El contexto actual es el de la crisis mundial en la que nos ha sumido la globalización capitalista, un contexto sin precedentes por sus implicaciones
PIERRE ROUSSET
Desde Ucrania hasta Taiwán, Eurasia se ha convertido de nuevo en el epicentro de un gran enfrentamiento entre grandes potencias (Estados Unidos, China y Rusia). Para analizarla, debemos liberarnos del software mental heredado de la Guerra Fría, pensar en nuevos términos y tener plenamente en cuenta el contexto planetario: el de una crisis global y multidimensional. Esta contribución no pretende ser exhaustiva, sino una invitación al debate.
La situación política internacional está permanentemente dominada por el conflicto entre una nueva potencia emergente, China, y la potencia actual, EE UU. En este texto analizamos este enfrentamiento como un conflicto interimperialista. Es cierto que la estructura social de China es muy particular (que no es poca cosa), pero el alcance de la ruptura en la continuidad entre el régimen maoísta y el de Xi Jinping está bien documentado[1]. Evidentemente, hay cierta controversia en este ámbito, y la propia noción de imperialismo tiene varias acepciones legítimas (como cuando se evoca el imperialismo de la Rusia zarista). Es perfectamente posible estudiar los conflictos geopolíticos actuales manteniendo la reserva sobre el estado de evolución de la sociedad china (o rusa) sin que esto altere el análisis, a menos que se piense que los regímenes de Xi Jinping y Putin, nacidos de contrarrevoluciones, siguen siendo progresistas.
El conflicto entre la potencia emergente y la actual constituye un escenario clásico. Pero hay que analizarlo en su contexto histórico. El contexto actual es el de la crisis mundial en la que nos ha sumido la globalización capitalista, un contexto sin precedentes por sus implicaciones. Volveremos sobre ello, pero antes subrayemos el lugar singular que ocupa Eurasia en la geopolítica mundial.
Eurasia y los conflictos de grandes potencias
El gran juego entre la potencia emergente y la actual se desarrolla en todo el mundo, pero por razones históricas y geoestratégicas adquiere una agudeza particular en Eurasia. Zona económica de máxima importancia (con China en el centro), el continente limita con el Atlántico Norte al oeste y con la zona Indo-Pacífico al este, desde donde China, ¡otra vez China!, puede proyectarse hasta el Pacífico Sur. Este continente fue epicentro de las convulsiones revolucionarias y contrarrevolucionarias del siglo XX en las que participaron Europa, Rusia, China, Vietnam y muchos otros países de la región. Y conoció, más intensamente que otras zonas, el nazismo, el estalinismo, la división en bloques y las guerras.
Se trata de un continente marcado por esa época. La amenaza nuclear es mundial, pero Eurasia tiene el monopolio de los puntos calientes, donde quienes poseen esas armas comparten una frontera común: Rusia y los miembros de la OTAN en el oeste, India y Pakistán en el centro, Taiwán en el sur (China-EE UU) y la península de Corea en el este.
Sin embargo, ese pasado ya no existe. En los años 80, la derrota internacional de mi generación militante allanó el camino para la expansión de la contrarrevolución neoliberal y la globalización capitalista. Pero aun cuando el vocabulario y los reflejos de la llamada Guerra Fría (ardiente en Asia) han vuelto a emerger en respuesta a la invasión de Ucrania, este marco de análisis es un tanto obsoleto. Rusia y China están integradas en el mismo mercado global que EE UU y Europa. Una de las grandes cuestiones actuales es la de las contradicciones provocadas por los conflictos entre Estados en un mundo interdependiente regido por la libre circulación de mercancías y capitales.
Para pensar mejor la situación actual debemos liberarnos del software analítico más o menos inconsciente de la Guerra Fría: qué hay de nuevo en un momento en el que Eurasia se ha convertido otra vez en el escenario de un agudo enfrentamiento entre las grandes potencias, ya sea en el este en torno a Taiwán desde la llegada al poder de Xi Jinping o en el oeste desde la invasión de Ucrania.
Estados Unidos sigue siendo, con diferencia, la primera potencia militar del mundo, pero esto no significa que esté en una posición de superioridad en todo momento y en todo lugar. Esta superioridad depende de la naturaleza del teatro de operaciones, la fiabilidad de los aliados, la situación política interna, la logística... Así pues, digamos que en todos los frentes euroasiáticos EE UU estaba en una posición débil.
Al presidente Obama le hubiera gustado cambiar el pivote del sistema político-militar estadounidense en Asia. Empantanado en la crisis de Oriente Medio, no pudo hacerlo. Pekín se aprovechó de ello para establecer su dominio, sobre todo, en el Mar de China meridional, sobre el que proclamó su soberanía sin tener en cuenta los derechos marítimos de los demás países ribereños. Explota la riqueza económica del Mar de China meridional y ha construido una serie de islas artificiales sobre arrecifes que albergan una densa red de bases militares. Donald Trump fue incapaz de llevar a cabo una política coherente sobre China. Joe Biden ha conseguido reorientar a EE UU en Asia-Pacífico, pero se enfrenta a un hecho consumado.
La guerra no es solo una cuestión militar, faltaría más, pero el resultado de las batallas no carece de importancia. Probablemente, un conflicto en el Mar de China meridional se volvería ventajoso para Pekín, ya que podría utilizar sus armas más modernas, la potencia de fuego combinada de una zona marítima y una línea costera militarizadas, la proximidad de bases continentales (misiles, aviones, etc.), así como las facilidades logísticas que proporciona una moderna red de carreteras y ferrocarriles (velocidad de transporte y desplazamiento de tropas y municiones a la línea del frente, etc.). ¡La guerra de Ucrania va para largo y ya vemos la cantidad de proyectiles que consume! El constante rearme de los frentes es una limitación importante, mucho más fácil de resolver por Pekín que por Washington. El Pentágono se enfrenta a una ecuación complicada de resolver.
Sin embargo, este análisis tiene sus puntos débiles[2]. China no tiene experiencia en la guerra moderna. La estrategia maoísta, con el ejército y la movilización popular como pilares, era defensiva. Xi Jinping está construyendo a marchas forzadas los atributos de una gran potencia militar con la marina como pilar. Sin embargo, sus tropas, su equipamiento, la fiabilidad y precisión de sus armas, su cadena de mando, su organización logística, su sistema de información (dominio del espacio) y su inteligencia artificial nunca se han puesto a prueba en una situación real, y su flota de submarinos estratégicos sigue representando un talón de Aquiles.
En el momento de la invasión de Ucrania, Washington también estaba en una posición débil en Europa. Parece que Rusia se venía preparando desde hace al menos dos años, tanto económica como militarmente, para una ofensiva en el frente europeo. Aunque Putin esperaba una victoria relámpago en Ucrania (un error que le costó caro) y la posterior parálisis de la OTAN (conocía su estado de crisis), tenía otros objetivos en mente y sabía que la tensión en sus fronteras sería duradera. Por otra parte, la falta de preparación de Washington era evidente.
Tras el fracaso de Afganistán, la OTAN estaba en crisis y sus fuerzas en Europa no se concentraban masivamente en las fronteras rusas. Donald Trump dinamitó los marcos de cooperación multilateral del campo occidental. La impotencia de la Unión Europea, incapaz de tener siquiera una diplomacia coherente hacia China y Rusia, era evidente.
Con el Brexit, la cooperación entre los dos países que disponen de un ejército de intervención, Francia y Gran Bretaña, se paralizó y sus medios quedaron muy limitados. La moral es baja (la sucesión de fracasos sufridos por París en África no es peccata minuta). Las fuerzas francesas no tienen autonomía estratégica, dependen de Washington para el servicio de inteligencia y… de los rusos y ucranianos para desplegarse. Ironías de la historia, París lleva mucho tiempo alquilando jumbos a empresas rusas y ucranianas para transportar a sus tropas. Supongo que esto ya no es así (aunque, siendo el capitalismo y el comercio lo que son...).
