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PARA DERROTAR AL NEOLIBERALISMO EN GRECIA, UNA NUEVA ALIANZA ENTRE GOBIERNO Y MOVIMIENTOS DE BASE

Tomar el poder sin dejarse tomar por él

 Brecha


Para derrotar al neoliberalismo, una nueva alianza entre gobiernos y movimientos de base es necesaria. ¿Cómo se piensa este problema central desde el partido griego Syriza? El filósofo francés Alain Badiou y la periodista Aude Lancelin se lo preguntaron a Stathis Kouvelakis, miembro del comité central del partido griego Syriza.

Aude Lancelin —Hoy parece que está en curso un pulso de-sigual. Asistimos a una reafirmación de la troika bajo otros nombres eufemísticos. Mientras, el gobierno griego afronta una terrible crisis de liquidez financiera que, de hecho, pone en serio peligro sus proyectos futuros. ¿Podemos decir que Alexis Tsipras y Syriza en conjunto fueron demasiado optimistas al calcular la presión que serían capaces de ejercer sobre las instituciones europeas?

Stathis Kouvelakis —Syriza sabía que esto no iba a ser un camino de rosas. De hecho, tras la decisión de cerrar el grifo de la liquidez a los principales bancos griegos, tomada por el Banco Central Europeo (Bce) el 4 de febrero, el gobierno griego se vio acorralado en las discusiones con sus así llamados "socios" europeos. Pero el gobierno ha decidido seguir adelante. Ha habido concesiones y tenemos que ser claros en esto, pero la confrontación no ha terminado y va a mantenerse en los próximos meses. En Syriza tendremos que reflexionar y poner en marcha una estrategia alternativa para evitar que se repita lo que sucedió en febrero.

Alain Badiou —¿Te sorprende este giro de los acontecimientos? El proyecto de Syriza es romper con las políticas anteriores. Más que eso: romper con las políticas dominantes no sólo a escala europea sino en el mundo entero. Eso significa reivindicar una singularidad extremadamente fuerte. Me parece que actualmente asistimos a una contradicción entre la novedad de este proyecto y el método político empleado para alcanzarlo. El método, de momento, es clásico: ocupar el poder central dentro de la legitimidad constitucional-electoral para después llevar a cabo maniobras y negociaciones con los "socios" –o más bien "los enemigos"–, esperando que todo ello conduzca a una solución efectiva de la situación. Pero los enemigos no están jugando a ese juego. ¿Cómo creés que Syriza, las fuerzas políticas en Grecia y en definitiva el pueblo griego en conjunto podrían abordar esta situación de manera diferente a lo que se ha hecho antes?

S K —Si examinamos la actual secuencia griega, los últimos cinco años, podemos ver que contiene aspectos muy clásicos y otros que no lo son tanto.

Lo que es menos clásico es que Syriza nunca habría llegado al poder si no hubiera sido por la emergencia de movilizaciones populares y movimientos sociales que son, sin duda, de un alcance mayor que cualquier otra cosa acaecida en Europa desde los setenta. No es casual que el otro país europeo que ha conocido movilizaciones similares sea España, donde también existe un fenómeno propio: Podemos.

Por tanto hay una interacción entre movilizaciones populares y fenómenos políticos con traducción electoral. Esto es algo absolutamente crucial. Y es algo nuevo en Europa: hemos visto cosas similares en Latinoamérica, en la Bolivia de Evo Morales o incluso antes, en Chile, con la Unidad Popular de Salvador Allende.

Syriza es producto de todo ello. Por supuesto las temporalidades de estos dos ciclos, la social y la de los procesos políticos, no están sincronizadas –ojalá lo estuvieran–. Tampoco lo están a nivel europeo. El hecho de que Syriza haya sido capaz de llegar tan lejos gracias a los movimientos populares también permite decir que su llegada al poder puede contribuir a la posibilidad de un nuevo ciclo de movilizaciones. Alexis Tsipras, en su declaración de política general a principios de febrero, concluyó su discurso haciendo un llamado a la movilización, a tomar las calles, las plazas. Y asistimos a algo inaudito en el contexto europeo: decenas de miles de personas salieron a las calles de Atenas, tanto para apoyar al gobierno en su confrontación (con la Unión Europea) como para presionarlo.

