En China siempre ha habido cientos o miles de protestas cada año, aunque rara vez se hicieran eco de ellas los medios occidentales. Habitualmente se trata de conflictos sectoriales o de profunda raíz local, y en el punto de mira se sitúa a las autoridades territoriales
Xulio Ríos
Cientos de manifestantes protestan contra la políticas de tolerancia cero con la covid del Gobierno chino, en Pekín. RTVE
La movilización social puede provocar divisiones en el liderazgo sobre la política a adoptar y, a su vez, puede actuar como catalizador del hipotético malestar de algunos sectores del Partido con la estrategia general del presidente
En pocos días, las manifestaciones se han propagado en China de una ciudad a otra, incluyendo grandes metrópolis como Beijing o Shanghái. Sin duda, estas protestas ponen de manifiesto el desasosiego y el malestar de importantes capas de la sociedad ante la persistencia de las restricciones derivadas de la política de tolerancia cero con la covid-19 y sus efectos.
El detonante inicial se remite a sucesos trágicos como el incendio ocurrido en Urumqi, Xinjiang, que se saldó con la muerte de diez personas. Algunos lo atribuyen a las dificultades que encontraron los servicios de emergencia para acceder a la zona debido al rigor del confinamiento del edificio. Otros, sin embargo, lo achacan a la estrechez de las calles circundantes, atestadas de vehículos. Actuando como catalizador del hartazgo público con los cierres abruptos, las cuarentenas prolongadas y las campañas de pruebas masivas, las movilizaciones denotan una severa quiebra de la confianza social en la capacidad de las autoridades para dar una pronta salida a la pandemia mientras cunde la sensación de que esta dinámica, que contrasta con la progresiva normalidad alcanzada en otros países, podría mantenerse durante un largo tiempo si persiste ese afán de erradicación total del virus, insostenible según sus críticos.
En China siempre ha habido cientos o miles de protestas cada año, aunque rara vez se hicieran eco de ellas los medios occidentales. Habitualmente se trata de conflictos sectoriales o de profunda raíz local, y en el punto de mira se sitúa a las autoridades territoriales. La excepcionalidad de estas manifestaciones es que se vertebran en torno a un hilo común y transversal y que pone el foco, en gran medida, en el poder central, alcanzando de lleno a su principal exponente, Xi Jinping, quien siempre ha exhibido con orgullo las bondades de esta estrategia.
Por otra parte, la elevada presencia de jóvenes en las manifestaciones también podría evidenciar un cambio cultural que sugiere una mayor autodeterminación individual frente al afán regulatorio e invasivo de las autoridades, lo que da a entender que las invocaciones a la disciplina colectiva ya no son tan eficaces.
Las razones chinas del covid cero
En su respuesta a la pandemia, China ha optado por priorizar el freno a la propagación del virus. De esa forma se controlarían mejor los contagios y se evitarían víctimas. Se explica en razón de su abultada población general y, concretamente, de la más vulnerable. Los mayores de 60 años representan más de cinco veces la población de España. Su índice de vacunación es bajo. Por otra parte, los recursos sanitarios disponibles son limitados, no solo en el medio rural, también en las grandes urbes. Cualquiera que haya tenido necesidad de visitar un hospital en China coincidirá en su habitual masificación en condiciones normales. En una pandemia que afectara a cientos de miles de personas, el colapso sería un efecto inmediato. Hay que señalar que en el índice de desarrollo humano, la segunda potencia económica del mundo se ubica en la posición 85 (de 189). La inversión social no ha discurrido, ni mucho menos, en paralelo al incremento del poder económico. Paradójicamente, Xi Jinping es uno de los líderes chinos que recientemente ha puesto mayor énfasis en alterar dicha situación.
A las sociales se suman también razones políticas. La pandemia se ha convertido en un ejemplo de manual de por qué China debe tener siempre en cuenta sus propias condiciones nacionales y, consecuentemente, dar una respuesta ajustada y propia. Es así como también se garantizará la mayor eficiencia y rigor de las políticas públicas asociadas a su modelo de “socialismo con peculiaridades chinas”. La singularidad del modelo chino consistiría en anteponer la vida y la salud de las personas a la lógica del beneficio económico, en contraposición al empeño capitalista en priorizar la economía despreciando los costes humanos de dicha elección.
Cabe añadir también que los procedimientos asociados a esta política de tolerancia cero fueron adoptados por las autoridades siguiendo las recomendaciones de expertos, tanto chinos como extranjeros, en salud pública. Entre los epidemiólogos, el debate arreció en los últimos meses a propósito de la sostenibilidad, pero la mayoría se inclinó por mantener la estrategia por ser “la más práctica” a la hora de contener el virus.
