DEBATE
CAMBIO CLIMÁTICO Y CAMBIO SOCIAL
¿Queda tiempo para cambiar de sistema?
JOHN MOLINEAUX
La advertencia expresada en el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de octubre de 2018, de que el mundo tiene doce años para evitar la catástrofe climática, ha sido sin duda un importante factor impulsor de una ola mundial de activismo climático, especialmente en la figura de Greta Thunberg y en forma de huelgas escolares masivas y del movimiento Extinction Rebellion. Al mismo tiempo, está claro que dicha advertencia pudo haber sido escuchada e interpretada de distintas maneras por diferentes personas, como así ha sido. En este artículo quiero comentar algunas de estas interpretaciones y sus implicaciones, particularmente en relación con la cuestión de si queda tiempo para realizar el cambio de sistema o si queda tan poco tiempo que lo que hay que hacer es conformarse y centrarse en los cambios que pueden implementarse en el marco del capitalismo.
Sin embargo, antes de entrar en materia quisiera afirmar que muchos políticos oportunistas habrán escuchado la advertencia de los doce años de modo muy distinto que Greta y quienes la secundan. Para ellos, en efecto, doce años sería un periodo muy largo: tres mandatos presidenciales en EE UU, dos legislaturas completas en el Reino Unido y en muchos otros países; en otras palabras, tiempo más que suficiente para realizar las ambiciones propias, asegurarse un espacio en los libros de historia o, por lo menos, garantizarse la pensión y mantener diversas dictaduras antes de que sea inevitable tomar medidas drásticas. La única implicación práctica de la advertencia de los doce años sería la creación de varias comisiones, la elaboración de algunos planes de acción, asistir a unas pocas conferencias y en general dedicar algún esfuerzo al lavado de cara ecológico. Si uno es el mandamás de una gran compañía de petrolera, gasista o automovilística, se aplicaría exactamente lo mismo.
En el lado opuesto del espectro hubo un gran número de personas, especialmente jóvenes, que habían escuchado la advertencia y la habían interpretado en el sentido de que solo quedaban, literalmente, doce años para prevenir la extinción global. No se trata de malinterpretaciones equivalentes: la primera es el colmo del cinismo y sumamente dañina, tanto para los seres humanos como ara la naturaleza; la segunda es ingenua, pero bien intencionada. No obstante, ambas son malinterpretaciones de lo que señaló el informe y de lo que es el cambio climático. El cambio climático no es un acontecimiento que puede producirse o no en 2030 y que pueda evitarse mediante una acción de emergencia en el último minuto, sino un proceso que ya está en marcha. Cada semana, cada mes o cada año de retraso en la reducción de las emisiones de carbono exacerba el problema y hace que sea más difícil abordarlo. Por eso mismo, no existe ningún plazo absoluto a partir del cual será demasiado tarde para hacer algo y la humanidad tendrá que despedirse de este mundo.