A L —¿Dirías que la fuerza del apoyo popular a Syriza en Grecia se mantiene, a pesar de que haya reculado en algunas de sus promesas electorales?

S K —El apoyo popular es todavía muy fuerte y de hecho va mucho más allá de los votantes de Syriza. Al mismo tiempo, la sociedad griega es consciente de las dificultades que tiene por delante. Ahora estamos en otro momento, pero creo que tenemos que intentar restablecer las condiciones para mantener precisamente esta interacción entre movilización popular y las batallas que están por venir a nivel institucional, en Europa e internacionalmente.

A B —Estoy totalmente de acuerdo con lo que acabás de decir, y ello me lleva al fondo de mi pregunta: sobre si esta novedad política está desarrollándose de un modo nuevo y sin precedentes.

Soy plenamente consciente de que la situación griega tiene, sin duda, todo tipo de características significativas, interesantes e incluso inéditas en Europa. La historia de Grecia es la historia de movimientos populares, de insurrecciones, de gente saliendo a las calles durante años. Syriza –y Podemos, cada uno en su registro– son producto de esta singularidad de los últimos años, no sólo en términos de política clásica sino también en términos de "invención" política... La cuestión que me preocupa, tal vez excesivamente marcada por el resultado final del gobierno de François Mitterrand, es la siguiente: cuando Mitterrand fue elegido, decenas de miles de personas salieron a las calles gritando "ganamos". Sin embargo, vimos enseguida que se instalaba un tipo de acción gubernamental que abandonó todo esto muy rápido, cediendo a los imperativos coyunturales. Por eso te preguntaba si todo esto expresa un nuevo tipo de relación entre procesos estatales y movimientos populares. En mi opinión, este es el corazón del problema.

A L —Al mismo tiempo, los líderes de Syriza tienen un perfil muy distinto al de Mitterrand. Tsipras tiene un bagaje de extrema izquierda, mientras que el color ideológico de Mitterrand, que era un político veterano al final de su carrera, era mucho más incierto.

A B —Sí, pero los comunistas estaban en su gobierno y sus objetivos eran mucho más radicales que los esgrimidos hoy por Syriza. Por el momento el programa político de Syriza es de alguna manera negativo: "no a la austeridad", "otra política es posible", y sus contornos no están muy definidos...

Pero no estoy preocupado por eso. Lo que me interesa es que en el nuevo escenario percibo la posibilidad de una nueva dialéctica entre las acciones estatales y los movimientos populares. El liderazgo de Syriza está compuesto por nuevos tipos de organización, pero queda abierta la pregunta de en qué medida su implicación con el Estado es nueva.

S K —Estoy de acuerdo. Sólo un apunte sobre el programa: puede parecer poco radical, pero la radicalidad se mide mejor en términos de coyuntura y no abstractamente. Y en la coyuntura actual medidas modestas o moderadas alcanzan dimensiones potencialmente revolucionarias. Pedir hoy la anulación de buena parte de la deuda es dibujar una línea de demarcación muy precisa que desorganiza al adversario. Y este adversario también sabe dónde se encuentra hoy la línea divisoria, el punto de conflicto.

Necesitamos infligir derrotas a las políticas neoliberales. Para ello, la experiencia griega enseña que movimientos y movilizaciones son el punto de partida de este proceso, pero no son suficientes en sí mismos. Hay que tomar el Estado sin dejarse tomar por el Estado. Ahí está todo el problema.