Por otra parte, es unánime el convencimiento de que un desconfinamiento rápido en ausencia de una cobertura vacunal sustancial, especialmente entre los sectores más vulnerables, podría tener efectos desastrosos ante la aparición de variantes supercontagiosas. En palabras de Liang Wannian, asesor del Gobierno chino en estos temas, lo deseable es ir despacio y ganar tiempo para dar un impulso sustancial a la vacunación. El epidemiólogo Ben Cowling también insiste en la prudencia.
En estos tres años de pandemia en China, la estrategia covid cero ofrece un balance en contagios y muertes nada despreciable, especialmente si lo comparamos con el de los países desarrollados. El número oficial de muertos no supera los 6.000 (frente a los 600.000 de la India, por ejemplo). Ello también ha acarreado costes: ha afectado especialmente al ritmo de crecimiento de la economía, hasta ahora la prioridad máxima del liderazgo chino. Y a las personas, en su salud mental y en su vida cotidiana. Millones de chinos se han confinado en sus hogares hasta cuatro meses, y muchos se han quejado de la falta de alimentos y suministros médicos adecuados. La paralización de los transportes ha agotado la paciencia de la gente. Por fin, la sacrosanta estabilidad social se ha resentido.
Mensajes contradictorios
El pasado 11 de noviembre, las autoridades centrales iniciaron un cambio de rumbo en la gestión del covid cero. Sin renunciar del todo a dicha estrategia, se dispusieron 20 medidas para aliviar las restricciones. Sin embargo, en su reciente visita a Chongqing, la viceprimera ministra Sun Chunlan (jubilada en el reciente XX Congreso del PCCh y a la espera de abandonar su cargo en el Consejo de Estado en marzo próximo) instaba a las autoridades locales a contener sin demora la pandemia adoptando medidas “inmediatas, resueltas y decisivas”. En la misma línea, advertía la Comisión Nacional de Salud sobre “cualquier relajación” en la prevención y control.
Esos mensajes contrastan con los lanzados por el Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades, que instaba a los gobiernos locales a abstenerse de cerrar arbitrariamente las escuelas, suspender la producción o bloquear los transportes, poniendo el énfasis ahora en evitar las “medidas excesivas”.
En el transcurso de la pandemia, los responsables locales han actuado, a menudo, de manera expeditiva ante el mínimo crecimiento de los contagios para cortar de raíz cualquier foco de infección. La arbitrariedad de las decisiones también ha sido habitual. El nivel de cumplimiento de las exigencias centrales se convirtió en un medidor del nivel de lealtad política.
El domingo 26 de noviembre, Beijing anunciaba ajustes en las medidas antivirus con la prohibición expresa de la práctica de bloquear las puertas de los edificios en complejos residenciales bajo gestión cerrada. Igualmente, anunciaba la aceleración de la reapertura de los centros comerciales y supermercados que venden productos relacionados con las necesidades básicas, señalando que si dichos establecimientos comerciales se ven afectados por casos de covid-19 podrían reabrir después de un día de cierre para la desinfección. Se trata, en suma, de garantizar que las necesidades vitales y médicas básicas de las personas sean satisfechas adecuadamente.
Este puede ser el rumbo en lo inmediato. En cualquier caso, todo parece indicar que las medidas altamente restrictivas, como los bloqueos de distritos y ciudades enteras, tienen los días contados.
¿Xi en peligro?
Una de las principales preocupaciones de las autoridades es evitar ahora que esta crisis sociosanitaria derive en una crisis política mayor.
Cabe imaginar que esa primera respuesta, ya en curso, centrada en el alivio de las medidas restrictivas y un mayor despliegue de las fuerzas de seguridad para evitar que se repitan las movilizaciones, produzca cierto efecto. Pero, ¿será suficiente?
Una de las principales conclusiones del XX Congreso del PCCh, celebrado el pasado octubre, fue la conformación de un liderazgo totalmente afín a las tesis de Xi Jinping, desplazando a la irrelevancia a otras sensibilidades. Y cuando en la cumbre se cierra el paso a la integración de la discrepancia, no es complicado imaginar que esta pueda desembocar en la calle si hay un hilo conductor. Y esta vez lo hay, y puede abrir camino a una convergencia de descontentos.
La persistencia de la movilización social puede provocar divisiones en el liderazgo sobre la política a adoptar y, a su vez, puede actuar como catalizador igualmente del hipotético malestar existente en algunos sectores del Partido con la estrategia general de Xi.
Por ello, si bien no se debe sobrevalorar el alcance de estas movilizaciones, con vaticinios de difícil realización que responden a parámetros alejados de la realidad, tampoco debemos subestimar su importancia.
Autor/a: Xulio Ríos
Fuente: