de Estado durante la administración Clinton– respondiera a una pregunta que le formularon en 1996 en el popular programa Sixty Minutes, la muerte de medio millón de niños iraquíes a causa de la guerra, el bloqueo y las sanciones impuestas por Washington «valió la pena».
Una respuesta monstruosa, pero que no sería diferente a la que ofrecerían hoy en día Joseph Biden y sus compinches si se les preguntara si valía la pena someter a Ucrania y su gente a los horrores de una guerra. Creo que desde el punto de vista de la moralidad política Occidente ha tocado fondo. Jamás había caído tan bajo. Desgraciadamente, Hitler no fue una aberrante anomalía alemana sino un siniestro precursor del talante moral de la actual dirigencia de Estados Unidos y los gobiernos europeos.
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