Ucrania en su contexto
La OTAN no fue la única ni la principal razón de la invasión rusa. En palabras del propio Putin[3], el objetivo era borrar del mapa a Ucrania, un Estado que, desde su punto de vista, nunca debió existir. Es imposible saber qué habría pasado si una guerra relámpago hubiera permitido a Rusia conquistar el país, balcanizarlo y establecer un gobierno títere en Kiev. En todo caso no ocurrió así, ya que la ofensiva rusa fue frustrada por una resistencia nacional masiva en la que participaron el ejército, las fuerzas territoriales y la población.
En estas condiciones, la guerra de Ucrania se ha convertido en un hecho geopolítico de primer orden que está provocando realineamientos geoestratégicos mucho más complejos de lo que cabría imaginar.
Pekín y el escenario que no se produjo
¿Hasta qué punto los dirigentes del PCC estaban informados de los planes rusos? En vísperas de la invasión, Xi Jinping y Putin anunciaron a bombo y platillo un acuerdo de cooperación estratégica ilimitada. Sin embargo, Pekín no atacó Taiwán, abriendo un segundo frente, a pesar de que la oportunidad podía parecer favorable y de que Xi había hecho de la reconquista de este territorio un elemento fuerte de su reinado. De hecho, China empezó mostrando una postura prudente en la ONU, sin desvincularse explícitamente de Moscú, pero sin vetar la primera condena de la invasión e incluso afirmando que debían respetarse las fronteras internacionales. Hay que recordar que para los dirigentes del PCCh (y la ONU), Taiwán es una provincia china y no un Estado extranjero.
¿Por qué esta contención? Consideremos varias razones. La primera es militar: Taiwán es un enorme escollo en el corazón del Mar de China meridional del que Pekín querría desembarazarse, pero los 120 kilómetros de ancho del estrecho hacen que una invasión sea muy peligrosa. Probablemente, Taiwán dispone de los medios para resistir mientras llegan en su apoyo las fuerzas estadounidenses. Independientemente de los progresos realizados, la fuerza aeronaval de China no está en condiciones de afrontar esa situación. Sin duda, Xi Jinping no ha olvidado los fracasos del pasado, cuando Mao, al final de la guerra civil, intentó atacar en tres ocasiones al Kuomintang (Guomindang) de Chiang Kai-shek, que se había retirado a la isla. Lo contrario también es cierto: una invasión estadounidense de China parece impensable.
La segunda razón es que los intereses rusos y chinos no coinciden siempre. Su alianza tiene sentido en un contexto defensivo y Rusia acumula una experiencia que China ha intentado aprovechar, por ejemplo, cuando participó en ejercicios militares conjuntos en Siberia. Sin embargo, la disputa histórica entre Moscú y Pekín, que está en el trasfondo de la ruptura chino-soviética de 1969, es de calado (en su momento se tradujo en un conflicto armado por el control de la frontera del río Amur). Con la gran iniciativa de Xi Jinping de la Nueva Ruta de la Seda, la influencia china se ha reforzado considerablemente en Asia Central, en una región que Putin considera suya. La invasión de Ucrania pone en cuestión los intereses chinos en Europa Oriental (incluida Ucrania) y Occidental. No resulta nada evidente abandonar las propias ambiciones europeas en nombre de las ambiciones imperiales de Moscú. Sin embargo, el peor escenario posible para Pekín sería encontrarse solo frente a Washington.
En tercer lugar, la posición de Xi Jinping dentro del PCC no está consolidada. Se critica su gestión de la pandemia de la covid-19. El Estado Mayor del Ejército no ha digerido las purgas a las que fue sometido. Las fracciones que fueron eliminadas despiadadamente de los órganos de poder están esperando la revancha. Xi ha impuesto una reforma constitucional que le permite continuar como presidente todo el tiempo que quiera, pero ¿podrá hacerlo? Un partido con 90 millones de afiliados en un país-continente no se maneja a golpe de silbato y su situación es probablemente más frágil de lo que parece.
