"Qué fácil creer que somos de los arriba, cuando estamos más cerca de los abajo"
Por: Diego Calle Cadavid
Foto: Las2orillas / Leonel Cordero
Qué fácil indignarse porque se ensucie una pared con un grafiti, cuando no nos indignamos con que se ensucie el cuerpo de una adolescente con una violación.
Qué fácil indignarnos porque unos jóvenes cansados de su suerte no respeten la autoridad, cuando no nos indignamos con que esa autoridad abuse de una joven llevándola a quitarse la vida.
Qué fácil indignarse por un bus destruido, cuando no nos indignamos por tantas vidas cegadas.
Qué fácil indignarse por unos vidrios rotos, cuando no nos indignamos con tantos sueños truncados.
Qué fácil indignarse porque se cierre temporalmente el paso al gas, al agua para beber, a los alimentos, cuando no nos indignamos porque tantos vivan sin servicios públicos, sin agua potable, sin alimentos, durante todos los días de todos los meses de todos los años.
Qué fácil indignarnos porque los manifestantes cierren las vías, cuando no nos indignamos porque haya tantos lugares sin carreteras decentes para transitar.
Qué fácil indignarnos porque se bloqueen vías, cuando no nos indignamos porque cualquier mínimo aguacero deje incomunicadas a comunidades enteras.
Qué fácil indignarnos porque nuestro confort y comodidad se vean afectados por unos pocos días, cuando no nos indignamos porque haya muchas personas viviendo en paupérrimas condiciones todo el tiempo.
Qué fácil indignarnos porque se cierren las vías para nuestros vehículos por unas horas, pero no nos indignamos con que tantos niños no tengan vías para ir a sus escuelas, o tantos campesinos no tengan carreteras para sacar sus productos.
Nos indignamos porque se desconozcan por un tiempo nuestros derechos, pero no nos indignamos con que otros no tengan derechos.
Qué fácil decir que todos somos iguales, cuando repetimos que esos “indios” o esos campesinos, o esos jóvenes huérfanos de la fortuna, son unos “igualados”.
Qué fácil clamar al cielo para que esto pronto acabe, pero que difícil rogar para que el hambre y la desigualdad terminen.
Qué fácil pedir mano dura para los descontentos, pero que difícil aportar para acabar con la inequidad.
Qué fácil indignarnos con las consecuencias de los manifestantes, pero que difícil reconocer las causas su malestar.
Qué fácil no indignarse por tantas muertes, y tantos abusos sexuales, y tanta barbarie, cuando no son nuestros hijos o hijas las víctimas de todo ello.
Qué fácil juzgar al político corrupto, pero que difícil no buscar no valernos de él.
Qué fácil señalar la corrupción, pero que difícil sustraernos de ella.
Qué fácil tomar distancia de los inconformes, pero que difícil no recibir los beneficios de sus luchas, si ellos se alcanzan.
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