Estuve en Francia durante prácticamente todo el mandato de Mitterrand, y me sorprendió que el único sector social que se movilizó fueran los trabajadores del automóvil. En su mayoría, estos obreros eran trabajadores inmigrantes.

A B —Que el gobierno explícitamente atacó.

S K —Exacto, era la época en que Pierre Mauroy (primer ministro durante los tres primeros años de la presidencia de Mitterrand) hizo declaraciones afirmando que esas huelgas estaban manipuladas por Irán, por islamistas. Si un gobierno afirma que parte de sus propias bases es un enemigo y considera su movilización como una amenaza, el proceso ha descarrilado.

El otro frente importante en el que fracasó Mitterrand es, de hecho, el europeo. La decisión a la que tuvo que hacer frente en aquel momento era, o bien salirse de lo que entonces se llamaba "sistema monetario europeo" –es decir, continuar con una política de estímulo e intervención estatal activa, en la dirección marcada por las nacionalizaciones–, o bien mantenerse en el marco europeo y adoptar un giro neoliberal. Y apostó por la segunda opción.

Las opciones de Syriza hoy no son tan diferentes. O bien se marca una línea de ruptura con el marco europeo o bien se rinde.

A L —¿Cuál es el equilibrio de fuerzas entre los que mantienen que la idea de romper con Europa es impensable y aquellos que, vos entre ellos, no están de acuerdo con permanecer en la eurozona a cualquier precio?

S K —La cuestión del euro siempre ha sido un debate intenso en Syriza. Quienes sostienen que la salida del euro entrañaría grandes problemas defienden que más vale intentar librar la batalla en las instituciones, apoyándose en las contradicciones existentes en Europa, en la simpatía de la opinión pública, en los movimientos en curso.

Pero vemos que esto no funciona. El Estado griego está al borde de la suspensión de pagos. De ninguna manera se ha detenido la máquina infernal de la deuda.

Ante esta situación se están moviendo algunas líneas. Hace unas semanas Alexis Tsipras concedió una notable entrevista. Se le preguntó si tenía un plan alternativo en caso de crisis de liquidez. Respondió –y cito casi textualmente–: "Por supuesto tenemos un plan alternativo. Grecia no chantajea a nadie, pero tampoco va a ceder a chantajes de terceros".

Estamos en eso ahora. Cuando en una confrontación el enemigo –y aquí se trata de un enemigo– sabe de antemano que hay una línea que no vas a cruzar, lógicamente va a ejercer presión en ese punto. Eso es lo que ha pasado y lo que va a seguir pasando hasta asediar a Grecia y forzar su capitulación. Para las elites políticas europeas y los intereses económicos que representan es crucial no sólo forzar la rendición del gobierno sino también humillar políticamente a Syriza.

Esta humillación política sería un disparo de advertencia contra Podemos y los españoles, un aviso a todas las fuerzas sociales y políticas en Europa que se oponen a las medidas de austeridad.

A L —Pero dentro de Syriza, ¿cuántos están preparados para llevar a cabo esta ruptura?

S K —Ya veremos cuál es el equilibrio de fuerzas. La situación griega no admite caminos intermedios entre la ruptura y la capitulación.
No es algo que vaya a desarrollarse de golpe, se necesita tiempo, pero este tiempo es limitado. En este período, breve y denso, se van a resolver muchos asuntos y contradicciones, tanto en el interior de Syriza como en la sociedad griega en sentido amplio.

Estamos en un momento de crisis. Syriza ha permitido, de hecho, amortiguar la crisis y sus contradicciones. Sabemos que el adversario, el bloque dominante, duda entre varias estrategias diferentes. Pero lo que realmente quiere es infligir una derrota al país, mantener a Grecia en la "jaula de hierro" y forzar a Syriza a hacer lo que el resto de los gobiernos de izquierda en Europa terminaron haciendo.

