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MODELOS DE DESARROLLO EN ARGENTINA, ¿UNA BATALLA CULTURAL?

MODELOS DE DESARROLLO EN DEBATE

¿Batalla cultural? 

Por Alejandro Grimson*

El Dipló presenta el último artículo de la serie realizada por profesionales convocados por el IDAES-UNSAM, para indagar sobre los modelos de desarrollo en Argentina. Aquí, Alejandro Grimson analiza la importancia del componente cultural en un proyecto político y económico. 

Eduardo Stupía, sin título, 2012 (Gentileza Galería Jorge Mara - La Ruche)

La cultura es a la vez una condición, un medio y un fin del desarrollo. La proporción del PIB vinculada a actividades culturales crece en todo el mundo. En Argentina a principios de siglo XXI rondaba el 2,5% y en la actualidad se ubica alrededor del 3,8%. Según datos de la CEPAL, el 4,8% del empleo en Argentina es “empleo privado cultural” y “empleo privado de actividades relacionadas con la cultura”. A esto hay que agregar otro 3% proveniente del sector público. Ningún economista pensaría el PIB, el trabajo ni las exportaciones sin considerar el peso de la cultura. Por eso la cultura es un medio de desarrollo. Al mismo tiempo, la cultura es un fin del desarrollo. No es sólo un instrumento del desarrollo entendido como avance económico, sino el objetivo mismo del desarrollo entendido como realización del ser humano y de la vida social. Si el desarrollo económico alude generalmente al crecimiento del producto y el desarrollo social a la distribución de los beneficios del crecimiento, el desarrollo cultural se refiere específicamente al proceso que incrementa la autonomía y libertad de los seres humanos, proceso que requiere a la vez bases materiales y simbólicas. Generar autonomía: ¿en qué sentido? Las concentraciones de poder reducen diferentes autonomías, tanto de los países como de los grupos sociales, que el Estado debe procurar incrementar.

Ahora bien, la cultura también es una condición para el desarrollo, un factor generalmente pasado por alto. Los dirigentes sociales y políticos saben que tienen restricciones económicas y políticas para su acción. Límites presupuestarios y relaciones de fuerza. No pueden, por ejemplo, gastar más dinero del que disponen, ni pueden tomar ciertas medidas sin construir ciertos apoyos. Sin embargo, existe una tercera restricción que los actores sociales casi siempre ignoran. Es la restricción cultural. Cuando no la registran la cultura opera sobre ellos, en lugar de ser ellos quienes operan sobre la cultura. El lenguaje, los símbolos instituidos, la imaginación de la sociedad y la propia imaginación de los dirigentes acerca de qué es deseable y qué es posible constituyen un límite cultural para la acción pública.

Las creencias sociales acerca del Estado, de la educación pública, de la inclusión y la desigualdad establecen límites para las políticas públicas. Por un lado, muchos avances pueden evaporarse porque no se asientan en cambios profundos en el sentido común. Los cambios económicos y políticos sólo pueden ser perdurables cuando se enraízan en profundas transformaciones culturales. Por otro lado, una verdadera política de libre mercado y contra los sistemas de protección social sólo es viable si se establecen las condiciones culturales necesarias para llevarla adelante.

Por ejemplo, es evidente que el nuevo presidente comprendió que no ganaría la elección manifestándose contra la estatización de YPF y Aerolíneas o prometiendo anular la Asignación Universal. Cambió su discurso; debió ceder ante las convicciones sociales a favor de un Estado activo. Una parte relevante de la política argentina girará en los próximos meses en torno a esta cuestión de la cultura política.

La batalla cultural

La cultura es una condición del desarrollo porque entre las principales variables que inciden en el funcionamiento de la economía y la política se encuentran los valores, los sentimientos y los significados que puede tener, por ejemplo, el trabajo, lo público y la democracia. Dicho esto, señalemos que en estos años hemos asistido a un modo equivocado de entender la “batalla cultural”. Las luchas por los valores e imaginarios no se ganan simplemente con buenas intenciones ni ubicándose en el lugar correcto. Tampoco debe exagerarse el lugar de la información: no se tratará de una lucha entre datos o entre verdades y mentiras. Todas las verdades, por más verdaderas que sean, pueden verse corroídas cuando se pierde credibilidad en cuestiones de Estado como las estadísticas o la transparencia. Cuando “transparencia” es un término apropiado por la derecha, la izquierda perdió una batalla pública relevante.

Por otro lado, los modos de vinculación entre los líderes políticos y la población tienen un papel decisivo. Cuestiones como el sacrificio, el agradecimiento, la pulcritud moral, la humildad o la soberbia son cruciales en la dimensión cultural. ¿La población se cansó de toda confrontación y se ilusiona con un consenso vacío? ¿O percibió mucha demanda de una confrontación que exhibía resultados menos efectivos que antes?

Una hipótesis: que la épica haya ido tomando distancia ante las crecientes restricciones económicas no supone que ahora los argentinos estén prestos para retomar la épica neoliberal de los noventa. Si ése es el objetivo del nuevo gobierno, otras confrontaciones culturales sobrevendrán.

¿Se puede hablar de derrotas culturales? Por supuesto, siempre y cuando se entienda que cada partido no es “una cultura”. Por ejemplo, se ha dicho ahora, y se dijo en las elecciones de 2013, que la derrota electoral del kirchnerismo fue provocada por los medios de comunicación. Esa afirmación va en contra de los saberes de las ciencias sociales. Los mismos medios, con idéntica posición política, no pueden producir consecuencias opuestas en 2011 y en 2013 y en 2015. Si los medios eran los mismos y el resultado electoral fue diferente, obviamente hay que considerar otras dimensiones.