El informe del IPCC no hablaba de extinción, sino principalmente de qué sería necesario hacer para limitar el calentamiento global a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales y cuáles serían los efectos probables de permitir que alcanzara los 2 °C. Lo que dijo literalmente en su resumen para responsables de políticas fue:
A1. Se estima que las actividades humanas han causado un calentamiento global de aproximadamente 1,0 °C con respecto a los niveles preindustriales, con un rango probable de 0,8 °C a 1,2 °C. Es probable que el calentamiento global llegue a 1,5 °C entre 2030 y 2052 si continúa aumentando al ritmo actual (nivel de confianza alto). (Figura RRP.1) {1.2}
Y añadió –cabe pensar que con toda lógica– que:
B.5. Se prevé que los riesgos relacionados con el clima para la salud, los medios de subsistencia, la seguridad alimentaria, el suministro de agua, la seguridad humana y el crecimiento económico aumenten con un calentamiento global de 1,5 °C, y que esos riesgos sean aún mayores con un calentamiento global de 2 °C. (Figura RRP.2) {3.4, 3.5, recuadro 3.2, recuadro 3.3, recuadro 3.5, recuadro 3.6, recuadro general 6 del capítulo 3, recuadro general 9 del capítulo 4, recuadro general 12 del capítulo 5, 5.2}
No cito estos pasajes porque considere que el informe del IPCC sea un texto sagrado y pienso que no es ni mucho menos la última palabra en la materia. Al contrario, me parece claro que el informe fue conservador en sus predicciones –no es extraño, pues su metodología requiere el consenso entre miles de científicos– y de hecho el calentamiento global, y sobre todo sus efectos, avanzan a un ritmo mayor que lo que preveía el IPCC. Mi propósito es más bien demostrar que, de acuerdo con el IPCC y con toda comprensión seria del cambio climático, lo que nos espera no es un precipicio en el que todas y todos caeremos en 2030, o cualquier otra fecha predecible con precisión, sino un proceso que se intensificará rápidamente y que tendrá efectos catastróficos.
Dentro de este proceso, lo más probable es que haya puntos de inflexión en los que la velocidad del cambio se acelere mucho y ciertas alteraciones resulten irreversibles, pero nadie sabe exactamente cuándo se producirán, e incluso entonces seguiremos hablando de un proceso y no de una extinción total inmediata. Una comprensión correcta, fundamentada científicamente, de este proceso es vital. Como activistas, probablemente no sirve de nada caer en una especie de cuenta atrás –solo nos quedan diez años, nueve, ocho… para salvar el planeta–, como si hubiera un plazo fijo. Tampoco queremos que nos tachen de mentar al lobo cuando el mundo no se acabe. Asimismo es importante como base para abordar la cuestión crucial de si queda tiempo para cambiar de sistema.
El argumento de que no hay tiempo suficiente para cambiar de sistema, es decir, para derribar el capitalismo, ha estado circulando durante mucho tiempo dentro del movimiento ecologista, desde mucho antes de la advertencia de los doce años. Recuerdo la época en que se esgrimió con firmeza (y rabia) contra un malhadado trotskista, en la Campaña contra el Cambio Climático, la primera vez en que me vi implicado en ella a comienzos de los años noventa. “No hay tiempo para esperar a tu revolución”, me espetaron. Ahora, por supuesto, este argumento de la falta de tiempo puede servir de coartada por parte de quienes en realidad apoyan el capitalismo, pero también pueden plantearlo de buena fe personas que aplaudirían la sustitución del capitalismo si la vieran como una posibilidad práctica. Como prueba de ello citaré a Alan Thornett, un socialista de toda la vida. En su libro Facing the Apocalypse: Arguments for Ecosocialism, Alan escribe:
La típica solución ofrecida por la mayor parte de la izquierda radical… es el derrocamiento revolucionario del capitalismo mundial, se supone que dentro de los próximos doce años, pues ese es el plazo que tenemos para llevarlo a cabo… Este enfoque es maximalista, izquierdista e inútil. Como socialistas, todas y todos podemos votar con ambas manos por la abolición del capitalismo, y este es, en efecto, nuestro objetivo a largo plazo. Pero como respuesta al calentamiento global dentro de los próximos doce años no tiene sentido. Carece de credibilidad: mientras que la catástrofe del cambio climático se halla a la vuelta de la esquina, no se puede decir lo mismo, de forma creíble, de la revolución socialista mundial, a menos que me haya perdido algo. Tal vez no sea imposible, pero es una perspectiva demasiado lejana como para aportar una respuesta al calentamiento global y al cambio climático… Dicho en plata, si el derrocamiento del capitalismo mundial en los próximos doce años es la única solución al calentamiento global y al cambio climático, quiere decir que el calentamiento global y el cambio climático no tienen solución. (Alan Thornett, Facing the Apocalypse: Arguments for Ecosocialism, Resistance Books, 2019, p. 95)
Alan expresa aquí con toda claridad el argumento que quiero refutar.
