El sometimiento capitalista de las tecno-ciencias
Andrés Barreda
En Tecnologías: Manipulando La Vida, El Clima Y El Planeta
Alem 543 Septiembre 2019
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En las condiciones históricas actuales, el dominio capitalista de las ciencias y las técnicas es un problema nodal que atraviesa múltiples condicionamientos.
La necesidad del capitalismo por dominar materialmente los procesos de producción, de-tonó la sujeción capitalista de la ciencia y la técnica. Al capital le era necesario dominar a productores y medios de producción en cuan-to al contenido material de las herramientas y en la investigación científica, que ya desde la revolución industrial apuntalaban los pro-cesos de acumulación. A lo largo del siglo XX, el capital también descubre la extraordinaria ventaja de dominar con la técnica y la cien-cia el contenido material de los productos del trabajo, que a su vez regresan al ciclo como medios de subsistencia o de producción.
El capital perfecciona así su dominio de las relaciones sociales en el proceso inmediato de producción. Pero adicionalmente domina las relaciones del capital productivo, mercantil y dinerario durante la rotación del capital o en-tre el capital industrial, comercial y financie-ro durante la distribución de las ganancias, la articulación de los servicios y los procesos de consumo y reproducción de la población. Por ello el capital debe extender su dominio hacia todas las relaciones de clase, todas las relaciones sociales políticas, familiares, comunitarias que forman parte de las relaciones reproducti-vas (desde la población en su conjunto, hasta las educativas, de salud, sexuales, afectivas, psicológicas, y otras) y de las relaciones socia-les que configuran el espacio urbano o rural, regional, nacional, internacional, etcétera.
La ampliación creciente de los objetos y sujetos dominables, así como de los sujetos dominantes se corresponde con la sofisticación de las instituciones encargadas de la do-minación. No basta por ello el comando del capital industrial en el piso de fábrica, pues su desbordamiento por las ciudades y territorios nacionales o internacionales expande de entrada su automatización de los procesos de producción técnica y de la reproducción so-cial. Al crecer en medida, campo y órbita de acción, los capitales complican sus imperativos y mediaciones, la división de tareas entre los capitales y las diversas clases y estratos dominantes (burócratas, maestros, sacerdotes, y otros). El Estado capitalista coordina los intereses de todos los grupos dominantes con la necesidad central de extraer perpetuamente plusvalor, en territorios y medidas cada vez más amplios; neutraliza territorialmente las contradicciones entre los dominadores, con la sociedad y con otros Estados.
Por ello, no basta con el control de las técnicas y ciencias que participan en procesos de producción, circulación de mercancías o reproducción técnica del capital. Se requiere adicionalmente de ciencia y técnica que ayu-de a someter la reproducción social del mundo en procesos de consumo fisiológicos, psíquicos, ambientales, culturales.
Ello coloca al dominio capitalista frente a su propia raíz histórica. El dominio de la produc-ción técnica sobre la procreativa comienza diez mil años antes del capitalismo, durante la re-volución neolítica. Tal proceso detona la apa-rición inicial de las mercancías, el dinero, las relaciones de clase y el Estado. Y es desde es-tas premisas que se fija la primacía del produc-tivismo técnico frente a todo: se subordina la producción de población a la producción agro-pecuaria y a la propiedad privada de la tierra, lo que inaugura la posesividad patriarcal sobre mujeres y niños, pero también converge con el control de los amos sobre sus esclavos y el con-trol del Estado sobre los territorios.
Siguiendo esta nueva arquitectura de la dominación, cuando el moderno despotismo técnico del capital subsume la reproducción doméstica, toca esta raíz ancestral de su pro-pia dominación. Esto exacerba que se controle a la naturaleza y a lo femenino, exacerba el individualismo atomizado y posesivo y la cosificación de las relaciones sociales, pero también polariza como nunca las relaciones de clase y el autoritarismo estatal. La imparable maduración de la racionalidad científica y técnica moderna obliga al capital a caminar sobre las más viejas mediaciones de la dominación neolítica, si bien el control moderno de estas instancias expresa la fuerza y profundidad de la nueva dominación.