Sobre la cuestión de las opciones, hay una expresión que vos, Alain, utilizás en tu libro El despertar de la historia, que realmente me cautivó: cuando decís que no estamos en el momento de lo posible, sino en el de "la posibilidad de lo posible". Uno de mis amigos de Syriza dijo que la gente no había votado por la esperanza, sino más bien por la esperanza de una esperanza. Eso incluye un punto que significativamente has dejado de lado: hacerse cargo del Estado. Con ello me refiero a algo más que a las elecciones: ¡convertirse en el gobierno es algo muy diferente a tener el poder estatal! Durante mucho tiempo la extrema izquierda ha sufrido de esta subalternidad, completamente interiorizada. Para superarla necesitamos victorias. No una victoria, muchas victorias. Lo que ha pasado en Grecia no es la victoria, sino una victoria.

A B —Estoy totalmente de acuerdo. Yo mismo viví la llegada al poder de Syriza en esos términos. Por decirlo esquemáticamente, en este tema hay tres términos. Están los fines, el movimiento y el proceso mediante el cual nos vinculamos con el Estado. Naturalmente esto sólo es posible gracias al movimiento, aunque al mismo tiempo se lleve a cabo por actores políticos claramente identificables y organizados. Syriza es el nombre que designa, en Grecia, ese nuevo modo en que se organiza la política, en términos de relación entre movimientos populares y Estado. ¿Qué creés que va pasar con esta dialéctica?

S K —El caso de Syriza nos permite hacer grandes avances con relación al problema de la forma-partido. Syriza es un intento de aunar las culturas de los movimientos revolucionarios y de la izquierda radical heredadas del siglo XX para ponerlas a trabajar en un esfuerzo común. Pero a veces parece que esas culturas coexisten sin por ello llegar a producir una nueva cultura política. Por otra parte, el ejercicio del poder gubernamental acarrea de por sí todo tipo de contradicciones y problemas. Por ejemplo, vemos una fuerte tendencia en los elementos del partido más implicados en el aparato estatal a volverse cada vez más autónomos respecto de las bases y del propio partido, mientras otros siguen inmersos en movimientos y prácticas sociales.

Sobre el proyecto político, Syriza no es el único eje fundamental. Hay una red construida desde abajo en la sociedad griega que ha estado en funcionamiento estos últimos años, con todo tipo de esfuerzos de autoorganización. Estos movimientos se han hecho cargo de las demandas más urgentes de la situación actual: el Estado en Grecia se hundió, y, como decía Bourdieu, siempre es su "mano izquierda", es decir el Estado social, la que se hunde, nunca la "mano derecha".

El problema para estos movimientos desde abajo es que, como el proyecto de Syriza aspira a reconstruir lo que fue destruido, las experiencias de base –que han tejido una red, aunque frágil e insuficiente– puedan simplemente extinguirse. Grecia es un país destruido, su economía y su sociedad han sido devastadas. Y tendremos que reconstruir desde abajo. Esto va a llevar tiempo, pero este esfuerzo de reconstrucción puede sentar las bases para la emergencia de alianzas sociales muy amplias e inéditas, permitir el desarrollo de nuevas prácticas.

De hecho, ya se puede percibir algo de esto: cientos de miles de personas reciben asistencia médica en una red de clínicas sociales que existe únicamente gracias a la iniciativa popular –médicos, trabajadores sociales, activistas, jubilados y estudiantes que han hecho cosas en sus barrios que habrían sido impensables para alguien que sólo conociera la sociedad griega durante la burbuja ilusoria de hace sólo unos años.

Hay que avanzar en esta dirección, y para ello hacen falta diferentes niveles de mediación. Por ejemplo, formas de poder local y regional de las que Syriza ha sido capaz de hacerse cargo, a menudo en alianza con otras fuerzas de extrema izquierda. Aquí hay un enorme campo de experimentaciones posibles.