Lo primero que hay que decir es que para socialistas y marxistas serios (empezando por Marx, Engels y Rosa Luxemburg), la lucha por la revolución no está reñida con la lucha por reformas en cualquier cuestión. Más bien, la revolución surge a partir de la lucha por reivindicaciones concretas[1]. Así, del mismo modo que las y los marxistas combinan la idea de que la única solución a la explotación pasa por la abolición del sistema salarial con el apoyo a la lucha sindical por aumentos salariales y la mejora de las condiciones de trabajo, pueden luchar por demandas inmediatas como el transporte público gratuito, el fin de la extracción de combustibles fósiles y la inversión masiva en energías renovables, al mismo tiempo que propugnan la revolución ecosocialista. De este modo se somete a una prueba práctica la posibilidad de un capitalismo ecológicamente sostenible.
Sin embargo, esta respuesta necesaria no agota la cuestión. Si se considera que la revolución es un fenómeno demasiado remoto e improbable como para plantearla como una solución, entonces los activistas climáticos deberían dedicar supuestamente todas sus energías tan solo al logro de reformas en vez de abogar por la revolución y organizarse con este objetivo. Es más, deberían dedicarlas principalmente a obtener reformas exclusivamente en esta cuestión, porque ¿qué sentido tendría, salvo una moralidad abstracta, ocuparse de cuestiones como los derechos laborales de la clase trabajadora, la lucha contra el racismo, los derechos reproductivos de las mujeres, los derechos de las personas LGBTQ etc., si está en juego la supervivencia de la humanidad en los próximos años?
Por otro lado, si se piensa que el capitalismo no podrá reformarse suficientemente a este respecto, entonces es necesario combinar la agitación ecosocialista con el activismo, la propaganda y la organización revolucionarias en un frente más amplio, reconociendo que la revolución requerirá la movilización de masas de la clase trabajadora en torno a numerosas cuestiones y su confluencia frente a las múltiples estrategias de divide y vencerás. Por consiguiente, se plantean tres preguntas reales: 1) ¿Qué probabilidad existe de que el cambio climático pueda detenerse o contenerse mediante reformas dentro del sistema capitalista? 2) ¿Hasta qué punto es remota la posibilidad de una revolución socialista? 3) ¿Existen alternativas a esta disyuntiva?
En cuanto a la primera pregunta, otros ecosocialistas (en particular, John Bellamy Foster, Ian Angus, Michael Löwy, Martin Empson, Amy Leather etc.) y yo hemos argumentado repetidamente y en profundidad que la posibilidad de hacer frente al cambio climático sobre una base capitalista es extremamente remota, ya sea en 12 años, 20 años o 40 años[2]. No voy a repetir aquí todos los argumentos, sino que diré simplemente que el capitalismo es un sistema en el que la acumulación competitiva de capital lo sitúa intrínseca e inexorablemente en rumbo de colisión con la naturaleza, y que las industrias de combustibles fósiles –petróleo, gas y carbón– desempeñan una función tan importante en este proceso de acumulación de capital que no existe ninguna perspectiva realista de que el capitalismo sea capaz de poner fin a su dependencia de ellas.
Sobre la segunda pregunta he de admitir que si el futuro –digamos los próximos doce años– se asemeja al pasado inmediato –digamos los últimos 50 años–, la posibilidad de una revolución socialista internacional parece, en efecto, muy remota. Sin embargo, el hecho mismo del cambio climático garantiza que la próxima década NO se asemejará al pasado. Al contrario, precisamente las condiciones que comporta el calentamiento global –calor cada vez más insoportable, sequías, incendios, tormentas, inundaciones, etc.– harán que la mayoría de la gente tome conciencia de la necesidad de acabar con el capitalismo y de la posibilidad de la revolución. El hecho de que la crisis climática, a medida que se agrave, vendrá acompañada de una crisis medioambiental más amplia (multiforme), de crisis económicas recurrentes y cada vez más profundas (como estamos viendo ahora) y de mayores tensiones geopolíticas y militares internacionales (por ejemplo, con China y Rusia) recrudecerá la situación.