Del mismo modo, la tesis de que la causa de la derrota del gobierno es que los poderes económicos o corporativos son muy grandes tampoco funciona.

Entonces, ¿qué fue lo que cambió? Esquemáticamente, tres elementos. El primero es económico: la baja de los precios de los commodities modificó situaciones económicas en toda la región. De hecho, los problemas de los oficialismos se extienden a Brasil, Venezuela y Chile. Eso se combinó con limitaciones del modelo de mercado interno y de consumo.

El segundo elemento es que, frente a esta nueva realidad, la reacción simbólica del oficialismo fue pasar a la “defensa de lo logrado” y señalar contrastes con la crisis de 2001. La oposición se concentró en las cuestiones de futuro y de cambio. Así, el oficialismo (que nunca quiso debatir reformas impositivas, ni leyes que den transparencia a la política, ni la autonomía del INDEC) terminó aferrado a un pasado que la sociedad percibía positivo pero también, en algunos aspectos, inaceptable. En este marco, la primera derrota cultural del gobierno sucedió cuando el cambio y el futuro fueron apropiados por la derecha. Así había sucedido con las revoluciones neoconservadoras de los ochenta y con los éxitos neoliberales: es lo que ocurre cuando el discurso sobre la educación o la salud pública se (auto)arrincona sobre la defensa de lo obtenido. Cuando renuncia a debatir cambios, a construir una agenda propia del cambio.

El tercer elemento es que, mientras la economía mostraba cada vez más problemas, se intensificó la división política de la sociedad. Pero, a diferencia de los años previos, donde esa polarización benefició al oficialismo, en este caso comenzó a producir un efecto muy distinto. El tercio de la sociedad que nunca fue kirchnerista ni antikirchnerista empezó a rechazar cada vez más intensamente el estilo del gobierno. Hacia el final de la campaña el oficialismo intuyó algo de esto, y de hecho Cristina Kirchner aludió a que quizás su estilo personal no gustara a una parte de la sociedad. Pero, insistió, se trata de discutir la sustancia, no las formas.

Sin embargo, la mayoría de ese tercio social vio en las formas algo sustancial. Las cadenas nacionales se convirtieron en un boomerang: mientras el gobierno estimaba que sólo así podía comunicar sus logros, amplios sectores sociales consideraban que cuando hay avances efectivos la población al final siempre se entera. Y que si fuera para comunicar un logro no hace falta hablar dos horas y repetir siempre las mismas frases. Este cansancio, más que de la confrontación, quizás aluda a una confrontación que la sociedad iba sintiendo ajena en la medida en que aparecía desconectada de sus vidas cotidianas.

Esto nos lleva a uno de los temas más dolorosos y riesgosos para el futuro de Argentina. Después de las inmensas victorias culturales y políticas del movimiento de derechos humanos, también allí ha comenzado a generarse una escisión que puede devenir en una gigantesca derrota cultural. ¿Cómo pueden conectarse los juicios de los crímenes de lesa humanidad con la justicia actual? Hay personas y organismos que trabajan en ambos temas, pero culturalmente están desarticulados. Hubo muchas cuestiones, como la situación de los Qom, mal interpretados por el gobierno, que lo llevaron a una creciente distancia y a un creciente desgaste. A grietas de credibilidad.

Paradojas

Después del 54% del 2011, el gobierno saliente ya no pudo transformar las restricciones culturales y quedó atrapado en históricos condicionantes argentinos: la dicotomía, la incomprensión de los apoyos sociales que logra el adversario, la idea de que “tener razón” lleva al triunfo electoral, el creciente aislamiento y un verticalismo completamente ineficaz en términos de éxitos políticos.

Hace un año publicamos una nota en el Dipló (1) planteando una paradoja: no puede esperarse que la burguesía nacional sea protagonista del desarrollo porque no es un actor social autónomo. Sólo el Estado puede ser el sujeto principal del desarrollo. Pero no el Estado realmente existente, con todos sus déficits. La solución propuesta a este problema era sincronizar las transformaciones del Estado con las transformaciones económicas y sociales que ese mismo Estado debe promover.

Hay otra paradoja que proviene de la cultura. No puede esperarse que una cultura política como la argentina garantice la sustentabilidad de un proyecto de transformación. Se trata de una cultura que genera dicotomías tan mal formuladas que llevan a la derrota a gobiernos con logros innegables, una cultura obsesionada con sus pasados remotos del siglo XIX, donde anidan ilusiones primermundistas, con una minoría intensa que promueve la exclusión de amplios sectores de la población, etc.

Sin embargo, no hay proyecto de cambio liberal ni de justicia social ni ningún otro que pueda llevarse adelante exitosamente sin apoyarse en dimensiones vivas de la cultura política. Por eso, un proyecto de desarrollo con justicia social requiere sustentarse en los aspectos positivos de la cultura política argentina y al mismo tiempo apuntar a la transformación de problemas muy arraigados en la tradición nacional. ¿Cómo alguien que proviene de esa misma cultura puede realmente transformarla? Desplegando, por presión de otros actores sociales e institucionales, una mirada crítica y reflexiva sobre la propia cultura. Comprendiendo que si no se transforman las bases mismas de la imaginación social y política todo lo sólido podrá desvanecerse en el aire.
_________________

1.“Cuatro escenarios y un pronóstico para 2015”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, diciembre de 2014.

* Antropólogo.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
http://www.eldiplo.org/198-nueva-derecha/batalla-cultural/

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