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Desde la segunda mitad del siglo XIX madura una crítica de la dominación general de la ciencia y la tecnología bajo el capital, formulada por Marx en su Crítica de la eco-nomía política, donde explica este proceso de dominación, sus mediaciones y funciones esenciales. Por qué, para qué y cómo ocurre esta dominación sobre y desde lo técnico. Qué desenlace tiene la original dominación neolí-tica en el capitalismo actual. Qué límites his-tóricos tiene el nuevo proceso de dominación abierto hace 300 años. La crítica de la econo-mía política explica cómo surge y se desarrolla la automatización del proceso productivo. Son límites históricos manifiestos en cómo choca la automatización con el crecimiento de una población sometida ávida de empleo, con la producción del plusvalor (como caída tenden-cial de la tasa de ganancia) y con la necesidad de medir el valor. Pero también en el choque técnico del capital con la tierra y la naturale-za en su conjunto.
La crítica de la economía política desglosa cómo el capital desarrolla su dominación tecnologicista, sin asumirla ingenuamente como algo natural, pues ocurre con contradicciones crecientes en el mismo proceso de la dominación. Contradicciones que procura neutralizar. Ello da lugar a la teoría de las crisis económicas cíclicas que explican cómo, en el curso del desarrollo capitalista, se compensan estas contradicciones del progreso científico-técnico de una forma cada vez más catastrófica.
Aunque el desarrollo de la automatización le otorga liderazgo y consolida económica, po-lítica y culturalmente la dominación capitalista, la mete en problemas ineludibles. Los autómatas disminuyen el tiempo de trabajo contenido en cada mercancía y vuelven ten-dencialmente innecesaria la medición del trabajo, sea para el intercambio de bienes equivalentes o para medir la explotación del trabajo ajeno destinado a acumularse priva-damente como riqueza enajenada.1
Si la automatización corriera dulce y suave-mente, disolvería esta base civilizatoria mer-cantil de las relaciones de explotación, pues anularía la escasez que le da sentido. La do-minación capitalista asume que es inadmisible aceptar pacíficamente una automatización técnica y científica que coadyuve en la ge-neración racional de una riqueza abundante y sustentable, mediante un ahorro creciente del trabajo. Por el contrario, la dominación capitalista requiere del desvío de esta potencial abundancia, volviéndola nociva y/o des-tructiva, hasta desvirtuar tales procesos de automatización.
A diferencia del siglo XIX, los autómatas del siglo XX ya no producen cándidos ahorros de trabajo, sino más bien interminables riquezas nocivas y/o destructivas. La Primera y Segunda Guerra Mundiales o las guerras que siguie-ron han sido una feria comercial continua de autómatas destructivos. Gracias a esto, tecnologías cada vez más perniciosas y articula-das responden al diseño deliberado de crear productos cada vez más contraproducentes, por invasivos, adictivos, iatrogénicos, efíme-ros u obsolescentes, antiambientales, antidemocráticos y autoritarios.
Así controlada la ciencia y técnica, el ahorro de trabajo y la abundancia nunca terminan de llegar, pues conforme ocurre el progreso científico-técnico, se escala artificialmente una escasez que continuamente aleja a la socie-dad de la posibilidad de su liberación, del fin de la explotación y de las relaciones de clase o de las injusticias sociales complementarias. Más bien, la automatización aumenta la cantidad y los tipos de desempleo, así como las formas de sobrexplotación más atroz.
Con tales pautas llegan los sucesivos tsunamis tecnológicos que invaden nuestras vidas, exacerban las crisis económicas y las convierten en crisis ambientales y de salud sin preceden-tes. Esto obliga a reorganizar perversamente las ciencias y las técnicas para neutralizar y seguir escalando estas crisis.
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El capital no somete solamente política y moralmente el para qué de los conoci-mientos científicos, sino también sus conteni-dos epistemológicos. El cómo se hace ciencia queda subordinado.
Se ha documentado ampliamente que el capital invierte cada vez más dinero en ciencia e innovación tecnológica, lo que allana el do-minio de sus fines: las políticas institucionales de investigación, la capacitación educativa, la contratación de los científicos, su promoción, la difusión de sus resultados, el reconocimien-to y premiación de los mismos. Pero esta do-minación sólo explica la sujeción formal de la ciencia y la técnica. Existe otro proceso de control donde se determina cómo se escogen epistemológicamente los modos del quehacer científico o sus protocolos metodológicos, más allá de las políticas de investigación. ¿Cómo se jerarquizan y exacerban los conocimientos matemáticos, físicos, químicos, biológicos? ¿Cómo se asocian las ideas, se escogen las pa-labras o las metáforas que caracterizan a es-tos conocimientos?