En este contexto tiene mucha importancia el hecho constatado al comienzo de este artículo de que los doce años no son ni pueden ser un plazo preciso ni definitivo. Si –como creo que es muy probable– el capitalismo es incapaz de limitar el calentamiento a 1,5 ºC, esto no significará, como sugiere Thornett, que la partida ha terminado y que hay que plegar velas, sino que se intensificarán todos los fenómenos y catástrofes mencionadas y de paso que aumentará la probabilidad de que se produzcan revueltas masivas y una revolución.
Mucha gente puede imaginar una revolución en un país, pero la idea de una revolución internacional o mundial le parece improbable. Si por revolución internacional se entiende una rebelión simultánea y coordinada en todo el mundo, esto es, en efecto, sumamente improbable, pero esta no ha sido nunca la perspectiva contemplada por quienes abogan por la revolución internacional. Se trata más bien de que empezando en un país –Brasil o Egipto, Irlanda o Italia–, la revolución se extendería a otros países en una larga serie continua de luchas. Esta perspectiva se vio claramente reforzada con la experiencia de las oleadas de luchas más recientes.
Primero hubo la primavera árabe en 2011, que supuso una reacción en cadena de revueltas de Túnez a Egipto, Libia, Bahréin y Siria, antes de inspirar asimismo revueltas menores, pero significativas, con los indignados en España u Occupy en EE UU. Después hubo la ola de rebeliones de masas en todo el planeta en 2019 –los chalecos amarillos en Francia, luego Sudán, Haití, Hong Kong, Argelia, Puerto Rico, Chile, Ecuador, Irak, Líbano, etc.[3]Además hubo una proliferación a escala mundial de huelgas estudiantiles y este año, en medio de la pandemia, las movilizaciones de Black Lives Matter. Esto pone de manifiesto que en el mundo globalizado de hoy, las revueltas pueden propagarse de un país a otro con una amplitud y una rapidez asombrosas.
El impacto internacional de una revolución socialista en cualquier país podría ser inmenso. Este será todavía mayor si existe en la revolución un potente elemento contrario al cambio climático, ecológico, como sin duda existirá, porque independientemente de los debates del pasado sobre el socialismo en un solo país, está claro como el agua que ninguna revolución en Sudáfrica o Francia, Indonesia o Chile podrá hacer frente al cambio climático mientras EEUU, China, Rusia e India sigan con las mismas pautas de hoy. El cambio climático es una cuestión internacional como no ha habido otra en la historia.
En relación con la cuestión de otras alternativas a la idea de hacer que el capitalismo sea sostenible o de acabar con él mediante una revolución, hay dos que se proponen a sí mismas: está la perspectiva/estrategia de transformación del capitalismo en socialismo mediante la victoria en una elección parlamentaria –la que podemos llamar la estrategia Corbyn–, y la alternativa de la barbarie fascista/autoritaria. La primera, por desgracia, es ilusoria; la segunda, para mayor desgracia todavía, es demasiado real.
La que he llamado la estrategia Corbyn (por su personificación más reciente) es en realidad muy antigua, ya que se remonta al menos a los planteamientos de Karl Kautsky y del Partido Socialdemócrata de Alemania de antes de la primera guerra mundial, y que ha sido objeto de numerosas pruebas prácticas con consecuencias desastrosas en la propia Alemania, en Italia durante el bienio rojo, en Chile en 1970-1973, o con Syriza en Grecia o con Corbyn (con la salvedad de que este no logró la necesaria victoria en unas elecciones generales).