Una crisis de gobernanza generalizada
La situación de Joe Biden en EE UU ya era crítica en el momento de la invasión de Ucrania, sin una mayoría funcional en el Congreso y bajo la amenaza de un fuerte retorno del trumpismo. Desde entonces, las cosas han ido de mal en peor, con el rastrero golpe de estado judicial llevado a cabo por los seis miembros hiperconservadores (frente a tres mentalmente sanos) del Tribunal Supremo.
Ahora sabemos cómo la extrema derecha (especialmente la evangelista) se ha estado preparando durante décadas para hacerse con las instituciones, formando y colocando a abogados y jueces en puestos claves[4]. Conocemos el alcance del complot trumpista que llevó al asalto del Capitolio[5]... y, sin embargo, no puedo entender cómo en Estados Unidos seis personas (¡seis!) pueden imponer su dictadura rompiendo con el funcionamiento tradicional del Tribunal Supremo[6], atacando los derechos reproductivos, bloqueando el programa (aunque bien moderado) de lucha contra el calentamiento global y anunciando que esto es solo el principio y que su ofensiva oscurantista continuará en otros ámbitos, incluidas las elecciones.
En EE UU hay importantes controles y equilibrios, como el papel de los distintos Estados. No es el caso de Francia, país del hiperpresidencialismo donde Macron intenta imponer un sorpasso autoritario de la democracia burguesa, proyecto afortunadamente frustrado (por el momento) con motivo de las recientes elecciones legislativas. La situación no es menos desastrosa al otro lado del Atlántico que en Europa (la payasada de Boris Johnson...). Estamos atravesando una crisis de agonía democrática.
La globalización en crisis crítica
La globalización mercantil se ha detenido, aunque no sea necesariamente el caso de la globalización financiera. La geopolítica estudia, en principio, la correlación entre muchos factores, lo que solo puede ser un trabajo colectivo[7]. Eso supera el objetivo de este texto. Sin embargo, Eurasia nos ha proporcionado un nuevo factor geopolítico de primera importancia: la pandemia de la covid-19. La pandemia de la covid-19 se originó en China y se extendió a Europa, que sirvió de trampolín para su propagación por todo el mundo.
La rapidez con la que la epidemia se convirtió en pandemia se explica por la negligencia de las autoridades que tardaron en actuar (también en Europa), por la densidad del comercio en el capitalismo globalizado y por las características específicas del virus Sars-Cov-2, en particular su capacidad de producir nuevas variantes y de atacar casi todos los sistemas: pulmonar, sanguíneo, nervioso y digestivo; nada que ver con la gripe. El único precedente podría ser la mal llamada gripe española (se originó en EE UU), en la época de la Primera Guerra Mundial, pero en aquella época no se sabía analizar las variantes y por eso no la podemos comparar.
Hemos entrado de lleno en la era de las epidemias, además de la crisis climática y ecológica. La covid-19 ha hecho estallar las contradicciones de una economía global basada en la producción justo a tiempo y en un crecimiento comercial ilimitado. No hay vuelta atrás.
La nueva tectónica de placas geopolíticas
Casi cinco meses después de la invasión de Ucrania, la situación global puede parecer sencilla de caracterizar: Eurasia y la zona Indo-Pacífico siguen siendo el epicentro de los conflictos geopolíticos, el liderazgo de EE UU se ha restablecido en el campo occidental, la OTAN se ha refundado con nuevas ambiciones, Rusia y China se mantienen unidas a pesar de las disputas que hemos mencionado, está en marcha una desglobalización de la guerra en todos los frentes, la crisis climática, ecológica y sanitaria se acelera como consecuencia de ello, y el sufrimiento de la población aumenta en proporción a los desastres en curso.
La refundación de la OTAN
Como era de esperar, la invasión de Ucrania ha permitido que la OTAN supere su crisis pos-Afganistán, dotándose de una nueva razón de ser y una nueva legitimidad; un golpe muy duro para la lucha contra esta organización y las alianzas militares. La cumbre de Madrid de finales de junio de 2022 fue la ocasión para otorgarse un mandato sin límites, autorizándole a intervenir en cualquier parte del mundo contra cualquier amenaza[8]. Rusia se presenta como la amenaza más importante por el momento y China como el principal competidor estratégico en todos los ámbitos.
El “nuevo concepto estratégico” de la OTAN es inequívoco. La pregunta sigue siendo: ¿tiene la organización los medios para aplicar su política? No hay nada obvio en esto. Aunque la mayoría de los países de la ONU condenaron la invasión, solo una pequeña minoría tomó el camino de las sanciones. Hoy, Joe Biden y la OTAN exigen que los países de Eurasia y del Indo-Pacífico hagan un frente común contra Rusia y China. ¿Qué han conseguido? La adhesión de nuevos países europeos a la organización con, y esto es muy importante, el apoyo popular, el acuerdo de la gran mayoría de los miembros de la UE para situarse bajo el paraguas militar de EE UU y el alineamiento entusiasta de Japón.
En cuanto a Japón, su Constitución contiene una cláusula pacifista (artículo 9) que prohíbe al país reconstituir un ejército (“Japón renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación”). Esta cláusula fue eludida (reinterpretada) a partir de 1954 por el Partido Liberal Democrático (nacionalista de derechas), que desarrolló “fuerzas de autodefensa” en contradicción con el artículo 9, que establece que “para alcanzar el propósito enunciado en el párrafo anterior, no se mantendrán nunca fuerzas terrestres, navales, aéreas o de otro tipo”.
Así, Japón cuenta con el quinto ejército del mundo, por detrás de Estados Unidos, Rusia, China e India. Tiene 1.450 aviones (solo EE UU tiene más) y una marina con 36 destructores. Los destructores son los buques de guerra más potentes después de los portaaviones[9]. Tokio no tiene armas nucleares, pero podría adquirirlas muy rápidamente. El gobierno piensa que participando en operaciones multilaterales podrá crear un hecho consumado y enviar sus fuerzas a teatros de operaciones extranjeros. Tokio jugará su propio juego y no será un aliado subordinado de Washington.
Respecto a India. Joe Biden ha promovido el concepto de una zona Indo-Pacífico para integrar a Nueva Delhi en un frente común contra China. Hoy no tiene ninguna posibilidad de conseguir que el gobierno de Modi acepte ponerse del lado de Washington contra Rusia. Por razones de oportunidad evidentes, India muestra ostensiblemente un principio de neutralidad diplomática. Mantiene vínculos continuos con Moscú desde la década de 1960 y aproximadamente el 60% de sus necesidades militares están cubiertas por Rusia. Incluso aceptaría comerciar en rublos (la moneda rusa) y no en dólares[10].
Los nuevos no alineados
El no alineamiento ha vuelto a ser un tema recurrente. El término es atractivo, ya que revive los recuerdos de la conferencia de Bandung de 1955. Esta conferencia se celebró bajo los auspicios del líder indonesio Sukarno, con Zhou Enlai por China, Nehru por la India, Nasser por Egipto, Sihanouk por Camboya, Tito por Yugoslavia, así como Japón (el único país industrializado) y Hocine Aït Ahmed por el FLN argelino. El Movimiento de los No Alineados (MNOAL) formaba parte de una amplia lucha por la descolonización y el cuestionamiento del orden dominante.
Esto no tiene nada que ver con el movimiento de los no alineados de hoy en día, que generalmente está compuesto por regímenes que no tienen nada de progresistas. Por ejemplo, la India de Modi es considerada por muchos en la izquierda como fascista[11]. Sin embargo, la referencia al no alineamiento significa que los negocios seguirán como siempre y que Rusia no está aislada internacionalmente, sobre todo porque su denuncia de la perfidia de Occidente tiene eco en los recuerdos populares de la colonización o de la invasión de Irak.
En las fronteras europeas de Rusia, siendo todo relativo, es cierto que la OTAN y la Unión Europea parecen como más democráticas que el régimen de Putin, aunque el programa de reconstrucción de Ucrania debatido en Lugano, en la perspectiva de la posguerra, plantea imponer a la población los cánones del orden neoliberal[12].