Es un lugar común admitir que el pensamiento científico comienza a madurar durante el siglo XVI al cuestionar el dominio religioso y per-mitir que las nuevas racionalidades abran una nueva relación entre la sociedad y la natura-leza. Pero tal narrativa, parcialmente cierta, deja en la penumbra el modo en que la mo-dernidad al mismo tiempo va destruyendo los lazos comunitarios y la relación orgánica con la naturaleza. Esto inaugura una nueva subordinación de la ciencia ya no religiosa ni política, sino económica.
Las nuevas formas científicas, lejos de ser formas puras, neutras y desinteresadas, serán formas históricas contradictorias del cono-cer. Las ciencias nacientes en el siglo XVI des-truyen ejemplarmente el supuesto o real oscurantismo y los autoritarismos como formas equívocas de explicar el mundo. Pero las formas científicas del conocer también asumen desde su fundación premisas epistemológicas afines a las relaciones de dominación de la propiedad privada y las relaciones de explo-tación. Formas de sujeción que se evidencian conforme el capital agota su papel revolucionario y asume su papel como mero dominador. Sin una fecha simple que pueda datar este giro histórico, tenemos un paulatino y contradicto-rio proceso secular que, después de múltiples recorridos, comienza a evidenciar abrumado-ramente a fines del siglo XX la falaz neutrali-dad de las ciencias.-
Las modernas ciencias naturales y sociales de-finen protocolos racionales lógicos, coheren-tes y revolucionarios que las obligan a observar y recopilar evidencias empíricas, establecer diversos tipos de inferencias y deducciones generales que deben revisarse y corroborarse continuamente, y someter a continua refor-mulación sus leyes esenciales. Sin embargo, dentro de estas formas lógicas irrenunciables también prevalece de forma unilateral e inex-plicada una razón analítica que excluye a la sintética; el fetichismo de los datos y explica-ciones cuantitativas se ensalza como la com-prensión más profunda que se puede alcanzar de los fenómenos; la sacralización de los he-chos objetivos por encima de la comprensión de las relaciones y los procesos; o la inclina-ción automática por lo antinómico cuando se dirimen dilemas cognitivos. Ello entroniza al reduccionismo y los conocimientos especiali-zados y fomenta el escarnio contra cualquier pensamiento integrador y multidisciplinario.
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Con la erosión histórica que padecen las ciencias capitalistas, los protocolos lógicos que los científicos empleados del capital se obligan a adoptar, son marcos epistemológicos cada vez más estrechos que requieren legiti-marse mediante una petición de principio: sólo se valida pragmáticamente quien tenga operatividad eficiente en el mundo cósico in-dustrial y comercial.
Tal tipo de conocimiento científico nunca pone a prueba la veracidad de sus enunciados refi-riéndolos a la totalidad de su mundo histórico-natural y menos aún a la coherencia procesual de dicho mundo, en curso abierto de devenir. La subordinación más crucial de estas ciencias se muestra en el hecho contrastante de que al mundo capitalista sólo le acomoda la episte-mología de los hechos cósicos en fragmenta-ción, mientras que a las ciencias del porvenir sólo les sirve el punto de vista de la totali-dad existente en curso de totalización. No es casual que las ciencias naturales subsumidas al capital siempre se resistan a ser evaluadas desde la comprensión histórica de los procesos que organizan la totalidad sociocultural y la totalidad de los procesos científico-cognitivos que los generan. Subsumidas al capital, las ciencias se consideran a sí mismas entes me-tafísicos, independientes de la historia, fuera de toda praxis social.
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En la Red TECLA cuestionamos las herramientas y procesos tecnológicos impuestos sin considerar sus impactos en la naturaleza y la subsistencia de nuestros colectivos y comunidades. Tenemos más de 10 años de diálogos interdisciplinarios con voces de las ciudades, el campo, pueblos indígenas, académicos, científicos, movimientos sociales, organizaciones feministas, de jóvenes, ciberactivistas.
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1 Medir el desgaste fisiológico que sufren los productores cuando crean riqueza (o se ganan el pan “con el sudor de la frente”) manifiesta cómo nuestras culturas miden el valor de sus mercancías subordinando todas sus axiologías en torno al desgas-te corporal y al miedo que los productores privados tenemos de morir antes de tiempo si perdemos cuan-tums de nuestra energía laboral en cada transacción mercantil.
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Andrés Barreda es doctor en estudios latinoa-mericanos, sociólogo y profesor de Crítica de la Economía Política, en la Facultad de Eco-nomía de la UNAM. Miembro de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, así como de la Asamblea Nacional de Afecta-dos Ambientales.