En 2012 Tsipras y la dirección del partido apoyaron claramente esta perspectiva, incluso haciendo referencia a los procesos en Bolivia. Tsipras dijo que la propuesta de Syriza no era simplemente un gobierno de extrema izquierda, sino un gobierno de extrema izquierda y de movimientos sociales. De ahí las referencias a Bolivia, así como el llamamiento a los movimientos sociales para convocar asambleas generales y discutir este tipo de cuestiones. Estos son precisamente los pasos que tenemos que seguir para combinar la reconstrucción con una transformación de raíz de las estructuras de la sociedad griega.

A B —Es interesante esto: que la posibilidad de hacerse cargo del Estado –¡antes de que el Estado se haga cargo de las fuerzas políticas!– deriva, tal vez principalmente, de la hipótesis de que el Estado estuviera hundido, que hubiera sido destruido. Esto es una diferencia con el caso de Mitterrand, que se encontró con un Estado muy fuerte.

La razón de fondo por la que los gobiernos socialdemócratas, de la izquierda tradicional, no están interesados en ayudar a Syriza es porque su argumento propagandístico principal es la idea de que las decisiones que toman les son impuestas. No se trata de personas que defiendan un programa extraordinario de transformaciones, no: dicen tener las manos atadas. Y si Syriza consigue llevar a cabo su programa será la demostración de que sus decisiones no eran tan forzadas como decían sino que no se esforzaron en desarrollar los medios propiamente políticos para inventar otra cosa.

S K —Como vos, creo que lo que aquí está en juego es la especificidad del neoliberalismo. También en la medida en que le pone nuevos nombres a un viejo problema: la división entre reformistas y revolucionarios. Hubo una época en que se creía que el reformismo era posible, que se podían llevar a cabo medidas progresistas, por ejemplo en favor del mundo del trabajo, dentro de los términos del sistema. Sin embargo, en el capitalismo neoliberal esto ya no es posible. Incluso para objetivos relativamente modestos que en otros tiempos habrían sido perfectamente compatibles con el funcionamiento del sistema hay que entablar confrontaciones y conflictos a gran escala. Lo hemos visto, de hecho, en Latinoamérica: países como Bolivia, Venezuela o Ecuador no son socialistas, pero incluso para llevar a cabo su ruptura parcial con el neoliberalismo ha habido muertes. Se ha derramado sangre en Bolivia para que Evo Morales pudiera ser elegido. Creo que el laboratorio real de la contrarrevolución liberal fue el Chile de Pinochet. Y su destino en Europa se juega hoy en el sur.

A L —Mencionaste Chile. Si las esperanzas depositadas en Syriza se desvanecen, ¿temés que haya problemas serios derivados, por ejemplo, de las acciones de formaciones como Amanecer Dorado?

S K —Mencioné Chile, pero los griegos no necesitan la referencia chilena para entender lo que está en juego. Lo han experimentado directamente ellos mismos. Las técnicas que se utilizaron en Latinoamérica habían sido previamente empleadas en Grecia (en 1967, con ocasión del golpe militar de los coroneles). Sin embargo, diría que ahora el problema no está tanto en el ejército. Está sobre todo en la policía, y en parte del poder judicial. Hay un riesgo de que se lleve a cabo una "estrategia de la tensión" en Grecia. Ya hemos visto algo de eso durante el período en que Amanecer Dorado estaba a la ofensiva. Cuando sus líderes fueron arrestados tras el asesinato del rapero activista (Pavlos Fysssas) en setiembre de 2013 también fueron detenidos altos cargos policiales y de los servicios secretos. Esto prueba algo que ya sabíamos: que existen estructuras paralelas en ciertos sectores del aparato estatal. Tal vez estos sectores estén callados por el momento: ahora es Berlín quien está a cargo de la ofensiva contra el gobierno de Syriza. Pero podrían volver a requerirse sus servicios en un futuro.

(Tomado de www.sinpermiso.info. Brecha reproduce fragmentos.)
http://brecha.com.uy/tomar-el-poder-sin-dejarse-tomar-por-el/

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