Hay que asumir como prioritaria la defensa de la vida planetaria, humana, vegetal, mineral y faunística.
Neoliberales se atreven a banalizar el número de muertos de los grupos humanos que se dedican a los trabajos indispensables
Francesca Gargallo Celentani
El capitalismo es una relación social que descansa en la desigualdad de acceso al bienestar de grupos de personas. En él, la injusticia es sistémica y consiste en favorecer a quien ha logrado entrar en posesión de tierras, viviendas, medios de producción y medios de control social, y dotarle de prestigio y reconocimiento, mientras se controla el trabajo y las ganancias de quienes les producen su riqueza, haciendo que su trabajo sea descalificado.
Cuando se gesta una crisis del sistema capitalista, como la que la pandemia del Covid-19 ha evidenciado, con su cauda de disparidad en el acceso a la salud, al trabajo, a la alimentación y la educación, inmediatamente la injusticia de la relación social capitalista se incrementa. Dirigentes neoliberales se atreven a banalizar el número de muertos de los grupos humanos que se dedican a los trabajos indispensables (básicamente, trabajos “feminizados” a los que no se les reconoce éxito: labores de cuidado y de agricultura para la alimentación en pequeña escala), mientras dirigentes conservadores utilizan el miedo a la crisis para dar golpes de estado, como ha sucedido en Hungría, fortalecer posiciones nacionalistas, como en la India, o xenófobas y abiertamente antifeministas, como en diversos países, de Marruecos a Nicaragua.
En la mayoría de los países que enfrentaron la crisis sanitarias por el Covid-19 se ha manifestado también un enorme control, en ocasiones violento y autoritario, sobre la vida pública, privada e íntima de las personas: la prohibición de salir de las propias viviendas ha alcanzado a la mitad de la población mundial; de Asia a Europa y a América más de 3 millones y medio de mujeres y hombres, desde la infancia hasta la ancianidad, están confinades y sus derechos han sido limitados.
Cuando obligaciones y prohibiciones se dispensan sobre una población que solo nominalmente es igual, el control de los sectores populares, de los trabajadores y trabajadoras, particularmente les más empobrecides y sin posibilidad de ahorrar, adquiere visos de represión abierta, así como de discriminación de hecho en el acceso a la salud de las mayorías. Las mujeres que tradicionalmente han sufrido abusos al interior de las familias y las relaciones de pareja sufren el incremento de la violencia en su contra.
El miedo a la crisis económica, que se predice para que no deje de justificar medidas extremas mientras se encierran poblaciones enteras, además, actúa como un instrumento de exaltación del individualismo antisocial, al que se abona también a través del teletrabajo. El miedo a la crisis económica ofrece como única salida a la gente la vuelta a la “normalidad” ecocida anterior a la crisis y permite el reenvío de las demandas de mayor justicia y libertad para las mayorías.
En la actual crisis del sistema capitalista financiero y extractivista, que considera a los pueblos indígenas y a los sectores de mujeres y hombres que trabajan sin control de empresas y estados, como el campesinado, les artistas, les libres profesionistas, les vendedores informales, y otres, es necesario subrayar la urgencia de poner los seres humanos en su relación con el ambiente y entre sí en el centro de las acciones de salud, educación y justicia. Esto implica no privilegiar el rescate económico de la relación social, sino la propia condición social del ser humano.
Hay que valorar y proteger a los sectores de la población que ofrecen y producen servicios al conjunto de la sociedad, desde el personal médico de un sistema hospitalario público y universal, al personal docente en todos los grados de la educación, a las personas que hacen posible la buena vida de la infancia, les ancianes y les enfermes y con discapacidades. Estas personas, por lo general, no son reconocidas como exitosas en el sistema capitalista financiero y son consideradas responsables de su propia indefensión económica y de derechos.
Hay que asumir como prioritaria la defensa de la vida planetaria, humana, vegetal, mineral y faunística. Los seres humanos no pueden seguir invadiendo y destruyendo ambientes naturales, de no desear que los riesgos para la salud de las mayorías se multipliquen. Hay que limitar los megaproyectos que solo benefician formas de producción industrializada y contaminante. Evitar la agricultura industrializada, en particular los monocultivos para piensos animales y biocombustibles, como la soya y la caña de azúcar. Paralelamente habrán de desmontarse las granjas animales, donde especies comestibles están hacinadas, sufren y desarrollan enfermedades que se combaten con antibióticos que han permitido el desarrollo de cepas bacterianas resistentes, con graves riesgos para la salud animal y humana. Una agricultura y una ganadería a dimensión de trabajo campesino no sólo multiplicarían los lugares de trabajo productivo, sino volverían más saludables la comida. Proteger las fuentes de agua incluye proteger los bosques naturales (no la siembra de árboles maderables) que las alimentan. La valoración social y económica de las tareas de protección silvestre garantizará lugares de trabajo y distribución de la riqueza.
Evitar los gases de efectos invernadero significa repensar las formas de producción-consumo del periodo posterior a la II Guerra Mundial y la obsolescencia programada de los productos para incentivar el comercio.Implica necesariamente la conversión de la producción de energía eléctrica a fuentes de bajo impacto ambiental. Esta conversión necesita de investigación e implementación, mediante mano de obra femenina y masculina con derechos y salarios dignos. Decrecer no es sinónimo de malvivir, se relaciona con la valoración de la vida toda.
En necesario distribuir sobre los diversos territorios escuelas y centros de estudio, así como los centros de salud y los hospitales, con materiales de igual calidad, e insistir en el trato igualitario y respetuoso entre todas las personas que participan de las relaciones de enseñanza-aprendizaje y de salud personal y comunitaria. Así como las escuelas han de responder a necesidades y proyectos educativos locales, los centros de salud y hospitales deberán respetar todas las formas de diagnóstico y cura de diferentes medicinas (alópata, herbolaria, homeópata, tradicional, biomagnética, bioenergética, etcétera).
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