Solidaridad
El futuro sigue siendo muy incierto. No sabemos cómo afectarán las crisis de descomposición democrática nacional a la situación internacional; si en un futuro próximo no se abrirá una crisis paroxística en el Mediterráneo en torno a Turquía o en Oriente Medio; cómo continuará la guerra total (incluidas las sanciones y las contramedidas económicas) y si los efectos brutales de la crisis climática no provocarán oleadas migratorias y un nuevo endurecimiento de la Europa Fortaleza...
Sin embargo, la crisis ucraniana ha sido una oportunidad para que la izquierda de Europa Occidental comprenda la importancia de la experiencia propia de la izquierda de Europa Oriental a fin de integrar sus puntos de vista. No se puede pensar en la geopolítica sin elevarse por encima del propio horizonte nacional y aprender a ver el mundo desde otro lugar. No basta con apoyar a nuestros camaradas que luchan a ambos lados de la frontera rusa; en especial, de Sotsialniy Rukh, el Movimiento Social ucraniano, sino que también debemos escuchar y aprender de ellos.
Del mismo modo, Ucrania no debe hacernos olvidar la terrible guerra en Birmania (Myanmar) o los riesgos de seguir luchando en Filipinas tras el regreso del clan Marcos al poder. La izquierda radical será internacionalista en la acción o no lo será.
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Por Pierre Rousset es coordinador responsable de Europe Solidaire Sans Frontières (ESSF) y miembro de la dirección de la IV Internacional
Traducción: viento sur
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Notas
[1] Véase en particular Pierre Rousset, “Las inversiones escondidas de los príncipes rojos”: https://vientosur.info/las-inversiones-escondidas-de-los-principes-rojos/
[2] Véase especialmente Pierre-Antoine Donnet, 26/05/2022, Asyalist, https://asialyst.com/fr/2022/05/26/taiwan-defendu-washington-si-pekin-attaque-comprendre-discours-biden/ Véanse algunas citas de su discurso en Yorgos Mitralias, 10/03/2022, “Poutine: ‘Lénine est l’auteur de l’Ukraine d’aujourd’hui’ ou comment tout ça est la faute à… Lénine et aux bolcheviks”, http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article61543
[3] Véanse algunas citas de su discurso en Yorgos Mitralias, 10/03/2022, “Poutine: ‘Lénine est l’auteur de l’Ukraine d’aujourd’hui’ ou comment tout ça est la faute à… Lénine et aux bolcheviks”, http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article61543
[4] Katherine Stewart, The Guardian, 25/06/2022: https://www.theguardian.com/world/2022/jun/25/roe-v-wade-abortion-christian-right-america
[5] Neil Faulkner, 6/01/2022: https://anticapitalistresistance.org/where-is-america-going/
[6] Against the Current, 24/06/2022: https://againstthecurrent.org/atc219/the-rightwings-supreme-court-coup/
[7] Un trabajo que se está emprendiendo en el marco de la Cuarta Internacional. Se pueden consultar los documentos de debate en: https://fourth.international/fr/docs-fi
[8] Ver Jaime Pastor, 2/07/2022, “¿Hacia una nueva guerra global permanente?” https://vientosur.info/hacia-una-nueva-guerra-global-permanente/, y Anuradha Chenoy: “NATO’s new security architecture”, http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article63233
[10] Anuradha Chenoy, 13/05/2022, “War in Ukraine–Why India won’t take sides”, http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article62465
[11] Unal Chattopadhyay, 8/06/2019, “India after the BJP-NDA electoral victory: Understanding the Catastrophic Victory of the Fascists and the Long Term Consequences”, http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article49288
[12] Vitaly Dudin, 4/07/2022, “Ucrania, ¿a quién debe beneficiar la recuperación?”, https://vientosur.info/ucrania-a-quien-debe-beneficiar-la-recuperacion/
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Fuente:
Viento Sur