A simple vista, esta estrategia parece mucho más práctica y plausible que la revolución, pero en realidad está profundamente equivocada. La clase dominante capitalista, en ningún país ni a escala internacional, hará mutis por el foro, o sea, cederá su poder ante una victoria electoral socialista. Por el contrario, empleará todo su poder económico (mediante huelgas de inversión, fugas de capitales, ataques contra la moneda, etc.), su hegemonía social e ideológica, especialmente a través de los medios y, en especial, su control del Estado para meter en vereda al pretendido gobierno socialista o, si es preciso, para destruirlo[4]. Este sabotaje se puede neutralizar y derrotar únicamente mediante la movilización revolucionaria de la clase obrera. Por eso dicha opción, pese a todas sus intenciones progresistas, es ilusoria; o bien se transformará en la revolución que pretendía evitar, o bien se desvanecerá como un suspiro.
En cuanto a la opción fascista/autoritaria, sabemos por amargas experiencias, de Italia, Alemania, España, Portugal, Chile y otros países, que es una posibilidad real, en muchos aspectos la otra cara de la moneda del fracaso de la opción reformista. Y si observamos hoy en todo el mundo cómo el sistema capitalista está atrapado en una crisis multidimensional, vemos una creciente polarización política y unas fuerzas de extrema derecha organizándose en muchos países. Es un hecho desalentador que tres grandes países (EE UU, Brasil e India) están gobernados por la extrema derecha, por no decir plenamente controlados por el fascismo, y que un número significativo de otros están sometidos a regímenes sumamente autoritarios. A medida que aumente la crisis climática, y con ella el número de refugiados climáticos, la opción autoritaria/fascista resultará cada vez más atractiva para las clases dominantes presas del pánico y algunos sectores de clase media que las apoyan. A la larga, el fascismo no frenará el calentamiento global, pero este fracaso puede que esté en la otra orilla de un océano de barbarie.
Para volver a la cuestión de si hay tiempo para un cambio de sistema: nadie puede predecir el futuro con precisión[5], pero la perspectiva de lejos más probable es que la aceleración de la crisis climática y medioambiental hará que se intensifique la lucha de clases y la polarización política por todas partes. Este proceso ganará impulso a medida que el mundo se acerque al umbral de los 1,5 ºC y continuará cuando se sobrepase. El movimiento no solo tendrá que plantearse cómo evitar o detener el cambio climático, sino también cómo abordar sus efectos devastadores: ¿con barbarie o solidaridad? El capitalismo, en todas sus formas, se convertirá progresivamente en barbarie; únicamente el cambio de sistema, la sustitución del capitalismo por el socialismo, permitirá dar una respuesta basada en la solidaridad obrera y humana.
21/08/2020
Traducción: viento sur
John Molyneux es un autor y activista socialista, editor de Irish Marxist Review, Irlanda.
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[1]El ejemplo más claro es la Revolución Rusa, que surgió a partir de las reivindicaciones de pan, tierra y paz, pero cabe decir lo mismo de prácticamente todas las revoluciones populares.
[2]Véase por ejemplo John Molyneux,”Apocalypse Now! Climate change, capitalism and revolution”, Irish Marxist Review25, 2019. http://www.irishmarxistreview.net/index.php/imr/article/view/341/331 y Martin Empson ed., System Change not Climate Change, Bookmarks, Londres, 2019.
[3]Véase John Molyneux, A New Wave of Global Revolt?http://www.rebelnews.ie/2019/11/06/a-new-mass-wave-of-global-revolt/.
[4]Desarrollo este argumento en profundidad en “Understanding Left Reformism”, Irish Marxist Review6, 2013. https://www.marxists.org/history/etol/writers/molyneux/2013/06/left-ref.htm y en Lenin for Today, Bookmarks, Londres, 2017.
[5]“En realidad, uno solo puede prever ‘científicamente’ la lucha, pero no los momentos concretos de la lucha”, Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel.
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Fuente: